sábado, 16 de junio de 2007

Pasando del pan, devotos del sobreconsumo

Vivimos en un mundo en el que la producción en masa irriga, inmisericordemente, los escaparates de los comercios. Ya sea mediante productos con las formas, y presuntas utilidades, más originales posibles, o con el más rudo de los anzuelos mercantiles, rara es la ocasión que el vulnerable ojo humano se resiste a indagar sobre la caracterización del invento de turno. Ese aparato electrónico que nunca vamos a encender o ese juego, tan creativo como educativo, que a duras penas utilizará el afortunado hijo de turno el día después de Reyes.

La Puerta del Ángel, la Calle Preciados, Oxford Circus o Istiklal Caddesi son ejemplos de víctimas urbanas que sucumbieron a las tentaciones tanto del capitalismo como de la venta compulsiva. Más allá de paseos curiosos, muestras de cómo se da el inabordable espectro de personalidades posibles (tantas como arbitrarias combinaciones de indumentarias, gestos, rostros o aficiones), ir de shopping no deja de ser una invitación para la lírica, y cómo no, para la sátira de turno.

El último perfume del más fashionable de los modistos, el videojuego más guerrillero de turno o la ropa más sensual del momento no dejan de ser monumentos, servidores del dios Dinero y sus sacerdotes tenderos. Rara es la vez que vemos en los cotidianos alimentos la rítmica de la copla. Siempre tendemos a pensar en lo más morboso, erótico o marcial del campo semántico. Las ideologías tapan a los ultramarinos, los anuncios a las fuentes que mutren, no solo a las clases sociales, sino que también acompañan al más cotidiano de los piensos de los que, a duras penas, pueda alimentarse el pueblo llano.

Nuestros telediarios se dejan seducir por el precio del petróleo, las nuevas reservas de gas y las estrategias empresariales de los emporios de turno. Nadie piensa en el pan, el cereal, acaso maná, que nos alimenta cae dentro del confuso saco de la abundancia para acontecer un elemento más entre la multitud, un irremediable despilfarro monetario dentro del entorno consumista. Muchas veces no da la sensación de que el pan es un negocio rentable. Lo mismo sucede con el agua, ¿tendrán razón quienes ven en la “caza” de icebergs el próximo negocio del futuro?

Muchas veces leo los periódicos y me dejo influir por todas aquellas informaciones que hablan de solidaridad, agravios, desequilibrios y de mercados de divisas; pocas veces atisbo el precio del pan, ni tampoco el del agua, acaso no saldrán tampoco las verduras, ni la cotización del pollo, el pescado o las patatas. El petróleo dícese que influye en todos ellos, yo creo que la causa es más devota de los excesos del consumismo.

La abundancia niega la escasez, esa es la gracia de los antónimos. No obstante, el fenómeno lingüístico, de aplicarse irresponsablemente, pasa a ser error al utilizar las reglas de la lengua, o mejor dicho, mentira para lo que a nosotros nos interesa. La orgía de productos, y de buenos y malos precios, nos hace ser más conscientes del precio de los vehículos que del, valga el símil parroquial, pan nuestro de cada día.

Madrid y Barcelona se diferencian más por el precio del pan que por sus gentes, sus nacionalidades, las matrículas o las lenguas. Lo mismo pasa con Estambul, con Londres, con Pekín o con la Antigua Roma. Para los Césares repartir el pan era tan importante como organizar espectáculos de Circo. Me vuelve a la cabeza la hipocresía actual frente a la aparente sinceridad de lo antiguo.

Para los emperadores romanos controlar el trigo africano, o de Sicilia, tenía una importancia mayor que para nosotros los altibajos de los hidrocarburos. Si el grano no llegaba a Ostia poco tardarían los disturbios. Volviendo a tiempos más presentes, pocos son quienes recuerdan las “huelgas” acaecidas en Madrid en plena dictadura por el precio del pan, que fueron capaces de hacer ceder, incluso, al sanguinario tirano. ¡Cuán malo es el presumir de lo actual, qué trágico es ignorar el Pasado!

La irrupción del baguette, o pan francés, no tiene importancia. La escasez de trigo se supone y el precio del pan se aguanta. Seguro que al político, por lo general con buen poder adquisitivo, no le importa el hecho como a la anciana de turno. ¿Será porque no baja a comprar el pan? Yo creo que más bien será porque les interesa, más que el petróleo, hablar de materias que el pueblo llano no controla, centrarse en la gasolina y el queroseno, más que en el precio del aceite o del besugo, no fuera a ser que no se compraran gadgets y demás trastos rudimentarios y que la falta de consumo hundiera las corporaciones. La información es tan abundante como manipulable, y al pueblo le sigue importando, más que el pan, el más mercantilizado y fashion de los circos…
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

Visitando tu blog, despasito como sin hacer mucho ruido, mientras te leo
Caro

Anónimo dijo...

A los políticos les da igual el pan y el petroleo, sólo les interesa el poder y mantenerse en él.
Por otro lado vivimos en una sociedad consumista, usar y tirar, los publicistas que ahora se llaman creadores se dedican no a promocionar un producto ensalzando sus beneficiosas cualidades, sino a crearnos necesidades que no tenemos y nosotros acabamos necesitando imperiosamente, determinado artículo, alimento, o cualquier "tontería" que quieran vendernos.

Patri dijo...

Opino como tú, que los políticos están más atentos al petróleo que al pan de cada día. ¬_¬

Besotes cielo (siento la tardanza en pasarme por aquí)

Anónimo dijo...

"Madrid y Barcelona se diferencian más por el precio del pan que por sus gentes, sus nacionalidades, las matrículas o las lenguas."

Gràcies a...a no sé què, Barcelona encara es diferencia de Madrid més per la seva llengua i nacionalitat, que pel preu del pa! Encara que et sapiga greu...que te la piqui un pollo!

Muaaaaaaaaaaa!