lunes, 31 de diciembre de 2007

Fénix

Existen festividades por las que toda la comunidad se expía de sus pecados, se purifica, baila al son del nuevo despertar, sueña con promesas y se obliga a cumplir objetivos venideros. Está claro que el Sol es la máxima divinidad, el astro que nos protege, alumbra y enseña el camino adecuado: el de la seguridad, el de la optimización y bienestar. Su búsqueda es el fin de la noche, el amanecer el éxito de lo buscado. Cuan ave fénix, el Sol resurge de entre los muslos de geológicos colosos, irradiando una vez más, separando a la noche del día. Asimilar al Sol es labor frecuente. Asimilar lo que más quieres al calor del regocijo, la búsqueda hedonista figurada en las curvas de su silueta, de su sonrisa, de su gracia y movimiento.

Frente a la dificultad de generar contornos de astro, de dibujar una estrella en el intelecto, una isla en tu odisea de vida y lamentos, uno opta por la solución más fácil, la de renovar el recuerdo. Serás el astro que me haga poner en órbita, motivo de existencia y sueño. Serás lo que tú quieras ser, pero siempre serás dentro de mí, aquello que mis sentimientos quieran. Si yo te llamo Sol, en mí no serás Luna, serás día con mi cariño, luz que caldea la fría madrugada. Tu resurgir celebro cual portento de la naturaleza, cual ave fénix, que vuelve a sentir alas con las que volar por los cielos, sobrepasando los riscos de la melancolía.

Pues vuelvo a resurgir, celebraré el año como una purificación, un salto dichoso dentro del continuo pasar de los años. Un motivo por el que destacar, una joya elaborada por el maestro Tiempo. ¡Desterraré los efectos de la noche! ¡Haré pan de oro para condecodar el resurgir del astro! A la noche muerta se le pone un día puesto. La sensación que de nuevo me brindas, me viste, me llena, me abriga ante la ventisca de lo venidero.

Ante el calor yo quisiera aprovecharme, un tanto, del hielo. Congelarme contigo, resurgir inmunibilizándonos al paso de los segundos, de los minutos, de los lustros y de los siglos. Te quiero cual pico de oro que supo encontrar su premio, su joya soñada, su cuerpo, su intelecto. El año viejo dejará paso al nuevo, dejará paso al sueño cumplido, al desvelado, a la pesadilla y al nuevo despertar; en definidas cuentas, aquello que a cada uno le repare el Cielo, miel para unos, nueces del Diablo para los viajeros del Infierno.

Celebremos el resurgir, el nacimiento de un otro idéntico. Nadie diría que existe la muerte temporal, el recuerdo fatuo o la ventisca frágil e intermitente; pues contigo todo me parece claro, luminoso, extremadamente poderoso e inmutable, producto del dichoso Tiempo, que al mismo tiempo lo combate.

¡Bailemos que llega el carro de nuevo! ¡Cantemos la copla, gritemos al cielo! Uno, dos, tres y cero, el Mundo me sonríe, yo me río en mis adentros. Cuán difícil es sondear el pensamiento del Destino, cruel tirano, qué fácil es caer ante tus encantos, no conocer otra fuente de belleza, de cariño y deseo, otra muerte ritual, un despertar renaciendo más pomposo y verdadero...

Uno año se deja, otro entra en nuestro fuero, un beso, un abrazo, un saludo y un te quiero. Un brindis por nosotros, por el futuro y el destino, un celebrar en Nubiru, con todo lo bueno del que se va, esperando lo que mejorará la experiencia, a golpe de felicidad, resbalones, rosas y acero.

Feliz salida, buena entrada, pesamen por el que se va... ¡Felicidades por el que nace de nuevo!

Primera imagen: http://www.blizzard.com/

sábado, 29 de diciembre de 2007

Las catafractas y el inicio de la Edad Media

La caída del Imperio Romano es uno de los sucesos históricos más estudiados, acaso también uno de los más lamentados. Se trata de uno de aquellos hechos frente a los que todo argumento, o investigación, ha sido y seguirá siendo insuficiente. La gente sigue viendo al pasado como un compartimiento mensurable, un cúmulo de siglos divididos en etapas y edades, nada más lejos de la realidad. “Historia non facit saltus” dice el latinismo; aquello que conocemos como “ciencia de la historia” no es nada más que una creación humana, una forma de explicar aquello que sucedió en tiempos pasados, siendo los siglos, edades y etapas meros parámetros en función de los cuales, aquellos que se atreven, intentan explicárnosla.

