lunes, 25 de junio de 2007

Lo ambiguo del petardo

La abundancia tapa lo singular, lo auténtico, lo meritorio. Hoy surcaban fuegos artificiales por los cielos de Vilassar. Palmeras, truenos voladores, simuladores de relámpagos y tormentas en pólvora. El negro del cielo poblado por los colores del petardo. La derrama municipal más que en banal dispendio acontece muestra de lo hipócrita de nuestra sociedad. Lo mismo que sirve de instrumento violento puede ser colorido entretenimiento de masas, el petardo y la mina no tiene tanto de diferente como lo real posible frente a nuestra voluntad violenta.

No obstante, más allá de proclamas contra la Guerra, los fuegos artificiales me producen cierta sensación de cotidianeidad. Acontecen fenómenos ya vistos en una infinidad de ocasiones y que no parecen impresionar tanto a mis, cada día menos infantiles, neuronas. Recuerdo que algo así me pasa con el, antaño temido, Toro de Fuego de Anguita, Rata o Sigüenza. El maniquí taurino no me causa novedad alguna, más cuando su visión sobrepasa la veintena de ocasiones. Nos hallamos ante una clara manifestación de la singularidad del pobre; cómo lo rico se caracteriza por juntar los bienes eventuales del primero en masa, negando cualquier visión de lo singularmente disfrutado, de la gracia de la creatividad y el esfuerzo.

Uno de los pensamientos que se me pasan por la cabeza ante la visión de tales artificios es cómo debieron sentirse los antiguos chinos al contemplar, por primera vez, los primeros petardos voladores. Seguramente creyeron ver algo de paranormal y religioso en tales artes, belleza primordial, paraíso recién descubierto. Los mongoles harían que fueran conocidos por el resto, hasta llegar, como la mayoría de enseres servibles, o acaso consumibles, a poder ser producidos en masa.

Los fuegos artificiales son un genial broche para engalanar la mejor fiesta. Vilassar vuelve a recordar porque se conocía como San Juan y los vecinos vuelven a sus casas, siendo pocos los beneficiados por el local festivo. Otro año será, los petardos seguirán en el presupuesto del ayuntamiento, quizás al igual que las sardinas, los conciertos, las actuaciones teatrales y el suplemento de limpieza; una fiesta sin consumición se asemeja a una tortuga sin caparazón, la austeridad de lo cotidiano encuentra un respiro en lo festivo.

¡Cuán preciadas son las fiestas del pueblo! Ya sean las del propio o del foráneo. Constatar cómo existen fiestas que sobrepasan lo infamemente político para poblar los contornos culturales que nos unen: cava por papeletas, petardos por pleitos. La comparación entre el fuego artificial chino y el cañón otomano son una muestra de lo variable de lo terreno, de cómo no existen verdades absolutas, ni fines preestablecidos. Triste estaría Platón y su mundo de ideas, no más contento se siente un servidor al constatar cómo lo mismo que nutre el más vistoso de los petardos sirve igualmente para matar vidas en Líbano, Irak o Palestina.

1 comentario:

Patri dijo...

A mí me encantan los fuegos artificiales, son algo que me llegan a emocionar por su belleza.

Besotessssssssssssss