jueves, 29 de mayo de 2008

Pensando en la medusa

Por más que nos empeñemos, el hombre es una pieza más dentro del Universo. A priori, bien pudiera parecer una reflexión desmesuradamente metafísica, religiosa o esotérica, mi intención es argumentar, mediante las siguientes líneas, todo lo contrario. Comencemos por la mente, Roger Penrose, uno de los físicos más eminentes de la actualidad, ha aplicado, satisfactoriamente, la teoría del Caos y de la Entropía en el funcionamiento de nuestro cerebro. Lo más “racional” de nosotros resulta funcionar de manera “irracional” y aleatoria. Nada debiera sernos sorprendente. El cerebro es una parte del todo, el cuerpo humano, que participa de un mundo que se rige por fuerzas físicas y demás acontecimientos que distan mucho de ser mesurables.

En alguna otra ocasión se ha hablado de la necesidad de romper con Euclides. Debemos indagar, merced de nuestra atávica curiosidad humana, en las rarezas y especialidades de la vida cuotidiana. Nada es perfecto, desde la farola (que por necesidad, sea en milésimas o en centímetros jamás será recta, hasta la puntualidad del profesor o del alumno o la jornada para el más común de los individuos mortales. En un paradigma de Evolución y Caos debemos aceptar nuestra humildad como objetos. La creencia en un “Ser Omnisciente” peca desde el primer momento en que se le atribuyen cualidades humanas: comprensión, bondad o conocimiento. El “error” cultural e histórico no deja de tener justificación: como es el hecho de que el propio hombre no fuera, desde el principio, el observador sino también el modelo y ejemplo. Los ritmos climáticos, de tanta actualidad hoy en día, o la evolución de las especies no son fenómenos “programados”, por poner dos ejemplos, seguramente también sean comprensibles sólo hasta ciertos límites.

Tanto en el análisis de la historia humana, como en el de la historia natural, tendemos a exaltar lo pasado frente a lo presente o viceversa, admitiendo un inevitable proceso hacia la complejidad y la perfección. Nada más lejos de la realidad, desde la óptica de la biología nos topamos con notables ejemplos de cuán equivocados están aquellos que han llegado a defender lo aquí expuesto. El ejemplo se remite a tres taxones: medusas, tiburones y cocodrilos. Ambos taxones tienen un origen que se remonta a 500, 400 y 220 millones de años, aproximadamente. A primera vista pudiera parecer que nos hallamos ante seres que han evolucionado, mutado y cambiado de forma exponencial con el paso de los años. La sorpresa no deja de ser mayúscula cuando nos percatamos de que, según los más autorizados paleontólogos, la estructura “primordial” de esta tríada de sobrevivientes no ha cambiado a lo largo de sendos milenios. Si bien los más “jóvenes” de los tres experimentan, estadísticamente, cierto retroceso, es tan sorprendente como inquietante, cómo las medusas están en pleno auge (con el aumento de la temperatura de los mares), cuando resulta que llevan poblando el planeta ¡desde hace 500 millones de años! En lo que se refiere tiburones y cocodrilos, ambos han sido objeto de estereotipos, leyendas y menosprecios.

Los cocodrilos surgieron sobre la faz terrestre poco antes de que lo hicieran los dinosaurios, no faltando argumentos en favor de la superioridad evolutiva de los primeros, puesto que los saurios hace tiempo que se extinguieron. De hecho, especies como Deinosuchus (con hasta 15 metros de longitud por 9 toneladas de peso) o Sarcosuchus (11 m.) se alimentaron de dinosaurios, tal y como lo hacen sus descendientes, con los hegemónicos mamíferos, en los ríos tropicales de todo el Mundo. Bien es cierto, que en la evolución existen inventos, “modas” que (como los vaqueros) persisten en el tiempo, mientras que otros “experimentos-inventos” desparecen con el paso del tiempo. Ejemplos de ello bien podrían ser, a modo de cita, la aparente “contradictio in terminis” de los cocodrilos terrestres.

En definitiva, el Pasado es imperfectamente averiguable, mientras que el Futuro es imposible de escrutar. El hombre ha tendido hacia la generalización de sus percepciones, como si fueran las fuerzas y constantes que mueven un eventual equilibrio en el Mundo. Que nadie piense en fuerzas omniscientes que lleven atributo humano alguno, el camino de la Ciencia es separar al hombre del medio: demostrar, empíricamente, nuestra posición ínfima en un Universo eterno...

domingo, 25 de mayo de 2008

IMPERIO

Basilio era un hombre fuerte, de enorme presencia y pavorosa mirada. Sus andares no le daban mayor grandeza que la de un verdadero líder, equidistante de Dios y de cualquier Santo, agricultor, botero o profeta. Era un hombre común con la áurea de la púrpura. Su manto le disfrazaba en divinidad, siendo admirado por la tropa. No sabía de clases, sólo de autoridad y mano dura. Ser el “segundo bizantino”, después de Justiniano, no le hizo cambiar de personalidad, simplemente le convirtió en Basilio II. El gran basileus fue ejemplo de lo relativo y controvertido del término Imperio. Supo ser un rey-guerrero, sin desparramar el tesoro en el campo de batalla, sabiéndose rodear de las milicias y las tropas, siendo popular entre el pueblo y respetado por los nobles y la clerecía. Era un magnate de los catafractos, los varegos le custodiaban cuál supremo hombre entre iguales, una vez más un princeps en tierra, por más que sus galones le dieran la categoría de divinidad, de señor de los romanos. Pasado el año 1000, Constantinopla se reía del Apocalipsis. Con Basilio volvieron los esplendorosos tiempos para los feligreses de Santa Sofía. Las fronteras se inmiscuyeron entre las tierras sirias, consolidando y expandiendo el domino sobre los Balcanes, llegándose a pensar en la recuperación de la fértil Sicilia. Basilio era un emperador singular, un hombre santo que pudo ver los fuegos del Infierno.

