“Esta lucha entre el sajón Stressemann y el renano Marx, entre el prusiano Wilhelm y el príncipe Max de Baden, entre los autonomistas renanos y el parasitismo de Berlín; del resultado dependerá en parte la paz de Europa”.
Charles Bonnefon
Como en todo gran país, en Alemania existen contrastes, desequilibrios y múltiples divergencias entre territorios. Para alguien dedicado al Derecho, no deja de ser paradigmático que el alemán sea aquel Derecho, cuanto menos en lo civil, que mayormente refleja su pasado romano (gracias a la exégesis del derecho justinianeo por parte de los pandectistas). Resulta sumamente curioso que la tierra natal de los pueblos “germánicos” (nominalmente, quienes acabaron con el Imperio Romano de Occidente) sea ahora la más privilegiada heredera de sus enseñanzas, no sólo en lo jurídico. Junto a este aspecto, muy
divulgativo y un tanto generalista, Alemania participa de múltiples, y un tanto caóticos contrastes, como puedan ser el hecho de ser la cuna del protestantismo, el reino de origen de Carlos V y Arminio, Estado que incluye a Prusia (similar no sólo en el nombre a la gran patria eslava) o insignia del industrialismo continental y, correlativamente, del integrismo paneuropeo.
Alemania no deja de ser una tierra a la vez centro y encrucijada. Se le considera el corazón de Europa, motor y tierra en la que se alzaron ciudades como Aquisgrán (la capital de Carlomagno, “Aachen”), Colonia o Tréveris; a la vez que es una tierra de transición entre el mundo eslavo y oriental (turcos en lo demográfico, polacos, checos y bielorrusos (y rusos) en lo geográfico). Alemania es tan variopinta como poderosa, moderna como histórica. Sus regiones poco tienen que ver entre sí, y de hecho, en no pocas ocasiones se han contrapuesto, fuere en ideologías o marciales disputas. Destacaría de su larga historia tres instantes: el mundo Romano (donde el “limes” del Rin era presa de las tropas germánicas), la guerra entre católicos y protestantes (Lutero surgió de Alemania, así como la Paz de Westfalia) y, por último, la división alemana posterior a la Segunda Guerra Mundial. Digamos algo de ésta última contingencia.
Como bien es sabido, Alemania se dividió en dos partes como consecuencia de la caída del III Reich: el oeste para Occidente y el oriente para los soviéticos. Algo tan sumamente politizado y “artificioso” no dejó ver a muchos el hecho de que se separaron dos mitades, en no pocas cosas contrapuestas, de un país recientemente creado. Los 120 kilómetros que separan Dresden de Praga, o la escasa distancia existente entre Colonia y Bélgica son un ejemplo de la división en dos de la República Federal Alemana. El Occidente del país, con las grandes urbes de la Cuenca del Rhür a la cabeza (Bonn, Colonia, Dortmund, Gelsenkirchen, Dusseldorf...) contrastan con el Oriente del país, donde apenas destacan Dresden, Leipzig o... Berlín. Ese “espíritu objetivamente introvertido”, motivador de ser una nación propensa a la burguesía, al seguimiento de un líder, al sueño, la labor y la imitación, no parece ser suficiente. La idea psicoanalítica de Freud no nos sirve para explicar el fenómeno, debiéndonos referir, como una causa más, a los tres grandes puntos de referencia histórica a los que antes hemos citado, y especialmente al aspecto de la romanización.
La región más industrializada de Alemania tiene cuasi total correspondencia con los antiguos dominios germánicos de la potencia romana. Tréveris y Colonia se hallan en tal región, parte del territorio alemán que fue “civilizado” directamente por los romanos de Occidente, y no indirectamente por los imitadores del Sacro Imp
erio. La calidad de las infraestructuras, de la vida urbana, comercio y productividad de estos si
tios desequilibró, desde un tiempo primordial, la balanza en favor del Oeste de Alemania. Obviamente de nada sirve hablar de historia común, o “nacional”, dadora de derechos o privilegios, pero es totalmente cierto que en Alemania hubo una parte más propensa al avance y al esfuerzo por ser una potencia global: quién sabe si en total relación con la herencia romana. Por otra parte, Europa ha salido ganando del dominio de esta mitad, lo contrario no solamente hubiera sido peor, sino ante todo, temido.
Dada la mayor similitud (étnica, racial, cultural, lingüística e incluso religiosa, por su tardía cristianización) el Este de Alemania siempre ha tenido lazos más fuertes con sus vecinos rusos y polacos que con Francia o Italia. El carácter de su tierra (frío y austero) impregna a las gentes del Este alemán con un temperamento más gélido y austero. La rudeza de la frontera oriental aún es hoy, incluso, contrastable con la mayor “civilización” de las urbes de las fronteras con Francia, Bélgica o Holanda. Pese a todo, todo tiene sus pros y sus contras. El “esfuerzo” del Occidente alemán ha conseguido arrancar, temporalmente, a sus vecinos del este del yugo ruso. Rusia no ha alcanzado, aún su sueño de “unirse” con Alemania para la hegemonía en Europa. Aquello que ya temiera, a principios del siglo XX, Coudenhove en su obra clave (“Paneuropa”) sigue amenazándonos con igual fuerza a los partícipes de la Unión Europea. ¿Dejar que Alemania se acerque a Rusia, o acercar, e integrar, Rusia en nuestro grupo? Esa es la verdadera pregunta a hacer en Estrasburgo o Bruselas, no otras que colorean sus puertas...
* La "Porta Nigra" romana de Tréveris. En segundo lugar, mapa medieval de la urbe de Colonia.