La estación de Plaza Cataluña dista mucho de ser mínimamente conforme a cualquier parámetro de belleza, cuanto menos mayor que el de lo cotidiano. El renfiano invento se transforma en cueva moderna, aposento de trenes, selva de gentes. Multitud de individuos se mueven por ella como si se tratara de una clase de anatomía humana, siendo el tema las arterias. Quizás como el plasma o los leucocitos, Plaza Cataluña disfruta de una universalidad de rostros, gentes, y acaso también de almas. A los pingüinos de las finanzas les acompañan mayores de paseo, jóvenes universitarios y mozas que salen de trabajar para beneplácito de la mirada del cansado obrero de turno. Todo se transforma en ecosistema, desde los ratones camicaces con sus paseos por las vías, pasando por el engreído activista de turno, la buena compañía, el revisor desposeído de imperio o el mendigo que, con menos éxito que desvergüenza, intenta medrar como Lázaro por Tormes, cogiendo migajas donde a duras penas se reparte algo de pan que justifique, en la vida cotidiana, la decencia.
Existe un resquicio de población que vive al margen del paradigma social, no del ecosistema. Unos se convierten en carnívoros de las expectativas ajenas, otros pastan lo común del sistema mientras que un marginal resquicio amaga con nutrirse de los deshechos de los primeros, cuales hongos u otros organismos siervos de lo descompuesto. La Ley no la conocen, ni aunque sea porque con ellos no fuere justa.
Me percato de que alguien pasa la mano por donde apenas la he sacado después de recoger mi tarjeta integrada. Ningún céntimo se halla quieto en la frecuentada madriguera, más que por haber aborrecido la cueva el habitante por haber encontrado mejor, y liviano auxilio, en mi propia cartera. La señora, entrada en años, sigue con su técnica; pesca en la confianza excesiva de quienes no subieron apreciar su maná dorado. La falta de falta, el olvido de presencia, el dinero encuentra manos más necesitadas que la de aquel que lo dejara huérfano entre metales, plásticos y demás hojalatas. Alguno se acuerda del Código Penal y de su artículo 20 quinto, del estado necesidad y demás enseñanzas de penalística. ¿Dónde está la culpa de quienes ocupan un nicho ecológico allá donde nadie lo frecuenta?
Uno ve cómo la justicia social y la beneficencia son las mejores consejeras de la prevención y su función en las penas. El hombre que come no piensa en robar, quien roba piensa en comer. Descartamos mafiosos, corruptos, políticos engreídos y demás pingüinos carnívoros. Hacemos referencia a quienes medran en lo paupérrimo, haciendo naufragio donde otros gastan un Poseidón o un Titanic. Ni qué decir queda que las penas rara vez pueden ser generalizadas. Quien jamás se arrepintió del delito no pueda salir a la pública palestra. El terrorista convencido debe hallarse en el desván de los recuerdos, encadenado a la Ley y al Estado de Derecho. La equivalencia en lo malhechor entre el Lázaro de turno y el horrible De Juana no deja de parecerse a la comparación entre alimento y excremento en tanto que compuestos orgánicos. Todo se reduce a una cosmovisión, un mero pensamiento. Quien justifica la muerte no puede estar disponible para sus designios.
La dignidad se defiende como límite mientras perjudica la vida de algunos. La tapadera fijada con el sino de intentar encubrir el arbitrio deja tufo a cocción maligna, no siendo ésta otra más que la injusticia de la excusa y del peligro para el inocente. Por favor legislador, no confunda químicas ni recetas, no pretenda imponer el mismo ungüento para quienes viven y quienes matan, no quiera ser farmacéutico y extender una pandemia al mismo tiempo.
Existe un resquicio de población que vive al margen del paradigma social, no del ecosistema. Unos se convierten en carnívoros de las expectativas ajenas, otros pastan lo común del sistema mientras que un marginal resquicio amaga con nutrirse de los deshechos de los primeros, cuales hongos u otros organismos siervos de lo descompuesto. La Ley no la conocen, ni aunque sea porque con ellos no fuere justa.
Me percato de que alguien pasa la mano por donde apenas la he sacado después de recoger mi tarjeta integrada. Ningún céntimo se halla quieto en la frecuentada madriguera, más que por haber aborrecido la cueva el habitante por haber encontrado mejor, y liviano auxilio, en mi propia cartera. La señora, entrada en años, sigue con su técnica; pesca en la confianza excesiva de quienes no subieron apreciar su maná dorado. La falta de falta, el olvido de presencia, el dinero encuentra manos más necesitadas que la de aquel que lo dejara huérfano entre metales, plásticos y demás hojalatas. Alguno se acuerda del Código Penal y de su artículo 20 quinto, del estado necesidad y demás enseñanzas de penalística. ¿Dónde está la culpa de quienes ocupan un nicho ecológico allá donde nadie lo frecuenta?
Uno ve cómo la justicia social y la beneficencia son las mejores consejeras de la prevención y su función en las penas. El hombre que come no piensa en robar, quien roba piensa en comer. Descartamos mafiosos, corruptos, políticos engreídos y demás pingüinos carnívoros. Hacemos referencia a quienes medran en lo paupérrimo, haciendo naufragio donde otros gastan un Poseidón o un Titanic. Ni qué decir queda que las penas rara vez pueden ser generalizadas. Quien jamás se arrepintió del delito no pueda salir a la pública palestra. El terrorista convencido debe hallarse en el desván de los recuerdos, encadenado a la Ley y al Estado de Derecho. La equivalencia en lo malhechor entre el Lázaro de turno y el horrible De Juana no deja de parecerse a la comparación entre alimento y excremento en tanto que compuestos orgánicos. Todo se reduce a una cosmovisión, un mero pensamiento. Quien justifica la muerte no puede estar disponible para sus designios.
La dignidad se defiende como límite mientras perjudica la vida de algunos. La tapadera fijada con el sino de intentar encubrir el arbitrio deja tufo a cocción maligna, no siendo ésta otra más que la injusticia de la excusa y del peligro para el inocente. Por favor legislador, no confunda químicas ni recetas, no pretenda imponer el mismo ungüento para quienes viven y quienes matan, no quiera ser farmacéutico y extender una pandemia al mismo tiempo.
1 comentario:
¿Es qye en el mundo de la globalización la Ley tiene la trascendencia que tenía?
¿Es que a la maldita burguesía le interesa quién duerme bajo techo o tiene para comer?
¿No es más importante Gran Hermano que la Historia Clásica?
Lo que ocurre en esa estación central de Barcelona, que conozco, estimado amigo, no es más que "más de lo mismo". Lo puedes encontrar en Madrid, Nueva York y Buenos Aires.
Y lo peor, es que traerá consecuencia cuando los pobres se den cuenta que pelear contra los pobres no es la solución.
Recuerda la Place de la Concorde, donde se alzaba Madame La Guillotine, cuando les sans coulottes se hartaron de pelear entre ellos.
La historia no es circular, es cierto. Pero hablaba Benedetto Croce de ese "corsi e ricorsi della storia", como una elipsis en la cual la esencia del ser humano nos lleva a caer una y otra vez en el mismo sitio, con diferentes circunstancias.
Mira tú, cómo me llevas a reflexionar en pocas líneas, muchacho sorprendente.
Excelente post.
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