Cual tribu, sociedad, gremio o comunidad jerarquizada, donde hay triunfos se correlacionan desgracias en otros lugares. Nunca tuvo el hombre dotes para la justicia, quizás por ello fue bueno soñar con Dios, y su Ciudad Celestial... Las victorias balcánicas de Basilio II habían hecho que Bizancio recuperara la efectividad sobre sus dominios griegos y circundantes. Las amenazas serbias y búlgaras cesaron ante los envites del purpúreo Santo. Basilio impuso su ley, recuperó la ilusión en lo romano.

El pensamiento de un hombre honesto y justo debe ser difícil en cualquier circunstancia. Basilio era un asiduo entre sus tropas, pues procuraba ocupar su puesto entre las catafractas con el sino de mantener el cariño de la tropa. Vio con sus propios ojos la desgracia de las naciones del este de Europa. Las incursiones búlgaras y eslavas no debieron ser más que dramas humanos, modos de rapiñar subsistencia, por parte de gentes que no tenían otros medios. En el momento que, ante todo, los búlgaros intentaron fundar su propio Imperio, Bizancio se reconstruyó de entre sus cenizas; surgiendo la efigie de Basilio, quien pasaría a ser llamado “Boulgaroktonos”, el matador de búlgaros.

Imaginen un hipotético pasaje. Basileo y su guardia inspeccionando las calles de Nicópolis, contemplando su gran obra. Pobres campesinos resignados y derrotados búlgaros moribundos esperan su último sacramento, mientras el palafrén del primero de entre los romanos luce joyas, capa nueva y severa mirada. A un lado el triunfo, al otro la derrota. La nación que amenazaba al orden sometida, y agraviada, por quien lo detenta. Parábola de situaciones de aquel entonces, de años pretéritos y futuros. Los búlgaros llevan la piel tostada por la solana de las estepas, queriéndose parecer a la piel mayoritaria de quines sufrirán, con el paso de los siglos, sus desgracias y agravios. Basilio debe de haber visto esto en otras ocasiones. Los pobres son, ya en aquel entonces como siempre, una clase internacionalmente globalizada, los vio en Constantinopla, Nicea, Nicomedia y también en Belgrado. El Emperador es un hombre atento y reflexivo, sabe que el de abajo viste dos ojos y dos manos, pero él, ante todo, lleva la corona y el cetro. El Emperador quizás llegó a la capital y lloró en el altar de Santa Sofía. Llorando las almas de aquellos que habían muerto como ofrenda a su gloria, sabedor de que no habría mejor negocio en el mundo, ni en ningún tiempo, que ganara en rentabilidad a la guerra. El Emperador llora desconsolado con la puerta entreabierta, los guardias vigilan la entrada de foráneos, el Emperador llora solo, mañana seguirá habiendo batalla abierta; contraste entre orden y necesidad, binomio que contagia a los de nuestra especie, ya fuere en Bizancio o, hoy en día, en nuestra propia era.

Ilustraciones: en primer término óleo de Benjamin Constant, “The Throne Room In Byzantium”. En segundo lugar: Byzantium generals: Nicolas Alonsianos, Johannes Tsimisces, Leon Ballantes, Michael Bourtzes. Drawing from Vinkhuijzen Collection of Military Costume Illustration.

jueves, 22 de mayo de 2008

Meme literario

“Cuando entro a primera hora de la mañana en una librería, en cualquiera, me siento inundado por una silenciosa excitación. No debería sentirme así. Me he pasado la mayor parte de mi vida trabajando en librerías, bien como librero, bien como representante comercial, y aunque ya no estoy en el sector, sigo siendo un lector incurable y acabo en una librería al menos cinco veces por semana. ¿No debería sentir cierta indiferencia a estas alturas? En el silencia de la mañana, sin embargo, ante las pilas de libros perfectamente alienadas y los anaqueles ordenados y prometedores, me doy cuenta de que ésta no es una tienda como las demás. Cuando una librería abre sus puertas, el mundo entero entra por ellas, junto con la climatología y las noticias del día, el flujo de clientes y, por supuesto, las cajas de libros, con todos esos mundos que contienen: libros de divulgación, libros recién escritos, libros que se leen desde hace siglos, libros de gran importancia, libros absolutamente banales. En medio de esa confluencia, no puedo dejar de presentir la posibilidad de que una parte del universo vaya a desplegarse ante mí: “érase una vez”...”.

