Jamás he comprendido el oficio de escalador. Cómo puede un individuo adentrarse en el tártaro de las quebradas, del hielo y de su enchorlitado armamento. No, no podría poner en peligro poder sentir lo que más quiero, sufrir el riesgo de pérdida aun por ver bellas estampas, extraños seres, mágicas realizaciones de la Naturaleza. Por más que avistara al yeti, al irbis o al barhal, el Tibet es un buen tema para un libro, un mal presagio para un eventual Futuro. Supongo que lo copos del tiempo no alcanzan a cubrir lo adverso al riesgo. La Ley del eterno hedonismo se retroalimenta nutriendo mis sueños y sensaciones. ¿Dónde está el sentido para la experiencia si la Vida te da, o parece conseguirlo, suficiente complacencia?
Pese a la contingencia, uno, en su aún presente juventud, se percata de cómo son las necesidades aquello que más condicionan nuestra odisea por los terrenos tiempos. El deseo no deja de ser otra cara del sueño, efigies devotas de un presunto dios de lo recto, negaciones de lo eternamente variable del pensamiento. "El leopardo de las nieves" (Ediciones Siruela) de Peter Matthiessen amenaza con finalizar, el sentido del viaje literario parece encontrar sentido en algo más que en la publicación de tan preciado libro. La progresión personal del sujeto protagonista deja de ser espiritualismo barato para alcanzar algún sentido. Más allá del yoga, los tantras o el más tierno budismo, Matthiessen nos enseña cómo nuestro cuerpo es un acorazado vehículo desafiador de los tiempos. Lo rutinario de nuestra sociedad no deja vernos lo trascendente de nuestras posibilidades. Los largos viajes en aviones nos tapan las gestas de legendarios marineros, los cruceros por la Antártida, el sentido, alguno, de los exploradores que se desplazaron por el Himalaya.
“¿Sabes una cosa? Hemos visto tanto que quizá sea mejor que nos queden por ver algunas cosas” es lo que le digiera GS (compañero del autor en su viaje) al no poder ver al leopardo de las nieves. El irbis no deja de ser una metáfora de la vivo, el autor no deja de ver cómo no haberlo podido localizar te impide caer en la desolación posterior al éxito, mantener alimentado ese motor que conocemos como duda. El misterio es la droga que nos hace entrar en esfuerzos, la incertidumbre es presupuesto ineludible para el movimiento.
Quizás sea eso el sentido que debamos atribuir al eterno deseo de detentar más dinero, de parecer más atractivos, querer alcanzar El Eliseo o desear participar de un venidero mundo celestial bajo la perfección del Cielo. La meta incita, la necesidad condiciona. La Selección Natural nos brinda un celebro vulnerable a las sensaciones, un devorador de sueños, un místico sin sentido alguno.
Contemplar un bello felino bien puede justificar el viaje de Matthiessen. Que uno tenga comida en abundancia o generosos fondos en el banco, es motivo suficiente para tener otros incentivos. El misterio de la Cultura y de su monopolio por los ricos encuentra significado. La Cultura más refinada, acaso pedante, no deja ser un vital esfuerzo en buscar sentido a la propia deriva. Buscar algo cuando sobra la comida, ocupar el cerebro en actividades rentables, si la reina moneda ya te mina en su regazo.
Siempre habrá excepciones, beneficios y mentalidades que te inhiban del suceso, haciéndote ver lo banal del perfeccionismo. Ser consciente de las virtudes de lo terreno, de la sostenibilidad de la más humilde economía, siempre que haya comida y fuego. El lama que Peter encuentra en el Monasterio de Cristal es docto en filosofía aun vistiendo sucios harapos con defectuosamente curtidos cueros.
La riqueza del alma deja de ser repelentada, el saber no conoce de dineros aunque éste a veces lo potencie. Quizás ese sea el sentido que el Destino a querido dar a mi lectura, el motivo por el que quizás yo también hubiera cruzado el Himalaya, viendo al irbis, y el espejo reflejo de mi alma.
