viernes, 11 de abril de 2008

Una del Oeste: la Guerra de los Huesos

Los actos humanos pocas veces pueden abstraerse de los motivos y sentimientos que los precipitaron. Los descubrimientos científicos, formalmente, suelen ser fruto de la curiosidad innata, de la aplicación del método científico. Pocas veces se nos presenta a los grandes hallazgos de la Ciencia como arrebatos de orgullo, competiciones honoríficas o búsquedas de caminos lucrativos por los cuales ganar copiosas sumas de dinero. Dentro del estereotipo yankee del Oeste (tiroteos, indios y purasangres) existe un caso que nos ejemplifica lo hasta aquí dicho.

Durante el siglo XIX, los EEUU experimentaron uno de sus periodos más productivos en cuanto a mitos, leyendas y prejuicios. Los conflictos y correlativa colonización del “Far West” coincidieron con la fiebre del oro, la industrialización y formación de algunas de las mayores fortunas del continente. Los países anglosajones quisieron rivalizar con los latinos en moda y pomposidad. No eran extrañas las ferias y convenciones en las que se mostraban los geniales descubrimientos del momento: fueran innovadoras máquinas textiles... o esqueletos de dinosaurios.

Fue precisamente en una muestra pública donde el paleontólogo Othniel Charles Marsh dejó en evidencia al profesor Edward Drinker Cope (afamado científico de la Universidad de Pensilvania) por haber colocado la cabeza de un Elasmosaurus (plesiosaurio: reptil marino) donde se hallaba el fin de la cola. Aquello que, con casi total seguridad, escapó de su supervisión, sería motivo de burla y deshonra ante la exigente comunidad de científicos reunida para aquel momento. Siervo de su orgullo, Cope no olvidaría aquel momento. El hecho de tratarse de los dos grandes paleontólogos del momento, hizo que el hecho no se limitara a quedar en eso. Así pues, entre ambos paleontólogos se iniciaría un conflicto, no sólo científico, que desencadenó en la conocida como “Guerra de los Huesos”. Y es que más allá del epíteto o el eufemismo, el conflicto tuvo tintes de guerra virtud de la violencia que intercedió entre ambos contrincantes. Asaltos a trenes, tiroteos de bandas, explosiones de yacimientos, sabotajes o sobornos no fueron más que ejemplos de un conflicto que trajo jugosos frutos a la posterioridad, aun siendo un mal, y plenamente reprobable, ejemplo científico.

Sin lugar a dudas, sería el “big bang” de la paleontología, virtud del gran número de especies que se descubrirían por aquel entonces (la gran parte de ellas partícipes de todas las listas-grupos-conjuntos de saurios aparecidos en libros, revistas, reportajes y películas). Triceratops, Camarasaurus, Allosaurus, Stegosaurus o Dimetrodon (que era un reptil mamifoire) serían algunos de los máximos exponentes de tan fructífero periodo. Pese a salir ganador Marsh (dadas sus privilegiadas relaciones), la fiebre por el descubrimiento, junto con la voluntad de superar a su contrincante, teñirían buena parte de los hallazgos, produciendo anécdotas de lo más detectivescas.

Haciendo un paréntesis dentro del artículo, poca duda cabe de que Brontosaurus será uno de los dinosaurios más veces invocados si fuéramos interrogados por el nombre de alguno. “Reptil del trueno” significaba su nombre; su elevadísimo peso, eventual, hizo que la comunidad científica se preguntara cómo era posible que un ser de sus características pudiera sostenerse sobre tierra firme. A partir de la dudas surgirían curiosísimas e imaginativas teorías referentes a la biología del animal: vida acuática, hábitat de hipopótamo y un largo etcétera. Pese a todo, aquello que debió sorprender más a Marsh debió de ser lo poco innovador del descubrimiento.

En el año 1877 Marsh identificó un extraño animal de colosales dimensiones: su nombre “reptil engañoso” así nos lo muestra, más aun si conocemos su historia. Apatosaurus, pues así se llama, que no conoce, al animal, fue uno de los dinosaurios de mayor peso de los que poblaron las selvas del Jurásico. El hecho de que en el año 1879, en pleno conflicto, Marsh descubriera un “nuevo” dinosaurio saurópodo (Brontosaurus) debió de enorgullecer la innata avaricia del científico. Gran fiasco debió llevarse cuando se le comunicó la inexistencia de Brontosaurus.

El ansia de superar a Cope, hizo que nuestro amigo obviara la identidad entre ambos hallazgos. Apatosarus resultó ser un ejemplar joven de Brontosaurus, por lo que la segunda denominación debió de desaparecer de los anales de la Ciencia, no de nuestro imaginario y fantasías. La remoción formal del nombre acontecería en 1974, generándose un tiempo, algo más que suficiente, para que el nombre del reptil se convirtiera en bandera de los amantes de los dinosaurios y general conocimiento del pueblo. La moraleja del brontosaurio no deja de ser, cuanto menos, notable. El orgullo y, con casi total seguridad, interés de un avaricioso científico, hiceron ver dos especies donde siempre hubo una, debiéndose cambiar el nombre conocido por el pretérito. La avaricia corregida, y al mismo tiempo... ¡el nombre popular cambiado por la rigidez de los científicos!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi me caia mejor Cope. Marsh era un manipulador que obligaba a sus trabajadores llamar a Cope "homo horrendus". Aunque eso es una anécdota teniendo en cuenta que ambos hacían excavaciones con dinamita...

Terrible Pollo dijo...

Que trauma para Pedro Picapiedra... Como hacerle comprender que ha vivido en la ignorancia, al pedir sus hamburguesas de Brontosaurio ??!!

PD: Re interesante tu blog... me hare el tiempo para leer parte del material que tienes aqui...

Etèria dijo...

Lección aprendida. Es un gustazo saber un poquito más de história leyendote.

Anónimo dijo...

y así será por mucho tiempo no es algo de hoy.

bss

nickjoel dijo...

tus escritos como siempre cargados de sentimiento intrinseco, y de maravillosa historia, de una cultura excepcional...

Dinorider d'Andoandor dijo...

sin embargo en el populorum aún se llama Brontosaurio!

XDDD