Lewis Buzbee, “Una vida entre libros”

Existen ciertos factores a tener siempre en consideración cuando se intenta comprar un libro que se precie. Obviamente todo cambiará en función de nuestros gustos, inquietudes y necesidades. En lo que a mí se refiere, no soy un gran amante de la novela, pura y dura. Prefiero el ensayo, la divulgación científica o histórica, y en caso de comprar alguna obra narrativa, me acostumbro a decantar, muy de vez en cuando por la ciencia ficción y, más a menudo dentro de lo esporádico, por la narrativa histórica o un clásico de otros tiempos, sea éste griego, bizantino, islámico o romano.

El autor arriba citado, Lewis Buzbee es un librero. Un librero con una extraordinaria capacidad para la escritura, siendo autor de una de las mejores memorias que jamás haya podido leer, y que seguramente pueda en el futuro. Como aquél que busca un lugar mejor viviendo en el Paraíso, mi búsqueda de autores interesantes me cegó los ojos, en un principio, frente a un libro de tales características. Una vez más, quise dejarme aconsejar por Aristóteles cuando tenía al sabio idóneo, en el cojín de al lado. Compartir asiento y, sobre todo, apellido, puede ser perjudicial para la percepción neutral de la sabiduría del prójimo, aquél que siendo familia, no es siempre cuerdamente observado. Buzbee es un gratísimo descubrimiento de mi tío, un libro que, sinceramente, quizás no hubiera comprado jamás por mí mismo. El género narrativo utilizado por el autor le brinda la posibilidad de plantearnos anécdotas, dudas y contingencias de lo más reales y entretenidas. Sus sentimientos frente a los libros son, en cuasi totalidad, compartidos durante su lectura, haciéndonos nosotros mismos aquellas cuestiones que el autor, en tiempos pasados, se hizo.

Una idea que me ha gustado del libro es el concepto de “lectura formativa”: dícese de aquellos libros, leídos, que han cambiado tu forma de pensar, formando tu pasión por la lectura. Para Lewis fueron “Las Uvas del Mal” y demás obras de John Steinbeck. Quisiera plantear a mis lectores cuáles fueron las suyas, qué tres libros, por poner un número, son los que recomendarían a un tercero, a un perfecto desconocido que les pidiera consejo. Efectivamente, en este artículo os planteo un “meme”, en este caso literario. Mi recomendación de "novelas formativas" sería:

1) “Nerópolis” de Hubert Monteilhet: la mejor novela ambientada en Roma que leerse pueda, sea por rigurosidad histórica, como por falta de complejos o censura.

2) “El Nombre de la Rosa” de Umberto Eco: por más que pueda recibir el calumnioso término de “best-seller” creo que se trata de una de las dos o tres mejores novelas de finales del pasado siglo.

3) Permitidme una licencia citando una “colección” o “serie”, mejor dicho: las obras de divulgación científica, y ante todo histórica, del genial Isaac Asimov, por haber sido capaces de introducirme, en mi tierna juventud, en mundos reales, que virtud de la rigurosidad de los textos académicos me estaban vedados.

* En la reserva quedarían: "La Historia Interminable" (como Bíblia de mi juventud e infancia), "Dune", "Un puente sobre el Drina", "Juliano El Apóstata" o "Alamut" la obra cumbre de Bartol (eminente escritor esloveno del pasado siglo).

Ahí queda la pregunta... cuál es vuestra respuesta? Se esperan comentarios con recomendaciones!

lunes, 19 de mayo de 2008

El papel de la violencia

Nos situamos en un ambiente cálido de finales del Cretácico, hace aproximadamente 65 millones de años. Por entre las ramas de la tupida selva china corretea un peludo e hiperactivo mamífero. Su instinto le hace ser todo un ejemplo de optimización natural, energías concentradas en los sesos de un humilde ser, predestinado a participar de uno de los mayores cambios de todos los tiempos. Zalambdalestes, pues así se llama este animal, tiene el aspecto de una musaraña elefante, un bichejo no mucho más alimenticio que su símil actual. Sin embargo, el animal no puede celebrar su supervivencia, pues algo de energía conserva entre sus células. Su reproducción es pródiga. El hecho de no poner huevos protege a su estirpe de las violentas condiciones climatológicas de estos tiempos; pues valga decir que se avecinan cambios inminentes, y con ellos, el fin de los dinosaurios.

De pronto, un ruido sacude las húmedas hojas de los helechos. Nuestro amigo salta, brinca, corretea y acaba cayendo entre las fauces de un violento predador de turno; casualidades del pater Azar, su cazador es un Velociraptor. Su imagen no se nos presenta como uno de esos asesinos pseudo-humanos de la legendaria película de Spielberg, tiene plumas en su cuerpo, y su efigie se asemeja más a la de un pavo gigante que a la de un solitario asesino de medianoche. El “combate” mamífero vs. reptil-ave conoce un primer asalto, pero no el definitivo. En la decadencia y caída de los grandes saurios los mamíferos consiguieron vencer el combate más superlativo. Sus adaptaciones como género animal les llevaron a lo alto del podio, a la situación dominante que antes ocuparan los gigantes de escamas. Evolución, transformación y violencia frente a las circunstancias, Zalambdalestes fue honrado por sus congéneres, siendo un eslabón inexcusable para el génesis de la especie humana.


