domingo, 27 de abril de 2008

Las hienas y sus contradicciones

Uno de los postulados clave de la ciencia marxista es la ley de la negación de la negación. El mundo, de una forma un tanto simplicista, se basa en todo un cúmulo de relaciones contradictorias; la sobredefinición y la contradicción basan lo empírico, no siendo lo terreno manifestación de un supuesto mundo de ideas, por sí mismo, idílico. A todo predador se le supone una presa, al color blanco, la existencia del negro. Los opuestos son la base de las cargas eléctricas y el motivo de las precipitaciones (bolsas de aire caliente frente a medios fríos y viceversa). Si bien, no sólo por ideología política, me resisto a alzar a Federico Engels a la consideración de “sabio”, cierto es que me gusta y seduce su forma de subsumir todos los fenómenos de las ciencias (sean éstas sociales o naturales) dentro de unas mismas reglas. No hay nada en el Mundo que no tenga su opuesto, o al menos, yo no he sabido encontrarlo.

No son pocas las ocasiones en las que se ha insistido en lo alegórico, lo ejemplar y expresivo como algo de extrema y necesaria utilidad. En lo que a “leyes” se refiere (sean éstas biológicas o, incluso, sociológicas), la sabana africana se constituye como un cuadro de difícil equiparación adjetival para lo que conocemos como “majestuoso”. Sus rebaños y piaras, bandadas y grupos nos hacen pensar en la abundancia, más pretérita que cotidiana. Nuestros orígenes parecen susurrarnos secretos desde las acacias. Esa tierra ninguneada es una poesía representada en leones, cebras, ñues y gacelas. Mágico bestiario en el que poder hallar múltiples paradojas y leyendas. De entre todas las bestias del África Austral dudo que sean muchos aquellos que destaquen a la hiena. Si hay un animal que representa buena parte de los pensamientos de Engels ese es éste. Seguramente sólo le faltó vestir de rojo en vez de manchas; la hiena es un animal tan temido como admirable, tan perverso como intrigante.

La mitología grecolatina nos habla de un animal sumamente estimado por la brujería y la alquimia. Las contradicciones que en ella se encuentran, difíciles de explicar aún en nuestros días, fueron motivo de variopintas cavilaciones que decantarían en mitos, rumores y leyendas. De hecho, contra el peligro de los lobos, chacales y demás cánidos salvajes, el costumbrismo de los antiguos recomendaba vestir ropa de hiena. Valga decir que para la Iglesia no fue nunca un animal de exquisita compañía; sus increíbles costumbres sexuales no ayudaban a ello, y mucho menos su sonido, tan reprimido como temido, la risa.

Desde tiempos antiguos se ha dicho que la hiena es un animal hermafrodita, nada más lejos de la realidad. Como animal inteligente, partícipe de unas relaciones sociales sumamente complejas y jerarquizadas, las hienas utilizan el sexo como instrumento de cohesión sexual: sea vía reproductiva o, las más de las veces, hedonista. Para ello, las hembras disponen de un órgano en forma de pene que sustituye al clítoris de las mujeres (ambos órganos, masculino y femenino, surgen del mismo enclave anatómico, como la hiena bien nos representa). Su estimulación provoca un gran placer a estos animales, siendo causa de regocijo y juego entre los individuos del grupo, eso sí, siempre respetando las castas y demás supremacías establecidas. Sin embargo, la gran contradicción del taxón conocido como "hienas" son el resto de los depredadores, es decir, los felinos, los cánidos, sus “parientes” (mangostas y civetas) y, ante todo, el hombre.

Estudios recientes nos muestran una inquietante interrelación entre humanos y hienas. En el lugar que hoy conocemos por Europa, antaño las hienas merodeaban en busca de presas. Sus proporciones eran considerablemente superiores a las de sus actuales congéneres, lo que les llevó a ocupar una posición muy acomodada dentro de los ritmos e interrelaciones zoológicas de aquellos ecosistemas. El hombre fue una de las víctimas más damnificadas por su “imperio”. Se tienen indicios de que la población de hienas condicionó la de humanos. Más que el león de las cavernas, los osos o los tigres dientes de sable, los de la banda “Crocuta” fueron los peores enemigos de los nuestros. Todo ello no sólo se debía a una privilegiada anatomía (grandes mandíbulas y cierta capacidad encefálica), sino también a una identidad de nichos ecológicos.

La mayor contradicción, en cuanto a su generalización, referente a las hienas es su presunto hábito carroñero. La hiena, por más que pudiera parecernos, comen carroña en tanto que optimización de los recursos a los que pueden acceder, no por norma. Los “robos” alimenticios que sufren por parte de los leones son más frecuentes que a la inversa. Guerra sucia pocas veces comprendida en su justa medida. Los leones realizan batidas contra las hienas. Es poca la seguridad de la que disfrutan estos animales durante las madrugadas africanas. La guerra de los carnívoros es una realidad, tan surrealista como sensacionalista, pero no por ello menos cierta.

Como organismo carroñero (pues esa fue su dieta cárnica principal durante largo tiempo), el hombre interaccionó con la hiena en “guerras” y “robos” de comida y territorios. La extinción de estos seres en buena parte del globo se debió a ello. ¿Quizás nos encontremos, de nuevo, ante unos prejuicios actuales que tengan ciertas reminiscencias de experiencias, dimanantes del "recuerdo social"?

