martes, 25 de septiembre de 2007

El viaje de Pedro

Pedro abandonó Tauresiana con poco más que un fardo y una acémila de, exageradamente, corriente figura. Sus pasos, después de todo juveniles, eran inversamente proporcionales a la grandeza de su futuro. Los montes balcánicos iban a dejar paso a la mayor prostituta urbana de aquel mundo, Constantinopla, la esplendorosa, le aguardaba como obstinada madre que espera al hijo que se retrasa en su llegada. Sus pasos eran empíricos en un sentido intertemporal, su progreso hazaña pocas veces recordada, menos aún, quizás, repetida. La llamada de su tío le había raptado de las bucólicas manos de sus padres labriegos, la capital le gritaba vientos de futuro áureo, el Azar es Sofía, el recuerdo en estos casos, simplemente melancolía.

Era un joven apto para el estudio, el rudo, excampesino, Justino le había convocado como asistente para su nuevo, y cualificado, puesto. Poco tardaría en ser emperador, y su sobrino basileo en la sombra. Justiniano, pues así se llamaría al alcanzar la púrpura, honraría la decisión de su tío a base del Corpus Iuris, conquistas y la magnificente basílica de Santa Sofía. Es curioso cómo del suelo agreste y rudo de la actual Serbia pudo nacer un emperador predestinado al éxito. Años atrás un joven de mejor linaje había perdido a su padre, era de la noble familia de los Julio (emparentados por afinidad con Mario), y su nombre era César.



Después de la tempestad llega la calma dice el dicho, quizás algo de razón tenga, ni que sea en cuanto a que la entropía del Caos siempre tiende al desorden y la Vida a llevarnos en un estable, no siempre, barco que nos da un sentido. Los golpes parecen fagotizarse en energía para el alma. Nadie desea la causa, necesaria es la fuerza para su supervivencia. La admiración llega por los éxitos, no por la materia prima, ni tampoco por la envidia por las vivencias de quien se lo gana.

Muchas veces tendemos a exaltar a quienes poco tienen que agradecer a la permeabilidad de las circunstancias. Los más grandes de entre “mis grandes”: Justiniano y César, escalaron mayor o menormente, según se equilibre la romana; quién es quién y cuándo se es algo es el misterio de lo inescrutable del Futuro: fuente de augures, sean estos vuelos de pájaros o sueños fantasiosos vestidos de Medianoche.

Los trigos ilíricos no dejan de encañar como los de Castilla, sus fríos silban a los tímpanos del viajero como lo hace el bierzo de las Alcarrias o de Soria. La migración y la tragedia son bombas vitales que estallan en el ardor de la venganza contra el Destino, contra el menosprecio y contra quienes se ocuparon de llenar el sillón de acomodo y aristocracia a base de pisotear a aquél que, por cuna o raza, no pasó de ser jamás pedigüeño o mendigo.

Justiniano es un personaje al que admiro. Escaló donde pocos saben, se casó con quien ningún noble querría, todo ello gobernando a un Imperio con el muchos soñáramos. Cómo alcanzar el mérito es misterio para alquimistas, sea como el volar de los cielos, sea como el resucitar a difuntos muertos. La tragedia es clave de éxito, yo no la quiero, ¿pues dónde está, dónde hallar el camino hacia el mérito?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡ay Fujur! lo que aprendemos contigo.
No sé que más decir ;)

Besitos

Anónimo dijo...

este tristopositor suscribe totalmente el comentario de Merche.
¡Tú sí que has sacado provecho de la uni!

Unknown dijo...

que pestiño.

Anónimo dijo...

Miguel Ángel, la miel no está hecha para tu hocico.

Fujur, borra los mensajes de estos memos.

Un fuerte abrazo