“nuestra percepción histórica está formada no sólo por nuestro nivel socioeconómico actual, sino por el sesgo ideológico y de clase de los historiadores del pasado, en los que confiamos. (…) “sin saberlo, percibimos el pasado de acuerdo con paradigmas creados hace muchos siglos”. Y los creadores de esos viejos paradigmas generalmente hablaron con el acento de la clase superior”
Michael Parenti, El asesinato de Julio César
Hoy ha sido un día en el que el acceso a la cultura, quizás más que nunca, se me ha presentado como un pequeño dulce totalmente privilegiado. Esa manzana de la discordia tan poco accesible, que reposa, a tu disposición, en tu económico frutero. Lo reconozco, el esfuerzo ajeno me hace poder consultar, leer e incluso adquirir algunos bellos ejemplares de libros de Historia, Ciencia o Filosofía. Es fácil leer cuando no se tiene ni el pico ni la pala a la espalda. La división del trabajo que antaño se hiciera no ha dejado de perfeccionarse en un mundo totalmente imbuido por los excesos de la especialización. Hoy, como siempre, la cultura sigue siendo un privilegio. Más allá de la vanagloria barata de poder disfrutar de este altruista premio aquello que se me pasa por la cabeza es observar cómo es de variable aquello que llamamos cultura, cómo sus puertas son variadamente múltiples y sus accesos cuantiosos.
Existe la vía “económica” de best-seller de entretenimiento o la más dura, y dineraria, universitaria, aquella poseedora de una, presunta calificación pública. El intermediario se forra haciendo caso de maese gobernante; la censura es económica, puesto que en política ya está algo mal vista. La lectura de autores, algo atrevidos, me repara un pensamiento pocas veces realizado. Exactamente es el que me lleva a estas reflexiones, y en correlación con todo ello, a este artículo. Mommsen, Gibbon, Muntaner, Lucano, Suetonio, Tácito… son nombres de individuos tan grandiosos como aristocráticos, ejemplos de cómo la biología antepone las tripas a las neuronas, cómo la supervivencia exige comer para después pensar en estudiar, leer o utilizar el excedente de fuerzas en algo que no sea lo indispensablemente nutritivo. Muchas veces nos falta contradicción, crónicas que no se vean condicionadas por la tan inexcusable, como atávica, necesidad de no salir del grupo. No tirar piedras a tejado propio, no producir marea alguna donde, desde el Principio de los Tiempos, están bien separadas las aguas. El pueblo receptor del discurso lo acepta como otrora el pan y el circo, la subvención y la prima, pareciéndose al pienso para el ministro o a la alfalfa para el ternero.
Personajes como Caligula o Nerón son puestos como tiranos desalmados con los que Roma estuviera en peligro siendo esplendorosa, vulnerable cuando nadie la atacaba. El incendio, las orgías, bacanales y demás excesos nublan la visión, imposiblemente neutral, de personajes que quizás quisieran haber llegado a ser originales a su manera. Haber navegado, con gran capricho y novedad, entre el límite de ambas aguas que separan nuestros dos mares, aquellos de plebeyos y patricios, aquellos que nos flagelan susurrando cuánto de cierto tienen aquellos que delatan la existencia de clases sociales. Augusto y Trajano son los mejores ejemplos de romanos, el abusador de niñas y el colonizador de tierras lejanas. Son contraposiciones a los dos monstruos Claudios, ¿no hecha en falta alguien una visión igualmente subjetiva?
Diocleciano, Constantino, Teodosio o el propio Justiniano son los grandes dirigentes de la Historia Romana, basileos detentadores del poder absoluto, reyes divinos que se ríen de quienes asesinaron, presumiblemente por rey, aquél al que todo el mundo conoce como primer César. ¡Cuánta hipocresía tiene la Historia! Unos emperadores son ejemplos y otros motivo de novelas morbosas, fantasías exóticas y alguna que otra película pornográfica. Roma es Francia, España, Jerusalén, Babilonia y Madrás, son las clases sociales, el monopolio de la cultura y la narración de la historia. Tal vez es que sigamos siendo monos regidos por la Selección Natural, existiendo dominantes y dominados, sólo que no vamos con la cola levantada sino comprando libros mientras que otros leen basura o pican haciendo vías en el subsuelo.
