Uno de mis placeres gastronómicos favoritos es el arroz con conejo. Los comentarios al comer tan opíparo manjar con la familia acostumbran a ser de lo más variopintos. No es extraño pues, que los más mayores, sobretodo si son oriundos de la Meseta o del Sur de la Península, se acuerden de aquellos sucedáneos del conejo conocidos como topos, que no topillos, o más comúnmente, de las comidas celebradas a base de libre, fuera ésta a la brasa, con arroz o escabechada. Pocos serán aquellos que duden de la superioridad de la liebre, virtud de sus fibrados muslos, carentes de grasa, su mayor masa muscular, su grácil efigie o su, notablemente difícil, captura. Definitivamente, aquello que produce la Naturaleza salvaje por sí misma parece resistirse a ser superada por la crianza humana. Lo natural, automático e inevitable siempre ha sido más puro.
La frontera, o barrera, que nos separa del cambio inexcusable siempre nos ha sumido en un letárgico sueño, una metafísica fantasía. Quisiera hacer una curiosa, seguramente inapropiada, analogía entre la educación de nuestros menores y las diferencias entre ambos lagomorfos. Un análisis de las diferentes regulaciones educativas en democracia nos repara graves sorpresas en forma de continuas reformas y variopintas inestabilidades. No es de extrañar ver que existen pocos, acaso ningún, joven que haya sido capaz de acabar todos sus estudios inserto en un mismo sistema. EGB, ESO, BUP, COU... ¡es difícil saber explicar el curso del infante a sus abuelos con este inmisericorde cambio de nomenclaturas!
Dentro de la actual precampaña electoral se ha planteado el debate sobre cuál debiera ser la lengua vehicular en la enseñanza. Algunos defienden el actual sistema, otros proponen la opción de escoger la enseñanza entre una u otra lengua vehicular, con todos los graves problemas de fragmentación y dilapidación del tejido social que ello comporta.
Al respecto, no es difícil llegar a comprender la inevitable simpatía entre hijos de padres nacidos en un mismo pueblo o región, entre infantes vecinos de casa o barrio. Seguramente que halla algún tipo de simpatía en cuanto a acento, igualmente cierto es que el motivo de la lengua rara vez ha sido criterio para formar equipos de fútbol en el patio..., luego, ¿por qué debiera serlo a efectos educativos?
Frente a la fibra de la liebre se antepone el pienso de los conejos. Quisiera poder ver algún sentido a las diferentes acciones gubernamentales (sean estatales, o en la mayoría de los casos, autonómicas) que tienden a la conocida como “inmersión lingüística”. ¿A alguien no le chocaría que se hablara de primer contacto lingüístico en la escuela para el caso de un niño español que no ha tenido otro remedio que criarse en China? ¿Sería necesario imponer por el Gobierno Federal una enseñanza privilegiada del alemán en las escuelas de Sttugart o Hamburgo?
Lo dudo. Todo lo que no sea dejar pastar libremente a la liebre es querer crear conejos de granja. La lengua no es nada más que un instrumento, algo que sirve como requisito mediato para poder acceder al conocimiento que le transciende. Lo importante del estudio de la biología no es saber si se dice ADN o DNA sino ser consciente de la presencia de ácidos en su haber, ¡y su presencia en el núcleo de las células eucariotas!
Para alguien criado en Hospitalet, esa capital fáctica sumisa, con sus trescientos mil habitantes, la cosa no tiene vana importancia. Un infante criado en Badalona, Santa Coloma, Mollet o Barakaldo sabrá dar testimonio, cuasi con total seguridad, de lo dicho. Muchas veces se intenta incidir en el consumo lingüístico sin tener en cuenta el aprendizaje. Es más importante, a efectos gubernativos, saber expresarse bien, conformes a las normas del más anacrónico y politizado diccionario, en la lengua propia, que conocer las biografías de Cervantes o Julio César, las fórmulas elementales de la química orgánica o el compuesto mayoritario del sulfato. ¿¿¿¿Cómo comprender bien la obra de García Márquez si se promociona la lectura de: “Cent anys de soletat”, o, conociendo la lengua catalana, leer “Tirante el Blanco”?????
Llegados a este punto quizás sea el momento de fomentar el mayor miedo de los granjeros. Una revuelta animal, un movimiento que abogue por la liberación del conejo de granja, por su posibilidad de ser libre, de ser liebre campestre. A nadie se le escapa que no es más importante el medio que el resultado, la lengua que el contenido. Dejen libertad para que los niños y profesores usen la norma que les apetezca, que no exista control ni condicionamiento. ¿Qué sentido tiene estudiar la Reinaxença en Castellano o el Derecho Penal en Catalán?
En una sociedad globalizada, donde nuestros menores, y nosotros mismos, tenemos un claro déficit en lengua inglesa no podemos seguir erosionando el potencial de la lengua española, el prestigio de la catalana. Para todo habitante de Cataluña el Catalán sería más propio sino se “impusiera” y monopolizara por claros grupos de presión política, de almacenamiento de poder; en otras palabras, si fuera producto de un sentimiento, natural y autónomo en cuanto a la persona, de pertenencia. El conejo alargaría sus orejas hasta ser liebre, le picaría la curiosidad de saber quienes fueron Martorell, Guimerà, Pla o Carner. Debemos centrarnos en una educación que enseñe contenidos, no en la construcción de granjas políticas. Menos mal que después de cualquier debate, siempre nos quedarán las matemáticas, la única ciencia, nominalmente pura, que le importa más bien poco en qué lengua sea enseñada, y es que el más seguirá siendo más y el resultado, el resultado...
