Se dice que el Emperador Nerón gustaba de ir camuflado por entre las calles de Roma. Escoltado por guardias, igualmente disfrazados, veía, gozaba y reflexionaba acerca de la vida nocturna de su capital. Prostíbulos, tabernas… el ojo purpúreo del César ansiaba conocer los vicios y costumbres de su pueblo. Posiblemente fuere en una de estas visitas cuando se le ocurriera la idea de quemar el grueso de la ciudad, eliminar el desorden reconstruyendo una urbe nueva.
Nerón fue uno más en una sucesión de viciosos. Los biógrafos del Poder, en aquel momento romano, nos hablan de un Augusto, ávido “desvirgador” de niñas inocentes, de un promiscuo Tiberio, un obseso Calígula o un “curioso”, con todos los significados posibles, Nerón. Pese a todo, no cabe duda de que fue uno de los gobernantes más ingeniosos, un Emperador equiparable al más grande, una persona enigmática. No cuesta pensar que los continuos disturbios callejeros le molestaran. El orden era su obligación, y la plebe más radicalizada, unos incómodos inquilinos.
El Imperio Romano, en cuanto a su nacimiento se refiere, mucho debería a la Guerra Civil entre Pompeyo y César, y la victoria de éste, al domino en la guerra de “pandillas”. Estuvieren inmersos en la lascivia del lupanar, o en el enojo de no ser recompensando por un pueblo honorable, está meridianamente claro que pensar en los ojos de Nerón, del Princeps de la antigua Roma y haber visto el film-documental, “Gomorra”, sirven para recapacitar sobre el problema italiano, cuasi por necesaria definición, mediterráneo. Hace un tiempo tuve a un entrañable profesor de italiano, D. Giaccomo. Cuando aún no había sido, siquiera, traducida al español, fue la primera persona de la que oí hablar respecto al libro, en lo sucesivo “obra maestra”, de Roberto Saviano. Mi “primordial” nivel de italiano en aquel momento me privó de poder hacerle caso, sólo ahora he podido comprender cuánto me arrepiento. Tal y como ya se hiciera en España con el memorable “Diario de un Skin”, Saviano se sumerge en las vergüenzas de Italia, no sin peligros, sí con coraje y rigurosidad. Nerón, haciendo un cambio de paradigma en el tiempo, que no en el espacio, bien podría haber sacado provecho del mismo libro.
Italia se caracteriza por ser un país densamente poblado, ya desde la antigüedad. La abundante emigración italiana, a lo largo del globo, es proverbial, fácilmente comprensible si tenemos en cuenta el tamaño de su territorio en comparación, por ejemplo, con España. Muy intuitivamente, creo ver cierta correlación entre la densidad y la violencia. La sobrepoblación de los barrios bajos con una autonomía del Poder, monopolizada por aquellos que mejor saben valerse, es decir, los violentos. César ganó su Guerra Civil en parte a ellos, algunos políticos actuales ganan elecciones. El fenómeno “mafioso” no es tanto un tipo delictivo como una estructura de poder. Sin miedo a equivocarnos, podríamos llegar a decir que Italia forma parte del G-8, en parte por su mayor internacional, la propia mafia.
De la misma forma que es cuasi imposible acabar con el árbol sin desenterrar sus raíces, algo semejante pasa con la mafia. Los motivos, en no pocas veces, nos remiten a misteriosos intereses, pendientes resbaladizas donde sólo los valientes, como Saviano, son capaces de husmear. Allá donde actúa, monopoliza la delincuencia. No existen bandas de albano-kosovares o de gitanos rumanos donde se alza el águila de Roma. Sufrirla siempre implica monopolizarla, pues se trata de un segundo Estado, que como tal, intenta monopolizar el uso de la violencia.
Siendo utilitaristas, y en esta ocasión “egoístas” al preocuparnos sólo de nuestro problema interno, debemos decir que España se halla, según se nos informa por multitud de medios, en el punto de mira de los mafiosos. Sin llegar a envenenar la tierra sepultando bidones de residuos tóxicos (véase el “caso de la mozzarella”), o el alto índice de asesinatos de la región de Nápoles, diversos enclaves de la geografía patria comienzan a sufrir los achaques de esta genuina internacional (sobre todo, en forma de semi-desiertas pizzerías).
La globalización, una vez más, extiende los tentáculos del pulpo local hacia el global océano. Somos víctimas de unos mismos males, al igual que partícipes de una misma economía internacionalizada. Los problemas de unos nos agotan al resto, no habiendo sido capaces, aún, de percatarnos sobre cómo los problemas de un rincón de Europa son capaces de ensuciar al resto de la Unión Europea. ¿A qué espera la “eventual potencia”? ¿Cuándo habrá una firme respuesta contra los violentos camorristas? ¿Será posible que vuelva a pasar un tiempo como el que nos separa de Nerón? Esperemos que nuestros hijos, no vean a través de los ojos del César…
Ilustraciones:
1) Image by John Leech, from: The Comic History of Rome by Gilbert Abbott A Beckett.
2) Frank_Costello_-_Kefauver_Committee
6 comentarios:
es curioso que muchas cosas no hayan variado tanto desde los tiempos de Nerón, eso que dices de la emigración es cierto, al menos en mi ciudad no hay barrio donde no haya alguien que no tenga una gota de italiano, hasta hay un barrio oficialmente promocionado turísticamente por ello. y considerando que en otros países como Argentina o Brasil ha sido enorme la emigración siempre he pensado qué tanto habrá eso afectado a muchas partes de ducho país. Mucha gente sólo vino a hacer dinero para mandarlo a su tierra y se acabó quedando. Es curioso que ahora más bien muchos de acá vayan allá a hacer lo mismo en sentido inverso.
A veces creo que la globalización tampoco es tan globalizada.
Hace tiempo una amiga estuvo viviendo en Nápoles y me comentó la fuerza que allí tiene la Camorra, pero pensaba que era algo local y sólo localizado en el sur de Italia. De lo que no tenía ni idea era de su expansión fuera de Italia ¿tanta fuerza tiene?
En España tambien tenemos mafia, pero como los Españoles solemos ir a lo facil, pues nos sale mal, mira Marbella sino.
De todas formas no creo que la "superpoblacion" de algunas zonas proporcione violencia.
Tengo pendiente de lectura el libro "Gomorra", que compré hace poco en Roma. No estoy muy segura de que pueda compararse las prácticas mafiosas que son el cáncer de Italia y, como nos descuidemos, de toda Europa, con aquellos sucesos de la Roma antigua. Desde luego Julio César no era un mafioso ni lo fueron los emperadores ni los gobernantes durante la república. De haber sido mafiosos, los romanos no hubieran creado una civilización de la que somos deudores todos. Al contrario, fueron ellos quienes crearon un orden legal que ha llegado casi intacto hasta nuestros días. Tuvieron otros defectos, desde luego, y no pequeños, pero mafiosos no eran. Un abrazo.
He suprimido el comentario, Fabber, para que no esté tu teléfono móvil en la red. Ya me lo he apuntado.
Te pongo mí emilio y mi móvil en tu blog. y cuando te lo apuntes lo borras. Ok?
te espero por Barcelona compañero!
Jolines chaval las cosas que he aprendido con este post.
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