“Roma es el populacho… el corazón que late en Roma no es del mármol del Senado. Es el de la arena del Coliseo. (El Emperador) les traerá muerte y ellos le adorarán por eso.”
Gladiador (2000)
Las bandas sonoras es una de las modalidades musicales que más adoro. Escuchar apoteosis armónicas, trasladándote a los más recónditos lugares de tu mundo de fantasía. Las notas abandonan el reproductor terreno para servir de caprichosas excusas para la reflexión, la melancolía y el sueño. Como dijo Aristóteles: “la música imita directamente (es decir, representa) las pasiones o estados del alma -apacibilidad, enojo, valor, templanza, y sus opuestos y otras cualidades; por lo tanto, cuando uno escucha música que imita cierta pasión, es imbuido por la misma pasión”. Se podría decir que la música imita estados de alma, las bandas sonoras “argumentos” fílmicos. Sus sonidos presentan una variabilidad equiparable a las de las películas que sirven. Rock para la Acción, Jazz para los clásicos del cine de suspense y así un largo etcétera. Hans Zimmer es uno de los mejores músicos que he escuchado. Sus bandas sonoras de el Rey León, Gladiador del Rey Arturo son parte de mis discos favoritos. Aristóteles, y su certeza, se manifiestan en mis sueño al verme superando la adversidad montado en maravillosa acémila, o dirigiendo a mis legiones contra la voluntad de los obstáculos vitales. Me gusta soñar, tengo dos mundos, y sin lugar a dudas, uno es de fantasía.
Quizás alguien se vea en la misma situación, la banda sonora hace que la película sea un éxito para quien la escucha. No me refiero sólo a clásicos como el Último Mohicano o Excalibur, ambas de Trevor Jones, sino a cómo películas de dudosa historicidad y más que probado sensacionalismo pueden llegar a ser obras de culto para nuestros corazones. Algo así me pasó cuando contemplé por primera vez Gladiador. Mi edad de entonces, junto a una magnífica banda sonora, me hicieron ver la mejor película que hubiera podido saborear hasta entonces. Era una recreación de Roma, partícipe de buena parte de mis sueños, adaptada a las hormonas de los de mi época. Lejos de tratarse de farragosas charlas clásicas de patronas de la Asociación del Rifle, lo consideré como un orgasmo para el encéfalo a base de acción, sensaciones y efectos espectaculares. Igual me ocurriera con El Rey Arturo cuando pude verla en una de las sesiones de Cine de Verano de la Asociación de Amigos de Anguita. Pésimos argumentos para geniales películas, no por la historia sino por la música…
La lectura de “El Asesinato de Julio César” de Michael Parenti me reparó una muy grata reflexión al referirse al texto arriba trascrito. El autor habla de la visión anti-pueblo de los historiadores clásicos y actuales. Esa que reduce la historia de Roma al aforismo “Panem et circenses” con grandes aforos de anfiteatro ansiosos de sangre y trizas de intestino volando por los aires. Nada más lejos de la realidad, y no será aquí donde explique la semejanza de los gladiadores con el Pressing Cacth, en no pocos aspectos, la historia del pueblo de Roma es la misma que ha ido siguiendo al iter del tiempo y el ser humano: la existencia de ricos y de pobres, de opulencia y de hambre.
El honor y el orgullo patrio parecen ser notas características del hombre del pasado: espejos en los que mirarse el súbdito actual, realizando todo aquello que le ha sido ordenado por el soberano democrático, o no, de turno. Lasalle hablaría de factores de poder, los espectáculos circenses bien pudieran haber sido eso, una institucionalización de la violencia con el sino de mantener a una plebe violenta presta para la Guerra y la arbitrariedad del soberano. Algo semejante a los discursos demagógicos de políticos, nacionalistas y otros que dicen no serlo camuflados, ideas metafísicas aglutinadoras para hombres a los que se les promete “Panem et circenses”, o simplemente, un futuro mejor
La visión distorsionada del Pasado es un instrumento para el presente. ¡Qué interés puede tener, fuera de la arqueología, que el Rey Arturo fuera parte de la resistencia “romana” contra los sajones! Absolutamente ninguno, al menos a mi ver, puede existir una maravillosa historia de dragones y princesas cuando se pondera la fantasía y las reales coordenadas de lo ficticio. Cuando se busca la Realidad histórica es fácil caer ante los prejuicios y la manipulación. Más vale una buena muestra de fantasía que un caro film, de gran banda sonora, que ni se aproxima ni siente la Realidad como algo que les caracterice. Para eso están los libros y documentales, aunque el público a veces mengue algo, pero por favor: ¡NO MÁS ALEJANDROS MAGNOS!