La frontera, o barrera, que nos separa del cambio inexcusable siempre nos ha sumido en un letárgico sueño, una metafísica fantasía. Quisiera hacer una curiosa, seguramente inapropiada, analogía entre la educación de nuestros menores y las diferencias entre ambos lagomorfos. Un análisis de las diferentes regulaciones educativas en democracia nos repara graves sorpresas en forma de continuas reformas y variopintas inestabilidades. No es de extrañar ver que existen pocos, acaso ningún, joven que haya sido capaz de acabar todos sus estudios inserto en un mismo sistema. EGB, ESO, BUP, COU... ¡es difícil saber explicar el curso del infante a sus abuelos con este inmisericorde cambio de nomenclaturas!
Dentro de la actual precampaña electoral se ha planteado el debate sobre cuál debiera ser la lengua vehicular en la enseñanza. Algunos defienden el actual sistema, otros proponen la opción de escoger la enseñanza entre una u otra lengua vehicular, con todos los graves problemas de fragmentación y dilapidación del tejido social que ello comporta.
Al respecto, no es difícil llegar a comprender la inevitable simpatía entre hijos de padres nacidos en un mismo pueblo o región, entre infantes vecinos de casa o barrio. Seguramente que halla algún tipo de simpatía en cuanto a acento, igualmente cierto es que el motivo de la lengua rara vez ha sido criterio para formar equipos de fútbol en el patio..., luego, ¿por qué debiera serlo a efectos educativos?
Frente a la fibra de la liebre se antepone el pienso de los conejos. Quisiera poder ver algún sentido a las diferentes acciones gubernamentales (sean estatales, o en la mayoría de los casos, autonómicas) que tienden a la conocida como “inmersión lingüística”. ¿A alguien no le chocaría que se hablara de primer contacto lingüístico en la escuela para el caso de un niño español que no ha tenido otro remedio que criarse en China? ¿Sería necesario imponer por el Gobierno Federal una enseñanza privilegiada del alemán en las escuelas de Sttugart o Hamburgo?
Lo dudo. Todo lo que no sea dejar pastar libremente a la liebre es querer crear conejos de granja. La lengua no es nada más que un instrumento, algo que sirve como requisito mediato para poder acceder al conocimiento que le transciende. Lo importante del estudio de la biología no es saber si se dice ADN o DNA sino ser consciente de la presencia de ácidos en su haber, ¡y su presencia en el núcleo de las células eucariotas!
Para alguien criado en Hospitalet, esa capital fáctica sumisa, con sus trescientos mil habitantes, la cosa no tiene vana importancia. Un infante criado en Badalona, Santa Coloma, Mollet o Barakaldo sabrá dar testimonio, cuasi con total seguridad, de lo dicho. Muchas veces se intenta incidir en el consumo lingüístico sin tener en cuenta el aprendizaje. Es más importante, a efectos gubernativos, saber expresarse bien, conformes a las normas del más anacrónico y politizado diccionario, en la lengua propia, que conocer las biografías de Cervantes o Julio César, las fórmulas elementales de la química orgánica o el compuesto mayoritario del sulfato. ¿¿¿¿Cómo comprender bien la obra de García Márquez si se promociona la lectura de: “Cent anys de soletat”, o, conociendo la lengua catalana, leer “Tirante el Blanco”?????
Llegados a este punto quizás sea el momento de fomentar el mayor miedo de los granjeros. Una revuelta animal, un movimiento que abogue por la liberación del conejo de granja, por su posibilidad de ser libre, de ser liebre campestre. A nadie se le escapa que no es más importante el medio que el resultado, la lengua que el contenido. Dejen libertad para que los niños y profesores usen la norma que les apetezca, que no exista control ni condicionamiento. ¿Qué sentido tiene estudiar la Reinaxença en Castellano o el Derecho Penal en Catalán?
En una sociedad globalizada, donde nuestros menores, y nosotros mismos, tenemos un claro déficit en lengua inglesa no podemos seguir erosionando el potencial de la lengua española, el prestigio de la catalana. Para todo habitante de Cataluña el Catalán sería más propio sino se “impusiera” y monopolizara por claros grupos de presión política, de almacenamiento de poder; en otras palabras, si fuera producto de un sentimiento, natural y autónomo en cuanto a la persona, de pertenencia. El conejo alargaría sus orejas hasta ser liebre, le picaría la curiosidad de saber quienes fueron Martorell, Guimerà, Pla o Carner. Debemos centrarnos en una educación que enseñe contenidos, no en la construcción de granjas políticas. Menos mal que después de cualquier debate, siempre nos quedarán las matemáticas, la única ciencia, nominalmente pura, que le importa más bien poco en qué lengua sea enseñada, y es que el más seguirá siendo más y el resultado, el resultado...
Primera ilustración: "Junger Hase" de Alberto Durero (1512). Segunda ilustración: "Discourse into the Night” fuente: Blades, William: “Pentateuch of Printing with a Chapter on Judges” (1891)