Quienes siguen la Teoría del Caos aceptan totalmente cómo el regreso al Pasado es imposible. El efecto mariposa gobierna la mayoría de los fenómenos, siendo las relaciones causa-efecto, que superen el sentido unidireccional, raras en la realidad; preciadas joyas transformadas en eventuales presas para el arqueólogo o historiador. Poca duda cabe de que la distorsión es inevitable en la comprensión del Pasado. Lo sucedido nunca llega a nosotros en su estado primordial sino en los trozos dejados por el alubión del paso del Tiempo, por la incontrolable e impredecible fuerza del cambio. Lejos de asemejarse a las matemáticas, la Historia adolece del albedrío del convencionalismo de aquellos que la estudian. Las impresiones mayoritarias acontecen sucedáneo de ciencia verdadera y la carga emotiva de cada civilización, cartel atractivo, o no, para el interesado aficionado de turno.
Las fuentes divulgativas de la Historia no dejan de ser contendientes de un tácito juego de intentar ser la más atractiva. Toda civilización muestra sus cartas, sus inventos y ruinas queriendo manifestarse como la más sensacional, interesante, oscura o esotérica. Egipto sobrepasa todo molde, su misterio invade en tanto que sutil neblina todo lo relativo a ella y los faraones. Lo siento, nunca me he sentido egiptólogo en potencia. Sus ruinas son, a mi ver, mayormente devotas de la abundancia de piedra caliza que de la especialidad chovinista de quienes las construyeron. Las leyendas e ideas que nos denota tal cultura exceden de lo material para imperar mayormente en lo sacro. Ra, Osiris o Anubis no acaban de abandonar su panteón celestial inmiscuyéndose en la gracia de lo más genuinamente fantástico. Mis preferencias siempre se han decantado más por Mesopotamia. Será que siempre he aborrecido lo abstracto, o quizás sea mi carácter idealista, pegado a la rémora certeza, quien siempre me ha alejado de los misterios egipcios y acercado más a los empíricos logros del vergel mesopotámico.
Hace tiempo estudié la matemática de ambas civilizaciones, o en el caso de Mesopotamia, el dichoso cúmulo de ellas. Bajo mi más absoluto asombro la matemática de los mesopotámicos resultó ser, en no pocas ocasiones, mayormente compleja. Sus métodos de resolución de ecuaciones, aproximaciones al valor de π, son muestras irrefutables de una poderosa ciencia, acoso más desarrollado que la de los habitantes de las fértiles orillas del Nilo. Sin embargo, sus restos son escasos, los genios alados que pueblan los grandes museos arqueológicos de Europa, como mucho, generan respeto, siendo mayormente buscados los restos de tumbas egipcias, y qué decir de sus cadáveres, aunque no llegaran a ser momias.
El paso del Tiempo difumina el recuerdo del mérito. Poco queda del sapiencial naufragio, siendo los restos perlas difíciles de encontrar por el interesado estudioso. Son pocos quienes recuerdan que fueron las asirios quienes utilizaron el hierro por primera vez en sus ejércitos, bien lo saben los egipcios, puesto que debieron ceder ante la pavorosa armada asiria. La escritura también encontró sus primeras manifestaciones alrededor del Tigris y el Éufrates, quizás también las matemáticas, y según parece, la rueda. Todos ellos son descubrimientos valiosos, axiomas de los que se deriva nuestra actual civilización por pura lógica.
Caprichos del Destino, Egipto pasaría a la Historia a través de la Biblia hablándose de hechos de los que rara referencia se tienen. Cada día parece ser más cierto que el presunto esclavismo de los judíos fue mentira y que los hebreos, al menos a gran escala, no abandonaron Egipto para poblar Israel, Mesopotamia parece querernos decir algo al respecto. Del análisis de los hechos históricos, atisbados por el texto, presuntamente, sagrado, nos percatamos de cómo buena parte de la tradición de esas tierras se adentra en la narración del Antiguo Testamento. El mito de Moisés y su barca surgió respecto al monarca acadio Sargón y el mito del Diluvio en referencia a las graves inundaciones acaecidas en la región, situada entre dos grandes ríos, en remotas épocas pretéritas. No creo que en lo alto del monte Ararat se halle el Arca de Noé pero es más que probable que las precipitaciones caídas por tales sierras inundaran el territorio que actualmente ocupa el ceniciento Estado iraquí.
Cosas de la Historia. La herencia, a priori invisible, de las civilizaciones mesopotámicas se camufla, alguien diría que intencionadamente, en las páginas de la Biblia. Poca duda cabe que se trata del libro más influyente, superando con creces al Quijote de Cervantes. Mesopotamia nos llega a través de él, las leyendas que narra le pertenecen, así como buena parte de los personajes, eso sí, con otros atributos y nombres.