Es muy común afirmar que uno de los hechos clave en la decadencia y caída del Imperio fue la derrota en Adrianópolis (actual Edirne, Turquía): cruenta batalla (año 378 d.C.) en la que pereciera el emperador Valente, y sus legiones, frente a los contingentes godos. La técnica militar romana, hasta entonces infalible, pudo comprobar el calor del acero germano. Las tropas de infantería, las tan temidas legiones, cayeron ante la poderosa caballería visigoda (narra Amiano Marcelino que los contingentes bárbaros aparecían “como de la nada”, virtud del polvo generado con el furor de los caballos). Roma no aquejó su “arcaísmo” militar sólo en Adrianópolis. Hacía ya tiempo que sus guerras con Persia adquirían resultados, cuanto menos, imprevisibles. El desgaste romano era notable frente a los arqueros a caballo, antes partos, ahora sasánidas. De forma similar a como actuaran las hordas hunas de Atila, partos y sasánidas (al igual que armeníos, sármatas y los turcos, posteriormente), eran expertos arqueros a caballo, siendo la labor de sus jinetes (expertos en el atacar y desaparecer del flanco con igual velocidad) complementada por sus terribles tropas acorazadas, las terribles catafractas. Roma, genio militar donde los halla, las adquirió para sus tropas. Contingentes de catafractos se formaron en las academias del Imperio, siendo, eso sí, una tropa auxiliar hasta bien entrado el siglo IV. Y es que Adrianópolis parece que algo tuvo que ver en el giro radical que experimentó la constitución de los ejércitos romanos.

Si un general alcanzó la inmortalidad comandando estas tropas, ese fue Belisario. El gran general de Justiniano (“el último de los romanos” diría Robert Graves en su genial obra: “El Conde Belisario”) fue capaz de reconquistar la provincia de Cartago a los vándalos, Italia a los ostrogodos, así como parte de la Península Ibérica e Islas Baleares a los visigodos. La poca viabilidad del proyecto justinianeo no conoció su esencia en cuanto que Belisario supo inhibirla con su ingenio militar. Así pues, el Imperio Romano de Oriente (Bizantino en lo sucesivo) se caracterizaría por sus poderosos contingentes de caballería (a semejanza de la archienemiga persa), unidad militar que les daría la hegemonía de su Mundo hasta la irrupción de las rápidas tropas turcomanas. Pese a lo dicho, otra derrota en una batalla marcaría el fin de la caballería pesada.

El 26 de agosto del año 1071, las tropas del emperador bizantino (Romano IV Diógenes) fueron derrotadas por los turcos selyúcidas en la batalla de Manzibert. Las tropas pesadas bizantinas se ahogaron con el calor y el daño que les produjeran las endiabladas flechas turcas. Romano IV, pese a su magnificencia y feroz lucha (según dicen los cronistas del momento) cayó preso por los turcos de Alp Arslan. Al respecto, afirmó Miguel Ataliates (quien fuera testigo de la batalla) que: “Atacado por el sultán, el emperador instruyó a sus hombres para que no se rindieran ni mostraran una actitud cobarde. Pelearon así, con bravura, durante largo tiempo. A pesar de estar rodeado, él no se rindió fácilmente; tratándose de un soldado experimentado, luchó valientemente contra sus asaltantes, matando a muchos de ellos, hasta que, cortado en una mano por una espada enemiga, fue obligado a desmontar y seguir peleando a pié”, dice la gran figura sapiencial del momento (inexcusable causa del posterior Humanismo y Renacimiento) Psellos que: “después, cuando los que le hacían frente se dieron cuenta de quién era, se vio rodeado por un círculo de enemigos, cayó del caballo al ser herido y fue capturado”.

Las catafractas mutaron en Europa, como antes lo habían hecho en Bizancio desde su adopción desde Persia, en los caballeros del Medievo. Las armaduras, corazas y demás armas de la rica, acaso también mitológica, caballería europea tendría mucho que ver con lo explicado. Coincidiendo, prácticamente, con la caída de Constantinopla (1453 d.C.), los caballeros del medievo dejarían paso a las armas de pólvora y ejércitos regulares (inicio de la Edad Moderna). El “Tirant lo Blanch” primero, “Don Quijote de la Mancha” después, confirmarían la desaparición de la institución caballeresca, tal y como Adrianópolis finiquitó la etapa de explendor de las legiones.

Antes ya sucedió algo semejante con los carros de combate y la generalización del uso del hierro, con hititas y asirios, de forma parecida a cómo la pólvora o la bomba atómica han mostrado divisiones en la Historia, nos plazcan o no, muchas veces más significativas que descubrimientos científicos o geográficos. Y es que a lo largo de la historia aquello que luego sirve para la Casa se experimenta primero con las armas...


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jueves, 27 de diciembre de 2007

El camello de Melchor

Empieza a ser rutina de cada año defender a los Reyes Magos frente a la perversión, por ese foráneo anciano vestido de rojo, de las chimeneas de nuestras ciudades. El arrastre histórico de la festividad de Reyes (6 de enero) es indudable. Una multitud de moralejas, investigaciones, alegorías, metáforas e historias bien pudieran ser extraídas de tal material, mitológico y seductor como pocos. Conforme con el ceremonial de cada año, no creo haber sido la única persona que en mi infancia ha dejado agua para los camellos. Pese a mi sincero amor por el estudio de la fauna salvaje, rara fue la ocasión en que hablé de dromedarios, por más que me empecinara en corregir, en más de una ocasión, a aquellas personas que tildaban de camellos a seres que eran miembros de otra especie (aunque sea algo controvertido, de difícil deslinde). La solución al misterio reside, en buena parte, en las tierras de Bactria (tierra que se corresponde con los actuales norte de Afganistán, sur de Uzbekistán y Tayikistán).