jueves, 24 de abril de 2008

Iglesia v.s. física cuántica

Imaginemos que hoy nos tocó en suerte una genial clase de Física y Matemáticas. El profesor, sólo para esta sesión, será Gödel, Hofstadter, Feynman, o quizás, de haber suerte, Heinserberg o Bohr. A estas alturas pocos serán quienes no se hayan percatado de que se trata de una clase poco habitual, una lección predestinada a cambiarnos nuestra concepción sobre la vida, la imagen que percibimos de nuestro mundo, presuntamente perfecto, pese a estar, locamente, abocado al impredecible infinito. Para iniciar nuestra sesión científica el profesor comienza hablando del Sumo Pontífice. Según Joseph Ratzinger, nombre mortal del actual Papa, el relativismo “es el problema más grande de esta época”. “Abdicar de la verdad no salva al hombre”, añadiendo que “la fe cristiana impulsa inexorablemente hacia la verdad”. Seguramente, en nuestra jerarquía de citas, el Papa bien pueda ocupar una de las posiciones más, al menos socialmente, predominantes. Cuanto menos, el testimonio del Papa Benedicto en su obra: «Fede, verità, tolleranza - Il cristianesimo e le religioni del mondo» nos resulta de gran utilidad para resumir la percepción “existencial” que hasta nuestros días se nos ha enseñado de éste, nuestro mundo. Dios es Orden, la Verdad, la culminación final de todo camino vital: llegar a encontrarse con el platónico cielo de las ideas de Platón, llámese, equivalentemente, Cielo cristiano. Sin ostentar militancia religiosa, acaso tampoco política, podemos llegar a reconocer que estamos totalmente influidos por la mayor parte de los postulados de la ciencia occidental histórica, resumidos y esgrimidos, desde ya hace siglos, por la teología cristiana. No serán pocos quienes se frustraran cuando nuestro imaginario profesor diga que hemos sido ciegos hasta el momento. Rápidamente, despojándose de toda pretensión mesiánica, el maestro nos aclara su falta de propósitos adoctrinadores, mucho menos religiosos. Sigue la explicación. Será ínfima la proporción de alumnos que haya pensado alguno vez en la irregularidad de la farola, lo malamente esférico de la naranja o la falsa rectitud del lápiz. Asombrosamente, algo tan “a priori” perfectamente geométrico no deja de ser una abstracción que realiza nuestro cerebro, consecuente con lo percibido por nuestros sentidos, al no poder contemplar o analizar los infinitésimos átomos, y quarks, que componen nuestro mundo. Un matemático de la talla de Gödel afirmó que ningún sistema formal, por bien construido que esté, puede ser perfecto, en el sentido de reproducir toda proposición verdadera bajo la forma de teorema. Tal y como puntualiza Hofstadter (en su inexcusable libro: “Gödel, Escher, Bach. Un eterno y grácil bucle”), “el hecho de que la verdad trascienda a la teoremidad, en cualquier sistema formal dado, es conocido como “incompletitud” de tal sistema”. La lógica pierde buena parte de su sentido con lo dicho, recogiéndose puros cartuchos de explosivo con los que erosionar los fundamentos de nuestra ciencia “enseñada”, que no en todo moderna. Newton erró, al igual que tantos antes. El paradigma científico actual nos muestra cómo las leyes elementales de la física o la geometría de Euclides están sucumbiendo a nuevas teorías de mayor, y más necesitado, alcance. El miedo encarnado por el jefe de la Iglesia católica encuentra correlato en la amenaza de que se erija una nueva “gran teoría” que explique fenómenos tanto de las ciencias sociales como de la Naturaleza, del medio ambiente al hombre, pasando por toda empírica existencia. Plenamente relacionado con ello está una de las grandes contribuciones al pensamiento humano de los últimos tiempos, la física cuántica. Teorías, para nada cercanas al gran público (salvo contados libros como el de Hofstadter o los varios, y a cuál más útil, de John Gribbin), se están aproximando a un gran cambio predestinado a trastornar nuestra concepción global del pensamiento, y por definición de todas las ciencias. Conceptos como Azar (la tan temida diosa Fortuna), incertidumbre, entropía, termodinámica, y sobre todo, la teoría de campos, son algunas de las nuevas lecciones que, lejos de quedar en lecciones imaginarias como la de hoy, pronto monopolizarán las aulas de los centros impregnados en el progreso (al menos en actualidad) inherente al conocimiento científico. El relativismo no es nada más que la vida empírica del infinito. Como diría Niels Bohr: “es incorrecto pensar que la teoría de la física es descubrir cómo es la naturaleza. La física se preocupa de lo que podemos decir sobre la naturaleza”. Uno de los grandes divulgadores de nuestro tiempo, Isaac Asimov, destacó la necesidad de diferenciar lo “desconocido” de lo “incognoscible”, es decir, aquello a lo que no ha alcanzado la Ciencia atribuir explicación frente a aquello otro para lo cual jamás estará facultada para atribuírselo. Heinserberg nos propone un pensamiento genial para la reflexión: “es imposible determinar simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula”, formulación científica de la que extraería su “principio de incertidumbre”, virtud del cual: todas las formas de materia son indeterminadas por su propio carácter, no por problemas de medición. El objetivismo hecho pedazos, relativismo con el que destrozar nuestra ciencia clásica, a Descartes, a los lógicos y demás matemáticos idealistas, todo ellos, literalmente, tirados a la basura por la teoría del Caos y la incertidumbre. Pese a todo, todo ello nos ayuda a crear, dentro del más imperfecto desorden, los incentivos que nos motivan para el conocimiento.
  • En primer término, fractal con cierta forma de "Buda": http://commons.wikimedia.org/. En segundo lugar, montaje de Saturno con sus lunas: Montage of Saturn and several of its satellites, Dione, Tethys, Mimas, Enceladus, Rhea, and Titan. From site of NASA

domingo, 20 de abril de 2008

La tragedia de ser albino

África es un mundo a parte en no pocos sentidos. Sus frondosas selvas tropicales, y fértiles sabanas, conviven con el mayor desierto del mundo. Siendo científicamente la cuna del hombre, en la práctica se configura como el continente más agraviado. Con todo, son múltiples y variopintos los enigmas que se esconden tras sus lianas y ramas, leyendas e incógnitas resueltas o sin resolver, cunas de libros e historias. De entre estas historias, en lo que a Barcelona se refiere, seguramente sea la de Copito de Nieve aquella que más interese al común de los que allí hemos nacido.