Creo que el mayor reparo para la defensa de una teoría unificada (social, natural, económica y políticamente) darwinista es el papel que debe jugar la violencia dentro de nuestras construcciones conceptuales y filosóficas. Científicos de la talla de Richard Dawkins han defendido la hipótesis de un “gen egoísta” una tendencia evolutiva hacia el combate que ve en la Paz y el altruismo de los nuestros una forma de combatir los peligros del medio, aun a costa de sus semejantes. Zalambdalestes y el resto de los mamíferos del Cretáceo sobrevivieron a las inclemencias de aquellos tiempos satisfactoriamente, ayudando a que, entre otras cosas, esté un servidor aquí narrándolo. Dicho esto, los mayores tabúes, y prejuicios, frente al darwinismo, nos vienen cuando acometemos la difícil misión de unir a las ciencias sociales y a las naturales dentro de una misma teoría.

Cambiemos, con nuestra imaginación, de tiempo y lugar, y viajemos hacia el antiguo Perú, a la ciudad inca de Machu Pichu. La belleza de sus ruinas hace que se nos presente como uno de los mejores enclaves en los que poder reflexionar, y cómo no, soñar con practicar su visita... Uno ve una imagen del lugar y le vienen a la cabeza pensamientos, reflexiones y opiniones acerca de lo que, para él, es este mundo. En mi caso pienso en la conquista española, en cómo pagaron los incas su derrota haciendo que el Perú sea un país gobernado por las fuerzas superiores de Occidente, sumido en la pobreza. La resistencia de Machu Pichu frente a las tropas del Imperio Español, las de Numancia contra las de Roma o las de Zaragoza frente a Napoleón y el cruel Murat no dejan de mostrarnos los paralelismos entre estas batallas y la pelea entre Zalambdalestes y Velociraptor. Una victoria con una correlativa derrota, predestinadas a influenciar en lo sucesivo.

Si las exitosas adaptaciones mamíferas cimentaron nuestro posterior auge e imperio, las victorias de potencias como España, Roma o Francia condicionaron el lugar que ocuparían sus respectivas sociedades en el devenir de los tiempos. ¿Selección Natural humana? ¿Es la Guerra una manifestación suya, donde las civilizaciones más poderosas subyugan a las más débiles? ¿Es la violencia un condicionante decisivo a la vez que la medida de todas las cosas? Posiblemente seamos egoístas por genética. Es posible. Pero no deja de ser cierto que al darwinismo le falta afrontar retos tan importantes como encontrar una definición para el concepto de “paz”, “justicia”, “bondad” o “moral”. Este es el problema para el que nuestro pensamiento debería encontrar un remedio, si es que se puede sin caer en la redundancia primordial... el esfuerzo es violencia contra las circunstancias (como todo estudio o oposición) y el Velociraptor, metafóricamente hablando, puede vestir diferentes disfraces... ¿cómo ser neutral sin ocupar el papel del reptil o de nuestro Zalambdalestes, al mismo tiempo?

sábado, 17 de mayo de 2008

Genios en la sombra, visibles para frikis

Es muy cierto que nuestras percepciones, y sensaciones que experimentamos con ellas, están totalmente condicionadas por las coordenadas espacio-tiempo. Un ejemplo sería el buen vino, que con los años mejora, o los periódicos, que aun estando peor escritos pierden todo interés de una mañana a una tarde de un mismo día. Sin embargo, una vez más, aquello que parece suceder sólo a pequeña escala lo experimentan los más variopintos elementos, sean éstos desde una óptica u otra. Me atreveré a hablar de Homero y del Poema del Mío Cid en comparación con la saga de StarWars y del Señor de los Anillos. El tiempo hace que unos, los primeros, habiten el mundo de las viejas glorias (accesibles, a priori, a aquellos dotados de ciertos parámetros de “cultura”), si bien, las segundas son consideradas, la más de las veces, aficiones del universo de lo “freak”, novedades de interés reducido, en cerebros de jóvenes imberbes.

La verdad es que, con total seguridad, los años harán perdurar a George Lucas y a Tolkien como a los rapsodas de otras épocas, juglares que sitúan, en otros universos imaginarios, alegorías, fantasías y deseos de la sociedad que les rodea. La religión Jedi (llegada a “practicarse” en países como Australia o Reino Unido) no es menos creíble que los muertos provocados por Rodrigo o Minaya, así como el viaje de Ulises no deja de ser una aventura, quizás mejor novelada, que la búsqueda de Frodo o el personaje de Gollum. Es obvio que los pensamientos y reconocimientos que se producirán en el futuro son insondables, sin embargo, sí que podemos afirmar que los reconocimientos actuales están plenamente influenciados, no sólo por la eventual calidad de lo creado, sino muy especialmente, por el marketing. Ambos ejemplos (Lucas y Tolkien) son creaciones rentables (como puedan serlo las sagas de Harry Potter o Eragon), sin embargo, quisiera no reducirme ni a éstos ni a este ámbito. Detrás de muchos productos de puro mercantilismo, existen, en infinidad de ocasiones, detalles a destacar, perlas que, con casi total seguridad, deberán ser reconocidas en el futuro. Más allá de la genialidad de Prince o Mike Oldfield, posiblemente con el tiempo se les acerque a Wagner, Mozart o Beethoven, existen “escritores”, que merecen mayor reconocimiento que no dirigirse a ellos por ese término, muchos de ellos merecedores de premio. Me refiero a oficios como al de guionista de películas, escritor de letras de canciones, y muy especialmente, a los guionistas de los videojuegos.