Bactria (o Bactriana) fue la patria de personajes como la bella Roxana (“pequeña estrella” en bactriano), doncella que fue capaz de rendir en amores al mismísimo Alejandro Magno o Iskander (de quien siempre se ha cuestionado sus gustos sexuales). Es un lugar inhóspito, cerrado al progreso y movimiento del mundo. Por sus colinas se oyen los disparos del eterno conflicto afgano, mezclados con la nieve, el frío y el rugir de los últimos camellos salvajes, los camellos bactrianos (“Camelus bactrianus”).

Se trata de un camélido más robusto que su primo, el dromedario. Su pelaje le hace ser más resistente a las inclemencias del frío clima de la altiplanicie iraní (y alrededores), siendo su fiero temperamento objeto de disfrute humano, virtud de las peleas en las que se enfrentan para regocijo del morboso, y por lo general violento, intelecto de los de nuestra especie. El camello, propiamente dicho, tiene dos jorobas. Se cree que el dromedario (“Camelus dromedarius”) bien pudiera haber sido una variedad doméstica del camello, siendo un producto de ganadería, al igual que lo fuera nuestro toro del uro.

El caso es que el camello ruge en tierra de conflicto. El Cambio Climático ha desecado en buena parte los oasis de un país que fue, antaño, fértil. Pese a quedar algunos de ellos, la zona fue otrora rica en vergeles dignos del más caprichoso jardín de las Hespérides. Bellas doncellas se bañaban en sus aguas, mientras los jóvenes las observaban tras los troncos de los diversos árboles frutales que se cultivaban: el Paraíso, o al menos algo parecido. Su privilegiada posición estratégica convirtió a Bactria en un lugar de inexcusable paso para la Ruta de la Seda. Ciudades, equiparables a las no muy lejanas urbes de Bujara o Samarkanda, se alzaban en un lugar favorecido por los dioses. Merv (la Alejandría de Margiana que fundara el Magno) se alzó como la gran ciudad del lugar.

Antes del conflicto talibán, se descubrieron en Afganistán increíbles tesoros que nos remiten a la época de esplendor de Bactria (destacar la necrópolis de Tillia-Tepe, la "colina de oro" (siglo I. A. C.) o los vasos de oro de Fulol). El historiador romano, Justino (en sus Epítome de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, XLI 1 y 4-5) nos narra la derrota del reino bactrio ante los partos, fieros enemigos del imperio. El caso es que el lugar pasaría a formar parte del territorio parto, para pasar a ser, posteriormente, territorio sasánida (Zoroastro, el Zaratustra de Nietzsche, se cree que predicó por los montes de Bactria), y territorio islámico (periodo en el que adquirirá su mayor prestigio y esplendor. Antes de la irrupción de Occidente, antes de la barbarie talibán y, posteriormente, estadoudinense, Bactria fue presa de los mongoles, encontrándose allí Marco Polo (quien fue conducido ante el poderoso Kublai Khan).

El caso es que, una vez más, un país olvidado como Afganistán se une a otros, como Uzbekistán, Tayikistán, Kazajistán y un largo etcétera, en su empeño de mostrarnos cuán intensa es la rigidez de miras que impregna nuestra cultura. Bactria, Samarkanda, Iskander, Roxana o el oro de Fulol no son nada más que ejemplos de historias dignas de ser transcritas en los mayores best-sellers. Testimonios privilegiados de las relaciones entre Oriente y Occidente, la Ruta de la Seda, los Viajes de Alejandro Magno o Marco Polo..., la tierra del camello se empeña en mostrar una cara más amable e interesante que la del burka y el opio, el talibán y el choque de civilizaciones.


Foto de niña afgana (Sharbat Gula): http://www.sites.si.edu/images/exhibits/In%20Focus/images/Afghan-Girl_jpg.jpg. Foto de Steve McCurry para NATIONAL GEOGRAPHIC.

martes, 25 de diciembre de 2007

Nieva sobre el hielo

Blanca Navidad, que vuelas por los cielos, blanca Navidad, que tiñes en blanco los aires del invierno. Los copos caen como algodón por entre los átomos, las partículas y sus vuelos, reflejo de pureza virginal, de castidad de intelecto, el elemento puro refrigera el ambiente; sin saber alcanzar a guardar mis sentimientos. Por más que cambien las temperaturas, que pase el Tiempo o el humor, la noche deje paso al día o el ayer al mañana; cae la nieve, cuanto menos en mis adentros. Sin ti soy el de la melodía, vacío en la nada. Sin ti la nieve suspende por los cielos, frío testimonio de mis entrañas, tirana que no tiene piedad alguna de un mortal siervo.