Última imagen, Caligula, está sujeta a Creative Commons Attribution 2.0 (origen: Commons)
Michael Parenti, El asesinato de Julio César
Hoy ha sido un día en el que el acceso a la cultura, quizás más que nunca, se me ha presentado como un pequeño dulce totalmente privilegiado. Esa manzana de la discordia tan poco accesible, que reposa, a tu disposición, en tu económico frutero. Lo reconozco, el esfuerzo ajeno me hace poder consultar, leer e incluso adquirir algunos bellos ejemplares de libros de Historia, Ciencia o Filosofía. Es fácil leer cuando no se tiene ni el pico ni la pala a la espalda. La división del trabajo que antaño se hiciera no ha dejado de perfeccionarse en un mundo totalmente imbuido por los excesos de la especialización. Hoy, como siempre, la cultura sigue siendo un privilegio. Más allá de la vanagloria barata de poder disfrutar de este altruista premio aquello que se me pasa por la cabeza es observar cómo es de variable aquello que llamamos cultura, cómo sus puertas son variadamente múltiples y sus accesos cuantiosos.
Existe la vía “económica” de best-seller de entretenimiento o la más dura, y dineraria, universitaria, aquella poseedora de una, presunta calificación pública. El intermediario se forra haciendo caso de maese gobernante; la censura es económica, puesto que en política ya está algo mal vista. La lectura de autores, algo atrevidos, me repara un pensamiento pocas veces realizado. Exactamente es el que me lleva a estas reflexiones, y en correlación con todo ello, a este artículo. Mommsen, Gibbon, Muntaner, Lucano, Suetonio, Tácito… son nombres de individuos tan grandiosos como aristocráticos, ejemplos de cómo la biología antepone las tripas a las neuronas, cómo la supervivencia exige comer para después pensar en estudiar, leer o utilizar el excedente de fuerzas en algo que no sea lo indispensablemente nutritivo. Muchas veces nos falta contradicción, crónicas que no se vean condicionadas por la tan inexcusable, como atávica, necesidad de no salir del grupo. No tirar piedras a tejado propio, no producir marea alguna donde, desde el Principio de los Tiempos, están bien separadas las aguas. El pueblo receptor del discurso lo acepta como otrora el pan y el circo, la subvención y la prima, pareciéndose al pienso para el ministro o a la alfalfa para el ternero.
Personajes como Caligula o Nerón son puestos como tiranos desalmados con los que Roma estuviera en peligro siendo esplendorosa, vulnerable cuando nadie la atacaba. El incendio, las orgías, bacanales y demás excesos nublan la visión, imposiblemente neutral, de personajes que quizás quisieran haber llegado a ser originales a su manera. Haber navegado, con gran capricho y novedad, entre el límite de ambas aguas que separan nuestros dos mares, aquellos de plebeyos y patricios, aquellos que nos flagelan susurrando cuánto de cierto tienen aquellos que delatan la existencia de clases sociales. Augusto y Trajano son los mejores ejemplos de romanos, el abusador de niñas y el colonizador de tierras lejanas. Son contraposiciones a los dos monstruos Claudios, ¿no hecha en falta alguien una visión igualmente subjetiva?
Diocleciano, Constantino, Teodosio o el propio Justiniano son los grandes dirigentes de la Historia Romana, basileos detentadores del poder absoluto, reyes divinos que se ríen de quienes asesinaron, presumiblemente por rey, aquél al que todo el mundo conoce como primer César. ¡Cuánta hipocresía tiene la Historia! Unos emperadores son ejemplos y otros motivo de novelas morbosas, fantasías exóticas y alguna que otra película pornográfica. Roma es Francia, España, Jerusalén, Babilonia y Madrás, son las clases sociales, el monopolio de la cultura y la narración de la historia. Tal vez es que sigamos siendo monos regidos por la Selección Natural, existiendo dominantes y dominados, sólo que no vamos con la cola levantada sino comprando libros mientras que otros leen basura o pican haciendo vías en el subsuelo.
Última imagen, Caligula, está sujeta a Creative Commons Attribution 2.0 (origen: Commons)
2 comentarios:
Gracias por tu visita. Un beso
Buen punto, pero siempre habrá sus excepciones, un perse grande y culto comenzo su vida como pastor de ovejas, o igual hay "aristocratas" nada cultos, que solo estan ahi por herencias.
Pero eso si, como todas las civilizaciones y ciudades "barriga llena, cerebro activo" pues dejaron de preocuparse por el alimento, y ahora a explicarse lo de su alrededot y todo.
Publicar un comentario