Pese a la, relativa, moda actual de la cuestión, siempre ha sido una suerte de ofensa compararnos con nuestros hermanos animales. Pese a dar el pecho, como cualquier mamífero, practicar el sexo, como todo animal vertebrado, o tener una existencia finita, como el resto de los seres vivos, siempre hemos soñado, quién sabe si por condicionamiento devoto de un mecanismo mental de supervivencia, a vernos como la imagen de Dios, seres con misión divina que trascienden a la existencia de cualesquiera de las bestias. No nos relacionamos, tenemos cultura, no nos reproducimos, practicamos el Kamasutra y, des luego, no nos nutrimos sin cultivar, aun muy someramente, la gastronomía. Nuestra rectitud de ideas, y empecinamiento en el inmovilismo, lejos de alejarnos del mono parece convertirnos en vegetales, ¡quién sabe si en rosas o tomateras!
No he tenido la suerte de visitar Paris, aunque me gustaría. Más allá de la Torre Eiffel (monumento que repudiara Barcelona, eligiendo las Fuentes de Colores de Montjuic), Les Invalides o Le Louvre, una de las imágenes más recordadas de la Isla de Francia es el Pensador de Rodin. Sentado en no se sabe bien qué comodidad de las habidas, su asiento no hace más que parecerse al más igualitario de los elementos de cualquier morada estándar. Compañero diario, tan común como alternamente, leal cómplice de males, así como solidario ser en el sufrimiento de nuestras enfermedades. Bien pudiera haber dejado Rodin claro que el buen hombre estaba en la Academia de Atenas, en la Sorbona o, simplemente, platicando en una silla de madera, pero la ventura quiso que el sujeto parezca estar sentado en el inodoro, allá donde surgen tantas ideas, donde la mente se libera de más de un condicionamiento, estando alerta como lo animal de nuestra esencia.
El sacro monumento a lo cotidiano nos hace reflexionar en cuán vulnerable es nuestro cuerpo durante aquellos momentos. Se estar sitos en la jungla bien pudiera ser una situación de extremo peligro, el hombre quieto y absorto en sus cosas, mientras el tigre se esconde entre mangles y palmeras. La mente se halla durante tales momentos alerta, al igual que pasa en la ducha, y es que en eses momentos, so que nos pese, somos más vulnerables que vestidos y en plena forma para correr o defendernos ante el agresor de turno.
La ansiedad y sus ataques no son más que el acervo de haber sido presa. No hay nadie más nervioso que un conejo, sólo hace falta ver cuánto tiembla en cualquier momento, pendiente de que salga el zorro, aun estando en mi terraza. Quizás sea el motivo por el que los depredadores siempre sean más listos que sus presas. Esta correlacionada la dieta rica en proteínas (que proceden de la carne) y la formación de encéfalos de mayor consistencia. El paso de una dieta vegetariana a una, esencialmente, omnívora, acaso demasiado carnívora, ha liberado a nuestras tripas para que éstas no estén siempre pendientes de la digestión del follaje. Al hombre le entra la “morriña” durante la digestión en tanto que vencedor de la depredación, la inteligencia está más avispada con el hambre, pues la búsqueda de sustento más que deseo es necesidad para que el encéfalo, y el resto del cuerpo, puedan seguir funcionando.