Que nadie se engañe. En este tiempo los niños, en poco número de ocasiones reconocerán a Platero o a Fujur, será más corriente, sin embargo, que junto a los protagonistas de diferentes series “Manga”, sean recordados personajes de múltiples videojuegos. Personalmente, como muchos de mi generación, me encuentro, en buena medida, entre éstos. Un “movimiento creativo” de interés para los de mi edad son las aventuras gráficas, típicas de los años 90, cuasitotalmente desaparecidas en nuestra época. A muchos les sonarán nombres como: “Monkey Island”, “El Día del Tentáculo”, Sam and Max o, uno de los mejores juegos de la historia: “Grim Fandango”. Todos ellos, a la vez que joyas del entretenimiento, son creaciones, algo más que loables, conseguidas por un mismo sujeto: Tim Schafer.

El autor cumple todos los requisitos para ser considerado como un artista, un creador de sutil valía: autor de fantásticas historias, ricas en argumento y humor, y ante todo, rentables. Con la llegada del nuevo Siglo los videojuegos, por lo general violentos o de simulación, que no práctica, de deportes, han monopolizado el mercado de forma inexorable, Tim trabaja creando juegos de poca, comparativamente, cobertura comercial, y los niños practican “karate”, sin salir de casa, en vez de participar de historias, que sólo se les priva del nombre (en muchísimas ocasiones) por el hecho de no estar escritas sobre papel, sino sobre carne de ordenador o consola...
En primer término: carátula del videojuego "El Día del Tentáculo", en segundo lugar: ilustración ambientada en Grim Fandango, obra de:

miércoles, 14 de mayo de 2008

Querido Código

Sólo era para mandarte un saludo, sentimental aunque jamás sea admitido. Quisiera darte las gracias por tu paciencia, por escuchar tu propia descripción de forma sempiterna, atento como lo inerte, anticipándote a lo dicho, corrigiendo sin dignarte a abrir la boca. En verdad creas dependencia. Tus capítulos y secciones me trasladan a un mundo imaginario, abstracto, ruin y caduco, quizás sea eso tu verdadera interpretación, un reflejo de lo que tu esencia lleva. Perdona que lleve tanto tiempo sin escribirte, aunque por lo visto, dudo de que hubieras sido capaz de devolverme alguna palabra. Nuestras jornadas de estudio son duras y maratonianas, de hecho, comprendo que no contestes a mis versos, pero no que, al acabar con el deber, ¡me des siempre la tapa!

Puestos a definirte recurriría a la hipocresía. Tus intenciones parecen querer decir, pero siempre acaban siendo dichos. Pretendes estar en todas partes de forma omnipresente, pero queriendo ser Dios, se te invoca como a los espíritus. Eres descortés en rudeza, anticuado en vocabulario, tus números despistan mi descripción, no acabando de mostrarnos si, realmente, eres tipo de ciencias o de letras... Sinceramente, es tan melancólico como penoso el nexo que me une a tus letras, a tu efigie cuadrada y estéril, ¡fea y por nada refleja! Quisiera ser una suerte de amante, espiarte como enemigo. Quisiera llegar a comprender tus extrañas rimas y sutiles métricas, tus caducas hojas, que sueñan con el otoño, eso sí, ¡jodiendo la primavera!

Debemos llegar a un acuerdo. Ser dos en una habitación que a los dos nos contemple, alga y hongo, liquen sujeto a esta silla. No. No discutamos más a base de silencios y pensamientos, mirémosnos como si estuviéramos enamorados, fingiendo un día y otro, perfeccionando tu pelo cuarenta y cuatro, quizás sea la única forma de enseñarme algo de tu presunto saber, ¡comprender cómo crees en el matrimonio! Prometo no dejarte vagabundo ni falto de interés. Prométeme actualizarte sin moverte, dejar que vea fuera para que luego cuente. No me pongas más esposas que las que hipotéticamente regulas, no me des más la lata, ¡fuere ésta mediante donación, comodato o compraventa!

Una pataleta y un hasta luego, espero que nuestro consorcio sea leve, nuestro divorcio una palabra, un adjetivo, un mote: INMINENTE

martes, 13 de mayo de 2008

Vlad "El Empalador"

Por lo general, al menos idealmente, la brutalidad es plenamente proporcional a la antigüedad de los tiempos. Muchos dirán que por el imperio de la moral cristiana, otros argumentarán en pro del auge de los derechos fundamentales, mientras que el resto quizás piense en los métodos humanistas en tanto que disuasorios de la brutalidad institucionalizada, la utilización del hombre como un medio, y no como un fin en sí mismo. Del antiguo Próximo Oriente es de donde tenemos más testimonios antiguos. Ello no se debe, precisamente, al hecho de ser la zona donde mayores brutalidades se realizaban. Nada más lejos de la realidad, es del vergel mesopotámico desde donde han surgido los más fiables testimonios, en ciudades-estado como Ur, Kish, Lagash o Uruk, producto de ser estas urbes, cunas primordiales del arte de la escritura.

