jueves, 13 de septiembre de 2007

La calzada


La calzada me observaba pétreamente, con puro aroma mineral, grata rigidez de los tiempos. Sus severas calizas formaban esqueleto, su efigie pensamientos. Los romanos la hicieron y allá permanece, dura, inerte. Sus miles de años no le quitan más brillo que el consecuente del polvo estepario, no hay mayor cosmético, ni mejor cutis, que el aroma a campo ibérico, poso del paso del viento por antiguos páramos. La calzada me hace pensar en el recuerdo, reflexionar sobre los avances que constituyen las infraestructuras, el choque de males, la elección trágica y el criterio.

Toda gran infraestructura tiene un coste, social o ecológico. Los romanos “civilizaron” la región a base de calzadas, todo producto de la búsqueda de eficiencia económica, conexión postal y militar, de mercancías y monedas por las arterias del orbe romano. Para llegar requirieron guerras, subyugar a gentes indómitas sin mayor señor que la oveja y el tiempo, gentes celtíberas, a la sazón, quizás mis antepasados.

Es curioso constatar cómo el progreso estuvo precedido de guerra, de conquista, de muertos. El Amazonas desaparece, pero Brasil ya es potencia, España fue grande, los bosques cubrían la Meseta. El progreso se nutre de la naturaleza cual vil enredadera, mostrándonos sus caprichosos frutos no sólo sobre el biotopo sino sobre buena parte de los de nuestra común existencia. El binomio tranquilidad-progreso, paz-guerra, humildad-riqueza no deja de ser eterno. Alguno verá entropía, la inercia de los tiempos, cómo el Caos aparece de nuevo, sin haber ido nunca. El río del eterno cambio, caprichos del Destino, piedras sobre la calzada, un melancólico pensamiento. Será necesaria la Guerra, dice la calzada, pues seamos pastores. La solución no es creíble ni para mí ni para las piedras. Toda la Vida se reduce a un egoísmo existencial y un suspiro de tristeza. Pensar que otro Mundo es posible, sin saber por donde empieza.

Dentro del cambio existen roces, choques de corteza que producen terremotos, tsumanis en Polinesia, atentados en Barajas o muertes de iraquíes en Guerra. El Mal acaba por emerger no llegando a quedar jamás bajo tierra. Polvo del polvo, suspiros de calzada, males de esta Tierra.

El Campo no me entiende calla, quién dijo que la Naturaleza era ecológica, y nosotros gentes genéticamente tan bondadosa como de izquierdas. La contradicción se me acontece como esencia, la depredación del prójimo inevitable, cómo ser ejemplo cuando uno cae en el abismo de perjudicar a si mismo y su familia, no asegurar la cotidianidad y reparar a los tuyos tristeza. Dañino mal menor, gen de la existencia, malo es que sólo pueda soñar que algún día te venceré, cuando yo sí que pueble bajo tierra…

1 comentario:

Fabber dijo...

Ante la visión del Caos comparto una cosmovisión con el buen Lovecfraft: nuestro mundo es una isla de orden en medio de un océano de entropía. Las formas más complejas y más exquisitas de existencia, son las más frágiles, así como la carta de una baraja es compacta, pero un bello castillo de cartas desaparece al menor soplo.

Excelente post, maese Fújur.