Una vez analizado esto, hagámonos la dichosa pregunta. ¿Los desconocidos mesopotámicos resulta que no lo son tanto? ¿Les debe más Occidente a ellos que a Egipto? ¿Somos más herederos suyos que de los faraones? ¿Qué hicieron para pasar a la Historia como pueblos malditos?
Las fuentes divulgativas de la Historia no dejan de ser contendientes de un tácito juego de intentar ser la más atractiva. Toda civilización muestra sus cartas, sus inventos y ruinas queriendo manifestarse como la más sensacional, interesante, oscura o esotérica. Egipto sobrepasa todo molde, su misterio invade en tanto que sutil neblina todo lo relativo a ella y los faraones. Lo siento, nunca me he sentido egiptólogo en potencia. Sus ruinas son, a mi ver, mayormente devotas de la abundancia de piedra caliza que de la especialidad chovinista de quienes las construyeron. Las leyendas e ideas que nos denota tal cultura exceden de lo material para imperar mayormente en lo sacro. Ra, Osiris o Anubis no acaban de abandonar su panteón celestial inmiscuyéndose en la gracia de lo más genuinamente fantástico. Mis preferencias siempre se han decantado más por Mesopotamia. Será que siempre he aborrecido lo abstracto, o quizás sea mi carácter idealista, pegado a la rémora certeza, quien siempre me ha alejado de los misterios egipcios y acercado más a los empíricos logros del vergel mesopotámico.
Hace tiempo estudié la matemática de ambas civilizaciones, o en el caso de Mesopotamia, el dichoso cúmulo de ellas. Bajo mi más absoluto asombro la matemática de los mesopotámicos resultó ser, en no pocas ocasiones, mayormente compleja. Sus métodos de resolución de ecuaciones, aproximaciones al valor de π, son muestras irrefutables de una poderosa ciencia, acoso más desarrollado que la de los habitantes de las fértiles orillas del Nilo. Sin embargo, sus restos son escasos, los genios alados que pueblan los grandes museos arqueológicos de Europa, como mucho, generan respeto, siendo mayormente buscados los restos de tumbas egipcias, y qué decir de sus cadáveres, aunque no llegaran a ser momias.
El paso del Tiempo difumina el recuerdo del mérito. Poco queda del sapiencial naufragio, siendo los restos perlas difíciles de encontrar por el interesado estudioso. Son pocos quienes recuerdan que fueron las asirios quienes utilizaron el hierro por primera vez en sus ejércitos, bien lo saben los egipcios, puesto que debieron ceder ante la pavorosa armada asiria. La escritura también encontró sus primeras manifestaciones alrededor del Tigris y el Éufrates, quizás también las matemáticas, y según parece, la rueda. Todos ellos son descubrimientos valiosos, axiomas de los que se deriva nuestra actual civilización por pura lógica.
Caprichos del Destino, Egipto pasaría a la Historia a través de la Biblia hablándose de hechos de los que rara referencia se tienen. Cada día parece ser más cierto que el presunto esclavismo de los judíos fue mentira y que los hebreos, al menos a gran escala, no abandonaron Egipto para poblar Israel, Mesopotamia parece querernos decir algo al respecto. Del análisis de los hechos históricos, atisbados por el texto, presuntamente, sagrado, nos percatamos de cómo buena parte de la tradición de esas tierras se adentra en la narración del Antiguo Testamento. El mito de Moisés y su barca surgió respecto al monarca acadio Sargón y el mito del Diluvio en referencia a las graves inundaciones acaecidas en la región, situada entre dos grandes ríos, en remotas épocas pretéritas. No creo que en lo alto del monte Ararat se halle el Arca de Noé pero es más que probable que las precipitaciones caídas por tales sierras inundaran el territorio que actualmente ocupa el ceniciento Estado iraquí.
Cosas de la Historia. La herencia, a priori invisible, de las civilizaciones mesopotámicas se camufla, alguien diría que intencionadamente, en las páginas de la Biblia. Poca duda cabe que se trata del libro más influyente, superando con creces al Quijote de Cervantes. Mesopotamia nos llega a través de él, las leyendas que narra le pertenecen, así como buena parte de los personajes, eso sí, con otros atributos y nombres.
Una vez analizado esto, hagámonos la dichosa pregunta. ¿Los desconocidos mesopotámicos resulta que no lo son tanto? ¿Les debe más Occidente a ellos que a Egipto? ¿Somos más herederos suyos que de los faraones? ¿Qué hicieron para pasar a la Historia como pueblos malditos?
1 comentario:
indudablemente que, para sentarnos bien hay que desenmarañar los luengos caminos por donde nos llevan los pueblos antiguos.
saludos
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