La visita al Museo de la Ciencia de Barcelona siempre repara alguna sorpresa. Una universalidad de fósiles, minerales, restos vegetales, animales y arqueológicos (inmejorablemente contextuados por el ingenio de Jorge Wagensberg) no dejan de rendir homenaje a lo diverso de la Vida y el Medio; lo dichoso de la Creación y su vertiente evolutivo, ya fuera de origen divino para unos o producto de la incertidumbre para el resto. Precisamente es este vocablo aquello que más me ha hecho reflexionar durante mi estancia en tan sapiencial edificio. La manifestación última de la teoría del Caos no deja de ser un concepto tan hipotético como la ciencia en su más puro estado. Algunos lo refutarán, otros, entre los que me incluyo, le rendirán homenaje a través de su descripción y estudio.
La incertidumbre se halla en clara oposición privativa con el orden predeterminado. Si por algo se caracteriza la ciencia del Caos es por admitir la imposibilidad de predecir con exactitud el Futuro, más allá de efectuando complejos cálculos estadísticos. El Caos hace que la adaptación al medio, de generación plenamente aleatoria, se efectúe con anterioridad al auge del problema ecológico. Ello no deja de ser una manifestación aplicada de la Selección Natural, si bien, valga decir que también nos sirve de contraposición al funcionamiento de nuestra mente: donde el problema es anterior a la adaptación ex profeso de nuestro intelecto.
De entre todas las contingencias tratadas en la muestra, la recreación de cierto animalillo me inspira, imperiosamente, en la redacción de este artículo. Se trata del Myotragus balearicus, curioso rumiante sito, en lo que a puesto evolutivo se refiere, en un punto equidistante, prima facie, entre las actuales ovejas y cabras. Si bien pudiera parecerse más a éstas últimas, parece ser que el animal, endémico de las Baleares (islas de Mallorca y Menoría), estuvo más emparentado con las ovejas, y por lo tanto, también con animales como el argalí, el arruí o el muflón (ello en base a un estudio realizado por la UPF). Más allá de la peculiaridad taxonómica del espécimen ya extinto (hace en torno a 5.000 años), aquello que más me llamó la atención fue su mirada, cómo un rumiante pudo haber estado observándome, fijamente, con sus ojos de frente.
Si algo excepcional de la “oveja balear” es el endemismo tanto de la especie como de su visión. El animal en cuestión, evolucionó de tal forma que las órbitas de los ojos mutaron hasta alcanzar una visión similar a la de los humanos. Caprichos del Destino, el invento no triunfó entre cabras a diferencia de lo acaecido con los monos...
Si por algo se caracteriza la Evolución es por regirse por sus propias normas, o lo que es lo mismo, según su inaccesible Ley, siguiendo la mecánica que sólo ella marca. Tal vez sea ello lo que llamamos Dios en ocasiones, ese centro de desconocimiento notable que nos está vedado por nuestro intelecto, irremediablemente, humano. Cuestiones de Caos e incertidumbre que se rigen por los dados de la Madre Naturaleza, herramienta primordial que ha ido basando toda dinámica del comportamiento evolutivo.
La incertidumbre, por definición, no excluye que se puedan dar “experimentos biológicos”, tan curiosos como fallidos, que en ocasiones presentan las más sorprendentes similitudes en especies que jamás estuvieron emparentadas. Es el caso, conocido en paleontología, del tigre dientes de sable (Smilodon) y el dientes de sable marsupial de Suramérica (Thylacosmilus). Ambos individuos ocuparon un nicho ecológico equivalente, con similares adaptaciones, sin cumplir parentesco directo alguno. Simplemente, aquí lo curioso, acaecieron ciertas mutaciones que predestinaron a ambas especies para el éxito, dándose la solución con anterioridad al problema, a la sazón, el notable vacío de depredadores existente.
