lunes, 16 de julio de 2007

La moral del mercado

Ante la desgracia presente es frecuente exaltar presuntas glorias pasadas. Una de las formas más recurrentes de criticar la sociedad actual es vanagloriarse de tiempos pretéritos en los que el mal aún no había, supuestamente, penetrado. No dejamos de hacer referencia a la idea de arrepentimiento: a esa obsesión flagelante nuestra que nos imponemos al experimentar una calamidad, una externalidad negativa, una excusa para hacernos sentir culpables de un suceso que acaso ya ha sido impuesto por el Azar o el Caos.


Históricamente, desde la Ilustración, figuras como Rousseau han defendido una presunta bondad primordial del ser humano. Es decir, la persona sería plenamente buena de permanecer en el estado de naturaleza, no pervirtiéndose por su contacto con la sociedad (posición antagónica a la de Hobbes y su “Homo Homini Lupus” como es sabido). Un claro ejemplo de lo enunciado es lo escrito por el autor francés en su Emilio al afirmar, sobre la naturaleza primera del protagonista antes de entrar en contacto con el mundo civilizado, que: “Emilio es laborioso, templado, sufrido, entero, animoso (…). No tiene errores, o sólo tiene aquellos que son para nosotros inevitables; no tiene vicios, o sólo tiene aquellos de que ningún mortal puede preservarse”. Personalmente creo que no tenemos argumentos suficientes para defender una presunta bondad innata del individuo que nos sitúe, a nosotros, como una suerte de gentes pervertidas por la Civilización. Nada más lejos de la realidad, las costumbres cambian, la esencia, al menos en un intervalo evolutivo considerable, permanece.

Tal postura es seguida por autores como Moses Finley (gran historiador víctima de la “caza de brujas” de MacCarthy), Malinowski o Polanyi. Según estos autores el libre mercado acontecería como una perversión de nuestra naturaleza innata. Marcel Mauss opinaba que las primeras dinámicas mercantiles se basaban en el intercambio de obsequios o dones. En otras palabras, la entrega por una parte de un obsequio (por lo general consecuencia de su excedente de producción) generaba la obligación recíproca o sinalagmática de tener que devolver el gesto con un obsequio de valor equivalente. Tan tierna visión de los antiguos no deja de ser, a mi ver, ciertamente ridícula. No hay razón alguna para defender la posible idoneidad de tal sistema, poniéndonos el sambenito de pertenecer a una sociedad de malvados, comparativamente, buitres económicos. Un análisis, cuanto menos arqueológico, de la situación existente en el antiguo Oriente Próximo nos lo confirma.

La tesis de Mauss se basaba en la observación de los pueblos de la Polinesia, sociedades tan reducidas como primitivas en las que jugaran un papel clave los patriarcas o jefes de la tribu familiar. Algo así acaece en el modelo propuesto por tales autores. La bondad del sistema se reducía al control monopolizado por el templo (en Mesopotamia más conocido como zikkurat) y sus sacerdotes, un intervencionismo en grado supremo que conduciría a la supremacía del lugal o rey divinizado. Posiblemente así fuera en las más primitivas ciudades mesopotámicas como Ur o Eridu, no obstante, los testimonios de Assur nos demuestran que otras dinámicas son posibles, y que de hecho, ya se perfeccionaron en tiempos antiguos.

La supremacía de los Asirios en el Oriente Próximo encontraría, como una de sus causas, a la anterior riqueza acaudalada por su metrópolis originaria, Assur, en el comercio con lugares distantes como Anatolia. Los asirios fueron unos de los primeros comerciantes que fundaron colonias lejos de la metrópolis. Nos referimos a los karum, asentamiento donde se situaban poblaciones de mercaderes especializados en el tráfico con la población nativa.

