miércoles, 27 de junio de 2007

Hiprocresía europea, nuevo proteccionismo

Durante mi matinal desayuno escucho la opinión de ciertos tertulianos en un debate sobre la situación actual del cine español. Acertadamente, bajo mi punto de vista, uno de las allá presentes afirma que cómo va a elegir una película española para llevar a sus hijos si en lugar de efectos especiales se encuentra con un desfile de bellos endemismos nacionales en cueros. Más allá del tópico estesiano de la “españolada”; el cine español, dice la opinión pública (o al menos lo que se entiende por ella), peca de haberse convertido en una especie de género de culto; reducto para mentes iniciadas, mal llamadas, privilegiadas. La crisis de nuestra industria cinematográfica se acentúa al constatarse cómo las salas de cine cada día están más vacías dado el elevado precio de las entradas, al menos en Cataluña, y la emergencia (afortunada o no) del fenómeno emule. Obviamente, de tenerse que gastar el avaro individuo de turno, acaso por determinismo genético, optará por la película más espectacular, aquella dónde más enseñe la actriz de moda o bien por la más graciosa, al menos en fama, del menú cinematográfico. Casos como “Mar Adentro” o el fenómeno “Torrente” me hacen pensar que quizás estemos exagerando. Seguramente desde un prisma inadecuado, considero que la situación del Cine español, una vez más, se debe al colapso del proteccionismo en una sociedad globalizada.

Me explico. En el Imperio de lo mercantilizado, lo masificado es norma y el precio soberano. El consumo del conjunto del pueblo se fundamenta en su poder adquisitivo, importando cada día menos si el espárrago es de Perú o de Tudela. La moneda, si es que alguna vez fue menospreciada, se convierte en una suerte de tercer ojo a través del cual se observa el comercio. Obviamente juega un papel muy importante el márketing pese a que, una vez, la contingencia gire alrededor del precio y no de otras variantes.

El objetivo de la publicidad del producto local es tapar el precio. Describir la especificidad del producto con el afán de inmunizar al potencial cliente del atractivo del precio. Claro que existen excepciones, y que en no pocas ocasiones el enchufe del bazar oriental dura menos que el de la ferretería del pueblo; no obstante, también es frecuente que el embutido del botiguer de enfrente pueda estar caducado, más aún cuando disfrutan de menos controles que la gran superficie del centro comercial más cercano. No nos hallamos ante una grave injusticia, en términos de Kuhn, quizás debiéramos ver, en lo comercial, un cambio de paradigma.

El proteccionismo español decimonónico desaparece, económicamente, de sus últimos reductos. Las denominaciones de origen son buscadas más por coleccionistas que por obreras carteras de mileuristas. Ya no vale el cuento del paño catalán, perdónenme el ensañamiento con mi tierra, ni el arancel español que hacía al mejor paño británico más caro. Ahora el proteccionismo estatal excede las fronteras nacionales para poblar los contornos europeos, ya no se necesita a O’Donell porque tenemos la UE…

Como europeísta de pro, me gusta observar cómo nuestra sociedad se ha beneficiado, con creces, del crecimiento de la economía europea, la apertura de nuevos mercados, así como de la unificación monetaria. No obstante, desde una posición geográfica cercana al Magreb, así como en tanto que país con una historia y cultura que nos acerca a América latina, me cuesta comprender la legitimidad de la acción europea, de la Política Agrícola Común y los aranceles de Europa y Estados Unidos. ¿Cómo defender la igualdad de especie, la legítima expectativa de progresar de todo ciudadano nacido en cualquier sitio del orbe si nosotros les privamos de un mejor futuro?

Es altamente probable que padezca de la osadía de querer hablar del tema sin haber estudiado economía. Lo reconozco, es posible. Sin embargo, me parece que mi opinión bien pueda ser válida y mis deseos legítimos. No podemos estar en contra de la inmigración cuando les privamos del porvenir, tenemos miedo de la eventual “invasión” de los pueblos del Tercer Mundo así como también nos aquejamos del miedo a que las fábricas migren a sitios menos gravosos fiscalmente.

Me doy cuenta de que el homo vulturis aparece de nuevo, de que la carroña económica es ley de vida, de que nuestro modelo es insostenible y de que es más necesario que nunca un organismo que sea soberano a nivel mundial. El derecho democrático cosmopolita de David Held, la deseada reforma de Naciones Unidas. No deseo el librecambismo, ni tampoco el total intervencionismo, sólo deseo que traten el tema los expertos, y que me demuestren que nuestros genes no nos hacen caer en lo perverso del egoísmo…

Procedencia de la última imagen: http://www.wilsonsalmanac.com/

1 comentario:

Patri dijo...

La entrada a los cines está carísima, por lo menos por estos lares... Si bajaran los precios seguro que la gente iba más al cine.

Besotessssssssss