martes, 29 de julio de 2008

La cabra del abuelo

Zalakin era un chico muy curioso, un buscador de respuestas inexplicables, para preguntas imprevisibles. Su melancolía reñía con sus escasas primaveras, sus cortos años sólo alcanzaban a formar manojitos pobres, grupos de años dorados por la más tierna infancia. Era un chico honrado y trabajador, ayudaba en todo a su abuelo, buscándole hierbas y frutas silvestres con las que preparar éste sus ungüentos. Juntos vivían en la tenebrosa choza del pantano, junto a la ciénaga penitente, el Pantano de las Melancolías. Durante un periplo, practicando el rapto, Zalakin encontró un descomunal trébol de tres hojas. De sus filos precipitaban mucosas aguas liliputienses, lágrimas de rocío, mojadas de madrugada. Zalakin no había podido contemplar jamás algo tan bello, nada por lo que sufrir aprensión de ese tipo. Lo cogió, lo taló cuál depredador herbívoro. Zalakin le llevó el biomásico tesoro a su longevo padrino, él le felicitó por ello, era un ejemplar de consideración, un ingrediente de entre todos los primeros. Mientras cocinaba la pócima, Zalakin apoyó sus pequeños brazos en el mueble, acaso cuchitril, que su abuelo usaba por cocina. Silbando los vientos, uno tras otro, Zalakin comenzó a relacionar la forma del vegetal con el órgano primordial de sus carnales adentros. El anciano temiose la reacción futura del nieto, por lo que pregúntole qué santo le había iluminado en aquel momento. Zalakin sonrojó cual sorprendido cervatillo, habló al viejo de sus inquietudes, sus dobles de aquel momento. Le enseño el dibujo de un corazón y el recuerdo de aquel trébol. Como el infante sabía, todo ello le recordó a su abuelo una historia, un suspiro triste dentro del cenagal de los mil y un lamentos. “De un rebaño se escapó una vez un chivo, un lozano borrego eufórico por ser el amo. Sus topetazos le dieron buen talego, derribando sus esperanzas, condenándolo al exilio forzado. Sólo, a libre disposición de osos y lobos, el cabrito ramoneaba los pobres pastos pensando en lo estoico, inmune ante el entorno, sólo en el pensamiento. El chivo no tenía mayor preocupación que nutrirse para cada jornada, el Destino hacía tiempo que le había sido escrito, y para nada, pareciera que le fuera a dar ya grandes emolumentos. Lo estoico, paradójicamente, le hizo fuerte. No pensar en su final supuesto le apoyó en los momentos más solos de su triste periplo. Era una cabra sin rebaño, un animal del bosque, un caminante sin camino, solitario. Las zarzas, brezos, tejos y ramones le daban el poco alimento del que vivía, pobre cabrilla de media tarde, ¡que al amanecer continuaba siendo maldita! Un día, Marco Aurelio, quizás Séneca o Epícteto, se le esfumó de su ovicaprino intelecto. La cabra sintió compasión por sí misma, ¡fue dichosa en el espacio y el tiempo! Buscando hojas se topó con el árbol, en vez de hierbecilla se encontró con un colosal trébol de tres hojas, alto y mojado de rocío. La cabra baló y saltó regocijándose con el descubrimiento, la paciencia y misericordia por sí misma le hicieron ser paciente para la redundante espera, digna merecedora de hallar un tesoro olvidado. No sabía si contemplarlo o continuar con sus instintos. Por más que pudiera haber sido reptil, ahora volvía a ser mamífero, la cabra se sentía puta, maldita más que en cualquier momento. Se zafó del sentimiento con mordiscos de rumiante, la cabra se comió el trébol, siendo el primer animal con corazón en su seno”.
El abuelo dijo a Zalakin que procurara estar preparado para encontrar su verdadero trébol. Debía saltar como la cabra, pero manteniendo siempre su referencia con relación al suelo. El animal fue sabio en el buen hacer, Zalakin debía imitar, antes comprendiendo. ¿Fue el amor quien hizo que el animal quisiera lo querido dentro? ¿Fue el miedo a perderlo el que lo condenaba a desearlo en todo momento? Zalakin sigue, a sus más de trescientos años, haciéndose la cuestión en la que le introdujo en su día su abuelo...

