Que el conocimiento científico se basa, esencialmente, en la comprobación empírica parece evidente. La recreación siempre anda en los senderos de lo metafísico, y la fantasía es mentira en la realidad, hipótesis no probadas en las que no vale la pena ni pensar. Sin embargo, dentro de una naturaleza esencialmente contradictoria, los humanos negamos, o nos mantenemos escépticos, ante datos que dinamitan nuestras concepciones pretéritas; cayendo en el más infame de los sensacionalismos, las noticias massmedia y las hamburguesas con muñequitos de seres fieros.
Si es difícil aceptar la existencia de un pollo de cinco metros de alto por ocho de largo, mucho más lo es hacerse a la idea de que, sin ser ave, existieron seres mucho más grandes que nosotros de los que, no directamente por necesidad (guardando, eso sí, cierto parentesco), de los que descenderían el colibrí, el gorrión, el pingüino o el pavo. Siempre nos han gustado más los dragones, y qué decir de homonizar los restos del pasado generando historias de asesinos y ladrones al caracterizar la biodiversidad del Mesozoico. Oviraptor fue una víctima de tan sapiencial tragedia, el Gigantoraptor un nuevo ejemplo. Al descubrir en las arenas del Gobi los restos de un terépodo, con pico aviano, cerca de un nido; el paleontólogo de turno (quizás irremediablemente en tanto que persona) pensó que se trataba del escenario de un prehistórico crimen. Creyó antes en la transposición del espectro de conductas humanas en el saurio que en el comportamiento maternal de cualquier gallina actual, incubar los huevos para después cuidar a la prole. El nombre le delataría como raptor cuando no tuvo porqué tener antecedentes. Derecho Penal a lo sauriano, injusticias de nuestra psique aplicadas a las ciencias del Pasado. Se suceden las noticias por los medios y todo el mundo se entera del hallazgo de un dinosaurio emplumado gigante. Curioso. Se empieza a hablar de pavos gigantescos y de eslabones perdidos, no se acepta la posibilidad de haber existido antaño un ser omnívoro como nosotros, ¡ni que un pariente de los gorriones nos superara en tamaño! Muchas veces me da la sensación de que el egoísmo congénito a nuestro natural ser se viste de individualismo como especie en lo científico. Desde tiempos remotos hablamos de fenómenos naturales trasladándolos a causas metafísicamente humanas: dioses antropomorfos y mitos de logros inmortales. El Gigantoraptor es un heredero de nuestra tendencia a lo dinámicamente sensacionalista, marcial o sorprendente. ¿Será que la curiosidad venza a la Ciencia, siendo la fantasía y la comparación con lo propio su fuente? ¿Alguien mantiene que es la paciencia la madre de la Ciencia?
Merci para Mickael Night...
3 comentarios:
Pues a mí me encantan todas esas cosas. Soy la primera en ver documentales o noticias. La verdad es que apasiona pensar en cómo eran antes estas aves, lagartos y felinos (preciosos todos)
No creo que se comportaran como humanos, siempre he pensado que los animales tienen más humanidad que nosotros. o_-
Besotes cielo
PD>¡¡al tablón!!
Como siempre, muy interesante este post. Yo en estas cosas soy un bicho raro. Me interesa muchísimo la metafísica pero soy tremendamente materialista en el sentido filosófico, claro está. Y comparto contigo el egoísmo del ser humano en todos los ámbitos, incluso en la ciencia. Un abrazo.
Hombre yo personalmente creo que sí, "que la paciencia es madre de la ciencia", Popper diría que la madre de la ciencia sería la ley del ensayo y el error y cada cual tendrá su propia teoría.
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