lunes, 1 de octubre de 2007

En honor a un maestro nunca conocido

Una de las cosas que más me gusta de leer a autores clásicos como Petronio, Juvenal, Marcial o Cicerón es constatar cómo la belleza y gracia de sus discursos pasa toda dimensión espacio-tiempo superando cualquier traducción, cualquier cúmulo de frases en el idioma de reproducción de turno. El mensaje trasciende del papel poblando la esfera de lo platónicamente ideal. Existen autores clásicos para el insulto, para el reproche o la burla, así como también los hay para el discurso de bienvenida, el trato diplomático, la declaración de amor o la tan simple, como divertida, sátira acerca del gobernante de turno o sobre sus eternamente subordinados. La lectura de un clásico no repara ni en políticas ni idiomas, cada uno puede recibir el mensaje en su propio código, pues existen traducciones para todos. Grandeza pasada que se mantiene aún con las torpezas editoriales del presente, letras que transmiten un mensaje nítido y esperado, la demostración de cuán neutral es la sana y eterna literatura, siendo totalmente cierta la frase de aquel gran maestro que afirmara, con gracia y pluma fina que: “El nacionalisme es com un pet, només li agrada a qui se'l tira”.

Una sátira de Petronio gustará o no, pero no distingue entre si uno es de izquierdas o de derechas, simplemente se limita a bromear refiriéndose a la sociedad de su tiempo, cogiendo bellas perlas dentro del mar de los posibles, caracteres, que no por ser válidos en sus descripciones, dejan de permanecer en nuestra conciencia colectiva como constantes de los que compartimos una misma especie. La idealización es un método en perfecto choque con los llamados especialistas, quizás sea porque se encuentre en ello lo banal y manipulador de nuestras visiones particulares, dentro de una sociedad atea, que a falta de Dios, busca santidad en el morbo y la demagogia del político. Las letras puras están llenas dentro del vacío. Su ideología es universal, sus discursos oratoria, la rítmica supera su paso al chino o al vietnamita, la ideología se perpetua con la alternanza política, el éxito estriba en alcanzar los conceptos reales utilizando la lengua como simple instrumento, a poder ser, universalmente estético.

Leer a Josep Pla es, respecto a lo dicho, un craso ejemplo. Un monumento a la picardía del literato y al clasicismo de aquellos que supieron escribir con buen gusto. Dícese que fue un gran lector de Boswell, Leopardi o Montaigne. Vivió dentro del hedonismo más conservador y severo, el del placer propio, sin conocer más ideologías que la suya propia. Una lectura de su “Quadern gris” (obra que se ha traducido al serbio) deja en el paladar un gustito sano a buen tinto, buen libro de bellota emplumada, eso sí, curtido de sabiduría sincera.

La teoria oriental –que he sentit defensar a moltes persones- segons la qual es pot arribar a saber més per estat de gràcia que per estudi i paciència, deu estar basada en la gran capacitat per a la trampa i la mistificació que sovint tenen certes persones irresistiblement simpàtiques

Sin lugar a dudas ese fue él. Alguien capaz de desencajar la más seria de las mandíbulas a base de palabras tinas afiladas de sutil ironía. La jocosidad del galante, del paladín de la literatura, no deja de ser una muestra de cuán desagradecida es la sociedad que con él compartió lengua. Verdadero “normalizador” de lo per se, existencialmente normalizado, Pla fue capaz de utilizar un léxico inteligible para todo el lector latino, traducible con la vehemencia de los clásicos, textos que no dejan de derrochar suco fuere en catalán, castellano, chino, japonés o italiano. Pla es un gramático, un literato, un sinvergüenza, y sin embargo, un genio, un mago.

Lejos queda su papel dentro de un movimiento que le priva de sus éxitos. Representar lo verídico es molesto para muchos, lo ideal pocas veces es “unanimizado”, la crítica con lo común difícilmente salvada de la marginación del soberano. Pla es un hereje, una muestra de que la lengua puede servir única y exclusivamente para el mensaje receptible por quienes la leen o deben traducirla. Las pancartas quedan con él en casa de políticos y sindicalistas, él habla de sus lecturas, sus experiencias, comidas y bebidas, fueran en Llofriu o contemplando su querida Costa Brava. El aroma a zarzuela, a paella marinera, impregna la lectura de todos los valores conocedores del arte de demoler analíticas. Pla es un maestro, que no necesita ser enseñado.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ciertamente el que que haya sido "apropiado" por determinados movimientos nacionalistas no ha ayudado en absoluto a que se diera a conocer fuera de ese reducido y reducible mundo.
En fin esperemos que alguna vez pueda ser reivindicado y "visto" por todos en su justa medida.

Besitos Fujur

P.D. No logré bajarme tú libro, a ver si tengo un ratito y lo vuelvo a intentar, ya te informaré.

rosa dijo...

Josep Pla, escriptor? no jo diria més bé periodista, no em passa coll avall suposo que és el fet de ser misògen i que Barcelona no li agradava ell preferia Paris perque tots el paisatges eren lineals i semblats, Barcelona per ell tenia massa desgavells.
Despres em passajaré mes profundament pel teu espai.

Anónimo dijo...

Inmenso Pla. Hace un par de años estuve recorriendo toda "su" comarca: Calella, Llofriu, Palafrugell, el Montgrí... Fabuloso. Y qué decir de su literatura, tan clara, nítida, certera.
¿La frase de los pets es suya? ¡Es genial!
Por cierto, su fundación está secuestrada por una directorcilla de lo más retorcido...

#Con tu permiso me dirijo a la pajarita de ahí arriba:
Ay, Rosa, que dices ser de esa entelequia llamada països catalans... Pla era un pedazo de escritor. Lo que no excluye que como muchos de los grandes escritores del siglo XX escribiera en los periódicos.
Cómo os fastidia a los nazionalistas, Josep Pla, ¿eh?

¡Saludos, Fujur!

Fujur dijo...

o'rei persio!