viernes, 25 de julio de 2008

Vespasiano: un Emperador ambiguo

Respecto al exterior, somos lo que parecemos. Salvo indagaciones íntimas de quienes nos rodean, en el mundo somos lo que el resto percibe. En no poca medida, en ello se basa la idea de "persona". Después de todo, lo que uno percibe de sí mismo, se conoce como autoestima. Si de veras no interesa la opinión del tercero, somos gente poco importante (predestinada a desaparecer con su cuerpo); sin embargo, aquél, que para bien o para mal, está predestinado a ser inmortal en las mentes del resto, requiere de un ropaje que se forma, en no pocas ocasiones, por rumores, suposiciones y maquinaciones de terceros. Si estudiamos, muy someramente, algunas generalidades de las biografías de los diferentes Emperadores romanos, nos daremos buena cuenta de cuán cierto es todo ello. Dejando a un lado a los “clásicos”, existen figuras, para el público secundarias, que, sin embargo, tienen el prestigio de haber sido reconocidas como grandes Emperadores. Especialmente me vienen a la cabeza un padre y un hijo, el padre es Vespasiano, su vástago, Tito. Tito Flavio Vespasiano es el paradigma del buen romano. En un tiempo de cortesanos, conspiraciones y asesinatos, sirvió al Imperio con la máxima de todas las honorabilidades posibles. Fue un eficaz gobernante de la provincia de África, pese a recibir lanzamientos de nabos, un gran estratega en la conquista de islas, sin importar que la británica isla de Wright fuere ínfimamente menor que Sicilia. De su boca surgirían frases lapidarías. Se dice que rechazó un económico presupuesto mediante el que subir piedras al Capitolio con el argumento de que “Debo tener siempre la seguridad de que la clase obrera gana suficiente dinero para comprar pan”. Vespasiano era un hombre ejemplar, un romano modélico. Como ejemplo de buen hombre de su tierra, se cuenta que jamás dejó de visitar, y favorecer, a su pueblo de origen (Roccagiovine), conservando siempre, con total orgullo, un acento típicamente rural. Frente a los excesos de Nerón, el infame, Vespasiano se nos presenta como el más sobrio, riguroso y digno de todos los Césares. Fundó la dinastía de los Flavios, no perteneciendo a la aristocracia, respetando a sus superiores mientras le rigieron con poderes y mando, siendo contundente, cuando tuvo que haberlo sido. Vespasiano, y sobre todo su hijo, Tito, pasaron a la historia, no sólo por iniciar la construcción del anfiteatro Flavio (el Coliseo), sino también por acabar con la rebelión judía que prendió en aquellos tiempos. Flavio Josefo, nada que ver con la dinastía imperial, pasaría a la posterioridad por narrar el conflicto que aquí se menciona. La revuelta judía (66-73 d.C.) fue recogida por su puño y letra, llegando a nosotros en tanto que incalculable testimonio de aquel acontecimiento. Josefo fue judío, prendido por los romanos en los inicios de la contienda. El hecho de “predecir” el futuro mandato imperial de Vespasiano, le valió su perdón, aunque la historiografía hebraica se empecina en reivindicar su papel de traidor. La descripción que realizara del Templo de Jerusalén (en la que se basaría Felipe II para la construcción del Escorial) adquiriría especial valor virtud de los acontecimientos que él mismo se encargaría de narrar. Si Calígula, imponiendo su autoridad, fue capaz de erigir una imagen suya dentro del Templo, Tito (comandando las tropas de su padre) redujo a cenizas el Templo, acabando con el mayor símbolo identitario entre los judíos. Valga recordar, igualmente, que fue precisamente durante estas guerras, cuando se configuró el mito de Masada (epopeya nacionalista del sionismo israelita). Una cosa está clara. La benignidad de las descripciones romanas bien nos pueden haber dejado la impresión de que Vespasiano fue, más que un hombre modélico, un sujeto creado por quienes les rodeaban, un hombre de paja, un personaje ideal para una obra singular. Frente a la falsa idiosincrasia que nos ha llegado de Nerón o Domiciano, Vespasiano no acaba de convencer a nadie como uno de los grandes. Más allá de ser el reformador, y forjador, de la futura prosperidad del Imperio, constructor del Coliseo, vencedor en Judea, Vespasiano parece ser un hombre ninguneado, quién sabe si por no ser merecedor de mayores elogios, o por ser la peor pesadilla de los judíos. Suposiciones al aire, la historia, una vez más, dista de ser una ciencia objetiva, un cúmulo de fórmulas empíricamente contrastables, como pudieren ser la Física o la Química.

  • En primer lugar: The Triumph of Titus by Lawrence Alma-Tadema, Oil on canvas, 1885
  • En segundo lugar: vista de Masada (Israel)