A principios de los sesenta, fue hallado en la selva de Nko (Guinea Ecuatorial), un curioso monito de pelo blanco. Los cazadores fang (etnia conocida por sus notables efigies talladas en madera) lo encontraron, llegando a las manos del Dr. Jordi Sabater Pi (conservador del Zoo de Barcelona), mediante previa compraventa. El “rapto” del animal fue una suerte de operación-rescate. Al milagro de que los cazadores no acabaran con su vida, para después comerciar con sus partes como amuletos supersticiosos, habría que sumársele la buena dicha de toparse con la posibilidad de acudir a un parque zoológico, pues pocos indicios nos pueden hacer pensar en una eventual supervivencia en el medio que le vio nacer. Nada más lejos de la realidad, el gorila, de no haber sido encontrado, hubiera sido marginado. No tener pelaje negro no le hubiera permitido encontrar ni hembra ni grupo que lo asimilara en su interior. La diferencia haría romper el equilibrio implícito en todo ser social, no pudiéndose admitir un punto blanco en la inmensidad del negro...

No deja de ser curioso cómo las mutaciones genéticas se abren paso en la carrera por la supervivencia. A la existencia de un duro medio hostil, siempre habrá que sumársele una lucha del resto de los de la especie por erradicar la excepción que les hace peligrar su, empírica y mayoritaria, regla. Un pavor real rojo no sería un divo entre los galliformes de la India, como tampoco lo sería un elefante o un rinoceronte blanco entre las hierbas de la sabana africana. El albinismo es un fenómeno de lo más curioso, motivador de anécdotas terroríficas, a la vez que curiosas.

La salvación del mono blanco no ha sido así para algunos niños de Tanzania. Leyendo la prensa por Internet (Periodista Digital) me entero de la desaparición y posterior asesinato de varios infantes, por el mero hecho de ser albinos en un país de hombres negros. Sus cuerpos (órganos sexuales, dedos, extremidades y demás) son objeto de comercio entre los supersticiosos, dice nuestra fuente que, muy especialmente, entre los mineros (con el sino de darles buena suerte y guiarles hacia el hallazgo de una veta). Una vez más, el ser humano se solidariza con lo animal, realizando comportamientos semejantes, que cada día dañan más las fronteras entre lo humano y lo inherente al resto de las demás especies.

La historia del patito feo aplicada a los hombres. El racismo y demás fenómenos como el aquí explicado no dejan de tener algo de “animal”, cierto acervo biológico que nos aproxima al resto de los seres sociales. La repudiación del niño negro albino es similar a la que hubiera sufrido Copito. Pese a lo superior de nuestros respectivos cerebros, los primates han sabido realizar comportamientos semejantes a los del resto de animales; estrategias evolutivas que, una vez más, nos presenta a la Naturaleza como una diosa, muchas veces más malvada que bondadosa.

El ser humano, en tanto que ser racional, necesita de la clasificación. Dentro de los impulsos sapienciales que nos llevan a justificar, presumiblemente científicamente, nuestros conocimientos y experiencias, lo extraño (ni aunque sea por mera estadística) se hace blanco de etiquetas y clasificaciones. En verdad, se llaman blancos o negros, con el ánimo de simplificar los nombres. Los perjuicios, buscando sujeto pasivo o meros culpables dentro de la inocencia, se vuelcan en estas pobres víctimas, tenedoras de no peor desgracia que la de haber nacido en minoría.

Los niños asesinados nos acercan a aquellos animales que, en pro del grupo, acaban con los que entorpecen la coreografía (sean bancos de peces o grupos de rumiantes de la sabana). Si a ello se le une un cerebro que toma la posición del prejuicio, que no de la comprensión y del acercamiento, nuestras psiques salvajes se ven liberadas de prejuicios civilizadores y nos hacen dudar de la identidad de especie y correlativo espacio común frente al resto de la biodiversidad: ¿son humanos quienes son capaces de hacer esto? Quizás lo sean, al serlo todos nosotros animales en mayor, o, al menos en deseo, menor proporción.

Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/tizas.php/2008/04/11/en-tanzania-asesinan-a-los-albinos-porqu

En primer término, Copito de Nieve (imagen no sujeta a copyright, origen: http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:CopitoDeNieveGorilaAlbinoZooBarcelona.jpg). En segundo término, Snowdrop, pingüino albino del Zoo de Bristol (Reino Unido): http://commons.wikimedia.org/wiki/Image:Albino.penguin.bristol.zoo.arp.jpg.

jueves, 17 de abril de 2008

Fidela


No entiendo cómo puede hablarse de animal fiel alguno, obviando al caballo. Corre, ayuda y transporta sin obligación, galán palafrén para quien lo monta. Su servidumbre le llevó a una esclavitud rogada, mostrando la libertad con su galope, todas las contradicciones de este amplio Mundo. Se ríe del tiempo con maestría; por más que decaiga su salud siempre será caballo. Animal mitológico y ayo de caballeros, escudero ejemplar y obrero entre los naturalmente soberanos. El caballo es la fidelidad en persona, el mito de la desinteresada conducta, el estoicismo materializado en carnes de yegua, animal de trabajo, ¡eterno mártir de la dicha!

La fidelidad se sobreentiende en aquello que bien vale la pena. No hay oro que compre la seguridad de su cálido regazo, de su buen hacer sin querer sacar provecho del acto. El caballo nos lo muestra con alegoría, en su transitar tan artístico como monótonamente obligado, lección de determinismo aplicada al más tirano de entre los destinos. Fidelidad y desinterés dan sentido a la forma de tu nombre. Nos muestra el ejemplo de la familia unida, del cariño que jamás tuvo que ser requerido, por ya haber sido con él honrado. Bondad de entre todas las cosas buenas, dulce de Artinata, deidad anguiteña. Todos los apelativos cristalizan en esta joya en parentesco y experiencias, esta lozana alma engarzada en aprendiz de anciana, gran ejemplo de simpatía y cariño para quienes te aclaman.

El caballo surge en el imaginario con su eterno trote, mostrando el camino. Un camino que a algunos pudiera parecer monótono dentro de tanto de lo mismo, dar siempre lo que nunca le ha faltado a los infantes que rodean grandioso delantal, a los pasivos de tan activa devoción, joya entre los eternos designios.