La relación entre nuestros actos fisiológicos y nuestra condición de animales es una lacra, para algunos, que nos recuerda cuáles son nuestros orígenes. Existen instintos tan necesarios como imposiblemente eliminables. Nuestro cuerpo es un animal, cautivo en las redes de la cultura. Quizás todos nuestros conceptos sean un sueño, y un nuestro lugar en el mundo un mero nicho ecológico para nuestro animal, hecho, eso sí, a nuestra arbitraria medida…
Imagen sujeta a GNU Free Documentation License, origen: Wikimedia Commons
No he tenido la suerte de visitar Paris, aunque me gustaría. Más allá de la Torre Eiffel (monumento que repudiara Barcelona, eligiendo las Fuentes de Colores de Montjuic), Les Invalides o Le Louvre, una de las imágenes más recordadas de la Isla de Francia es el Pensador de Rodin. Sentado en no se sabe bien qué comodidad de las habidas, su asiento no hace más que parecerse al más igualitario de los elementos de cualquier morada estándar. Compañero diario, tan común como alternamente, leal cómplice de males, así como solidario ser en el sufrimiento de nuestras enfermedades. Bien pudiera haber dejado Rodin claro que el buen hombre estaba en la Academia de Atenas, en la Sorbona o, simplemente, platicando en una silla de madera, pero la ventura quiso que el sujeto parezca estar sentado en el inodoro, allá donde surgen tantas ideas, donde la mente se libera de más de un condicionamiento, estando alerta como lo animal de nuestra esencia.
El sacro monumento a lo cotidiano nos hace reflexionar en cuán vulnerable es nuestro cuerpo durante aquellos momentos. Se estar sitos en la jungla bien pudiera ser una situación de extremo peligro, el hombre quieto y absorto en sus cosas, mientras el tigre se esconde entre mangles y palmeras. La mente se halla durante tales momentos alerta, al igual que pasa en la ducha, y es que en eses momentos, so que nos pese, somos más vulnerables que vestidos y en plena forma para correr o defendernos ante el agresor de turno.
La ansiedad y sus ataques no son más que el acervo de haber sido presa. No hay nadie más nervioso que un conejo, sólo hace falta ver cuánto tiembla en cualquier momento, pendiente de que salga el zorro, aun estando en mi terraza. Quizás sea el motivo por el que los depredadores siempre sean más listos que sus presas. Esta correlacionada la dieta rica en proteínas (que proceden de la carne) y la formación de encéfalos de mayor consistencia. El paso de una dieta vegetariana a una, esencialmente, omnívora, acaso demasiado carnívora, ha liberado a nuestras tripas para que éstas no estén siempre pendientes de la digestión del follaje. Al hombre le entra la “morriña” durante la digestión en tanto que vencedor de la depredación, la inteligencia está más avispada con el hambre, pues la búsqueda de sustento más que deseo es necesidad para que el encéfalo, y el resto del cuerpo, puedan seguir funcionando.
La relación entre nuestros actos fisiológicos y nuestra condición de animales es una lacra, para algunos, que nos recuerda cuáles son nuestros orígenes. Existen instintos tan necesarios como imposiblemente eliminables. Nuestro cuerpo es un animal, cautivo en las redes de la cultura. Quizás todos nuestros conceptos sean un sueño, y un nuestro lugar en el mundo un mero nicho ecológico para nuestro animal, hecho, eso sí, a nuestra arbitraria medida…
Imagen sujeta a GNU Free Documentation License, origen: Wikimedia Commons
3 comentarios:
Disculpa mi ausencia este tiempo. Con el cambio repentino de blog se me perdieron algunos enlaces pero el tuyo ya está otra vez en mi barra. Me quedo con la frase: "Nuestro cuerpo es un animal, cautivo en las redes de la cultura". En el primer párrafo dices que nos reproducimos "como todo animal vertebrado" ¡pobres medusas que nunca conocerán el amor! Un abrazo, Fujur.
Me ha gustado muchísimo este post, me has hecho pensar muchísimo....
Besotes cielo
Pero, hemos dejado de ser animales?
Quizá nuestro miedo a lo indeterminado, venga de ese hecho animal, el miedo llamado irracional es el más primario de todos los miedos. La cultura sin duda ha ido "educándonos" para que nuestros instintos primitivos fueran evolucionando hacía lo que cada época cultural va dictaminando.
Sin embargo no hemos avanzado mucho en algunas cuestiones, seguimos matándonos unos a otros, destrozando el medio en el que vivimos del que nos nutrimos, abusando y maltratando a nuestras crías... Al menos cuando éramos animales, no cometíamos estas atrocidades.
Besitos
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