lunes, 21 de julio de 2008

La suerte del pagés del Maresme

Dentro del imaginario catalán ocupa un puesto preeminente el “pagés”, hombre de campo y de cosechas, habitante de los Mases y demás explotaciones de labrantío. Personalmente, cuando pienso en un pagés me viene a la cabeza la imagen de Josep Pla, estereotipo donde los haya, con su boina, su cigarrito de liar, su ropa antigua y su rígido bastón, a la vez arma con la que medir espaldas, y respaldo en el que apoyarse en tanto que tercera pierna, para algunos, pensaría nuestro ejemplo, quizás cuarta. El pagés es un hombre de campo, o al menos eso era hace ya varios entonces. Por lo que a los campos del Principat se refiere abundaban las explotaciones de vides (antes para aguardiente, ahora para vinos y cavas), las hortalizas, los olivos y los frutales. Trigos no encañaban como en Castilla, razón por la que muchos se espabilaron, fuere fundando empresas, o tostando panes a la leña, práctica poco corriente en la Meseta. La explotación del pagés aunaba los conceptos de propiedad, familia y costumbrismo. Se trataba de pequeñas empresas familiares donde el patrimonio, en no pocas ocasiones, era a renta, pero los productos se ganaban en la propia mano, con su correlativo esfuerzo. Venturas del Azar, hubo quien pudo cultivar su propia parcela, e incluso ir adquiriendo sus fincas colindantes. A los capitales generados por el comercio del aguardiente y demás productos de la antigua Cataluña, se le dio un uso del que se beneficiaría toda España, la Industrialización del País, empezando por rincones de fértiles vegas, como pudieran ser Barcelona o Mataró (ciudades que gozaran del primer ferrocarril, pero también de la primera autopista de pago). Precisamente entre ambas urbes se halla la comarca del Maresme. Como su nombre indica, la región de la que este artículo es medio, fue en otro tiempo un terreno fangoso plagado de charcas, navajos, “aiguamolls” y demás exponentes del ecosistema acuático mediterráneo. Cuando las obras lo permiten, en las fincas, hoy superlativamente revalorizadas, se forman estanques a los que acuden mendigos de pasadas ciudades aviares: garcetas, ánades, gaviotas, e incluso, cormoranes. El Maresme cambió, como otras tantas regiones del globo, el agua por el dinero. Sus marismas se secaron en pro de la construcción; pues como viene sucediendo desde Roma y sus “villas vacacionales” camino de Capua y Nápoles, el Mediterráneo es sujeto de explotación turística frente al mar, ¡que no paraíso para aves y focas monje! No por habitar en su término, que no en su pueblo, Vilassar de Mar es un enclave de digna mención en toda descripción, de entre las posibles, de este curioso fragmento de nuestro planetario terreno. Se trata de una villa singular, una humilde doncella que pasó a ser reina con corte, de barriada de pescadores a lugar con obreros, burgueses y pageses enriquecidos con la venda de sus campos de hortalizas, y más en este caso, de flores. El pagés es de nuevo protagonista primordial en este pueblo; en pleno siglo XXI, cuando la barretina se ha cambiado por el Mercedes, y el Mas por la cesión de solar por edificación futura... Que cada cual haga sus propias conclusiones. Existe un problema, no sólo catalán, que fragmenta la sociedad, de forma un tanto mimetizada. Si Pirenne dijo en su día que las grandes familias burguesas se alzaron con el poder desde un oficio, en aquel momento infame, como el de ser comerciante, en estos lugares de la costa mediterránea, el bucólico pagés ha adquirido privilegios como panes, regalos con total agravio, creándose una serie de clases y privilegios, que el antiguo sembrador de cebollas jamás hubiera podido haber imaginado. Con el pasado “boom” inmobiliario, no sólo Calella, Torremolinos, Vélez-Málaga o Benidorm fueron objeto de actuaciones urbanísticas en masa. Pueblos, no tan citados, como el propio de Vilassar de Mar (antiguo San Juan de Vilassar), han sufrido masivas transformaciones que los han llevado desde lo campestre a lo urbano, ¡sin haber pasado por la preceptiva saga de grises! La dinámica urbanística e inmobiliaria, ha hecho que se custodien grandes capitales por parte de quienes se enriquecieron vendiendo estas obras de nuevo cuño, así como por quienes vendiendo sus huertas, fueron sacados la común masia para habitar el “Eliseo de los Millones”. Denuncio un agravio propio, como pocos antes lo hicieron para desgracia. En la costa barcelonesa existen pueblos donde según qué clases tienen privilegios, un tanto medievales. Unos compran casas unifamiliares por dejar sus pisos en la Metropolitana, siendo charnegos en tierra de pageses, señores feudales de nuevo cuño, sólo que hoy no cobran privilegio ni diezmo, sino que simplemente cambiaron euros por cebollas, teniendo que pagar, a día de hoy, ínfimamente menos impuesto que aquéllos que vinieron. ¿Quién debe beneficiarse de las plusvalías urbanísticas? ¿Cómo compaginar un pueblo antiguo con una nueva urbe conectada a la metrópolis de Barcelona? Son preguntas que aún no ha resulto, como tantos otros, el Ayuntamiento de éste, mi pueblo.

jueves, 17 de julio de 2008

NUEVO LIBRO A LA VENTA! : "Una historia de Anguita: el pueblo y su entorno"

"Este libro ofrece la historia completa de un pueblo emblemático de la Serranía del Ducado: ANGUITA es un espacio cubierto de pinares, de altos páramos y curiosos entornos naturales, en cuyo territorio existió una densa población celtibérica que ha dejado huellas singular es en forma de castros, necrópolis, campamentos, dólmenes, y un largo etcétera de sitios. La historia antigua se complementa con la medieval, y con épocas sucesivas que son referidas por el autor con gran cantidad de datos y enorme sencillez y claridad. Se ofrece también una descripción amenizada de multitud de grabados del patrimonio cultural de Anguita: la iglesia, las ermitas, la torre medieval, los espacios naturales, las fiestas y un largo etcétera de cuestiones que hacen de este libro una auténtica enciclopedia sobre Anguita, la villa serrana que desvela aquí sus misterios y sus encantos, dispuesta siempre a su visita".
Reseña de la solapa
PVP: 20 €
YA A LA VENTA EN LAS MEJORES LIBRERÍAS!

