“Tiene cuernos de ciervo, cuello de camello, cabeza de caballo, patas de vaca... y cola de asno”.
Así describe una antigua leyenda china al protagonista de este artículo. Si hay algún animal con una historia algo más que superlativamente peculiar ese es el ciervo del padre David (Elaphurus davidianus). Experimentado un receso personal, el animal en cuestión es un clásico en lo que a mí respecta. Recuerdo haberlo contemplado durante, mis antaño frecuentes, visitas al
zoológico de Barcelona. Era uno de esos animales a los que ya ibas a visitar sabiendo en qué recinto podías encontrarlo (¿cerca de los elefantes y las jirafas, quizá?). La verdad es que el nombre me resultaba curioso, y, no se sabe bien bien por qué, lo asociaba a los renos de Santa Claus, ¡por más que éste fuera Nicolás y no David!
El ciervo del padre David está extinto en libertad. Los ejemplares que quedan son descendientes de un mismo tronco, y por lo que parece, hasta el momento no han aquejado problemas genéticos por lo corto de su estirpe. Salvados de la desaparición total, el cérvido es un sobreviviente en demasía, un auténtico todoterreno intertemporal, capaz de salir, mínimamente victorioso, delas más variopintas peripecias.
Los zoólogos opinan que jamás dispuso de un ámbito de distribución demasiado extenso. Su constitución parece indicar que habitaba terrenos pantanosos, que con su conversión en arrozales, fueron quitados a sus antiguos “propietarios”. El último ejemplar salvaje se cree que fue cazado cerca del mar Amarillo, sin embargo, todos los ciervos del padre David actuales proceden de la manada que medraba en los paradisíacos jardines de caza del Emperador chino. Según se tiene constancia, Jean Pierre Armand David, sacerdote francés y miembro de la Congregación de la Misión (fundada por San Vicente de Paúl), fue el encargado de descubrir a Occidente la especie (haciendo lo mismo con el propio Panda Gigante). Gracias a ello, el animal recibiría tal apellido, pese a no ser ésta la mayor curiosidad que a la especie rodea...
Contra la intervención extranjera en China estalló, a finales del siglo XIX, una rebelión a gran escala cuyo objetivo no era otro que “limpiar” al gigante asiático de extranjeros o simpatizantes (fueran éstos cristianos o mercaderes). Entre otros sucesos, durante el conflicto se ocuparon los jardines privados de caza del Emperador, alimentándose los saqueadores de los pocos individuos que habían sobrevivido a las copiosas inundaciones del año 1895. La “tragicomedia” de este animal no quedó ahí.
Sorprendido con el hallazgo de una nueva, y espectacular, especie, Monseñor David intentó llevarse unos ejemplares del animal a Francia (permiso que se le concedería al embajador
francés, no sin grandes problemas). Cuando llegaron las trágicas noticias del destino de los individuos chinos, se tomó la decisión de trasladar algunos ejemplares al futuro “Safari Park de Woburn”, propiedad del peculiar Duque de Bedford. Durante la II Guerra Mundial, una vez más, los ciervos debieron soportar los bombardeos, sin perjuicio de que llegaran a salvarse, dando un nuevo empujón a la supervivencia de la especie.
Quién sabe si el sacerdote bendijo a la especie, el caso es que el ciervo del padre David (o Milú, como también se le conoce) bien se merece una reflexión, de especial seriedad científica. Más allá de lo curioso de sus “peripecias” como especie, o de la misteriosa facilidad que tiene para reproducirse desde la endogamia, la más inquietante paradoja que me connota el animal es la de reflexionar acerca de cuál es su “estatus”, ¿podemos hablar de una especie “viva”, es un fósil viviente, o simplemente, una especie extinta que se ha conservado en algunos lugares, virtud de la acción humana?
Desde la extinción el ciervo a corrido un largo camino. Ahora “abunda” en reservas y parques de todos los continentes, habiendo salido de su limitado ecosistema chino a una salvación, a priori, asegurada. Me pregunto si las razones que nos han llevado a conservar la especie, no son más que un ejemplo de cómo el hombre puede hacer grandes cosas para la naturaleza. Pese a todo, existe una cuestión, un tanto fantasiosa, que me viene a la cabeza. ¿Qué “estatus”, acaso jurídico, tendría el mamut si se consiguiera “clonarlo”? ¿Sería una especie salvada del olvido, por el hombre, un tanto asimilable a nuestro ciervo? ¿Haber salvado al ciervo, por más que el hombre fuere una de las causas de su declive (quizás la principal) no es haber jugado a ser Dios de una forma semejante a como lo sería “resucitando especies”? A mi ver, no hay experimentos científicos que deban ser prohibidos, sino es porque puedan causar daños a los de nuestra propia especie. Para cuándo el hombre rescatará especies del pasado no se sabe, pero por el momento ya le hemos robado una especie más al olvido futuro...
3 comentarios:
no todos tienen su suerte sin duda, ya la quisieran los rinocerontes de Java que me decías.
Yo prefiero no ver al hombre como un salvador de la naturaleza ni de ninguna especie en particular. Destruimos ecosistemas y especies sin ningún remordimiento y después si nace un lince en Doñana todos nos alegramos como si fuese de nuestra familia. Somos hipócritas hasta la saciedad.
Me alegro por este ciervo, pero ¿donde han quedado esas especies extintas como el dodo, el moa, el lobo marsupial o tantos otros?
Este tema me hace hervir la sangre y prefiero no hablar de las clonaciones de especies extintas, ahí pasamos a una deización del ser humano que no viene al caso ¡en fin!
Muy interesante!!!
¿Podríamos comparar el status del ciervo del padre David con el del caballo Przwalski? Ambos me parecen especies a las cuales se las ha llevado al borde de la más incocebible desaparición, preservándolas de un modo etéreo, quien sabe si por calmar la conciencia, o efectivamente, porque tenemos conciencia de nuestro papel como hilo de la trama de la vida.
Publicar un comentario