Lo equino no define tu efigie, pero sí mis sentimientos. Los caballos más puros corren por la pradera de Fantasía, dejando pisadas de melancolía, un deseo de futura recuperación, una convicción que se transforma en hecho. Sé fiel caballo mío, sigue siendo una especie que se base en la semilla que cultiva tan noble persona. Sigue siendo sublime, eterna y grandiosa. ¡Se adjetivo superlativo, sé noble y sincera! ¡pero sobretodo, seas quien quiera que seas coge el nombre de esa dama, de esa joya de entre los encinares, esa guasa de pasión, de apellido Nicolás, de nombre... ¡Fidela!

Con los mejores deseos de alguien que se siente, hoy más que nunca, más nieto que sobrino.

Cuadro: Franz Marc (1880-1916): The Little Blue Horses (Die Kleinen Blauen Pferde), 1911, oil on canvas, Staatsgalerie, Stuttgart.

martes, 15 de abril de 2008

El auge del tendero

La condición jurídica de los comerciantes terminó por proporcionarles, en esta sociedad en la que por tantos motivos resultaban originales, un lugar completamente peculiar. A causa de la vida errante que llevaban, en todas partes eran extranjeros. Nadie conocía el origen de estos eternos viajeros. La mayoría procedían de padres no libres a los que habían abandonado desde muy jóvenes para lanzarse a la aventura. Pero la servidumbre no se prejuzga: hay que demostrarla. El derecho instituye que necesariamente es hombre libre aquel al que no se le puede asignar un amo. (...) No reivindicaban la libertad: les era otorgada desde el momento en que era imposible demostrarles que no disfrutaban de ella”.

Henri Pirenne, “Las ciudades de la Edad Media”

Todo curso de Derecho Penal, que se precie, se inicia con un ensayo referente a los fundamentos de su necesaria existencia. Durante mi estudio de esta disciplina, recuerdo cómo me argumentaron la imposibilidad de obviar a los tipos penales en una sociedad donde, aunque sea por mero desiderato, es imposible que reinen los ángeles. Más allá de Beccaria o Roxin, de razones jurídicas o filosóficas, lo dicho se constata como realidad, en tanto que correlativo de lo que muchos hemos soñado o pensado como fantasía. Me explico. Cuando uno fantasea, sea durante el sueño o en un momento de “mente en descanso”, no acostumbra a visualizar, al menos al principio, las cosas en su apariencia real. Todo lo imaginamos en términos superlativos, imaginación al poder, medidas, contrastes y proporciones que desearíamos, pero jamás alcanzaremos a ver. Después de todo, ese es el mecanismo del deseo, quizás también el carbón para el esfuerzo.

Si pensamos en ciudades legendarias, a la mayoría de las mentes se les recreará una alegórica Babilonia, con sus Jardines Colgantes, la Alejandría de Cleopatra, una ciudad de las descritas por Tolkien o la Ciudad de Plata del libro magno de Ende. Dudo de que a alguien se le ocurra pensar en el peor suburbio de su urbe más cercana, en las chavolas de Río de Janeiro o en los bajos barrios de Chicago. La mente tiende al deseo con la finalidad de incentivar el progreso, esa eterna lucha contra el Caos que nos define como seres “racionales”.

En términos de justicia, y de buena política, a muchos nos vendrá a la cabeza una ciudad ideal de elfos; un lugar donde la intervención del soberano penal sea mínima y la coerción un mero atisbo de tiempos pasados. Seguramente alguien piense en los ángeles y sus moradas, un paraíso terrenal que dejara sin sentido al Cielo, donde todo fuere lo que tuviere que ser, y no lo que el Azar dispusiera. Yo participo del sueño, pocas veces se puede llegar a aceptar, sin mayor miramiento, aquello que nos muestra la historia. La “desigualdad institucionalizada”, la necesidad (espero que no biológica) de dividir el ecosistema social en clases.

El autor citado, Henri Pirenne, es quizás el medievalista más eminente de todos los tiempos. Sus teorías nos han llegado como dogmas de suprema utilidad para nuestra actual ciencia histórica, pensamientos que acontecen, con el paso del tiempo, opiniones que se solidifican en “reglas”. La visión que de la “Revolución del Año Mil” nos hace es de lo más expresiva: el comerciante como individuo libre, servidor de una actividad que haría de la burguesía el germen primordial de un “mundo libre”. Por contraposición con la ruda aristocracia del momento, la visión no podía ser más acertada. Sin embargo, Pirenne obvia al no subrayar “la otra parte” de este auge, que en el fondo no sería más que una muestra de continuismo, quién sabe si de ruin, y estoico, determinismo.

El comerciante se alzó con la dicha, optimizando la rentabilidad de lo producido por el sistema. La situación del hombre ligado a la tierra era totalmente necesaria para que el tendero tuviera su mercancía. El mérito de la burguesía, sin lugar a dudas, fue el saber sacar a la nobleza de la primacía social unánime; cambiándose burgueses por nobles, como antes lo hicieran éstos con los patricios romanos.

¿Libertad o transmutación de los dominantes? Quizás fuera el momento de hacer una reflexión en torno a nuestro “humano ecosistema”. Aquél donde siguen habiendo presas y depredadores. Gentes que intermedian con el esfuerzo de los productores, sangre que trabaja y “cerebros” que dirigen. Seguramente no existan soluciones posibles, es altamente probable que siga pensando en términos de utopía, sin embargo, creo que la reflexión es de interés para todos los que compartimos estos tiempos, como antes lo fue para quienes nos precedieron. ¿Son inevitables las clases sociales, dominantes y oprimidos? ¿Es utópico pensar en la posibilidad de una sociedad sin clases?
  • Primera imagen: Henri Pirenne, en segundo lugar, la "República de los Patricios" que dijera Diehl, cuadro de Francesco Guardi (2nd half of 18th century)

domingo, 13 de abril de 2008

Oposiciones a lagartija

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA "ESPACIO LUKE":
Siempre había considerado lo mágico de aquel edificio. Sus escarpadas piedras no le privaban de soñar con torreones medievales, lugar de dragones, mágicas atalayas y célebres hazañas. Siempre había soñado con contrastar qué era aquello que debiera verse a tal altitud. No sabía cómo sabía el amanecer desde aquella altura, si en aquel mundo había mar y cielo, tierra y aire. Soñaba con los ojos abiertos, con la cola pegada y las piernas adheridas a su presente terreno. Su sangre de reptil se revelaba ante el tópico, excitación y nerviosismo en una psique, que primordialmente, parecía ir encaminada hacia la ignorancia y lo estático.