miércoles, 16 de julio de 2008

Una "caída" controvertida

“El Turco si nos tomare Sisak,
todo nos los pondrá patas arriba, la ciudad de Ljubljana será campo, una provincia turca la Carniola”.
Romance popular esloveno (siglo XVI) Vivimos en la era de la información y de la informática. Los más variopintos, e inverosímiles, rumores nos son accesibles virtud de un tic en el teclado, un movimiento del ratón o un rato de televisión o radio. Sin embargo, de no ser que alguno de nosotros sea un veraneante de Marbella o Formentera, o un vecino de la Moraleja, acontecerá muy difícil que en estos medios se hable de nosotros, a diferencia de lo que sucede, por dinámica y esencia, con los rumores callejeros de vecindario. Con el alzamiento de la familia nuclear frente a la de parentesco, las relaciones íntimas se estrechan, cuasi sobrenaturalmente. Los amigos ocupan lugares en los que otrora estuvieran nuestros primos, y los abuelos disponen de mayor ocio, que el de cuidar de sus nietos. Poca duda cabe de que nuestros conocimientos acerca de la vida de quienes nos rodean es ínfimamente peor al que tuvieran, de sus vecinos, nuestros abuelos y más remotos ascendientes. Para la ciencia de la historia, una fuente de inexcusable valor, precisamente, son estos “rumores”. Y es que, no sólo de pergaminos, libros, documentos, bulas y archivos vive el historiador, profesional o aficionado. Fuentes que nos remiten al pensar, y a las preocupaciones, de la vida cotidiana del pueblo que medrara por aquellos tiempos, acostumbran a ser, cuanto menos, de igual o mayor valor que las fuentes más “estandarizadas”. Un fenómeno que es de especial interés contrastar con las gentes que lo sufrieron, bien podría ser la Caída de Constantinopla. Para el común del gran público, no existe mayor información que la que se publica en los medios "oficiosos" u "oficiales", o lo que no necesariamente es lo mismo, masificados. La Caída de Constantinopla en no pocas ocasiones ha sido vista como el final de la Edad Media, y principio del Mundo Moderno; el fin del último bastión cristiano en Oriente y el auge del endemoniado enemigo turco. Son muy escasos, por no decir inexistentes, quienes se atreven a reflexionar sobre otras posibles versiones de fenómenos, que como éste, son muchas veces tergiversados, e incluso, politizados. Para enjuiciar la situación, de forma irremediablemente sensacionalista, por definición, humana, siempre nos fijamos en una Constantinopla esplendorosa donde prosperaba el comercio y las diferentes culturas a la sombra de la maravillosa Santa Sofía. Desde una óptica “occidental”, no turca (aunque no sea por definición), es una herejía decir que la conquista otomana revitalizó la antigua capital devolviéndole una vida que acaso había perdido desde los tiempos del gran Basilio. Nadie se atreverá a ver a la antigua Bizancio como un obstáculo para la eficiencia del comercio en el ámbito turco. Nadie se centrará en los “piratas” e inconvenientes que desde las murallas de Constantinopla debieron de crearse a las, cada vez más prósperas, flujos de comunicación otomanos. El Conquistador, Mehmet, no fue, en ningún caso, un asesino sangriento. Claro que debieron haber muertes, como en todo conflicto bélico, sin excepción, más aún en un duelo de la intensidad de un asedio. Sin embargo, no podemos obviar que Mehmet no exilió a la población originaria de la capital, permitiendo que siguiera, la mayoría, en sus puestos laborales; llegando, incluso, a adoptar como consejeros a miembros de la antigua corte bizantina. Según qué parámetros se utilicen, el Estambul otomano preservó más características de la antaño próspera Bizancio que cualquier otra cultura sobre la faz de la Tierra. Trascendiendo a la Religión, de forma equivalente a lo que sucede con los conflictos actuales, la lucha entre cristianos y turcos tuvo más de económico que de ideológico.
Si con la Caída (Conquista, según se enseña en Turquía) de Constantinopla no se exiliaron la mayor parte de los antiguos habitantes griegos de la ciudad, sí que lo harían como consecuencia del conflicto greco-turco de primeros del Siglo XX, siendo el creador de la patria turca, Atatürk, quien promovió una “Turquía para los turco” echando a los griegos a Grecia y éstos a sus turcos. Corroborando tal hecho, debe decirse que Mehmet no se consideró así mismo como alguien ajeno a la tradición romana, llegándose a considerar, en un primer momento, sucesor de los Emperadores del Imperio. Obviamente Europa no lo vería con buenos ojos, si bien, ¿alguien puede sostener que fueron los bizantinos, anteriormente, vistos como hermanos por las gentes del Occidente europeo? Obviamente no. Si Constantinopla “cayó” fue en buena parte por la desidia y desentendimiento de las grandes potencias europeas de la época (Alemania, Castilla, Francia o la propia Rusia). Según qué región las simpatías se identificarían con una u otra posición. Así, el agravio griego de principios del pasado siglo se identificó con el sueño de reconquistar Constantinopla (en Grecia, se conserva la expresión, equivalente a “cobardica”, de decir: ¿Así vamos a reconquistar Constantinopla?) y los países eslavos identificaron la caída bizantina con el final de un gran aliado frente al nuevo invasor turco. La resistencia hacia los otomanos sería una de los factores de mayor relevancia para la configuración de los actuales Balcanes, pero eso, bien lo saben, es ya otra historia.