¿Quién sabe si la evolución creará algún día un ser inteligente, no necesariamente emparentado con nosotros, que nos desplace? ¿O qué tal un pez capaz de montar en bicicleta, un conejo listo o un gorila acto para hablar y recitar poesía? Si por algo se caracterizan las actuales ciencias es por haber alcanzado atisbar las fronteras de ese desconocimiento que en ocasiones ha tergiversado en hecho religioso. Lo indescifrable no deja de ser tan natural como sus resultados, nuestra Ciencia es finita y la Naturaleza, caprichosa…
La incertidumbre se halla en clara oposición privativa con el orden predeterminado. Si por algo se caracteriza la ciencia del Caos es por admitir la imposibilidad de predecir con exactitud el Futuro, más allá de efectuando complejos cálculos estadísticos. El Caos hace que la adaptación al medio, de generación plenamente aleatoria, se efectúe con anterioridad al auge del problema ecológico. Ello no deja de ser una manifestación aplicada de la Selección Natural, si bien, valga decir que también nos sirve de contraposición al funcionamiento de nuestra mente: donde el problema es anterior a la adaptación ex profeso de nuestro intelecto.
De entre todas las contingencias tratadas en la muestra, la recreación de cierto animalillo me inspira, imperiosamente, en la redacción de este artículo. Se trata del Myotragus balearicus, curioso rumiante sito, en lo que a puesto evolutivo se refiere, en un punto equidistante, prima facie, entre las actuales ovejas y cabras. Si bien pudiera parecerse más a éstas últimas, parece ser que el animal, endémico de las Baleares (islas de Mallorca y Menoría), estuvo más emparentado con las ovejas, y por lo tanto, también con animales como el argalí, el arruí o el muflón (ello en base a un estudio realizado por la UPF). Más allá de la peculiaridad taxonómica del espécimen ya extinto (hace en torno a 5.000 años), aquello que más me llamó la atención fue su mirada, cómo un rumiante pudo haber estado observándome, fijamente, con sus ojos de frente.
Si algo excepcional de la “oveja balear” es el endemismo tanto de la especie como de su visión. El animal en cuestión, evolucionó de tal forma que las órbitas de los ojos mutaron hasta alcanzar una visión similar a la de los humanos. Caprichos del Destino, el invento no triunfó entre cabras a diferencia de lo acaecido con los monos...
Si por algo se caracteriza la Evolución es por regirse por sus propias normas, o lo que es lo mismo, según su inaccesible Ley, siguiendo la mecánica que sólo ella marca. Tal vez sea ello lo que llamamos Dios en ocasiones, ese centro de desconocimiento notable que nos está vedado por nuestro intelecto, irremediablemente, humano. Cuestiones de Caos e incertidumbre que se rigen por los dados de la Madre Naturaleza, herramienta primordial que ha ido basando toda dinámica del comportamiento evolutivo.
La incertidumbre, por definición, no excluye que se puedan dar “experimentos biológicos”, tan curiosos como fallidos, que en ocasiones presentan las más sorprendentes similitudes en especies que jamás estuvieron emparentadas. Es el caso, conocido en paleontología, del tigre dientes de sable (Smilodon) y el dientes de sable marsupial de Suramérica (Thylacosmilus). Ambos individuos ocuparon un nicho ecológico equivalente, con similares adaptaciones, sin cumplir parentesco directo alguno. Simplemente, aquí lo curioso, acaecieron ciertas mutaciones que predestinaron a ambas especies para el éxito, dándose la solución con anterioridad al problema, a la sazón, el notable vacío de depredadores existente.
¿Quién sabe si la evolución creará algún día un ser inteligente, no necesariamente emparentado con nosotros, que nos desplace? ¿O qué tal un pez capaz de montar en bicicleta, un conejo listo o un gorila acto para hablar y recitar poesía? Si por algo se caracterizan las actuales ciencias es por haber alcanzado atisbar las fronteras de ese desconocimiento que en ocasiones ha tergiversado en hecho religioso. Lo indescifrable no deja de ser tan natural como sus resultados, nuestra Ciencia es finita y la Naturaleza, caprichosa…
Segunda ilustración procedente de http://www.fabiopastori.it/
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