sábado, 1 de septiembre de 2007

El dragón y el diamante

Cuentan los ancianos de la aldea que un dragón se enamoró locamente de una piedra. El saurio de los hierros, lejos de ser derrotado por campeones, bárbaros o caballeros, fue vencido por el sentimiento de pérdida de su paisaje predilecto; ese eran los contornos de ese diamante eterno, vidrioso como la más frágil figura, espejo de mil sueños y una sola canción de amargura.

El dragón ferruginoso, pues así se le conocía, andaba a golpe de chirrios y sonidos de orquestra. Sus fémures de metal asemejaban ser órganos, sus riñones acordeones oxidados. Sus fuegos olían a azufre engarzado de acero, sus cuernos parecían ser más propios de las almenas de un castillo, que de la vestimenta de un soberano de los Cielos. Ni qué decir cabe que el dragón ignoraba a los campesinos. Su existencia era monótona, y no tenía ni sueños ni princesa. Su única distracción era la de dormitar en su caverna de hierro. El cantar de las piritas al cierzo le sonaba a dulce nana, sus suspiros eran de acero, su corazón, de hojalata.

Un día, mientras recolectaba las piritas que le servían de sustento, encontró una piedra de especial brillo. Cogió la joya, aun no descubierta, y se vió reflejado como en paralelo, viendo en su ignorancia presente, pasado y futuro. No conocía qué era lo del alma gemela, ni tampoco qué significaba haber nacido, el dragón simplemente se llevó el hallazgo con la curiosidad de un extranjero en país desconocido.

Su caverna ganó en brillo. La presencia del diamante irradiaba potentes rayos de luz que hacían sonar, con mayor sentido, el canto de las piritas. El dragón ferruginoso no contemplaba el sueño, prefería pasar las horas siendo seducido por los nuevos cánticos, jamás escuchados; saber de la fortaleza de la novedad y del invento del objeto preciado. Precisamente eso no le parecía al dragonzuelo, sus brillos y alegría daban a la piedra unos tonos jamás contemplados. Sus alámbricos nervios parecían fundirse en uno cuando veía brillar al pedrusco querido. Su destacar entre piritas le hacía ser especial, sentirse atraído por algo especial que le había sido siempre desconocido.

Una aleatoria alimaña contempló la escena desde los contornos de la puerta de la caverna. El más ridículo de los dragones se sentaba a contemplar al diamante, la fiera y la piedra, el dragón y el bello diamante. La música no la escuchaba, ni tampoco sentía los gestos amorosos de reptil a su amada. El sátiro cabrío entró por la noche y robó el diamante, pues algo debía tener de bueno aquello por lo que tanto se moría el saurio.

El dragón no despertó con el tiempo. El sátiro contemplaba las consecuencias del poder del objeto sin creerse lo que estaba viendo. Las piritas ya no cantaban, y el dragón fue, para siempre, puro hierro. El siervo de Pan, dador de instintos y amor excelso, despertó con la joya en su mano. No tenía ni idea de que en su Tierra hubiera cavernas o dragones, sueños o misterios. El cabrío era joven y no sabía si creerse lo que eventualmente había visto, se percató de pertenecer al sueño, de cómo había sido de cruel al raptar la joya. El diamante volvió a la caverna, y el brillo a alumbrar las piedras del hierro. Las piritas cantaron y el dragón, antaño ingenuo, despertó consciente de haber perdido anteriormente algo.

La ausencia en el Alma le hizo sucumbir al hierro, el diamante le devolvió el sentido y la vida de ser feliz y entero. El sátiro contempló lo que había hecho y se dio cuenta de que había irradiado amor, el cabrito humano no dejaba de ser mitología, y el Amor su reclamo. Su flauta deshizo el hechizo y el dragón siguió viendo los contornos del diamante. El sátiro se llamaba Pan, y su acción, Amor verdadero. No existe el dragón, ni tampoco tan gran diamante, pero si un foso con fin seguro, y otro sin final alguno. Mis sueños desbordan en el torrente de los sueños, se perfeccionan en ti dando a todo sentido. El diamante se hace polvo, el dragón misterio. Sólo quedamos tú y yo, y el Amor dándonos sentido. Tú eres más que el diamante, yo quizás también más que el dragón. Puede que ello se deba a que cuando se encuentra ausente su par, momentáneamente, uno de percata, aún con más vista y acierto, de que de dragón me pasaste a cordero y que tu sonrisa sólo sabe que decirme que te amo, que tu brillo me da sustento y seguridad, seguridad de que he encontrado la joya, aquella que tiene geometrismos de amor verdadero.

1 comentario:

Patri dijo...

Me has dejado sin palabras. ¡¡¡Es preciosooooo!!! ¿Es tuyo? Te he mandado al tablón, que lo sepas. o_-

Besotessssssssssssss