domingo, 13 de julio de 2008

El futuro del fútbol

Todo lo que resulta o puede resultar rentable acostumbra a ser objeto de deseo por parte de quines manejan las finanzas. De hecho, el poderío económico de las élites empresariales, en no pocas ocasiones, es resultado de una acertada política especuladora en relación con aquellos valores, o recursos, que en un futuro están predestinados a generar ganancias a, comparativamente, ínfimo coste. El desembarco de las grandes firmas bancarias en el mercado inmobiliario español ha sido una gran muestra, al igual que la privatización de las grandes compañías energéticas y de comunicaciones o, más recientemente, la inversión en equipos de fútbol. Dentro de las conocidas como “páginas sepia” de “El País”, este domingo, día 13 de julio, me ha llamado mucho la atención el artículo: “Los 'tiburones' se ponen las botas” escrito por David Fernández. Con motivo de la entrada en escena del “magnatísimo” Juan Villalonga, tomando el control del Valencia C.F., este interesantísimo reportaje repasa el panorama futbolístico actual, en cuanto a lo que a su vertiente económico, especuladora, se refiere. De este artículo me gustaría destacar dos cifras. En primer lugar, el dato de que: “de los 20 clubes más ricos, la mitad está inmerso en alguna operación relacionada con la construcción de un nuevo campo o la ampliación del actual. El Valencia es uno de ellos”. En segundo lugar, las plusvalías conseguidas por algunas personalidades, con la compraventa de las acciones de ciertos clubes de fútbol (véanse los 75 millones de libras pagados por el magnate uzbeko Alisher Usmanov, con el afán de conseguir el 14,65% del Arsenal (cifra que debe compararse con las 300.000 libras que pagó su anterior propietario, David Dein, por el control de este club). Más de la mitad de los equipos de la Premier League (Liga inglesa de fútbol profesional) se halla bajo el control de manos foráneas. El fútbol, hoy más que nunca, es un negocio. Un reducto que ha conseguido configurarse como una suerte de canal “franco” en el que la corrupción y el blanqueo de capitales están ganando influencia. El fútbol se halla ante una vital encrucijada. Por un lado están aquellas gentes que disfrutan viendo el deporte en sí mismo, fueren infantes de pocos años o veteranos entrados en carnes. Dentro de un segundo grupo están aquellos radicales, que identifican al club como suyo, muestra de sus ideales y sentimientos, por definición exclusivos y excluyentes frente al resto. En tercer lugar, visto lo visto, se está configurando el ínfimo, en cantidad, grupo de quienes ven en el fútbol un recurso, un mercado ansío de especulación e inversión en terreno, capital o, mejor dicho, simple dinero. Clubes históricos, detentadores de pródigas canteras deportivas, se hunden, o reducen su importancia, ante gigantescos capitales que ven en el negocio, no un tipo de deporte o entretenimiento, sino ante todo, un negocio. En España podría verse el binomio: Sporting de Gijón v.s. Villareal, en Europa el formado por Chelsea v.s. Estrella Roja, Partizán, o Steaua de Bucarest, en el mundo, muy significativamente, la Bundesliga alemana frente a la Premier inglesa. Dentro de este pródigo artículo, arriba citado, se explica cómo los clubes alemanes, en su mayor parte, se basan en una estructura de “propiedad comunal” (tan típica, después de todo, del derecho germánico) y no en sociedades anónimas de posible apropiación privada. En Alemania el fútbol sigue siendo algo, un tanto deportivo, pese a haber igualmente negocio. De hecho, el diario cita la polémica existente en la nación germana referente a si debe admitirse, o no, la entrada de capitales privados en la Bundesliga, con el afán de impedir que siga, ésta, perdiendo peso relativo frente a los clubes de Inglaterra. España, como en tantas otras cosas, es un “tertium genus”, pues frente a algunas sociedades anónimas deportivas, como el Betis, el propio Valencia o el Deportivo de la Coruña, siguen existiendo algunos clubes deportivos profesionales, “ajenos” (por más que se empeñen su directivos actuales) a la propiedad privada. Nada más, ni nada menos, que se trata del Osasuna, el Atletic de Bilbao, el Real Madrid y el F.C. Barcelona. ¿Cuál es el camino a seguir? es una repuesta de difícil solución. Creo que todo depende, en no poca medida, de cómo sean de fuertes los ingleses en orden a conservar uno de sus mayores tesoros “culturales”, o al menos, comparativamente más relevantes. En sus manos está “reinventar” el balompié, o devolver a este deporte su consideración como tal. Dudo de que la propia Bundesliga, la Liga Española, o las ligas Italiana, Griega o Turca se resistan a los grandes capitales, si es que se ven privadas de buenos jugadores y negocios. Un ejemplo final, el poderosísimo George Soros, paladín del “Imperio Oscuro” (que dirían algunos) de los Rothschild, ya es accionista del Galatasaray, e intenta hacerse con el control de la Roma; ¿qué es lo más conveniente para nuestro deporte rey? ¿qué es lo más rentable en términos económicos? La pelota está en juego, valga la gracia barata, no habiendo tenido jamás la expresión “tanto” significado.
WEBS CLAVE:
  • Primera imagen: "MCCHORD AIR FORCE BASE" de LANCE S. CHEUNG, MSGT, USAF.
  • Segunda imagen: " Harrow School Footer Field aquarelle d'après un dessin de Walter Cox." de Thomas M. Hemy (1852-1937).

