Hace unos 251 millones de años (inicios del Triásico), la Tierra se estaba recuperando de una de las peores catástrofes que jamás haya sufrido: la extinción masiva del Pérmico (“Great Dying”). Ésta había acabado con buena parte de las especies vivas (96% de las marinas, 70% de las terrestres), dejando a la Tierra prácticamente huérfana de habitantes. Jamás tuvo tanto significado el postulado de “supervivencia de los más aptos”, pues fueron pocos, pero selectos, los taxones que sobrevivieron a tan perverso acontecimiento.
Los reptiles, no dispuestos a abandonar un planeta que hasta aquel momento les había pertenecido, no sin previas “luchas evolutivas”, continuaron detentando el cetro, pues fueron los más aptos para tamaña odisea. De entre los supervivientes destacarían dos grandes grupos reptilianos: los arcosaurios (“reptiles dominantes”) y los reptiles mamiferoides (en concreto, los terápsidos, su orden más
evolucionado). De ambos bandos tenemos supervivientes (aves, cocodrilos o nosotros mismos), pues hay que decirlo, la “lucha” que en ese período geológico se produjo, condicionó, en demasía, la terrena posteridad.
Los terápsidos ya habían medrado por la Tierra durante el Pérmico. Célebres especies como Estemmenosuchus o Moschops, pastaban por las llanuras pérmicas, siendo víctimas de especies de lo más pavorosas (véanse, por ejemplo, el extenso linaje de los Gorgonópsidos, cuyo nombre se remite a las mitológicas gorgonas, bestias femeninas de la religión griega arcaica). En la extinción del Pérmico, fueron de los pocos grupos capaces de mantener a sus representantes en la “pole position” de la lucha por la Vida, bien lo sabría el eminente geológo, Alfred Wegener.
Imagínense un mundo poblado, cuasi exclusivamente, por una sola especie animal. Algo así sucedió a principios del Triásico. Lystrosaurus, pues así se conoce al animal, poblaba buena parte del Globo, habiéndose encontrado sus fósiles en lugares tan distantes entre sí como la India, África o la Antártida. Éste, junto con otros, fue uno de los argumentos de los que se valió Wegener para probar su “teoría de la deriva continental”, demostrando que el subcontinente indio, la Antártida, Sudamérica y África antaño estuvieron unidas en un mismo supercontinente: Gondwana (respecto a éstas dos últimas contrástese lo dicho con un mapa para ver cómo encajan, como si de un puzle se tratara). Los enormes rebaños de Placerias, Kannemeyerias y Lystrosaurus, cazados por terroríficos Cynognathus (primera ilustración)hacían presagiar que la balanza se decantaría a favor de ellos, sin embargo, no fue lo que aconteció.
Al mismo tiempo, en virtud del enorme potencial dado por la última extinción (fenómeno enervador de la maquinaria evolutiva), un nuevo grupo de reptiles, conocido genéricamente como arcosaurios, daba sus primeros, y exitosos, pinitos. El paso del desierto (de inicios del Triásico) a un clima cada vez más húmedo (conforme se acercaba el Jurásico), prestó una gamma de hábitats a los arcosaurios, que lejos de desaprovechar, ocuparon.
Rutiodon fue un ejemplo del nuevo orden. El fitosaurio fue una de las especies, depredadoras, más abundantes en aquel ecosistema. Junto a él, aparecerían otros grupos, destacando el próspero taxón de los cocodrilos.
Postosuchus y
Erythrosaurus (dos enormes depredadores, a mitad de camino entre cocodrilos y dinosaurios),
Desmatosuchus (un alargado reptil acorazado, herbívoro), o el propio
Rutiodon, fueron algunas de las especies más características del momento.
Pasaba el tiempo, y como si de la más maravillosa de las historias se tratase, ambos grupos luchaban en sus respectivos ecosistemas. Poco a poco comenzaron a salir los testigos de futuras especies, algunas predestinadas al dominio. De entre los arcosaurios destacarían los cocodrilos, los pterosaurios, y muy especialmente, los dinosaurios. No cabe duda de que el éxito de éstos arrinconó a los terápsidos, condenándolos a una suerte de “exilio”, preferiría decir “retiro”, evolutivo.
Eoraptor o
Herrerasaurus nos demuestran que los primeros dinosaurios, de medianos a finales del Triásico, fueron eminentemente depredadores. Presa de ellos, manteniendo pocas especies preeminentes, los terápsidos fueron reduciendo su tamaño, evolucionando silenciosamente, preparándose para una fría venganza, un mejor porvenir. El pelo de estos animales nos da una pista de su próximo éxito. Una rama de los terápsidos halló un arma evolutiva de primer nivel: el cuidado de sus hijos. Ese fue el principio de la más exitosa legión, los mamíferos estaban a la vista.
Si bien los mamíferos son los actuales dominantes del planeta (siendo el hombre el más poderoso de todos ellos), cierto es que antaño los arcosaurios “nos ganaron la partida”. Muchas veces se ha oído que la extinción de los grandes saurios permitió el inicio de un proceso evolutivo que condujo al hombre. La realidad geológica parece demostrar este trayecto. Somos herederos de los terápsidos, un grupo animal tan enigmático como apasionante. Quién sabe cómo será el futuro, pero por el momento, ¡finalmente vencimos a los arcosaurios!.
Ilustraciones:
Nota: un “nuevo” taxón evolutivo surgiría, en el Jurásico, de entre los arcosaurios, de los dinosaurios, en concreto, dando lugar a las aves modernas.