Zalakin se acurrucó en su lecho, en lo pasivo de ser víctima del regocijo más placentero. Acaso cuál mapache, cuál lirón en supremo sueño; su pequeña choza de mangle bailaba al son de las húmedas gotas de madrugada. El Sol hacía tiempo que deambulaba por el submundo, jugando entre los ajuares de la visible Luna. Noche cerrada digna para el sueño, lluvia de telón, fantasía por teatro.
Dejando su mundo y hábitat, Zalakin no soñaba con ningún manglar o ciénaga. Su mundo eventual eran los cielos, yendo montado en un ser plano y bondadoso, una manta de los mil y un vientos. El suave tacto del cartilaginoso, le sabía a maternal sábana. Su equilibrio en el pseudo corcel le recordaba el calor de su almohada. Todo era como en sueño, pero pareciendo despierto. Él y su fantasía, el pez volador y el héroe de los cielos montado en sus lomos, sirviendo a su nueva historia, aquí escrita, en él imaginada.
Las fantasías sufren de sucesos, de golpes, azares e infortunios. Cuál regla química, su densidad (o concentración) separa al sueño de la pesadilla, dos hermanadas caras, para un infinito número de trayectos. Zalakin escogió, como no podía ser de otra manera, uno propio. De hecho, la manta le recordaba a uno de sus más preciados seres, también al “instrumento” que le guarecía aquella fresca noche, en un mismo momento, en la otra dimensión, la realidad distante.
Un sueño muchas veces es tanto recuerdo como meditación, reflexión, e incluso, premonición. A Zalakin se le aparecieron todos sus miedos mientras volaba montado en la fiera. Pensó en lo duro de la existencia, en cómo había encontrado un reposo en sueño, para no encontrar, por el momento, relajación severa en el suelo terreno... Pensaba que todo sería bonito si siempre fuera “montar en manta”. Reflexionó sobre cuán contradictorio es anteponer, a veces, saber a trabajo, laborioso a bohemio. Se dio cuenta de que el descanso es un mismo correlato del estar cansado, una consecuencia del esfuerzo. ¿Cómo pensar, dentro de un mundo hostil? ¿Cómo decir que el bien fue de sabios? Volar en manta le recordaba a tocar la sábana. Dormir a la intemperie de la buenaventura, aún sopesando la entrada en posada de La Estrella. ¿Egoísmo frente al porvenir de los suyos? ¿Soñar sin estar cansado, descansar pudiendo estar despierto?
La manta volaba sin rumbo fijo, sólo se movía entre las nubes del infinito. Soñaba con ser libre, poder experimentar qué era no tener deber, motivación o juramento. Fantasía abría sus puertas y deseaba al infante una reflexión, una escritura de media noche, un beso placentero de la Luna, un cálido ajustes de espaldas con el padre Sol, verdadero tirano de los cielos, desde el amanecer.
Abrió un ojo para contemplar la pared de su estancia con el otro, pensando asustado, asimilando la verdad del nuevo sueño. Zalakin despertó cual húmedo infortunio, se había rota el sueño, el despertador matutino le mostraba el rayo que le hizo sentirse siervo. ¿Cuál Dios puede ser merecedor de mayor honra, que aquél que no le dejó a Zalakin poder seguir montado en la mágica manta? ¿Qué infortunio más profano hay que separarse del lecho? ¿Cuánto egoísmo comporta la salida, cuán necesario es dar un pie al frente, decirse a uno mismo cuál es su semejanza con Zalakin, sentirse útil en realidad, para soñar dormido, y poder despertar bohemio...
4 comentarios:
...y los sueños, sueños son ;-)
Besos felinos.
a veces es bueno ser un poquitín egoísta
Soñar soñar sueña todo el mundo no se si con el mismo exito.
La verdad es que muchas veces bien merece volar sobre una manta y olvidarse de todo. Por suerte somos libres de soñar. Un abrazo!!!
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