sábado, 12 de julio de 2008

Nacionalista a tiempo partido

Cada cual tiene sus miedos, manías, odios y fobias. En cuanto a política se refiere, pocos de cuantos me conocen dudarán de cuán poco es mi amor por el conocido como “nacionalismo catalán”, “catalanismo” según los libros de texto que me ha tocado estudiar durante mi pasada educación elemental. Desde pequeño el asunto ha tenido dentro de mí, por decirlo en palabras un tanto coloquiales, “cierta miga”. Sobre el tema lingüístico tengo alguna que otra experiencia digna de ser contada. Sin querer connotación lúbrica alguna, mi primer contacto con la “lengua” se halla custodiado plenamente nítido entre las neuronas de mi cerebro. Para un joven de 22 años, el descubrimiento del Mundo no queda, después de todo, tan remoto. Recuerdo cómo paseando por las calles de Bellvitge llegaba a girarme, sorprendido, cuando veía a alguien hablando catalán por la calle. Yo pensaba, pues a si me lo inculcaban, que se trataba de una lengua para utilizar sólo en clase, ya que fuera de la escuela, poco o nada la había escuchado. Con el paso del tiempo la “extranjería” del asunto, dentro de mi propia tierra, se expandiría a los dibujos animados, los libros de la escuela, los documentos oficiales, y con algún año más, a los panfletos y discusiones políticas. Nada más crudo que la realidad, desde pequeño puedo empezar a comprender que, como en cualquiera de los múltiples barrios obreros que mantienen viva la economía de Cataluña (al igual que en cualquier otra gran región industrializada), la gente es tratada con cierta vocación de pastor de corderos. En todo cortijo grande se requieren borricos y borregos, y un corral en el que criarlos, ¿quién iba sino a llevar la carga y dejarse esquilar? ¿Quién iba a trabajar en la construcción, en los taxis, con contratos mileuristas o “hazañas” dignas de poca honra? Ante la indiferencia, cada día “menos total”, de quienes me rodean, Cataluña se rompe cada vez más en dos, o simplemente, quizá, cosas de la vida, fuere que estoy madurando, de una vez, a marchas forzadas. Desde la etología (ciencia que estudia el comportamiento animal) se han propuesto soluciones científicas al nacionalismo. Según defendiera W.D. Hamilton (basándose en Darwin o en el nobel Konrad Lorenz), “la disposición a la identificación con el grupo y a la rivalidad podrían ser un residuo (…), algo que debería comprenderse como un elemento que un día fue conducente a la supervivencia de los genes”. Dentro de la teoría de Hamilton destacaría el concepto de “aptitud incluyente”, es decir, un factor que vendría a combinar la aptitud personal con el parentesco, y que sería la base lógica, y científica, del por qué el nacionalismo y, correlativamente, el tribalismo que le define. Definitivamente, virtud del concepto aquí explicado, la contingencia abandona la biología para medrar en los contornos de la sociología, economía, derecho y demografía. El “asunto nacionalista” dista mucho de ser fácil de resolver, o comprender, más si se tiene en cuenta que por razones biológicas, jamás un ser humano podrá ser neutral al respecto. Bajo mi punto de vista, para el “caso catalán” los grupos, a grandes rasgos, estarían muy bien estructurados. Por un lado la burguesía catalana y asimilados (unos, partidarios de la “Gran España”, por negocios, otros de la “Pequeña Cataluña”, por frustración). Subyugados a éstos estarían los eternos “ascensores” (gente que sempiternamente intenta ser reconocida “por los que mandan”), los obreros (sustento del actual sistema económico, de los cuales ya hemos hablado), y más recientemente, los inmigrantes (gente de igual función que los anteriores, sólo que eternamente condenados al enfrentamiento con éstos, por defender un mismo “nicho social”, pero con diferentes condicionantes psicológicos, culturales, emotivos). Si se piensa bien, el nacionalismo es un mecanismo de protección del individuo frente al resto, irracional como el que más. El nacionalismo tiene una vertiente folklórica, gastronómica, artística y costumbrista, no falta de interés y belleza. Por otra parte, el nacionalismo es autoafirmación del individuo en sus convicciones, en aquello que le fue inculcado desde la cuna, en defensa de su tribu, su grupo social, su “pandilla de primates”. Tal vez sea el momento de intentar separar las dos vertientes de nuestro Mundo: Caos-Orden, Razón-Incertidumbre, binomio fundacional de nuestro Cosmos y de todo lo que en él se manifiesta. Reflexionen sobre si egoísmo, individualismo, romanticismo, nostalgia, tradición, lengua materna, “historia común”, señas y banderas etc, no son partes de un mismo campo semántico, el del nacionalismo, el de lo diferente frente al resto. ¿Una nueva forma de comprender cómo se autoafirman, nacionalmente, países como los de Asia Central al saber de sus hidrocarburos? ¿Una forma de “legitimar” las clases sociales? ¿Una manera de ver el cártel de las compañías petroleras y servidumbre del resto del globo? Por mi parte sigo siendo nacionalista, como cualquier otro, sólo que intento llevarlo en secreto, negarlo, atacarlo como cualquier otra manifestación de mi vertiente irracional, ¡aunque a veces deba aparecer en forma de Selección, equipo o bandera, con el sino de reconfortarme en mi autoafirmación y resistencia frente a la tiranía, excluyente, de las ideas avaras de quienes nos intentan gobernar, a golpe de panfleto y educación politizada!

jueves, 10 de julio de 2008

Memorias de un joven de veintidós años (Primera Parte)