Las caras de la felicidad se borran cual mala tiza al pasar tu recuerdo. Tus besos, tu silueta, tus cariñosos comentarios y miradas, tu complicidad sincera, compañía bienaventurada. ¡Quién pudiera dominar al Sol, hacer derretir la nieve en que se congela mi alma, para poderme transportar, con viperina técnica, por tu silueta y curvas, tus costillas, tu cuello, tus senos! ¡Maldito sea el cambio, maldito sea yo, maldito sea el nacer, maldito el despertar de un sueño! Nieva sobre el hielo, el Tiempo tiende a marginar, y yo a quedarme a un lado.

Quisiera acabar con todas las excusas, ser Luna en todas tus noches, Sol de tus amaneceres. Quisiera ser gota para impregnarte, estar siempre contigo, dentro o fuera, pero siempre juntos, cuales lapas enamoradas, compañeros congelados por el Tiempo, cuales enamorados pétreos. Y es que el invierno jamás me fue tan desdichado. Cual desgraciado árbol, mis hojas han sido barridas por el viento, quedo desnudo a la intemperie, sin salud fortalecida, con rotos sueños. El clima no aplaca sino enerva, el desahucio mortal se consuma, acontezco peregrino por los tiempos, grano en la arena, soplar del más común viento.

Quisiera pensar que existe Monte Esperanza, que toda sensación no es nada más que pura física, ejemplo de termodinámica, energía transmutada en nuevas experiencias, nuevos amores, nueva alma. Sin embargo todo se rompe ante mí, no alcanzo a comprender cuál es del Mundo su gracia, sus contornos, sus pilares, mis anclas. Por más que la Odisea siga mi cuerpo busca tu isla, tu recodo de felicidad, tu reminiscencia. El mar del Destino amaga con esclavizar, el Tiempo con ser su consecuencia fáctica. Pese a todo siempre queda el neuronal eco, ese Dios de la melancolía, siervo de la memoria y del pensamiento; azote del incrédulo y del necesitado. ¡Te invoco fuerza universal, monarca del Sueño!

Nieva sobre blanco, redundancia del acontecimiento. El tulipán siempre sabe abrirse un hueco, la altiplanicie turca deja el frío a la primavera, el silencio al color, el blanco al negro. Cuál flor pienso en ti, en el sueño de volver a contemplarte. Volverte a ver, volver a besarte, ser tulipán que venza a nuestro común invierno, que la Navidad triunfe, que nada se marchite entre nosotros ni conmigo y ese mundo entero.

Soy indisociable ya de ti, cuanto sea en mis pensamientos. Los escalones siguen construyendo una escalera, que no tiene inicio, destino o paradero. Todo es etéreo, misterioso, pura metáfora de un malestar, de un amor dolido, de un cariñoso recuerdo. ¡Quién pudiera ser Pegaso y volar hacia el Sol! Dejar la nieve, dejar el invierno. El Sol volverá a renacer, quién sabe si en rojo terciopelo. La Luna le sustituirá a diario, el solsticio a acaecer cada año. Pese a todo siempre habrá una constante, un ente religioso-inteligente, un punto alrededor del cual todo gire, nada se estanque, una sensación, una decisión, un atrevimiento, una repetición, una sentencia, un te quiero.

Segunda imagen sujeta a: GNU Free Documentation License

sábado, 22 de diciembre de 2007

El calor de la gandulería

Leonardo da Vinci no comía nada que tuviera sangre. Decía Andrea Corsali en un carta escrita a Giuliano de Medici que “Alcuni gentili chiamati Guzzarati non si cibano dicosa alcuna che tenga sangue, ne fra essi loro consentono che si noccia adalcuna cosa animata, come it nostro Leonardo da Vinci”. Definitivamente, Leonardo era vegetariano. Más allá de su amor por los animales (se dice que compraba aves en los puestos ambulantes para después dejarlas en libertad con sus propias manos), da Vinci decía no disfrutar de opíparas comidas pues le restaban energías para el estudio y el esfuerzo: permítanme reconocer a ésta como una de las grandes reflexiones del genio.

La medicina greco-romana hablaba mucho de “humores”. Hipócrates distinguía cuatro: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, siendo toda enfermedad una descompensación de una de las cuatro sustancias, que bien acababa en muerte del enfermo o eliminación del excedente de la sustancia de turno (véanse “los mocos” o las diferentes sangrías que se practicaran entonces). Lo que parece meridianamente claro, y constatado por todo ser humano, es que al saciarse el apetito (sea éste alimentario o sexual) el cuerpo se halla cansado, vencido por las circunstancias, falto de descanso. Los “humores” se nutren del mismo lugar: el calor, factor físico último que nos predispone al liderazgo sobre el resto de la fauna de este planeta.