De entre todas las culturas mesopotámicas destacó Asiria. En verdad, fueron sus tropas las primeras en fundar un imperio de garantías, un organismo soberano capaz de subyugar a una vasta extensión de territorio con vocación de permanencia. Fuera mediante una refinada y compleja estructura política-económica, o por la introducción del hierro en la fabricación de armas para el combate (tecnología que antes utilizaron hititas, y quien sabe si también los urarteos), está, a día de hoy, meridianamente claro que Asiria se alzó con el poder virtud de un pródigo, y brutal, uso de la violencia, no sólo en sede penal, sino también en la guerra, fuere ésta actual o preventiva. Métodos sancionadores locales se exageraron y diversificaron generando toda una maquinaria para el terror, que asustara a los vecinos del exterior con el afán de ser, inmediatamente, subyugados. El más terrorífico de entre todos estos medios seguramente fue la técnica del empalamiento. Desde su origen, presumiblemente en Asiria, el empalamiento se configuraría como la medida coercitiva más temida y efectiva.

Ésta era una muerte singularmente terrible. Primero los ejecutores cortaban una estaca de madera de unos tres metros de largo, bastante delgada en una punta, siendo esta punta finalmente afilada y bien engrasada con manteca de cerdo. El otro extremo era más grueso, para que actuase como una base segura. Las piernas de la víctima eran separadas por unos hombres que tiraban de cuerdas, su ropa cordada, y la estaca martillada dentro del ano con exquisito cuidado y frecuentes pausas para no dañar los órganos internos. La estaca avanzaba a empujones apartando los intestinos, el colon, el estómago, el hígado y los pulmones, hasta que llegaba al hombro, saliendo con la ayuda de un cuchillo a través de la piel de la parte superior de la espalda, a un lado de la columna”. Así describe John Man (“Atila: el rey bárbaro que desafió a Roma”), siguiendo, en cuanto a los detalles, la magnífica obra del Nobel, Ivo Andric (“Un puente sobre el Drina”), la horrible técnica del empalamiento. Sin ánimo de caer en la redundancia, desde antiguo sería una técnica practicada por diversas civilizaciones: Asiria, Persia, Hunos, Turcos y Turcomanos, Otomanos, Mongoles y valacos, entre otros (todo ello sin olvidar la técnica romana de la crucifixión, no diferente en exceso de la aquí mencionada). Fue un gobernante de la Valaquia (sur de Rumania), quien popularizó tan cruel práctica. Vlad Tepes “El Empalador”, más conocido por Conde Drácula.

La leyenda del Conde Drácula alcanzaría la popularidad virtud de la célebre obra de Bram Stroker (sus hechos fueron inmortalizados, anteriormente, por por el juglar alemán Michel Beheim, en su obra poética Von ainem wutrich der hies Trakle waida von der Walachei en 1463), si bien el personaje ya disponía en su biografía, de peripecias algo más que negras. De hecho, a tan funesto personaje se le atribuyen méritos de lo más rocambolescos. Más allá de su afición por el “arte” del empalamiento, Vlad sería recordado por hechos tales como la petición de que se quitaran el turbante en señal de respeto a unos embajadores del poderoso Sultán turco, a cuya negativa respondió el príncipe devolviendo a la Sublime Puerta los mismos, clavados en sus respectivos cráneos.

Sería considerado héroe nacional por Ceauşescu, azote y gran enemigo para los turcos. Vlad es una alegoría a la miseria del hombre, sea considerado éste en singular, o en masa. Los valacos sufrieron en sus carnes el eslizón del tirano, quizás no tanto como el miedo que irradió a sus vecinos. Sean bombas en Irak o Afganistán, caídas de Roma o Constantinoplas, el miedo sigue venciendo a la razón, la prevención de desobediencia es una herramienta cruel y efectiva. Sólo nos faltaría reflexión sobre si existe una solución alternativa, ¿cuál será? ¿por cuánto tiempo?
  • Imágenes: en primer lugar, Vlad III. of Wallachia. Known as Vlad Tepes - The Impaler or Dracula. Portrait. Bamberg, 1491 (British Library). En segundo término: Theodor Aman - Vlad the Impaler and the Turkish Envoys

lunes, 12 de mayo de 2008

Loa a Anguita, de "Nene's Team"

Loa a Anguita

¡Ay Anguita querida,
nido entre peñas y pinares!
Con tu aire siempre limpio
virtuoso perfume a carrasca y sabinares,

me levantas siempre el ánimo, querida,
alivias mis montanos males, mis tristes pesares.


Eres hija y a la vez madre,
hogar y Patria chica a pares,
fuiste fértil para mi infancia,
alegría en mi vejez.

¡Ay Anguita querida,
nido entre los peñascales y pinares!
Tu cielo azul, tu frescor,
junto con el verde color de tus árboles,
invitan siempre al amor
y a ahuyentar nuestros pesares.

¡Ay Anguita querida,
refugio celestial para mortales!
Aquí me siento feliz caminando por tus bosques,
bebiendo en tus frescas fuentes
paseando por tus entornos brillantes.
Fuentes de sonoros nombres:
De la puente Lavaá, de la Canaleja,
De Los Pachanos, o del Ceño el Ojo,
Que invitan a beber y descansar
sea en la Hoz o en Peña Mayoría,
entre endrinos o sabinas, cambrones o aliagas,
por la tarde o por la mañana, por la noche o el día.