Anatolia era una región rica en plata, metal precioso que llegaría a Asiria a cambio de estaño iraní y textiles acadios. Los comerciantes llenaron sus bolsillos con el asunto, siendo tal suceso histórico el nacimiento de una de las primeras economías de libre cambio: sierva de la soberana ley de la oferta y la demanda. Los archivos recogidos in situ en enclaves comerciales asirios nos indican que la falta de plata era posible durante algunas épocas, reduciéndose, correlativamente, el intercambio por otras materias. La intervención del templo no era tan elevada como en el caso de los lugal, siendo las grandes familias de mercaderes las verdaderas dueñas de la situación. Poca duda cabe de que la acción de tales mercaderes establecería los pilares sobre los que se crearía un Imperio. La eficiencia de la actual teoría económica pareció imponerse, recordando la riqueza de los sacerdotes del zikkurat, en otras regiones, la de los líderes soviéticos en tiempos no tan pretéritos.

La conclusión parece ser obvia. Moral y educación no tienen porqué circunscribirse al mercado propiamente dicho. La eficiencia puede buscarse como base de la justicia, no siendo los precedentes, hasta la fecha, ejemplos claros de cómo las sociedades nominalmente altruistas, en lo comercial, han acontecido más justas respetando la igualdad del emprendedor, pese a la desigualdad de nido y de oportunidades iniciales. Posiblemente sea ello lo que deba combatirse, no sé si con medidas como las de EEUU y sus cuantiosos tributos a las grandes fortunas heredadas, el caso es que el mercado libre parece ser más justo que el controlado, más aún si el control procede de un señor feudal, un sacerdote o un político si escrúpulos…

Lectura especialmente recomendada: “Comercio y colonialismo en el Próximo Oriente antiguo” de Mª Eugenia Aubet, publicado por la editorial Bellaterra.

5 comentarios:

Rosenrod dijo...

Un tema bien peliagudo; la única certeza parece ser que creer en la bondad innata del ser humano es, como poco, ingenuo... Y ése sigue siendo el principal escollo.

Un saludo!

Patri dijo...

Te lo digo yo, la moral y la educación no van juntas... ¬_¬

En el colegio educan, la moral la dejan para los padres, y ellos lo dejan al colegio. Total un toma y daca que no acaba nunca.

Después llegan personas como yo que presumen de tener bien educadas a sus hijas y tiene que seguir peleando para que ellas no aprendan lo incorrecto...

Besotes cielo

bajamar dijo...

Hace tiempo que no leía un post de este calibre..bien interesante lo que planteas, yo si creo en la innata bondad, si es bondad la palabra, del ser humano...y lo creo, entre muchas otras razones, porque si no lo creyera, significaría que no es posible el cambio y las nuevas oportunidades, porque si no lo creyera creeria que la pena de muerte es licita y que el mundo no tiene arreglo, entiendase por mundo al pequeño que es cercano a mis posibilidades, no sé, es un tema complejo, y me encanta que provoques a reflexionarlo...yo lo de la moral no lo considero mucho porque ya sabemos, esto de la escala, la religión, las creencias, las costumbres, las sociedades, las personas, que en su singularidad debiesen poder construirla...el problema es cuando esa moralidad no responde a un bien común, sino a intereses y cegueras particulares...

Muy interesante, yo esto lo tenía clarisimo...veo ahora que no tanto

gracias por tu grata visita

un saludo

Lunita dijo...

Hola! Fujur no es el dragón de la suerte de la historia sin fin?? (o estoy falseando malll). Che, sobrevolando el blog me late que los temas están buenos… pero (no hay carita de vergüenza, así que lo digo directo) me sentaré el fin de semana a leerte tranqui… No quería dejar de pasar al menos para agradecer tu visita por mi blog :)

Sirena dijo...

Muy interesante tu blog, amigo. Agradecerte tu paso por mi océano, me encanta tenerte por allí. ;) Encantada de conocerte y volveré en breve. Un beso muy muy fuerte. Y un abrazo. Para ti.