Gladiador (2000)
Las bandas sonoras es una de las modalidades musicales que más adoro. Escuchar apoteosis armónicas, trasladándote a los más recónditos lugares de tu mundo de fantasía. Las notas abandonan el reproductor terreno para servir de caprichosas excusas para la reflexión, la melancolía y el sueño. Como dijo Aristóteles: “la música imita directamente (es decir, representa) las pasiones o estados del alma -apacibilidad, enojo, valor, templanza, y sus opuestos y otras cualidades; por lo tanto, cuando uno escucha música que imita cierta pasión, es imbuido por la misma pasión”. Se podría decir que la música imita estados de alma, las bandas sonoras “argumentos” fílmicos. Sus sonidos presentan una variabilidad equiparable a las de las películas que sirven. Rock para la Acción, Jazz para los clásicos del cine de suspense y así un largo etcétera. Hans Zimmer es uno de los mejores músicos que he escuchado. Sus bandas sonoras de el Rey León, Gladiador del Rey Arturo son parte de mis discos favoritos. Aristóteles, y su certeza, se manifiestan en mis sueño al verme superando la adversidad montado en maravillosa acémila, o dirigiendo a mis legiones contra la voluntad de los obstáculos vitales. Me gusta soñar, tengo dos mundos, y sin lugar a dudas, uno es de fantasía.
Quizás alguien se vea en la misma situación, la banda sonora hace que la película sea un éxito para quien la escucha. No me refiero sólo a clásicos como el Último Mohicano o Excalibur, ambas de Trevor Jones, sino a cómo películas de dudosa historicidad y más que probado sensacionalismo pueden llegar a ser obras de culto para nuestros corazones. Algo así me pasó cuando contemplé por primera vez Gladiador. Mi edad de entonces, junto a una magnífica banda sonora, me hicieron ver la mejor película que hubiera podido saborear hasta entonces. Era una recreación de Roma, partícipe de buena parte de mis sueños, adaptada a las hormonas de los de mi época. Lejos de tratarse de farragosas charlas clásicas de patronas de la Asociación del Rifle, lo consideré como un orgasmo para el encéfalo a base de acción, sensaciones y efectos espectaculares. Igual me ocurriera con El Rey Arturo cuando pude verla en una de las sesiones de Cine de Verano de la Asociación de Amigos de Anguita. Pésimos argumentos para geniales películas, no por la historia sino por la música…
La lectura de “El Asesinato de Julio César” de Michael Parenti me reparó una muy grata reflexión al referirse al texto arriba trascrito. El autor habla de la visión anti-pueblo de los historiadores clásicos y actuales. Esa que reduce la historia de Roma al aforismo “Panem et circenses” con grandes aforos de anfiteatro ansiosos de sangre y trizas de intestino volando por los aires. Nada más lejos de la realidad, y no será aquí donde explique la semejanza de los gladiadores con el Pressing Cacth, en no pocos aspectos, la historia del pueblo de Roma es la misma que ha ido siguiendo al iter del tiempo y el ser humano: la existencia de ricos y de pobres, de opulencia y de hambre.
El honor y el orgullo patrio parecen ser notas características del hombre del pasado: espejos en los que mirarse el súbdito actual, realizando todo aquello que le ha sido ordenado por el soberano democrático, o no, de turno. Lasalle hablaría de factores de poder, los espectáculos circenses bien pudieran haber sido eso, una institucionalización de la violencia con el sino de mantener a una plebe violenta presta para la Guerra y la arbitrariedad del soberano. Algo semejante a los discursos demagógicos de políticos, nacionalistas y otros que dicen no serlo camuflados, ideas metafísicas aglutinadoras para hombres a los que se les promete “Panem et circenses”, o simplemente, un futuro mejor
La visión distorsionada del Pasado es un instrumento para el presente. ¡Qué interés puede tener, fuera de la arqueología, que el Rey Arturo fuera parte de la resistencia “romana” contra los sajones! Absolutamente ninguno, al menos a mi ver, puede existir una maravillosa historia de dragones y princesas cuando se pondera la fantasía y las reales coordenadas de lo ficticio. Cuando se busca la Realidad histórica es fácil caer ante los prejuicios y la manipulación. Más vale una buena muestra de fantasía que un caro film, de gran banda sonora, que ni se aproxima ni siente la Realidad como algo que les caracterice. Para eso están los libros y documentales, aunque el público a veces mengue algo, pero por favor: ¡NO MÁS ALEJANDROS MAGNOS!
1 comentario:
A mí me gustan solo algunas bandas sonoras, aunque es cierto que la músiva es muy importante en una peli, sin ella no serían nada.
Besotessssssssssss
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