¿Quién no se siente feliz
en esta tierra celtibérica,
donde el tiempo queda parado
y el hoy se convierte en mañana?
¡Ay Anguita querida,
nido entre peñas y carrascas,
hija y hermana,
siempre serás mi Patria madre!

“Nene’s team” (Javier y Fausto, mi tío).
  • Aclaración para no anguiteños: "Nenes" es el mote que reciben los miembros de la familia Serrano Lluva, por ser Fermín Serrano López, con diferencia, el más pequeño de entre todos sus hermanos.

viernes, 9 de mayo de 2008

Mapaches y familia

Exista cierto pensamiento, común en todos los occidentales, que nos hace pensar en unos animales y no en otros. Por más que vayan pasando los siglos desde su extinción en Norteamérica, los estadoudinenses siguen teniendo al elefante, al león o al camello para partícipes clave en su imaginario faunísitico. Siguen siendo algunos de los animales más célebres, configurándose como una suerte de “acervo cultural” que nos hace premiar al águila, sea real o calva, en vez del cóndor y al león, con o sin melena, en vez del puma o el jaguar. Cierto es que, animales como los camellos, tuvieron su origen en las sabanas del continente americano (quedando sólo las vicuñas, llamas, alpacas y guanacos como testimonios de ello, todos en Sudamérica), pero la verdad es que la celebridad que tienen estos animales entre los niños no se debe a ello, sino a algo más remoto y, sobretodo, occidental. Aquello que sucede en el todo incluye, necesariamente, a la parte. Los animales “prototipo” de la megafauna sufren un fenómeno que igualmente sufren sus congéneres menores. Pongamos al mapache como ejemplo.

Los mapaches forman parte de la familia de los “Procyónidos”, familia que incluye a especies, ninguneadas, como el coatí o el mico rayado, éste último de Méjico. Sus parientes más cercanos son los mustélidos, o lo que es lo mismo, la familia del tejón, la nutria o la comadreja. Ambos ocupan nichos equivalentes, sólo que los primeros conquistaron solo el Nuevo Mundo, consiguiendo los mustélidos ambos. Junto con osos, cánidos y focas forman el suborden de los “Caniforma”, constituyéndose la familia de los mapaches como la más desconocida, sin duda, de todo el orden. Sorprendentemente, realizar un somero estudio sobre los mapaches y su familia es una forma, genial, de sumergirse en la América más genuina, menos occidental, más pura en singularidades, rumores y leyendas.

Etimológicamente, “mapache” dícese que procede del término náhualt (lengua de los antiguos mexicas-aztecas) “mapactli”, o lo que es lo mismo, “el que tiene manos”. Este origen de la palabra mapache debe de contrastarse con el origen del término inglés “racoon”, del algonquino “aroughcoune”, es decir, “el que se rasca con las manos”. Sin motivo especial alguno, es sumamente expresivo el término por el que se conoce al animal en lengua catalana: “os rentador”. Todos estos términos hacen referencia a la curiosa, y acaso humana, costumbre del mapache de lavarse las manos, y la comida, antes de alimentarse. A efectos antropológicos, es sumamente curioso el hecho de que en “mejicano” de denomine mapache a aquel político que roba votos en el desarrollo de una elección: ya sea por las costumbres alimenticias del animal (roba huevos y demás alimentos en su hábitat) o por el hecho de tener un antifaz, señal de los ladrones, en su graciosa cara. El mapache es el animal más conocido de una familia totalmente desconocida. Sin embargo, el premio al más bello, quizás incluso entre todos los mamíferos, debe rivalizarlo con su pariente, el panda menor, animal que antaño se asimiló al panda gigante, en la actualidad considerado un úrsido.

Después de estos dos insignes miembros (éste último el único pariente que habita en el Viejo Continente), existen multitud de seres, más propios de un viaje a tiempos prehistóricos o de una visita a mundos imaginarios. Nos estamos refiriendo al curiosísimo coatí (inteligente y bello animal de las selvas de Sudamérica) o a los misteriosos kinkajou, potos o el mapache cangrejero.

Definitivamente, el conocimiento social que se nos inculpa procede de aquellas experiencias que, valga la redundancia, experimentaron la élite de los que forman nuestra cultura: las clases dominantes de Occidente. Si en los campos de Escocia o Valladolid existen nutrias y tejones, ¡es normal que los cuentos versen sobre ellos y no sobre el mapache, y mucho menos, sobre el kinkajou¡ Que nadie se engañe, culturalmente, siguen existiendo el Viejo y el Nuevo continente...

martes, 6 de mayo de 2008

Por qué no ser un lobo estepario

La mayor parte de los hombres no quieren nadar antes de saber

Novalis

“¡No quieren nadar, naturalmente! Han nacido para la tierra, no para el agua. Y, naturalmente, no quieren pensar; como que han sido creados por la vida, ¡no para pensar! Claro, y el que piensa, el que hace del pensar lo principal, ese podrá acaso llegar muy lejos en esto; pero ese precisamente ha confundido la tierra con el agua, y un día u otro se ahogará

El lobo estepario, Hermann Hesse


Dentro de lo excelso de su, por lo demás, genial obra, Hermann Hesse cae en una jugosa contradicción. Asemeja su personaje principal (Harry Haller) a un lobo de la estepa, un cazador de saigas y marmotas que sirve a sus instintos más carnales y atávicos. Obvia al pensamiento en el complemento del nombre. El lobo, como todo animal, sigue en tierra sin pensar, no ahogándose en el mar como el protagonista.