Dos pasos de lagartija y el animalillo continuó su periplo errático. Los polvos de piedra que se generaban con la escalada no hacían daño a la inmensidad del gigante pétreo. Todo era piedra fuerte y bien puesta, orden en la colocación, como corresponde a toda preciada fortaleza. La alimaña no retrocedía, al primer subir vio las cabezas de esas espigas por las que tanto había transitado. Cenizos y demás hierbatos no impresionaban a tan peculiar catedrático en botánica, experto en semillas, basura e insectos con los que saciar el estómago.

La lagartija subía y subía. De la espiga pasó a ver campo. Lejos de parecer algo nuevo, todo le aconteció rutinariamente común y cotidiano. Trigos encañados como tantos hubiera visto antes, cebadas a punto de ser recogidas, y algún que otro cordero, que no pudiendo pisarle, era observado con cierto descaro y recelo. La lagartija se esperaba algo más, subir el torreón era costoso y caótico, sólo se tenía certeza del esfuerzo pero no del resultado. La lagartija continuaba. A todo ello, decían que por aquél lugar medraba la cigüeña... ¡quién pudiera volar e ir directo al destino que tanto le estaba costando!

Conforme avanzaba la visión cambiaba en un mismo tipo de idénticos. Nada nuevo sino lo mismo en otra óptica. A un lado carrascas de oliváceas hojas, al otro choperas y vegetación de ribera. En un horizonte el Ocejón, en el otro, el Moncayo. Tanto esfuerzo invertido para seguir admirando lo mismo que viera antes del inicio de tan funesto tiempo. Ser más viejo en derroches pero igualmente joven en reconocimientos, picar en el cielo, ser minero de los aires más etéreos.

El reptil continuó y volvió a continuar lo, simplemente, continuo. La torre no parecía acabar, y nada le daba incentivos para tantos esfuerzos. Siguió en la ceguera del sueño. Debía ver a la cigüeña, al halcón, al gorrión o dragón que gobernaba en la atalaya. Subía y subía para remediar, en poco, el anterior puesto de inicio, el suelo mundano, hermano de lo hasta entonces visto.

Al fin, el minúsculo lagarto llegó al nido. Desde la torre todo parecía idéntico pero con diferente tamaño. Los tejados del humano se asemejaban al chocolate, pequeñas tejas tostadas que imitaban el pelaje del escamado vidente. Los árboles parecían hierbas, y éstas ni se veían. Los picos estaban más próximos, los sueños más lejanos. El lagarto empezaba a comprender que quizás lo que allá veía era el Mundo, su hazaña un mero periplo de vida. ¡¿Cómo podría sanar la ceguera sin haber subido el torreón islámico!?

Un instantáneo viento pareció reírse del hecho. Mucha piedra junta para dar acta de tanto esfuerzo. El lagarto, pese a todo, ya no era el mismo. Comprendió que el haber subido era un paso previo a la posterior bajada, una forma en la que invertir el tiempo, que necesariamente deberá ser gastado. La inversión le trajo conocimiento, el sueño pasó a ser realidad, y en el lugar se estaba a gusto y con todo tipo de insectos. ¡Dolce Vita so previo esfuerzo! El lagarto feneció de cansancio sintiéndose descubridor del más vital descubrimiento: la Vida era eso, algo que muchos compartían, pero con diferente utilidad e incentivos, para un mismo terreno...

Exquisito montaje en Youtube sobre Anguita

(autor: arevaloanguita), enlace: http://www.youtube.com/watch?v=zGyQGAzdbkE

viernes, 11 de abril de 2008

Una del Oeste: la Guerra de los Huesos

Los actos humanos pocas veces pueden abstraerse de los motivos y sentimientos que los precipitaron. Los descubrimientos científicos, formalmente, suelen ser fruto de la curiosidad innata, de la aplicación del método científico. Pocas veces se nos presenta a los grandes hallazgos de la Ciencia como arrebatos de orgullo, competiciones honoríficas o búsquedas de caminos lucrativos por los cuales ganar copiosas sumas de dinero. Dentro del estereotipo yankee del Oeste (tiroteos, indios y purasangres) existe un caso que nos ejemplifica lo hasta aquí dicho.

Durante el siglo XIX, los EEUU experimentaron uno de sus periodos más productivos en cuanto a mitos, leyendas y prejuicios. Los conflictos y correlativa colonización del “Far West” coincidieron con la fiebre del oro, la industrialización y formación de algunas de las mayores fortunas del continente. Los países anglosajones quisieron rivalizar con los latinos en moda y pomposidad. No eran extrañas las ferias y convenciones en las que se mostraban los geniales descubrimientos del momento: fueran innovadoras máquinas textiles... o esqueletos de dinosaurios.

Fue precisamente en una muestra pública donde el paleontólogo Othniel Charles Marsh dejó en evidencia al profesor Edward Drinker Cope (afamado científico de la Universidad de Pensilvania) por haber colocado la cabeza de un Elasmosaurus (plesiosaurio: reptil marino) donde se hallaba el fin de la cola. Aquello que, con casi total seguridad, escapó de su supervisión, sería motivo de burla y deshonra ante la exigente comunidad de científicos reunida para aquel momento. Siervo de su orgullo, Cope no olvidaría aquel momento. El hecho de tratarse de los dos grandes paleontólogos del momento, hizo que el hecho no se limitara a quedar en eso. Así pues, entre ambos paleontólogos se iniciaría un conflicto, no sólo científico, que desencadenó en la conocida como “Guerra de los Huesos”. Y es que más allá del epíteto o el eufemismo, el conflicto tuvo tintes de guerra virtud de la violencia que intercedió entre ambos contrincantes. Asaltos a trenes, tiroteos de bandas, explosiones de yacimientos, sabotajes o sobornos no fueron más que ejemplos de un conflicto que trajo jugosos frutos a la posterioridad, aun siendo un mal, y plenamente reprobable, ejemplo científico.

