martes, 4 de diciembre de 2007

El pollo y el oráculo

Lo intuitivo y supersticioso muchas veces se configura como un residuo, acervo, de pensamientos que tuvieran nuestros antepasados en tiempos pretéritos. A nadie se le escapa que existen signos de la naturaleza que, inmediatamente, identificamos con hechos o acontecimientos de más que probable acaecimiento futuro. Por poner un simple ejemplo, ¡poca gente se atreverá a augurar nieve en un día despejado o sol dentro de una tormenta eléctrica de truenos y relámpagos! Nuestros abuelos eran expertos en predicciones; el vuelo de las aves migratorias, fueran éstas: cigüeñas, grullas o golondrinas, le indicaban el ritmo de las estaciones y su correlativa influencia en las cosechas. Se trata de nexos causales, estadísticas empíricas que han ido elaborando una ciencia alternativa, popular, no siempre corroborada o refutada por las ciencias que llamamos “puras”.

La tragedia del pasado tsunami de las Navidades de 2004 bien pudiera haberse evitado, en cuanto a número de víctimas mortales, de haberse observado más atentamente el comportamiento de los seres de la naturaleza. Varios testigos afirmaron cómo, por poner un ejemplo, búfalos, elefantes y demás seres de considerable tamaño abandonaron las zonas del litoral de Sri Lanka para adentrarse hacia el centro de la isla, salvándose la mayor parte de la rica macrofauna isleña. Los animales son buenos profesores cuando hay alumnos, concienzudos, que los observan.

Episodios relativos a romanos y aves no nos faltan. Dentro del espectro aviar utilizado por los sacerdotes y pitonisas de los diferentes templos y oráculos, destaca el vuelo del buitre leonado. Batallas y grandes acontecimientos dependieron de ello, a juzgar por el testimonio de los diferentes historiadores romanos, si bien, es altamente probable que más que ante una superstición desaforada, nos encontremos ante un mecanismo de sujeción del Poder por parte de una elite que, nominalmente, decían ver en los caprichos de estos seres el destino del orbe romano... Llegó a existir, incluso, la práctica de interpretar el movimiento de los pollos (a cuya crianza se dedicó con gran devoción el emperador Valentiniano III, dentro de su palacio de Rávena mientras Atila acosaba dentro de las fronteras del Imperio). El hombre siempre ha sido curioso, en tanto que ser dotado de intelecto. Los acontecimientos, coincidencias, entre contingencias observadas en las aves y sucesos, aparejados, estadísticamente, a ellos, han servido de razonamiento científico por inducción-analogía en tiempos donde la ciencia moderna aún no había sido siquiera engendrada.

Algo semejante debiera decirse de los caldeos de Mesopotamia y los astrólogos islámicos. La coronación de monarcas, o la construcción de palacios, se hacían depender de observaciones del cielo, movimientos de estrellas y planetas con los que confirmar o refutar la conveniencia de realizarse algún hecho. Más allá de la justificación, la demostrada relación entre la Luna y la marea nos hace reflexionar sobre cómo los fenómenos que se nos escapan de nuestro conocimiento científico, muchas veces llegan a nosotros, codificados, por el canal de la superstición y el pensamiento mítico-mágico.

Función no excesivamente diferente a la de los augures debieron tener los oráculos. Alejandro Magno visitó el oráculo del Dios Solar Amón (asimilado al Zeus griego) en febrero del 331. El monarca salió pensando que era el hijo de Zeus, capaz de cumplir todas sus expectativas sin gran esfuerzo... Algo así debía pasar en Delfos con su célebre pitonisa. En un ambiente aromatizado con incienso y drogas, la pitonisa debía entrar en un trance (no falto de pomposidad en cuanto a su ceremonial) que convencía al visitante de la veracidad de sus afirmaciones: siendo éstas, más que comunicaciones divinas, reflexiones realizadas en torno a los datos recopilados del “paciente” comparados con las tendencias de los visitantes, estadísticamente, ¿a alguien le recuerda esto a los psicólogos?

El caso es que la huída hacía lo paranormal siempre ha sido una constante cuando no hemos sido capaces de encontrar razonamientos racionales a cuestiones de nuestro Mundo que nos preocupan. Ello, ligado a nuestro atávico miedo por el Caos que todo lo gobierna, nos hace buscar las pautas, constantes, que pese a todo parecen sobrevivir en nuestro entorno, en nuestro medio y atmósfera. Somos adversos al riesgo, faltos de mimo celestial o seguridad divina: la ciencia siempre asusta, la superstición, consuela.

Primera imagen sujeta a Creative Commons Attribution 2.5. Procede de http://www.exobank.fr/
Segunda Imagen propiedad de Herbert T (original); edit by Waugsberg, sujeta a GNU Free Documentation License

3 comentarios:

Rosenrod dijo...

Pues sí; pero de todas maneras, al final, la realidad es siempre tozuda e imprevisible. Da igual la de veces que se haya repetido el vuelo de un ave, nunca traerá aparejado un significado concreto. Entonces, ¿por qué nos empecinamos en verlos?

Un saludo!

Anónimo dijo...

que sepas que tus artículos como requieres concentración y tiempo me los llevo para amenizar el transporte y un rato libre, por eso no te podré escirbir

buah buah (eso es un llanto!)

bss

gorrión dijo...

....qué maravilla...qué lujo...qué cofre de tesoros preciosos! Maravillado estoy!....y qué majo es el terrorista del amor, jajajajaaja