miércoles, 11 de julio de 2007

La fuerza del grupo, la gracia del mimo

Hoy se ha iniciado un seminario, organizado por la sede la Universidad Menéndez Pelayo en Barcelona, titulado: Neuroética, Derecho y neurocencia de la voluntad. El tema puede parecer algo abstracto, extraño, o cuanto menos, remoto. Nada más lejos de la Realidad, la complejidad del asunto no priva de un interés, ciertamente seductor, al curso. La curiosidad que me connotan las charlas no deja de ser un afortunado descubrimiento, especialmente la conferencia dictada por la Profesora Patricia S. Churchland esta misma tarde. Pese a lo pavoroso del título, “La neurobiología de la autoconciencia y del autocontrol”, la amena exposición desembocaría en temas de mi interés como la evolución de nuestra especie, nuestro sistema nervioso, y en definitiva, aquello que nos conceptúa en tanto que seres humanos.

Un análisis apriorístico del comportamiento desarrollado por varios animales, desde las abejas hasta los babuinos, pasando por los lobos, leones o pingüinos, nos reparará hechos de especialmente interés para nuestra caprichosa mente. La Dr. Churchland cita un ejemplo de tal contingencia, no falto de grandes dosis de expresividad tintada, quizás en exceso, del color de lo que, para algunos, puede llegar a ser sensacionalista. Investigaciones desarrolladas en las cuevas del centro-sur de América han reparado un testimonio tan espectacular como, biológicamente, morboso. El temido vampiro, murciélago parásito que se alimenta a base de sangre, ha desarrollado ciertos indicios de “pautas sociales” que lo acercan a aquellas especies que antaño fueran calificadas de superiores. El vampiro americano perfecciona una clara manifestación de trustworthiness (confianza) al regurgitar parte de su anterior comida en favor de su desafortunado compañero que no alcanzó alimento alguno durante la noche. El suceso no deja de ser un éxito del grupo como un todo. El individuo se correlaciona con la "sociedad" de los vampiros perfeccionándose relaciones de confianza que, sobrepasando la educada camarería, alcanzan los contornos de la supervivencia como especie.

Un autor citado por la profesora, Paul Maclean, afirma que "la historia de la evolución de los mamíferos es la historia del desarrollo de la familia como medio de vida". Quizás sea un momento propicio para apuntarme un tanto, o repelentada. No acabo de comprender en qué difieren las conductas de algunas aves (incluso las hipotéticas vidas de dinosaurios como el Maiasura de Montana) con la de los mamíferos como un todo. Es evidente que el vínculo lácteo acontece como lazo inexcusable de convivencia entre hijo y madre, pero pudiera decirse lo mismo de la incubación del huevo, o del alimento del más primordial de los polluelos. En fin, frente a ello (y obviando comportamientos fascinantes de especies "inferiores" como los de abejas o termitas) la profesora Churchland propone una interesante hipótesis. El ser humano comparte con los primates una gloriosa adaptación; se trata de las conocidas como neuronas espejo. Tales "tesoros nerviosos" nos facultan para el mimo, idea jocosa que no deja de ser una hipótesis, algo más que válida para explicar el fenómeno.
Aquello que justifica nuestra diferencia (que no superioridad) adaptativa son, como en tantas otras ocasiones, el medio en el que le ha tocado medrar a nuestra especie. La partida de la jungla a la sabana (debida a factores medioambientales) derivó en la posibilidad de conocer métodos que facultaran para el aumento de capacidad en el mantenimiento de individuos. Las poblaciones crecieron, potenciándose el intercambio de conocimientos. Es el fenómeno civilizador, el "Big Bang" de nuestra especie, el peldaño que nos faltaría por escalar para llegar a ser humanos y todo ello por un cierto determinismo genético (la tenencia de neuronas espejo) condicionado por la Odisea de nuestra especie.

Lo curioso encuentra simbiosis con lo real. El mimo perfeccionado por nuestras neuronas parece ser el camino correcto para poder comprender la gracia del lenguaje y del conocimiento. Es el argumento, no definitivo como todo en ciencia, que nos permite ordenar nuestras ideas sobre nuestro potencial frente a monos, loros y velociraptores. El mimo nos sirve de graciosa conclusión: en un cerebro perfectamente especializado en la búsqueda de soluciones de éxito estadísticamente posibles, la cultura acontece como fruto de nuestra capacidad de imitación, de nuestro patrimonio genético, y de nuestras neuronas espejo.

Las imágenes proceden de Wikipedia Commons, estando sujetas a GNU Free Documentation License, Version 1.2.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Que cosas más curiosas se aprendemos contigo. La verdad esto del mimo no lo había oído. Gracias por la información.

slaudos

Patri dijo...

Me encanta ller lo que escribes, pero sobre todo como lo explicas. ^_^

Besotes

PD>me encantan los vampiros... o_-