Ya no somos siervos del Sol. Nuestro metabolismo mamífero (que compartimos con las aves, y con casi total seguridad, con los dinosaurios) nos permite ser autónomos respecto al astro: poder tener actividad nocturna e invernal, ¡sin perjuicio de tener que estar todo el día nutriéndonos! Una víbora, un cocodrilo, una salamanquesa o una salamandra dependen de la irradiación solar que reciban. Sus vidas no requieren de una continua alimentación: de hecho, se sabe que los grandes cocodrilos, boas y pitones son capaces de aguantar largas periodos sin alimentarse. El oso, en tanto que animal mamífero, es una excepción dentro del resto de los animales. La gran cantidad de energía que precisa su metabolismo le ha llevado a elegir el camino de la hibernación (al igual que la marmota, e incluso, de forma similar a la práctica común de la mayoría de animales de sangre fría). Toda gran ave o mamífero necesita una gran cantidad de nutrientes con los que poder mantener en funcionamiento su cuerpo. La “hiperactividad evolutiva” del asunto nos brinda la posibilidad de poder sobrevivir durante la fría noche, haciendo posible nuestro nutrido sistema nervioso (tal y como nuestros más remotos antepasados lo experimentaron al vivir de forma predominantemente nocturna, a salvo de los depredadores). Se quiera o no el hombre tiene instintos. Tales sensaciones no dejan de ser disfraces bajo los cuales se ocultan necesidad que tenemos como animal, como mecanismo libre de factores como la irradiación solar o la escarcha de medianoche.

Decía Hipócrates que los humores dependían de factores externos; concretamente, de los cuatro elementos básicos (agua, aire, fuego y tierra), caracterizados cada uno por una cualidad específica (humedad, sequedad, calor, frío). Entre los cuatro (cada uno respecto a su opuesto) debía conservarse un equilibrio que, no sólo mantuviera la armonía en el Cosmos sino también en el propio cuerpo. El exceso de calor (después de haber comido, de una experiencia sexual o de estar dentro de una cama, bien abrigado, durante una dura noche de invierno) nos hace ser vulnerables a las tentaciones de la reposición, del querer enfriar un tanto el bienestar de estar a la temperatura ideal de nuestro cuerpo: bien calentitos. Da Vinci lo sabía. Comer carne le hacía estar menos predispuesto para el trabajo sapiencial, las verduras siempre han sido mejores aliadas que el tocino para los estudios...

En conclusión, el hambre bien pudiera ser caracterizada como la necesidad de nuestro organismo de obtener alimentos (fuentes de energía). Los mamíferos somos homeotermos, o de “sangre caliente”, razón por la cual somos un tanto independientes de los factores ambientales de nuestro entorno. Sin embargo, la contrapartida es un hambre infinito, la necesidad de poner continuamente leña en el horno con el sino de mantener nuestro cuerpo siempre a la temperatura ideal: 36-37 grados. Quizás la libido, nuestro deseo sexual, sea también ganas de encontrar una fuente de calor carnal, a la vez que orden dictada por la evolución, de mantener con vida a nuestra especie.

La conclusión final sería que el “sacrificio” para el esfuerzo, sea en el trabajo o en el estudio, bien tenga alguna relación con mantener controlados estos parámetros, engañar al organismo haciéndole buscar la solución en nuestras necesidades económicas: después de todo, más que con la caza y recolección, los nutrientes vienen hoy trabajando o estudiando, ¿cierto?

Ilustraciones: estudio de anatomía humana de Leonardo da Vinci. En segundo lugar, recreación del ave: Messelastur gratulator, del Eoceno de Messel (Alemania), cortesía de Dinosauromorpha.

viernes, 21 de diciembre de 2007

La moral de la pólvora

"-¿Cómo puedo descubrirlo entonces?
-Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Ese camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad.
-No me parece muy difícil -opinó Bastián.
-Es el más peligroso de todos los caminos -dijo el león.
-¿Por qué? -preguntó Bastián-. Yo no tengo miedo.
-No se trata de eso -retumbó Graógraman-. Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre.
-¿Quieres decir que no siempre son buenos los deseos que se tienen? -trató de averiguar Bastián.
El león azotó con la cola la arena en que estaba echado. Agachó las orejas, frunció el hocico y sus ojos despidieron fuego. Bastián se agachó involuntariamente cuando Graógraman, con una voz que hizo vibrar nuevamente el suelo, dijo:
-¡Qué sabes tú lo que son deseos! ¡Qué sabes tú lo que es o no es bueno!"

La Historia Interminable, Michael Ende


Afirma el Código Civil Español, artículo 1255, que: “Los contratantes pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente, siempre que no sean contrarios a las leyes, a la moral ni al orden público”. La doctrina jurídica siempre ha topado con cierto escollo al intentar definir qué es aquello que entendemos por “moral”. ¿Es algo que varia con la sociedad o, por el contrario, son principios que permanecen en el mundo de los ideales, yusnaturalismo puro, ideas absolutas que gobiernan nuestra existencia desde la mente del Divino? Si es así, Dios no debió usar un mismo barro al fabricarnos a todos, o la dimensión de las ideas absolutas de Platón, nos sigue estando vedada...