Sin lugar a dudas, sería el “big bang” de la paleontología, virtud del gran número de especies que se descubrirían por aquel entonces (la gran parte de ellas partícipes de todas las listas-grupos-conjuntos de saurios aparecidos en libros, revistas, reportajes y películas). Triceratops, Camarasaurus, Allosaurus, Stegosaurus o Dimetrodon (que era un reptil mamifoire) serían algunos de los máximos exponentes de tan fructífero periodo. Pese a salir ganador Marsh (dadas sus privilegiadas relaciones), la fiebre por el descubrimiento, junto con la voluntad de superar a su contrincante, teñirían buena parte de los hallazgos, produciendo anécdotas de lo más detectivescas.

Haciendo un paréntesis dentro del artículo, poca duda cabe de que Brontosaurus será uno de los dinosaurios más veces invocados si fuéramos interrogados por el nombre de alguno. “Reptil del trueno” significaba su nombre; su elevadísimo peso, eventual, hizo que la comunidad científica se preguntara cómo era posible que un ser de sus características pudiera sostenerse sobre tierra firme. A partir de la dudas surgirían curiosísimas e imaginativas teorías referentes a la biología del animal: vida acuática, hábitat de hipopótamo y un largo etcétera. Pese a todo, aquello que debió sorprender más a Marsh debió de ser lo poco innovador del descubrimiento.

En el año 1877 Marsh identificó un extraño animal de colosales dimensiones: su nombre “reptil engañoso” así nos lo muestra, más aun si conocemos su historia. Apatosaurus, pues así se llama, que no conoce, al animal, fue uno de los dinosaurios de mayor peso de los que poblaron las selvas del Jurásico. El hecho de que en el año 1879, en pleno conflicto, Marsh descubriera un “nuevo” dinosaurio saurópodo (Brontosaurus) debió de enorgullecer la innata avaricia del científico. Gran fiasco debió llevarse cuando se le comunicó la inexistencia de Brontosaurus.

El ansia de superar a Cope, hizo que nuestro amigo obviara la identidad entre ambos hallazgos. Apatosarus resultó ser un ejemplar joven de Brontosaurus, por lo que la segunda denominación debió de desaparecer de los anales de la Ciencia, no de nuestro imaginario y fantasías. La remoción formal del nombre acontecería en 1974, generándose un tiempo, algo más que suficiente, para que el nombre del reptil se convirtiera en bandera de los amantes de los dinosaurios y general conocimiento del pueblo. La moraleja del brontosaurio no deja de ser, cuanto menos, notable. El orgullo y, con casi total seguridad, interés de un avaricioso científico, hiceron ver dos especies donde siempre hubo una, debiéndose cambiar el nombre conocido por el pretérito. La avaricia corregida, y al mismo tiempo... ¡el nombre popular cambiado por la rigidez de los científicos!

jueves, 10 de abril de 2008

Turcos en Montenegro

Cuando Dios acabó de hacer el mundo se dio cuenta de que se había quedado con muchas rocas en el bolsillo; entonces las dejó caer en una pequeña comarca agreste y desolada. Así es como se formó Montenegro”.

Antiguo proverbio

El 3 de junio del año 2006 Montenegro proclamó su independencia. Ejerciendo su derecho de autodeterminación (reconocido por el Derecho constitucional de su anterior Estado), Montenegro adquirió la independencia cumpliendo todos los requisitos conforme a Derecho Internacional. Los intereses (acercamiento a la Unión Europea) de quienes la promovieron no han dejado ver los inconvenientes de constituir un Estado más pequeño e irrelevante que aquel que otrora formaron con Serbia. Pese a todo, Montenegro tiene unos rasgos que le identifican como un territorio singular, un sujeto pasivo para cábalas, leyendas y pensamientos. Para bien o para mal, Montenegro tiene una historia, sui generis, que le define como un territorio especial.

En los Balcanes “lo turco” es un factor definitorio. Las diferencias identitarias, y acaso también de idiosincrasia, se fundamentan en la antigua presencia, o no, de los otomanos y en lo duradero, o efímero, del tiempo por el que pertenecieron al Imperio de la Sublime Puerta. Montenegro, en su mayor parte, jamás fue subyugado; los copiosos riscos y quebradas que configuran el relieve del país lo convierten en un terreno, arado a conciencia para la resistencia y la guerra de guerrillas. Vivo ejemplo de ello, sobre sus riscos surgió una clase dominante que concentraba el poder, no solo terreno sino también espiritual.

Dentro de la resistencia montenegrina adquirirá tintes de leyenda la efigie de Iván “el Negro”. Una leyenda narraba la profecía de que él sería quien algún día se levantaría con sus huestes y echaría a los turcos de Europa. Nada más lejos de la realidad, el soberano se conformó con fundar un obispado en la ciudad de Cetinia, lugar donde se construiría un monasterio. Los obispos que en él vivían, una vez muerto el último soberano de la estirpe del “Negro”, adquirieron el poder absoluto sobre el país, siendo conocidos como los Vladikas. Primero electos, luego hereditarios, concentraron el poder de la Iglesias y de las armas sobre el terreno, practicando razzias e incursiones continuas contra el invasor turco.

Frente a Serbia, Montenegro dice ostentar “pureza”. Si Belgrado adquirió, incluso cierta prosperidad, durante el gobierno del Sultán de Estambul, Montenegro “resistió” en lo austero de las montañas y sus rebaños. Lo agreste se esgrime como prueba para exaltar y glorificar, por más que los Vladikas no permitieran más religiones que la suya propia. Más allá del medio físico, “lo turco” define a Montenegro. Algo así acontece con Kosovo, con Bosnia, Albania y un largo etcétera. Por más que nos neguemos a verlo, Turquía forma parte, en un lugar privilegiado, de la cultura-historia europea.

