El partido fue lo de menos. Disfrutar de una infinitesimal parte de mi Vida en tan perfecta compañía era un aliciente más que superior a todos los goles de Ronaldinhos, Bojanes o Henries que pudieran darse. Quizás por el hecho de haber finalizado mi licenciatura, constaté en primera persona qué es eso de usucapir un lugar en el Cielo, y cómo la apropiación de lo prestado es una tentación para la que no siempre estamos inhibidos. Bromas a parte, el partido fue más bien flojillo, los gritos de la, un tanto envejecida, grada daba pocos ánimos a un equipo más pendiente de los impuestos y la subida del IPC en correlación con su salario que del marcaje del rival o de las jugadas del compañero versado de turno. La Vida puede ser maravillosa diría aquél, sin embargo, la alegría del momento no me priva de constatar cuán feliz sería el Mundo si los asientos del Camp Nou fueran de la sippe y la propiedad privada, en este caso, nada más que un fallido invento. Me surge la vena del comunismo en lo que no tengo, un asiento en el verdadero anfiteatro de los sueños, cierto liberalismo exaltado cuando alguien amenaza mis instante de gloria, o me priva de mi asiento en el tren de cercanías. Lo privatizamos todo, el auge del individualismo nos hace ciegos ante los ojos de lo colectivo. De nombre todos comunistas, la solidaridad es mercancía de otro estilo.
La vuelta a mi domicilio me lo confirma. Caras largas, y algún que otro mosqueo, me corroboran que no hay trenes disponibles en ese momento. En fin. No sé si será por estar cayendo en la hecatombe colectiva, o por solidaridad con mis compañeros de Odisea, pero me siento agraviado por unas obras, las del AVE, que se me acontecen como problemas de otro sitio, de otras gentes, ultraje a mi esfera privada y a mis ganas de llegar a casa. Al menos la hora, las once y pico de un día entre semana, me priva de este fotograma, tan exaltado como irreal, de ciudad en estado de sitio, de fin del Mundo o invasión de hostiles alienígenas del espacio. La gente parece parecerse más a la oveja que al mono, los cabezazos, ya sólo faltaría que fueran literales, por ocupar un asiento del transporte de turno, no dejan de asemejarnos a lo ovino, de la misma forma que nuestras estampidas ante trenes que se marchan o el quejar, angustioso en cuanto a su manifestación, de gentes que reclaman innovación donde, sencillamente, se está realizando la obra.
Recuerdo al liquen. Sí, ese organismo, o asociación de los mismos, dentro del cual viven un alga que alimenta al hongo que le sirve de protección. Dos individualidades, dos organismos, dos reinos. El liquen sirve de metáfora y demostración empírica al mismo tiempo. Demostración de cuán sabia es la Naturaleza o, cuanto menos, las fuerzas selectivas que mueven a los organismos; por otro lado, la metáfora es ver como medran seres distintos cuando existe provecho alguno. De la misma forma sobreviven los enjambres, las manadas o los bancos de peces, a veces la colectividad brinda ventajas superiores al más potente de los individuos. El altruismo no es una conducta sino una adaptación, el egoísmo se ve minimizado por el bien del grupo.
Qué tiene que ver el liquen con RENFE no se explica en sede de parásitos, más quisieran quienes viven de nuestra elección y calzan mercedes y audies en autopistas de peaje, sino que son las gentes, antes ovejas, que pueblan los trenes quienes se ríen de la Naturaleza no sabiendo sacar provecho de la comprensión, la tranquilidad, así como el esfuerzo colectivo, en una sociedad ansiosa de reformas. Cabezazos y empujones, gritos y quejas son el resentimiento del que se valen demagogos de turno para flagelar al Estado, sí, ese ente de Poder que, al menos nominalmente, somos todos, no sólo la Administración, sino quines debemos de facilitar el dinamismo de nuestras infraestructuras y apreciar los cuantiosos esfuerzos que se realizan mientras nosotros balamos como corderos…
La vuelta a mi domicilio me lo confirma. Caras largas, y algún que otro mosqueo, me corroboran que no hay trenes disponibles en ese momento. En fin. No sé si será por estar cayendo en la hecatombe colectiva, o por solidaridad con mis compañeros de Odisea, pero me siento agraviado por unas obras, las del AVE, que se me acontecen como problemas de otro sitio, de otras gentes, ultraje a mi esfera privada y a mis ganas de llegar a casa. Al menos la hora, las once y pico de un día entre semana, me priva de este fotograma, tan exaltado como irreal, de ciudad en estado de sitio, de fin del Mundo o invasión de hostiles alienígenas del espacio. La gente parece parecerse más a la oveja que al mono, los cabezazos, ya sólo faltaría que fueran literales, por ocupar un asiento del transporte de turno, no dejan de asemejarnos a lo ovino, de la misma forma que nuestras estampidas ante trenes que se marchan o el quejar, angustioso en cuanto a su manifestación, de gentes que reclaman innovación donde, sencillamente, se está realizando la obra.
Recuerdo al liquen. Sí, ese organismo, o asociación de los mismos, dentro del cual viven un alga que alimenta al hongo que le sirve de protección. Dos individualidades, dos organismos, dos reinos. El liquen sirve de metáfora y demostración empírica al mismo tiempo. Demostración de cuán sabia es la Naturaleza o, cuanto menos, las fuerzas selectivas que mueven a los organismos; por otro lado, la metáfora es ver como medran seres distintos cuando existe provecho alguno. De la misma forma sobreviven los enjambres, las manadas o los bancos de peces, a veces la colectividad brinda ventajas superiores al más potente de los individuos. El altruismo no es una conducta sino una adaptación, el egoísmo se ve minimizado por el bien del grupo.
Qué tiene que ver el liquen con RENFE no se explica en sede de parásitos, más quisieran quienes viven de nuestra elección y calzan mercedes y audies en autopistas de peaje, sino que son las gentes, antes ovejas, que pueblan los trenes quienes se ríen de la Naturaleza no sabiendo sacar provecho de la comprensión, la tranquilidad, así como el esfuerzo colectivo, en una sociedad ansiosa de reformas. Cabezazos y empujones, gritos y quejas son el resentimiento del que se valen demagogos de turno para flagelar al Estado, sí, ese ente de Poder que, al menos nominalmente, somos todos, no sólo la Administración, sino quines debemos de facilitar el dinamismo de nuestras infraestructuras y apreciar los cuantiosos esfuerzos que se realizan mientras nosotros balamos como corderos…
primera imagen protegida por GNU Free Documentation License.
2 comentarios:
Como animales sometidos...
Muy bueno.
Un abrazo
Así es balamos como corderos y vivimos en una sociedad que nos trata con la misma consideración. dentro de poco y a este paso nos marcarán en el culo con un hierro candente. Saludos!
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