Una visión científica del asunto nos remitirá al valor ecológico del altruismo. Pensemos en los grandes bancos de peces, los interminables (cada vez más finitos) rebaños de ñues, y encontraremos alguna explicación al sentido de permanecer en grupo: minimizar riesgos. La bondad de la estrategia no deja de encubrir una finalidad egoísta: es más difícil que los ojos del depredador se fijen en uno, cuando hay varios centenares entre los que elegir. Realmente, la sociedad en la que vivimos muchas veces parece querer imitar a la sabana africana. Más allá del imaginario cristiano de la bondad universal, o de unos valores divinos que impregnan todo lo terreno, lo verdaderamente cierto es que por el tejido social merodean diversos parámetros de moralidad.

No me vienen a la cabeza demasiadas creaciones políticas que no tengan como base, ante todo, el provecho propio frente al resto. Pienso en la Unión Europea, su política agrícola tiene como gran efecto proteger al agricultor nativo a costa del de fuera: empobreciendo las economías extranjeras, por lo general, propias de países pobres o en desarrollo. Al respecto, decía un conocido político catalán que no puede rechazarse a los magrebíes y también a sus tomates, quizás fuera lo más afortunado que dijera en toda su carrera.

El comercio de armas es otro gran tributo a la “moralidad universal”. Un país pacifista por antonomasia como Suecia, rinde el premio de mayor prestigio al inventor del más famoso explosivo, España es uno de los mayores productores de minas antipersonas (buena parte de las armas en el País Vasco, donde tanto se ha sufrido con el terrorismo), mientras que EEUU, Alemania, Rusia o Reino Unido, son algunos de los líderes absolutos en fabricación de metralla, armas y demás siervos para la Guerra. Sacar provecho del egoísmo, no sólo propio, sino también del inherente al peor caudillo-tirano de turno.

A veces me pregunto si nuestra economía global no se resume en términos de maldad absoluta. El rico fabricante de armas se une al dictador que las compra, como los ñues y las cebras, evitando al león, en esta caso no al Gragomán de Ende, sino a alguien que no siempre tiene preparados los bigotes, y que se identifica claramente con ese principio de sociedad global, mecanismo de protesta, siervos (genéticamente interesados) que al final siempre sucumbimos a la píldora del bienestar, y del mal necesario. Sí. ¡Qué va a saber un joven sobre lo que es o no bueno!

Primera imagen sujeta a GNU Free Documentation License

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Esperando un nuevo amanecer

Mi cuerpo se halla en letargo, frío, opaco, helado. El deseo le cubre cuál vil serpiente, rozándole con maldad, de forma tan rígida como tensa, inyectándole veneno cotidiano, mundano, enseñando al hombre que la Luz es una cara de la moneda, dando sentido a la felicidad, sentimiento a la añoranza. El amor acostumbra a asimilarse al Sol, todos buscamos calor en sus brazos, nos rendimos a sus nanas, cuales suaves balanceos, conmovidos en el mimo, esperando que, llegando la noche, alguna vez nos rescate el Sol estrellado.

Esperando un nuevo amanecer, es aquello que realiza todo animal diurno por la noche. Coincidiendo con el reinado de la Luna el hombre se siente sólo en el medio, presa fácil de ancestrales enemigos: sean éstos físicos o en sueños. La noche es el reino de felinos, lobos, lechuzas y murciélagos. El depredador acecha, ni aunque sea sólo a nuestro comportamiento-pensamiento innato. Ese pavor a los animales de la noche, ese ansia protectora, el deseo innato a que el Sol salga y nos proteja, es algo de inexcusable interés cuando hablamos de comportamientos-rituales religiosos.

La luz que encarna el fuego así nos lo muestra. El hombre llegaría a dominar el Mundo manteniendo hogueras, simulando al astro solar, no es de extrañar, pues, que el astro rey sea motivo central de la religión de todos los pueblos. Actualmente aceptamos la inoperancia, la imposibilidad de control del astro magno, antaño todo era diferente. Los poderosos Shamash y Marduck de Mesopotamia, Ra en Egipto, Huitzilopochtli para los aztecas. El culto solar se extiende, a lo largo de la historia, como un tema de indudable interés comparativo. Ante el poder del más importante elemento ninguna civilización ha renunciado a darle explicación, leyenda o mito.

Toda circunstancia que pueda, o haya, afectado a nuestra estrella ha sido estudiada y valorada a lo largo del tiempo. Los pueblos precolombinos, los mesopotámicos, o Roma, han sido conscientes de la existencia del solsticio de invierno y de verano; siendo especialmente importante el primero de ellos. El solsticio de invierno, bien lo saben quienes sufren estos días, es algo que todo el mundo espera desde el principio de los tiempos. Más energía para una especie que, por más nos empeñemos los jóvenes, sigue siendo diurno, temeroso de la soledad de la noche. “Natalis Invicti”, el Sol “nace” haciendo al día más largo. Se inhibe nuestro sufrimiento y pesar poniendo remedio a esto de que las noches sean largas y frías, hostiles.

