Un libro ameno, y de agradable lectura, es “La ciudad antigua” de Fustel de Coulanges. Se trata, al igual que las obras de Mommsen, de una de las máximos exponentes de la gran corriente histórica de finales del XIX, principios del XX. Gigantes en lo que a la escritura se refiere, personajes claves si lo que pretendemos es ejemplificar con ellos lo que, muchas veces, se ha perdido en la actual ciencia de la historia. Es decir, una redacción con mejores lirismos, menos cargada de rigideces de estilo, y más libre en cuanto a la palabra y el contenido. Comentando el libro en cuestión, el autor basa su idea de Roma en torno al culto familiar, la devoción por los antepasados. Es muy cierto que el hombre romano era supersticioso como pocos, sus días se clasificaban en fastos y nefastos, sus dioses en variopintas y curiosísimas ramificaciones de lo imaginario.
Un culto de especial relevancia era el del hogar familiar (Vesta), fuego que siempre debía mantenerse con el ánimo de salvaguardar la suerte de la familia. Los lares y los penates (espíritus de los antepasados) debían ser honrados virtud de suntuosas ceremonias y constantes ofrendas. La vida era, en no pocas ocasiones, contemplada como una obra de teatro, una serie de formalismos y rituales que no dejaban de ser un camino a desembocar en el mar Destino. Sin llegar a ser como los egipcios, en Roma impregnó el formalismo por doquier, desde su Derecho al sexo, pasando por los modales, la comida o las frecuentes festividades religiosas.
No cumplir con el ceremonial tenía dos consecuencias negativas: la deshonra de los familiares difuntos y correlativo desprecio, desprestigio, del común del pueblo. La cultura latina se basaría en un sempiterno “qué dirá el vecino”. Todo no es libre, más que la Vida y la Muerte, o al menos, la forma de llegar a ellas. Por más que ello pudiera ser argumento del más arcaico costumbrismo, o peor aún, rancio nacionalismo, las costumbres presentes tienen mucho de pasado. Las experiencias en nuestra sociedad pueden reducirse a acervos del pretérito lejano.
Más allá de la transmisión oral y escrita, los condicionantes que una vez hicieron surgir una idiosincrasia, siguen estando ahí para renovarla, hacerla resurgir, hacer sentir a unos herederos de quines les precedieron. Totalmente palpable es el fenómeno de pasear por cualquier calle de España, Italia, Argentina o Uruguay. Frente al uniforme “giry” de las bermudas verdes y el jersey a rayas, el latino de turno deslumbra con su traje de oficina, su vestido de moda o conjunto humilde, pero por ello falto de estilo y adecuada circunstancia. El hombre o mujer que se baña en el Mediterráneo (o que procede directamente de los que así lo hacen) sabe que uno, antes de salir de casa, se debe mirar en el espejo, no por miedo a parecer feo sino por “honra de sus antepasados” y no ser diana de los dardos de sus vecinos.
Lo característico de España e Italia es precisamente esto, la herencia latina, una cultura continuamente condicionada por el “qué dirán”, por el “cuánto cuesta”, así como por el “si es de marca”. La comodidad es para el hogar, visión para con los que se tiene confianza. Quizás la globalización también esté dañando el estereotipo de la elegancia latina. Los turistas rompen el cuadro, o más bien, lo componen con sus modelos de turno y equipamientos antimoda, ¡qué se le va a hacer! Afortunadamente para mí, comienzo a ver la causa del porqué comienzan a existir ropas que nadie compra, modelos que retan al espejo y al buen gusto, es posible. Sólo espero que si algún día caigo en la tentación... ¡no me lo tengan en cuenta mis lares y manes!
Un culto de especial relevancia era el del hogar familiar (Vesta), fuego que siempre debía mantenerse con el ánimo de salvaguardar la suerte de la familia. Los lares y los penates (espíritus de los antepasados) debían ser honrados virtud de suntuosas ceremonias y constantes ofrendas. La vida era, en no pocas ocasiones, contemplada como una obra de teatro, una serie de formalismos y rituales que no dejaban de ser un camino a desembocar en el mar Destino. Sin llegar a ser como los egipcios, en Roma impregnó el formalismo por doquier, desde su Derecho al sexo, pasando por los modales, la comida o las frecuentes festividades religiosas.
No cumplir con el ceremonial tenía dos consecuencias negativas: la deshonra de los familiares difuntos y correlativo desprecio, desprestigio, del común del pueblo. La cultura latina se basaría en un sempiterno “qué dirá el vecino”. Todo no es libre, más que la Vida y la Muerte, o al menos, la forma de llegar a ellas. Por más que ello pudiera ser argumento del más arcaico costumbrismo, o peor aún, rancio nacionalismo, las costumbres presentes tienen mucho de pasado. Las experiencias en nuestra sociedad pueden reducirse a acervos del pretérito lejano.
Más allá de la transmisión oral y escrita, los condicionantes que una vez hicieron surgir una idiosincrasia, siguen estando ahí para renovarla, hacerla resurgir, hacer sentir a unos herederos de quines les precedieron. Totalmente palpable es el fenómeno de pasear por cualquier calle de España, Italia, Argentina o Uruguay. Frente al uniforme “giry” de las bermudas verdes y el jersey a rayas, el latino de turno deslumbra con su traje de oficina, su vestido de moda o conjunto humilde, pero por ello falto de estilo y adecuada circunstancia. El hombre o mujer que se baña en el Mediterráneo (o que procede directamente de los que así lo hacen) sabe que uno, antes de salir de casa, se debe mirar en el espejo, no por miedo a parecer feo sino por “honra de sus antepasados” y no ser diana de los dardos de sus vecinos.
Lo característico de España e Italia es precisamente esto, la herencia latina, una cultura continuamente condicionada por el “qué dirán”, por el “cuánto cuesta”, así como por el “si es de marca”. La comodidad es para el hogar, visión para con los que se tiene confianza. Quizás la globalización también esté dañando el estereotipo de la elegancia latina. Los turistas rompen el cuadro, o más bien, lo componen con sus modelos de turno y equipamientos antimoda, ¡qué se le va a hacer! Afortunadamente para mí, comienzo a ver la causa del porqué comienzan a existir ropas que nadie compra, modelos que retan al espejo y al buen gusto, es posible. Sólo espero que si algún día caigo en la tentación... ¡no me lo tengan en cuenta mis lares y manes!
- Primera imagen: Vesta de Ricci, Sebastiano. En segundo lugar: mosaico de Villa del Casale (Sicilia).
5 comentarios:
Javier: En línea y reenfocando, te recomiendo: LUIS RACIONERO. "El mediterráneo y los bárbaros del norte".
No se que decirte por que depende lo que ponga que dira la gente. Buen post.
Magnífico blogg!Lo he encontrado de casualidad..Creo que me pasaré más por aquí..
M´assalama..
siempre con la cultura y la forma genial que tienes para llevarnos por caminos de aprendizaje universal... me encanta eso de tu blog
dios te bendiga bro
un gran abrazo
joder!! muy habitualmente me meto en tu blog, leo tu artículo y me quedo asombrado por lo que cuentas ya qeu suelen ser cosas que desconozco, sin embargo hoy me has dejado totalmente con la boca abierta, jamás habia oido hablar de todo esto relacionado con la moda, mira que soy persona informada en tendencias y nuevos estilos, pero claro, me habia quedado en la superficie cual aceite sobre agua (que ridi me ha queado esto, jajaja) no sabia porqué los mediterráneos tenemos especial cuidado de nuestro aspecto!! m
besis y gracias!
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