Pese a la contingencia, uno, en su aún presente juventud, se percata de cómo son las necesidades aquello que más condicionan nuestra odisea por los terrenos tiempos. El deseo no deja de ser otra cara del sueño, efigies devotas de un presunto dios de lo recto, negaciones de lo eternamente variable del pensamiento. "El leopardo de las nieves" (Ediciones Siruela) de Peter Matthiessen amenaza con finalizar, el sentido del viaje literario parece encontrar sentido en algo más que en la publicación de tan preciado libro. La progresión personal del sujeto protagonista deja de ser espiritualismo barato para alcanzar algún sentido. Más allá del yoga, los tantras o el más tierno budismo, Matthiessen nos enseña cómo nuestro cuerpo es un acorazado vehículo desafiador de los tiempos. Lo rutinario de nuestra sociedad no deja vernos lo trascendente de nuestras posibilidades. Los largos viajes en aviones nos tapan las gestas de legendarios marineros, los cruceros por la Antártida, el sentido, alguno, de los exploradores que se desplazaron por el Himalaya.
“¿Sabes una cosa? Hemos visto tanto que quizá sea mejor que nos queden por ver algunas cosas” es lo que le digiera GS (compañero del autor en su viaje) al no poder ver al leopardo de las nieves. El irbis no deja de ser una metáfora de la vivo, el autor no deja de ver cómo no haberlo podido localizar te impide caer en la desolación posterior al éxito, mantener alimentado ese motor que conocemos como duda. El misterio es la droga que nos hace entrar en esfuerzos, la incertidumbre es presupuesto ineludible para el movimiento.
Quizás sea eso el sentido que debamos atribuir al eterno deseo de detentar más dinero, de parecer más atractivos, querer alcanzar El Eliseo o desear participar de un venidero mundo celestial bajo la perfección del Cielo. La meta incita, la necesidad condiciona. La Selección Natural nos brinda un celebro vulnerable a las sensaciones, un devorador de sueños, un místico sin sentido alguno.
Contemplar un bello felino bien puede justificar el viaje de Matthiessen. Que uno tenga comida en abundancia o generosos fondos en el banco, es motivo suficiente para tener otros incentivos. El misterio de la Cultura y de su monopolio por los ricos encuentra significado. La Cultura más refinada, acaso pedante, no deja ser un vital esfuerzo en buscar sentido a la propia deriva. Buscar algo cuando sobra la comida, ocupar el cerebro en actividades rentables, si la reina moneda ya te mina en su regazo.
Siempre habrá excepciones, beneficios y mentalidades que te inhiban del suceso, haciéndote ver lo banal del perfeccionismo. Ser consciente de las virtudes de lo terreno, de la sostenibilidad de la más humilde economía, siempre que haya comida y fuego. El lama que Peter encuentra en el Monasterio de Cristal es docto en filosofía aun vistiendo sucios harapos con defectuosamente curtidos cueros.
La riqueza del alma deja de ser repelentada, el saber no conoce de dineros aunque éste a veces lo potencie. Quizás ese sea el sentido que el Destino a querido dar a mi lectura, el motivo por el que quizás yo también hubiera cruzado el Himalaya, viendo al irbis, y el espejo reflejo de mi alma.
Imagen del irbis sujeta a GNU Free Documentation License, la priemera a Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5 (origen: Wikipedia Commons)
2 comentarios:
Para mí contemplar un bello felino como el de la foto es mejor que otras muchas cosas.
Precioso post, y la foto preciosa. ^_^
Besotesssssssssssssss
Aaayyy!! que bebollo el leopardo de las nieves!!, yo tenia una gata llamada Ambar pobrecita se murio hace 5 meses que yo cuando la veia llegar del campo le gritaba: "HOLA AMBAR MI AMORRRR!!! MI LEOPARDO DE LAS NIEVES!!!" PORQUE YO LA VEIA PARECIDA ESTOS GRANDES FELINOS...AHORA TENGO A PRINCESA UNA GATA DE 5 MESES...PARECE UN LEOPARDO COMUN POR LOS DISEÑOS...AMO A LOS FELINOS EN GENERAL ESPECIALMENTE A MI GATA!!!! CHAUU!
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