Los Balcanes son tierra de nadie, de sangre, de cruces y movimientos migratorios que hacen, más que nunca, imposible el anhelo de la igualdad de “raza” pura, identidad o sentimientos. “Lo turco" decide, mostrándonos cómo para países más opuestos a nuestros ideales como Albania y Kosovo, más rústicos e islámicos que los vecinos de la Mezquita Azul, no existen dudas sobre su pertenencia a Europa.

Si Montenegro es un Estado europeo por resistir a los turcos, más puro que Belgrado. Si admitimos que Kosovo es un estado, no sólo soberano sino digno de necesaria ayuda. Si negamos su historia a Rumania, Bulgaria, Albania, Bosnia-Herzegovina, Creta, Chipre o a la propia Grecia, y privamos a Turquía de su entrada comunitaria... ¿qué papel queda para el juicio neutral, para los criterios, para las balanzas de valores no practicada con interesada alevosía...?

Imágenes: en primer lugar, el Monte Durmitor; segunda imagen: vista de la localidad de Kotor. Ambas sujetas a: GNU Free Documentation license. Origen: http://commons.wikimedia.org/
Artículo publicado en WebIslam: http://www.webislam.com/?idt=10398

lunes, 7 de abril de 2008

"La ciudad actual"

Un libro ameno, y de agradable lectura, es “La ciudad antigua” de Fustel de Coulanges. Se trata, al igual que las obras de Mommsen, de una de las máximos exponentes de la gran corriente histórica de finales del XIX, principios del XX. Gigantes en lo que a la escritura se refiere, personajes claves si lo que pretendemos es ejemplificar con ellos lo que, muchas veces, se ha perdido en la actual ciencia de la historia. Es decir, una redacción con mejores lirismos, menos cargada de rigideces de estilo, y más libre en cuanto a la palabra y el contenido. Comentando el libro en cuestión, el autor basa su idea de Roma en torno al culto familiar, la devoción por los antepasados. Es muy cierto que el hombre romano era supersticioso como pocos, sus días se clasificaban en fastos y nefastos, sus dioses en variopintas y curiosísimas ramificaciones de lo imaginario.

Un culto de especial relevancia era el del hogar familiar (Vesta), fuego que siempre debía mantenerse con el ánimo de salvaguardar la suerte de la familia. Los lares y los penates (espíritus de los antepasados) debían ser honrados virtud de suntuosas ceremonias y constantes ofrendas. La vida era, en no pocas ocasiones, contemplada como una obra de teatro, una serie de formalismos y rituales que no dejaban de ser un camino a desembocar en el mar Destino. Sin llegar a ser como los egipcios, en Roma impregnó el formalismo por doquier, desde su Derecho al sexo, pasando por los modales, la comida o las frecuentes festividades religiosas.

No cumplir con el ceremonial tenía dos consecuencias negativas: la deshonra de los familiares difuntos y correlativo desprecio, desprestigio, del común del pueblo. La cultura latina se basaría en un sempiterno “qué dirá el vecino”. Todo no es libre, más que la Vida y la Muerte, o al menos, la forma de llegar a ellas. Por más que ello pudiera ser argumento del más arcaico costumbrismo, o peor aún, rancio nacionalismo, las costumbres presentes tienen mucho de pasado. Las experiencias en nuestra sociedad pueden reducirse a acervos del pretérito lejano.

Más allá de la transmisión oral y escrita, los condicionantes que una vez hicieron surgir una idiosincrasia, siguen estando ahí para renovarla, hacerla resurgir, hacer sentir a unos herederos de quines les precedieron. Totalmente palpable es el fenómeno de pasear por cualquier calle de España, Italia, Argentina o Uruguay. Frente al uniforme “giry” de las bermudas verdes y el jersey a rayas, el latino de turno deslumbra con su traje de oficina, su vestido de moda o conjunto humilde, pero por ello falto de estilo y adecuada circunstancia. El hombre o mujer que se baña en el Mediterráneo (o que procede directamente de los que así lo hacen) sabe que uno, antes de salir de casa, se debe mirar en el espejo, no por miedo a parecer feo sino por “honra de sus antepasados” y no ser diana de los dardos de sus vecinos.

Lo característico de España e Italia es precisamente esto, la herencia latina, una cultura continuamente condicionada por el “qué dirán”, por el “cuánto cuesta”, así como por el “si es de marca”. La comodidad es para el hogar, visión para con los que se tiene confianza. Quizás la globalización también esté dañando el estereotipo de la elegancia latina. Los turistas rompen el cuadro, o más bien, lo componen con sus modelos de turno y equipamientos antimoda, ¡qué se le va a hacer! Afortunadamente para mí, comienzo a ver la causa del porqué comienzan a existir ropas que nadie compra, modelos que retan al espejo y al buen gusto, es posible. Sólo espero que si algún día caigo en la tentación... ¡no me lo tengan en cuenta mis lares y manes!
  • Primera imagen: Vesta de Ricci, Sebastiano. En segundo lugar: mosaico de Villa del Casale (Sicilia).

sábado, 5 de abril de 2008

Vojvodina: el estuario de Europa

Existen aguas dulces y saladas. Unas nutren a los ríos, otras a los mares. Una diferente concentración de sales minerales nos hace ver a una misma agua de una diferente manera. Toda es aprovechable, cada cual para unas cosas: sin embargo siempre preferimos a la dulce, por ser de más fácil tratamiento, más eficiente y vulnerable a nuestros designios de eficiencia. Si nos pusiéramos en una óptica ecológica, veríamos ecosistemas que se nos escapan de esta sencilla clasificación. Nadie puede hablar del cocodrilo como animal representativo de las aguas dulces, cuando el más grande, que habita en Indonesia y Australia, frecuenta las aguas saladas. Tampoco cabría decir que los tiburones requieren de sal para su supervivencia, bien lo saben quienes se bañan en el Zambeze vigilando la presencia de diabólicas sierras. La naturaleza nos muestra tantas alegorías como bellezas. Las más clarividentes cumbres frente a los más profundos enigmas.

