“No conoceréis al miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.”
Frank Herbert, Dune
Pensando de buena mañana, he creído necesario ponerme a escribir antes de que se me esfumara mi momentánea reflexión. Creo haberme percatado del mayor de los efectos, en el ser humano, de ese difuso ente conocido como Caos. Bajo mi punto vista, cayendo en todas las redundancias, todo lo existente podría limitarse al juego de un poderoso binomio: Caos frente a Orden. El impulso que nos lleva al progreso entre la inoperancia es un misterio. Algunos, como el “pequeño profeta” del pasado artículo, opinan que fue Dios quien nos enseñó tan peculiar misterio, a su imagen y semejanza. No lo sé. Si hacemos una deducción lógica, la presencia de Dios no excluye al Caos, de hecho lo define. Dios creo el Mundo donde antes reinaba el Caos (es lo que recoge la Biblia a semejanza de los demás textos religiosos de las religiones monoteístas, y algunas otras que no lo son). Pero nadie nos dice quien creo a Dios. Se podría sostener que Dios, por definición, es eterno. ¡Bravo! No veo el motivo por el que decir que el “caldo primordial de la caótico” no lo sea también.
Según la Real Academia de la Lengua, “miedo” debe definirse como: “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”, o lo que es lo mismo, “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. De esto a pensar que el miedo no deja de ser la más notoria de las manifestaciones del Caos sólo hay un paso. Si Dios acabó con el Caos, el Código Civil es la mayor de las herejías contemporáneas.
Jurídicamente, un contrato aleatorio es aquel en el que “una de las partes o ambas recíprocamente se obligan a dar o hacer alguna cosa en equivalencia de lo que la otra parte ha de dar o hacer para el caso de un acontecimiento incierto o que ha de ocurrir en un tiempo indeterminado (artículo 1790 del CC)”. Quizás este sea el motivo por el que el Islam prohíbe el juego, se deja margen al Caos, que por definición, es contradictorio con la creencia en un divino rector omnisciente. No sé si países confesionalmente islámicos como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes o Qatar opinan lo mismo. El mercado de valores no deja de basarse en ello. El riesgo es la inversión, la incertidumbre quien impera. Más allá de fenómenos locales como Gescartera, no deja de ser curioso la relación que pueda existir entre la Iglesia, el Azar y el contrato de seguro. Si Dios es justo y evita cualquier daño injusto e imprevisible para todo bienaventurado, ¡qué sentido tiene que un sacerdote se asegure el coche! Definitivamente, el ordenamiento secular reconoce la existencia del Caos en sus normas como algo objetivamente existente en nuestro Mundo.
Mucha gente sigue viendo al relativismo que impregna todo lo caótico como un misterio peligroso que no tiene otra finalidad que contradecir todo lo que se nos ha enseñado desde Euclides a Newton, pasando por los Padres de la Santa Iglesia. Autores de notable capacidad para la divulgación, véase Roger Penrose o John Gribbin, creen que debemos cuestionar nuestro modelo de representación del Mundo. Me intento explicar. Por más que lo intentemos, el soporte de un semáforo jamás será totalmente recto, al igual que cualquier gráfica estadística nunca va a tener un ángulo constante o el resultado de las elecciones es, cuanto mucho, simplemente previsible. La experiencia empírica nos muestra que la Diosa Fortuna es soberana sin necesidad de volverse uno ludópata. Trágica conclusión. Uno podría llegar al más extremo de los cinismos o estoicismos y dejar que el Destino le condujera donde está escrito. Hacerse el Diógenes o acomodado Marco Aurelio de turno; craso error.
El esfuerzo, esa fuerza vital que tantas veces nos falla, es algo que nadie sabe cómo se genera por si mismo (sin necesidad de factores externos y/o sustancias). Sin embargo, es notorio que nuestra resistencia contra el miedo, contra la entropía, contra el Caos más absoluto, es lo que nos define. El miedo es una reacción biológica, de pura herencia natural, que nos genera la ansiedad necesaria para incentivar la resistencia frente a un hostil medio. Pero la pregunta sigue ahí, ¿ante la indeterminación y relativismo del Caos, somos alguien sin los incentivos y el esfuerzo?