En Roma, Mitra fue la divinidad solar por excelencia. Su culto vino de Persia (se cree que se puede tratar de una deidad védica, indoeuropea), teniendo gran éxito entre las masas populares del Imperio, especialmente en los militares. Juliano “El Apóstata” fue uno de sus paladines, se dice que sacrificaba copiosas cantidades de bueyes al astro solar, de forma equivalente a como lo hicieran los aztecas con los hombres cautivos, en este caso en honor a Huitzilopochtli. Puestos a fijar un día en el que honrar de especial manera al gran dios, se escogió aquella fecha que coincidía con el solsticio de invierno. ¡Qué mejor día que este para conmemorar el nacimiento de una deidad solar!

Agudo, como la historia, comparativamente, siempre nos lo ha mostrado, el pueblo de Cristo supo hacer uso de las fechas para convertir a un mayor número de fieles. Jesucristo sería asimilado a Mitra, su día “raptado” y transmutado en el Día de la Natividad de Jesús. Las consecuencias eran obvias, el cambio de una religión a otra se amortiguaba, la gente seguía teniendo un mismo calendario, pero eso sí, con un diferente motivo de celebración. Así pues, el Sol es motivo de la Navidad, quién sabe si asimilándose a ese cariño que da energía, y calor, a nuestras almas con nuestra mutua compañía en estos días. Se dice que Nochevieja era un día de oráculos (algo de ello queda en la creencia de las doces uvas, o lentejas según el caso, de la buena suerte), el Cristianismo colocaría en esta fecha la circuncisión de Jesús, como símbolo de renovación colectiva, entrada en un nuevo año dejando el anterior, el viejo.

De todas formas, el hombre siempre ha buscado para la soledad un remedio, sea en el amor, en la compañía de los seres queridos, o simplemente, alrededor de un buen fuego. Todo es fiesta y conmemoración de que el animal diurno tendrá más espacio vital, más tiempo, recuerdo de que a toda niebla le sigue la claridad, sueño de que al permanecer dormido le llegue a uno (quién sabe si en forma de beso) un nuevo amanecer, oportunidad, un nuevo despertar.

¡Felices fiestas!

  • Nota: es muy interesante consultar el vídeo de Zeitgeist, cortesía de Ártax.
  • Sobre la primer imagen: This image was originally posted to Flickr by jurvetson at http://flickr.com/photos/44124348109@N01/134466058. It was reviewed on 10:09, 15 September 2007 (UTC) by FlickreviewR, and confirmed to be licensed under the terms of the cc-by-2.0.
  • Aprovechando la ocasión no puedo dejar de buscar al astro, intentar seducirle para que vuelva a alumbrar. Quién sabe si la dedicatoria de esta canción ayude en algo. Pero como en tantas otras cosas, atreverse muchas veces es algo catártico...

lunes, 17 de diciembre de 2007

Libia: la paradoja del desierto

Libia siempre ha sido vista como un desierto, una frontera de Sol y arena, enemiga las más, ignorada el resto de veces. Alrededor suyo se alzaron Imperios, que la dominaron, subyugaron o lucharon contra el país de las arenas. Cartago, Roma, Bizancio, Vándalos o los propios egipcios, a Libia siempre le ha costado hacerse un sitio en el mapa, alcanzar un mínimo resquicio de dignidad histórica, un mero apunte que separe al país de un líder mediático y sus treinta guardas vírgenes. Dentro de su rica historia, por poner nombres propios, quizás tengamos que destacar a dos significativos personajes: el faraón Sheshonk y el César Septimio Severo.

Sheshonk se alzó con el cetro de Egipto armas en mano. Durante las guerras del país del Nilo contra los Pueblos del Mar (los filisteos de la Biblia), cuantiosos contingentes humanos emigraron desde la cercana Libia, la mayor parte entrando a formar parte de los contingentes de mercenarios del faraón Ramsés III (soberano, el último de los importantes, del Imperio Nuevo Egipcio). Sheshonk intentó restablecer el poderío de Egipto, teniéndose constancia escrita en la Biblia de sus campañas por la Medialuna Fértil.

Septimio Severo no fue menos relevante. Consiguió restablecer el orden en el Imperio Romano después de la caída del último emperador antonino: Cómodo, hijo de Marco Aurelio. Los romanos siempre le conocerían por “el africano”, al igual que Sheshonk, siempre fue extranjero dentro del imperio que dirigió: de hecho, se guardan testimonios, un tanto peyorativos, de cómo pronunciaba la lengua de Virgilio.