Pensemos en los deltas, los “aiguamolls”, mangles, estuarios y demás ecosistemas en los que participa, dentro de inconmensurables porcentajes, el agua dulce y la salada. La fauna no puede ser catalogada como perteneciente a un ecosistema o a otro, quizás diremos que el barbo es de agua dulce y la dorada de aguas marinas. Sin embargo, siempre existen excepciones que introducen impurezas en nuestras abstracciones categóricas, un cocodrilo que nos estropee poder considerar a los de su taxón, como miembros exclusivos de un tipo de ecosistema. Definitivamente, el estuario es un centro de diversidad, un lugar donde chocan diferentes estructuras naturales en aras de forman un nuevo producto, por definición único e impredecible.

Geopolíticamente, los Balcanes son un delta. Una península bañada por mar donde se cruzan pueblos y gentes de diversos orígenes históricas, variopintos idiomas para otras tantas etnias. Es un lugar, a semejanza de las grandes urbes de Occidente, donde coinciden las tres grandes religiones monoteístas, no sin grandes conflictos. Poco importa la diferencia al interpretar el mensaje divino, cuanto menos no tanto como saber sacar provecho de un tiempo, eternamente convulso, presa de una hostil geografía. Tres grandes ejemplos nos sirven para saber valorar lo diverso (aquello que acerca a estuarios y Balcanes) que son los países de este lugar de nuestro Planeta: Kosovo, Transilvania (ya en el noreste, más que en los Balcanes) y Vojvodina.

En el año 1483, Matías Corvino, Rey de Hungría, informó al Papa de la llegada “en cuatro años, de 200.000 serbios”, instalados al sur de su Reino. Obviamente, lo que a nuestros ojos, ya de por sí, parece una cifra exagerada, debe ser contemplada a la luz de aquellos tiempos (cuando las cifras, proporcionalmente, significaban de una mayor magnitud). La mayoría húngara, vernácula, cedió ante la nueva mayoría serbia inmigrante. Una zona, húngara de pleno derecho, pasaría con el tiempo a formar parte de Serbia, cambiando Belgrado por Budapest, hasta nuestros días. Todo ello fue como consecuencia de las invasiones otomanas y la rápida expansión por Europa de la Sublime Puerta. Los serbios se precipitaron hacia la Vojvodina húngara para concebir una nueva región, perteneciente ahora a Serbia. Lo acaecido en la Vojvodina (donde aún habita una considerable minoría húngara), tendrá grandes parecidos con el caso de Transilvania, patria de Drácula, poseedora de una importantísima población húngara nacional de Rumania. Al igual que en un estuario, los diferentes orígenes de quienes pueblan el hábitat, en este caso humano, hacen decaer cualquier intento de basarse, exclusivamente, en un sólo criterio para una eventual clasificación. Lo nacional acontece irreal e inclasificable.

El conflicto kosovar comporta una génesis equiparable al caso transilvano o “vojvodiano”. Una región inicialmente serbia (valga recordar la gran batalla, fundacional serbia, que en sus llanuras se libró contra las tropas turcas, año 1389), pasaría a ser, hasta día de hoy, una zona mayoritariamente albana (éstos, por otra parte, opinan algunos científicos, descendientes de los ilirios, primeros habitantes de la zona hasta la invasión eslava).

La paradoja no se refiere a la eventual conveniencia nacionalista de una Vojvodina libre o un Kosovo independiente. El “estuario de los Balcanes” nos muestra cuán difícil es encontrar un criterio que fundamente una solución desinteresada, justa y conforme a Derecho. La legitimidad no es bien recibida ni por el tiempo ni por el número, las fronteras no conocen idiomas o ríos, la sociedad se fragmenta en un mundo globalizado. Que nadie se engañe, por más que nos unamos dentro del globo, seguimos sin poner orden local en conflictos que nos definen como especie territorial. Pese a todo, lo narrado quizás continúe siendo del menor interés para quienes estamos dentro de otro paradigma: el Mundo libre, nominalmente civilizado.

miércoles, 2 de abril de 2008

Querida Reina


No quisiera apagar la última luz de esta solitaria jornada, obviando el pensamiento que ordena los designios presentes de esta frágil y mortal alma. El tintero chorrea alegorías en tu nombre, ganas de escribir transmutadas por nenúfares, furor por el futuro encuentro. Lo afortunado del momento me induce a felicitar a la áurea señora por el día conmemorativo de su bienaventurada llegada a nuestro mundo. Desde Roma felicito al Nilo por tan bello fruto. ¡Que lo pretérito no mengue nunca lo lozano; aquello que bien sabe cómo mostrarnos tu afortunado espejo!

Dice la leyenda que las aguas retaron al fuego, queriendo dibujar su efigie con su reflejo. El cieno bajó blanco en aquel instante, luchando con desespero dentro de la titánica guerra. El Sol rechistó con calor, el Nilo dándote vida. Se dice que el calor de las arenas encuentra causa en ti, en la rabia que al Dios Astro le genera ver a su pareja a mi eventual alcance, a pie de tierra.

En un día de felicidad perdóname no hacer hincapié en nada mundano, quizás sea miedo a profanar, a enardecer la furia del astro. Lástima que no haya papiro que vuele, que tenga el don de poder rozar tus tiernas mejillas. ¡Qué decir de mis manos! ¡Ni las Hespérides custodiaron mejor manzana, acaso tampoco, antes de Troya, las discordantes lucharon por tanto!

No existen guerras entre nuestros países, pues el mundo tuvo suficiente conflicto mezclando nuestras esencias, haciendo joyas de las posibles diferencias, convirtiendo en vasallo a quien, perentoriamente, lució coraza de valor y posible resistencia. Quisiera ser un río que ahora estuviera irrigando tus orillas, sólo el Nilo me prohíbe hacerlo, pues él te lame los pies, cual padre trata a su más tierna hija.

Perdona mi ausencia momentánea, aguarda mi felicitación presente, mi abrazo inminente. Sólo sé que no soy nada, el griego decía cosas, queriendo desvestirlas en tu carnal ropero. Vestir de ropas fantasiosas lo excelso, retar en belleza, perder ante ti, en lo celebérrimo.

¡Que los dioses protejan a la soberana del Nilo! ¡Sean Júpiter y Ra paladines en tu existencia!

Feliz Cumpleaños Cielo!