Supongo que ahora estará en su sofá sentado, quién sabe si de viaje en el tren, o leyéndome en una librería, en un café, en un chiringuito de la playa, o sentado en su hamaca aprovechando que su compañero, o compañera, ha abandonado su sitio para pedirse un mojito, ocasión única para saber qué libro está leyendo. Quizá el título le ha haya picado la curiosidad, la nariz se le haya ruborizado por tan peculiar descubrimiento, rapiña, coge, e incluso disfruta con la experiencia de ojear este libro, y sigue a estas palabras, que lejos de mayor pretensión, buscan querer entretenerle para que me siga leyendo. Querido lector, yo soy el autor que le habla, a través de este libro. Entablemos un pacto de caballeros, una relación “face to face”, pues, bien sabe usted que el escribir y el leer son verbos que se caracterizan por practicarse individualmente. De gustarle más o menos estas líneas depende del éxito de que me siga leyendo. Seamos sinceros. Por lo que debiera pensarme un mecanismo por el que captar su interés. ¡Qué se yo si una confesión, un rumor, una historia o un “chupicheo”! Seguramente se haya preguntado qué tiene que decir un joven de veintidós años. Qué puede contarle, un ayer infante, pretendiendo captar su interés y potencial de reflexión. Sinceramente, creo que si le dijera la verdad conseguiría decepcionarle… De hecho, los grandes miedos a los que debe hacer frente quien escribe unas “memorias” son los siguientes: no saber qué información será de interés contar y, aún más “embarazoso”, que dirían los anglosajones, qué cosas pueden contarse, y cuáles no. Usted podrá contribuir a ayudarme al respecto. Supongo que ser leído por un número aceptable de lectores, valga la redundancia, sería exponencialmente proporcional al miedo que me da el haber contado algo que no debía. Para una mente positivista, monetaria, utilitarista, y a veces mezquina, como la mía, tener la satisfacción de haber engañado a muchos lectores con la compra de este libro es un premio que compensa, con creces, el haber vulnerado, con toda dureza, los ámbitos más vedados de mi intimidad. Una de las preguntas que le vendrán, con mayor frecuencia, a la mente del lector es la de porqué me he inmerso en esta labor, teniendo otras ocupaciones, y siendo, a duras penas, mayor de los dieciocho años. Creo poder responder con cierto éxito a la eventual pregunta. Escribió Josep Pla que el buen escritor no puede dormir sin haber escrito antes algunas líneas. Como dijera Picasso, debe esperarse a la musa de la inspiración, pero que, a poder ser, ¡ésta te pille trabajando! A lo que Picasso entendió como “trabajar” yo le aplicaré el significado, para mi circunstancia personal, de ganduleo. ¡Qué le vamos a hacer! La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Continuará.... ? Quizás en otro momento ;-)
  • Cuadro: "The Writing Master" by Thomas Eakins

domingo, 6 de julio de 2008

El águila

Existen animales dignos de alegoría, seres que dan rienda suelta a la imaginación, potenciales partícipes de bestiarios, fueren éstos medievales, griegos o individuales de nuestros contemporáneos. El hombre tiende a construir su mundo psicológico y subconsciente en torno a los elementos que le rodean: sean elementos, fuerzas físicas, fenómenos meteorológicos, plantas o animales. Parodiando al “cuento” de Monterroso, cuando el primer hombre despertó, los animales ya estaban allí. Un ser, racional por naturaleza, debió comenzar a preguntarse respecto a todo lo que le rodeaba, si esto o aquello era apto para ser comido, disfrutado, alabado o matado. Quizá, dependiendo de la satisfacción de sus necesidades últimas (nutrición-relación-reproducción), llegaría a indagar más en sus últimas inquietudes, qué hacía esa bestia o vegetal compartiendo esa tierra, ese cielo y esa agua, o lo que es lo mismo, cuál iba a ser la esencia-finalidad que fijaría el papel de lo observado y de él mismo, respecto a éste, a sí mismo y el todo. El juicio consecuente de toda observación relevante debería ser: hacer o no hacer. Actuar (acabando con lo malo, o aprovechándose de lo útil/rico) o dejar pasar al sujeto (por ser sacro, indiferente o, simplemente, bello). Las rapaces debieron ser sujetos, por antonomasia, “sufridores” de esta contingencia. Para alguien que merodea por los bosques, selvas o sabanas, contemplar el vuelo de un ave rapaz es algo mágico. Se admira cómo un animal puede viajar por los aires sin llegar a ser, a penas, apreciado. El águila, azor, buitre, cóndor o zopilote vuela oteando, siendo, a su vez, observado por el ojo humano. Esa sensación de poderío, majestuosidad y efectividad, debieron ser causas últimas por las que el águila sería considerada, hasta el día de hoy, la más majestuosa, y Real, de todas las fieras. Se conocen pocas, o más bien ninguna, cultura que diera a las águilas un papel dañino, marginal o de alimaña. Todas, o casi todas, fueron alabadas como símbolo de poder, alegoría de cómo el soberano puede observar, analizar y juzgar, sobre las cabezas y derechos de cualquiera de sus subordinados. No faltarían, quienes como los alemanes, los estadoudinenses, los Austrias o los bizantinos, consideraran al águila como escudo del Emperador, de aquél que puede cazar los destinos de todos, siendo soberano, a la vez, del suyo propio. Un acto negativo como la muerte fue sacralizado. El detentador de ésta se deificó por necesidad. El depredador dejó de ser villano para ser admirado. En el fondo, todo hombre o mujer ha sido, en un primordial momento, estoico. Todo ser de la naturaleza debe de tener un papel que lo defina, y el del águila es el de mandar sobre la fauna del campo, ser ejemplo de poder y dominio. En México ocuparía el escudo, pues fue animal capaz de subyugar a la diabólica serpiente, sobre las espinas de un cactus. En América del Norte, el águila calva demostraba su poder (en fuerza y tamaño) acabando con la vida de peces, aves, roedores y cervatos. Llegarían a existir pueblos que fueran presas de rapaces, al respecto véase a los antiguos maoríes y la gigantesca águila de Haast. Cada rapaz, como todo animal, tiene un lugar en nuestro intelecto. Dependiendo de nuestras mentalidades ocuparan un lugar u otro en nuestra escala de prioridades y sentimientos. Quizá como correlato último de la esencial naturaleza humana, el águila siempre tiende a identificarse con el Poder, el Rey y el Imperio. Los propios ritos mortuorios han llegado a condicionar la imagen que nuestros ancestros tuvieran de sus rapaces. Testimonios latinos, así como hallazgos en lugares como las ruinas de Tiermes (Soria), nos demuestran que los pueblos de la Meseta hispana (prerromana), sacralizaron al buitre como mensajero de los dioses, animal capaz de llevar al alma del difunto a un lugar en el paraíso de los Cielos. ¿Rapaz o idea aparejada? Dejando lo mágico, morboso, o esotérico del asunto, cada cual de estos adjetivos más infame, los bestiarios (fuere respecto a leones, camellos o rapaces) siempre nos divierten por su originalidad, la belleza de sus dibujos, lo curioso de los pensamientos de quines los dibujaron, pero ante todo, como muestra de cómo el hombre ha conservado unas constantes a lo largo de la historia, definiéndose su mente como algo seleccionado naturalmente, y quién sabe si a nuestra desgracia, sin demasiadas expectativas de poder ser arreglado…
  • De la primera ilustración: "Golden Eagle" de Walter Heubach (German, 1865–1923)
  • De la segunda ilustración: "Vultures" de Lydekker, R. 1895 The Royal Natural History. Volume 4. Frederick Warne and Co. (from www.archive.org)

