lunes, 24 de septiembre de 2007

Manifiesto de un, posiblemente ciego, ciudadano

Puede haber un derecho que nace de la Historia, pero ese derecho siempre será a crear un futuro, no el derecho tradicionalista a heredar un privilegio. Hacer castillo de los derechos históricos es fijar España a su pasado, es vivir gobernados y oprimidos por una oligarquía de muertos, vivir una cornucopia de diferencias de rango, de oxidadas alcurnias y vejatorias exigencias de primacía, vivir en las estrecheces mentales de quienes trataron y tratan de preservar el Pasado que es siempre una fantasía inútil y utópica”.

García de Cortázar dixit

Posiblemente no lo sea siempre, pero existen ocasiones en que es todo un privilegio escuchar, o en este caso leer, aquello que tienen que decir catedráticos que, lejos de permanecer en los mínimos de su función académica (ante todo pública), transcienden su entorno universitario asemejándose a esos “superhombres” de los que hablara Nietzsche. Uno de los grandes misterios de la enseñanza es cómo una genial explicación puede llegar a dilucidar la más enterrada de nuestras dudas, esa respecto a la cual tenemos posición y no argumentos. Siento decir que jamás he sido un gran nacionalista. Lo fashion del movimiento me hace ser cada vez, quizás aún más clasicista, que no clasista, independiente, que no independentista. Sí, lo reconozco, me siento ciudadano, por consecuente dotado de la facultad de poder escribir y decir lo que me de la realísima gana, después de todo esto es un blog y ese es su mayor mérito como instrumento para un discutible intelecto.

La excusa del hallazgo de estas palabras me dan una genial oportunidad para explicar mi postura ante un tema candente como son los derechos históricos. Mi eventual pedantería en lo jurídico me hace coincidir con el profesor Cortázar en que quienes dan derechos son las Constituciones y no la Historia. La norma normarum hegemoniza nuestro sistema de fuentes positivas, únicas normas existentes para alguien manifiestamente ciudadano, libre y sin mayor yugo que el de su Ordenamiento Jurídico. Cortázar dijera que los derechos históricos serían en todo caso los de los muertos y que, en ningún caso, pueden a las vivos hipotecar su presente o futuro. Quizás pudiera añadirse que como cualquier patrimonial herencia, sólo nos puede “obligar” a ser capaces de construir con ella un futuro, sin anclarnos en lo determinista del Pasado, que no tiene mayor determinación, bajo mi punto de vista, que poco más que los genes de nuestros padres en la medida de que así pudieran influir mediante las leyes de la genética.

No puedo hablar de la tenencia de derechos históricos por mi semejantes, similitud que viene de ser ciudadanos y no por acontecer feligreses acérrimos de una ideología; quizás sea precisamente esa la mayor virtud de la democracia y lo que nos diferencia de la uniformidad de una, real o fáctica, dictadura. Acabemos con la manipulación de la historia, su narración es subjetiva por necesidad y es totalmente ético que se permita hacer con ella literatura, no normativa, ya que para eso tenemos el Derecho, o al menos eso es lo que he estudiado.

Basta de llamar opresión a la creación del Mercado único español y del proteccionismo, de la apertura del puerto de Barcelona a las Américas y demás reformas uniformadoras, que no necesariamente castellanizantes, del Estado. ¿Donde está el agravio cuando la hucha se llena con la economía? Quizás lo esté en los rebaños, fueran estoso sorianos o alcarreños, de corderos que no dadores de mayor ganancia que las de sus carnes y lanas, quizás lo esté en lo textil de su manufactura, quizás, simplemente, sea una invención de dominación, un atisbo de dictadura de rancia y cansina oligarquía. El derecho histórico es pasado, el pasado es historia, la historia una disciplina, ¿el derecho no es otra? En el ciudadano descansa la soberanía, el soberano tiene derechos, la soberanía da derechos, si la soberanía descansa en los territorios, ¿tienen estos derechos? Se me acaba el tiempo, tengo obligaciones cotidianas, no quisiera malgastar más mi tiempo en discusiones banales, más propias de lo bizantino de la oratoria barata que de las necesidades de un cúmulo de personas…

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