Primera Ilustración: “The Last Blow” de Charles Robert Leslie (1794–1859). Segunda ilustración: Diogenes by John William Waterhouse, 1882
Frank Herbert, Dune
Pensando de buena mañana, he creído necesario ponerme a escribir antes de que se me esfumara mi momentánea reflexión. Creo haberme percatado del mayor de los efectos, en el ser humano, de ese difuso ente conocido como Caos. Bajo mi punto vista, cayendo en todas las redundancias, todo lo existente podría limitarse al juego de un poderoso binomio: Caos frente a Orden. El impulso que nos lleva al progreso entre la inoperancia es un misterio. Algunos, como el “pequeño profeta” del pasado artículo, opinan que fue Dios quien nos enseñó tan peculiar misterio, a su imagen y semejanza. No lo sé. Si hacemos una deducción lógica, la presencia de Dios no excluye al Caos, de hecho lo define. Dios creo el Mundo donde antes reinaba el Caos (es lo que recoge la Biblia a semejanza de los demás textos religiosos de las religiones monoteístas, y algunas otras que no lo son). Pero nadie nos dice quien creo a Dios. Se podría sostener que Dios, por definición, es eterno. ¡Bravo! No veo el motivo por el que decir que el “caldo primordial de la caótico” no lo sea también.
Según la Real Academia de la Lengua, “miedo” debe definirse como: “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”, o lo que es lo mismo, “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. De esto a pensar que el miedo no deja de ser la más notoria de las manifestaciones del Caos sólo hay un paso. Si Dios acabó con el Caos, el Código Civil es la mayor de las herejías contemporáneas.
Jurídicamente, un contrato aleatorio es aquel en el que “una de las partes o ambas recíprocamente se obligan a dar o hacer alguna cosa en equivalencia de lo que la otra parte ha de dar o hacer para el caso de un acontecimiento incierto o que ha de ocurrir en un tiempo indeterminado (artículo 1790 del CC)”. Quizás este sea el motivo por el que el Islam prohíbe el juego, se deja margen al Caos, que por definición, es contradictorio con la creencia en un divino rector omnisciente. No sé si países confesionalmente islámicos como Arabia Saudí, los Emiratos Árabes o Qatar opinan lo mismo. El mercado de valores no deja de basarse en ello. El riesgo es la inversión, la incertidumbre quien impera. Más allá de fenómenos locales como Gescartera, no deja de ser curioso la relación que pueda existir entre la Iglesia, el Azar y el contrato de seguro. Si Dios es justo y evita cualquier daño injusto e imprevisible para todo bienaventurado, ¡qué sentido tiene que un sacerdote se asegure el coche! Definitivamente, el ordenamiento secular reconoce la existencia del Caos en sus normas como algo objetivamente existente en nuestro Mundo.
Mucha gente sigue viendo al relativismo que impregna todo lo caótico como un misterio peligroso que no tiene otra finalidad que contradecir todo lo que se nos ha enseñado desde Euclides a Newton, pasando por los Padres de la Santa Iglesia. Autores de notable capacidad para la divulgación, véase Roger Penrose o John Gribbin, creen que debemos cuestionar nuestro modelo de representación del Mundo. Me intento explicar. Por más que lo intentemos, el soporte de un semáforo jamás será totalmente recto, al igual que cualquier gráfica estadística nunca va a tener un ángulo constante o el resultado de las elecciones es, cuanto mucho, simplemente previsible. La experiencia empírica nos muestra que la Diosa Fortuna es soberana sin necesidad de volverse uno ludópata. Trágica conclusión. Uno podría llegar al más extremo de los cinismos o estoicismos y dejar que el Destino le condujera donde está escrito. Hacerse el Diógenes o acomodado Marco Aurelio de turno; craso error.
El esfuerzo, esa fuerza vital que tantas veces nos falla, es algo que nadie sabe cómo se genera por si mismo (sin necesidad de factores externos y/o sustancias). Sin embargo, es notorio que nuestra resistencia contra el miedo, contra la entropía, contra el Caos más absoluto, es lo que nos define. El miedo es una reacción biológica, de pura herencia natural, que nos genera la ansiedad necesaria para incentivar la resistencia frente a un hostil medio. Pero la pregunta sigue ahí, ¿ante la indeterminación y relativismo del Caos, somos alguien sin los incentivos y el esfuerzo?
Primera Ilustración: “The Last Blow” de Charles Robert Leslie (1794–1859). Segunda ilustración: Diogenes by John William Waterhouse, 1882