sábado, 4 de agosto de 2007

Suspiros del Moncayo: reflexiones de un viaje


El fenómeno étnico puede ser visto en tanto que pertenencia, caracterización social diferente del resto. Cuando como, bajo mi punto de vista, la mayoría (unicidad) de los casos se reduce ello a las sensaciones de una persona, debemos de hablar de memoria, sentimientos, recuerdos. Se me ocurre que quizás la etnia o nación no sean nada más que alianzas de conveniencia, pequeñas asociaciones de belicosas gentes, fuere en lo marcial o con el pensamiento. No alcanzo a comprender si ello tendrá significado alguno de obviar el velo del oportunista político de turno, sin embargo, he de reconocer que como individuo, y no como miembro de la tribu, me identifico muchas veces con tal contingencia.

Suele acaecer pasada Calatayud, en mi viaje hacia tierra anguiteñas. Hoy ocurrió, abandoné mi casa para visitar mi tierra, mis raíces, ese río de sentimientos y sensaciones que aún no sabe qué es chocar con el infortunio de la pérdida. Mi joven vida me ha reparado no separarme jamás del participar en el viaje, el cambio de aires lo comporta también de miradas y de letras, de pensamientos y de ideas. Para alguien dañado por la más fiera de las melancolías, contemplar al gran coloso le hace reflexionar, pensar en visiones pretéritas, viajes a un mismo sitio, en diversos tiempos.

El verano nos repara descanso a algunos, cambios a muchos, nuevas experiencias para el joven, quizás alguna que otra sorpresa para el viejo. El verano custodia a Anguita, sus montes y paisajes y los senderos que a ello conducen. Me quedo con el Sistema Ibérico, esos montes maños de poca altitud y mil y una leyendas. Hogar de Baltasar Gracián, Marcial, El Cid y la Dolores. Calatayud, Morata, Ateca o Terrer, villas ilustres protegidas por geológicas fortalezas.

Las obras del tren de alta velocidad agujerean sus entrañas, quizás con más pena que gloría, pero perfeccionándose la contingencia. Se trata de tierras infames, sin mayores pretensiones que el progreso de turno y contemplar cómo pasa el Mercedes apartando a la burra. ¡Largo! Alguien debiera recordar la CE y eso de la igualdad de los españoles, la comunidad de destino, acaso de sueños. Calatayud se impone pidiendo respeto, yo me decanto por seguir contemplando al Moncayo.
Las faldas del montañés sistema asemejan caderas de gentiles doncellas. La fertilidad se concentra en el pubis, naciendo frutales, olivos y viñedos de entre las áridas colinas. El Moncayo todo lo contempla, quizás como deidad celtibera, marcando el terreno frente a quines llevan camisetas con referencias a Montana, las Rocosas, los Montes Apalaches o las playas de Miami, ¿acaso fuera el bello monte menos digno? Aragón existe, así lo demuestra la colosal, y próspera, ciudad de Zaragoza. Mi “pseudo-nacionalismo” poco disimulado se me disfraza de mal, aun siendo mero sentimiento. Un recordatorio de buenos momentos en el viaje, sin más exigencias de rancia lingüística o metafísicos agravios. No ha peor insulto que el empobrecer, mayor envidia que la de la riqueza. Los montes serranos son tan cultivables como ninguneados, apareciendo sólo cuando a priori se les está maltratando. No marchemos al Amazonas, acaso Bilbilis no tendrá derecho a progresar agujereando sus tierras, hacer infraestructuras en pro del progreso, ¿se ríen de PlaZa aquellos que acabaron con sus riberas o dunas de marisma?

El progreso tiene mucho de hipocresía. Existen pocos equilibrios, muchas pérdidas y desilusiones para idealistas. Sin embargo algo queda. Un poso de melancolía que observar cuando paso al ir a mi pueblo. Las vacaciones son para descansar, pero también para seguir escribiendo. Devolver la atención al Moncayo y seguir respirando los puros aires del Sistema Ibérico....

1 comentario:

Ophir Alviárez dijo...

La "evolución" y sus contradicciones.

De viaje? Voy a lo mismo.

Abrazos,

OA