Pensar es malo para la salud. Nuestro estado de ánimos se aqueja de problemas innecesarios, evitables mediante el parasitismo o dejándose uno llevar por su entorno y circunstancia. La cábala se asemeja a la obsesión, la búsqueda de lo racional, acaso irremediablemente, se sumerge en las hostiles aguas de un mundo, por lo demás, plenamente caótico. Quisiera pensar en el lobo estepario como alegoría. Desiderato del Nobel en pro de un personaje afortunado. No es extraño que Bécquer pensara en las golondrinas, o que Durero hiciera famoso al rinoceronte indio, los animales tienen algo que nosotros añoramos: un destino indeciso, con preocupaciones inexistentes.

Definitivamente, ser animal sin intelecto tiene mayores expectativas que acabar en salchicha. Todo acontecimiento se convierte en problema por el mero hecho de considerarlo, privándole de la posibilidad de seguir siendo un suceso, un factor causal dentro de lo infinito de los posibles.

El Caos tiene esas cosas. Al hombre le define el orden, en contraposición con el resto. Intelecto y sabiduría que nos hacen bañarnos en las turbulentas aguas del Mundo, sin continuar siendo meros figurantes de un sistema estático, compuesto por seres manipulados por la gracias de las fuerzas físicas y del cambio.

Elijo pensar. Elijo ser consciente, o al menos, tender a conseguirlo. Uno puede reflexionar en el ayer y en el hoy, en el amor y en el miedo. Lo que puede ser sencillo se transmuta en dificultad cuando se quiere hacer inmaculado, un amor en frenesí puede tener desdichas consecuencias, cuando uno intenta hacerlo todo perfecto.

Quizás el lobo de Hesse simplemente necesitó un flotador que perdone y comprenda, una superficie flotante a la que sujetarse. Todos tenemos miedo al riesgo, necesidad de seguro con el que enfrentarse a las garras del Azar. Definitivamente, no sé si hay algo que, como tú, me pueda servir tanto para esta misión. Ser mi isla en el océano. Quizás este sea el mayor de los motivos, de porqué te quiero tanto. Aullaré como el lobo dichoso, que recluido en el más digno de los vergeles, supo despedirse de lo hostil de todo lo estepario...

Sobre la imagen: This file is licensed under the Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5 License. Autor: VxD

domingo, 4 de mayo de 2008

Amor a un pueblo

Sus pasos son motivo para volver a este pueblo. ¡Quién osará asegurarme que seguiría queriendo las peñas, las amapolas de mayo, los buitres solitarios o las centenarias carrascas si no fuera por lo que les quiero, por lo que me siento ligado a ellos: peligros del cariño, maestros de lo docto y excelso! No me atrevo a afirmar que el hombre sea el único animal sin sentimientos; sin embargo, parece obvio que marcamos nuestro territorio con nuestras memorias, itinerarios pretéritos, rastros de cariños y de recuerdos.

Mis tíos son alguien más que eso. Son una meta a la que he llegado, bienaventuradamente, sin mayor mérito que mi propia suerte. Motivo por el que temer al tiempo raptor, aquél que parece jugar con nuestros hilos de vida, no sabiendo cuán importantes son éstos para los que quedan a la deriva. Seguiré siendo pagano en honra a la pérdida de mi abuela, seguiré estando agradecido con quienes, sin mayor obligación que su conciencia, en buena parte me criaron en esencia.

Anguita es un acervo de nacionalismo. Una contradicción para mi ideología que desprende pasión, amor e identificación con sus árboles y riscos. Cada hoja parece reflejar una de tus caras, gestos o sensaciones. Al monte Abadón no se le conoce modo de mentirle, ni a los Altos o Mijotas; todos los árboles tuercen sus copas en pleitesía al tiempo, tumbados al sol de quienes te quieren y quisieron, amor a la tierra, amor al pueblo. Todas las gotas del Tajuña no osan sumar más que una milésima libra de lo que pesan mis sentimientos. Un te quiero en forma de baenales y carrascas, un corazón tallado en Torre con alas de cigüeña. Pese a todo, nadie me resuelve la duda. No alcanzo a comprender si las tierras son merecedoras neutrales de cariño, o simples recreaciones del Pasado que iluminan tus recuerdos. ¿Somos parte del medio o mundos que lo representan? Sigo mis pasos por el monte, y no encuentro lógica respuesta. ¿Anguita es la familia, mis tíos o mis melancólicos recuerdos? ¿Tierra Santa lejos del Jordán o Jerusalén de los Sueños?

Ahí dejo la pregunta, cual brisa que se disipará en lo etéreo. Pasarán los tiempos y seguiré falto de respuesta o conocimiento; estoico siervo de los encinares, con aires de hombre urbano. Por todo seré siempre un agradecido sobrino, ante todo frustrado, virtud del cariño que jamás podrá, mucho menos en otro lugar o en otro mundo, atisbar a ser mínimamente compensado.