jueves, 3 de julio de 2008

Los hidrocarburos del futuro

No demasiado lejos de la plaza Taksin, bajando hacia el Bósforo desde el Museo Militar, existe un amplio parque con multitud de rostros y efigies erguidos en honor a viejas glorias turcas. Dados mis intereses e inquietudes, la sorpresa fue mayúscula cuando puede ver a Gengis Khan, Atila o Tamerlán (Timur “el cojo”) compartiendo parque y monumento en Estambul. Lógicamente, las fotos no se hicieron esperar, y pude hacerme sendas fotografías con héroes de mi juventud e infancia. Las fotos, como la cámara, se perdieron esa misma noche, si bien el recuerdo del hallazgo permanece, inmune, en mi memoria. La posición geopolítica de Turquía siempre ha sido un quebradero de cabeza. Para muchos es la cabeza visible del Islam, para otros un candidato miembro a la UE, mientras que hay quienes la acercan a India o Pakistán o no saben encontrarle zona-región de influencia o procedencia. Una mirada a un mapa mundi actualizado, donde, al menos, no aparezca la URSS, nos mostrará toda una constelación de países, entre Europa y China, de curiosos nombres y vastas extensiones: Kazajstán, Uzbekistán, Tajikistán, Kirguistán, Tayikistán o Turkmenistán. Los nombres de algunos de éstos países, especialmente éste último, nos remite a un origen, cuanto menos etimológico, común al término “turco”. Los “pueblos turcos, o turcomanos”, quizá denominación que dista mucho de la mayor de entre todas las precisiones historiográficas posibles, otrora se extendieron por buena parte de Eurasia, desde la Gran Muralla China hasta las fronteras de Viena. Sin lugar a dudas nos encontramos algunos de los pueblos más poderosos de la historia de la Humanidad: véase a los mongoles, los hunos, los selyúcidas, los otomanos o los actuales turcos. Más allá de las controversias que nos acarrea Turquía, muy especialmente a los “oficialmente” europeos, los países anteriormente citados son de una importancia creciente, quién sabe si en algún momento motivo de conflictos a gran escala. Kazajstán es el hermano mayor de todos ellos. Se trata del noveno país más grande del mundo, si bien su árida superficie no lo sitúa entre los más poblados. Su economía es una de las más prósperas del globo (llegando a crecer un 100% durante el pasado lustro). Si examinamos sus copiosos recursos naturales, nos percataremos del hecho de que se trata de uno de los Estados con más uranio, hierro, cobre o manganeso, por no mencionar su mayor fuente de riqueza, el petróleo (se cree que de 32 millones de toneladas producidas al año, en el 2006, podrá pasar a las 92 en 2010). Su potencial energético, a la vez que nuclear, hacen de Kazajstán un gigante a tener en cuenta, una potencia con inminente necesidad de reconocimiento. Si bien Kazajstán está en vías de fortalecerse como una de las grandes potencias del globo, sus vecinos también disponen de copiosas riquezas, actuales y potenciales. Con motivo de la progresiva desertización, por explotación masiva (y penosa administración por los soviéticos), del Mar de Aral, países como Turkmenistán han visto reducida su producción de algodón en pro de la explotación de recursos como el gas natural (1,6% de las reservas globales, frente al 1,7%, ambas cifras aproximadas, de su vecino kazako). Por si aún no hubieran motivos para la sorpresa, el resto de países citados en este artículos poseen multitud de recursos por explotar (señalar a Uzbekistán especialmente, el país de Samarkanda, y también el más poblado de Asia Central). Un tema de especial interés es la conflictividad, de importancia global, en torno al mar Caspio, una de las fuentes de riqueza, por explotar, más importantes de nuestro planeta. Azerbaiyán, Kazajstán, Irán, Turkmenistán o Rusia se disputan un “mar o lago” salado plagado de hidrocarburos, sueño, y seguro, para un mundo, a día de hoy, plenamente dependiente del petróleo.

Artículo publicado en WebIslam: http://www.webislam.com/?idt=10397

Sobre el tema, otro artículo del autor: "En el tablero sí que están", publicado en el libro: "Di que fue un sueño" y también en WebIslam: http://www.webislam.com/?idt=7650