Leptis Magna fue la ciudad que vio nacer a Septimio. Sus imponentes ruinas, aún hoy en día, la configuran como una de las mayores joyas de la Antigüedad, quién sabe si no estamos hablando de la ciudad romana mejor conservada en el orbe. El Foro de Septimio y sus famosas medusas, o su imponente teatro, son meras muestras del esplendor alcanzado por esta urbe: pasto, primero de los beréberes, después del desierto. Realmente, Leptis, la no menos esplendorosa Cirenne, Berenice (actual Bengasi), Trípoli o el oasis de Gadamés, son algunos de los lugares más sorprendentes de todo el norte de África. Pese a aquello que pudiera deducirse al contemplar, sin condicionante alguno, el país de Gadafi, Libia es un lugar de contrastantes, aleccionador como pocos. Una primera conclusión coherente con su estudio bien podría ser ésta: ver cómo la gloria y la prosperidad son tan idílicas y placenteras como temporales, por sí mismas, transitorias y perecederas.

Libia deviene un espejo desde el que observar los rigores del Cambio Climático. Sus tierras fueron otrora mayormente fértiles, ricas en oasis y en especies animales como el elefante norteafricano (animal que sirviera de buque insignia en las tropas de Aníbal). Igualmente, el país guarda en su haber importantes reservas de hidrocarburos (muestra de cuán importante fuera la biomasa antaño existente en el lugar), así como un auténtico “mar de agua dulce” en las profundidades del desierto.

El proyecto del “Gran Río Libio” constituye una de las obras faraónicas, nunca mejor dicho, de mayor interés, coste e implicaciones. El plan hidrológico de Gadafi pretende trasladar el gran acuífero del desierto (y sus 150.000 km2 de agua subterránea) al litoral libio; en otras palabras, en él existe agua con la que poder construir una gran piscina del tamaño de toda Alemania. Gadafi utiliza, junto a sus caprichos, los cuantiosos petrodólares recibidos, desde Occidente, en construir esta obra, sin duda alguna, digna de ser mencionada en los libros de historia de la Humanidad venidera. Pese a todas estas promesas de auge económico, advenimiento de Libia como potencia geopolítica del lugar, socio privilegiado de Occidente, existen graves paradojas que no disponen de automática solución.

El año 1986 los EEUU atacaron las principales urbes del país: Trípoli y Bengasi, muriendo multitud de civiles (entre ellos, la hija de Gadafi). De ser acusado de organizar el atentado de Lockerbie, el de la Discoteca La Belle de Berlín o apoyar al palestino Abu Nidal, ha pasado a ser uno de los socios de mayor importancia para la UE, unión económica, más que europea...

No hay duda de que Libia ha progresado. Trípoli es una de las ciudades con mejor calidad de vida del continente, monumentos como la ciudad de Leptis Magna (junto con sus tranquilas y bellas playas de alrededor) amenazan con convertir al país en un eminente gigante turístico. Nadie sabe qué pasará cuando llegue el agua al litoral, como tampoco nadie sabe lo que pasará cuando muera Gadafi. Su régimen ha sido sanguinario, odiado por Occidente, sus pilares discutidos (promover la unidad árabe, neutralidad internacional...), pero el caso es que Libia renace como nunca, negocia con el capitalismo y se convierte en suculento pastel. Después de todo, ¿qué es la diplomacia sino el arte de saber utilizar los contrastes y las antítesis en busca del interés patrio?

Ambas fotografías son obra del genial Luca Galuzzi: http://www.galuzzi.it/, sujetas a: Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5 License

domingo, 16 de diciembre de 2007

En Taro Adun

Zeratul es un personaje de videojuego, herencia de tiempos pasados, recreación de cómo, durante la melancolía, los recuerdos son selectivos, intensos, intentando sesgar lo tranquilizador e idílico en algo que por momentos parece transmutarse en mental fango, excremento, residuo del paso del tiempo. Caminar por los montes fantásticos, sentir la soledad del único, del especial, del uno mismo. Muchas veces uno sueño con ser poderoso, dueño de su cuerpo y espíritu, ser un alma libre, severa y tranquila, fortalecida en experiencia, inmune al malestar y la injusticia.

Zeratul es un sueño, un personaje que navega por el espacio. No conoce de planetas o meteoritos, sólo de gestas, hazañas, misterios que se le plantean a golpes de espada, reflejos de un futuro que asemeja con ser verdadero. La predisposición al Caos me consume, el orden parece ser, más que nunca, un producto del intelecto. Éste falla, sucumbe, la tristeza parece socorrer la vida del solitario personaje, sólo en su Mundo, Zeratul con su equipaje. El día sucede, con la seguridad de que al atardecer le acompañará la mañana, canto de alondra metafísica, excusa por la que reflexionar, pensar, ¡qué debes hacer para ser digno y agradecido con esta gran vida! ¡Cuál es el paso correcto para un ser, definitivamente, imperfecto!

Cuesta olvidar cuando el eco aún suena por la cueva. El soplar del olvido no amaina con su inexistencia, todo me parece estático, eterno, el recuerdo y tus labios, lo pertinente y lo necesario. El camino vital se caracteriza por ser una carrera. Detrás de cada mundo, cada experiencia o hecho de relevancia, siempre queda atrás, cerrada, una dura puerta, impenetrable e irretornable. Lástima de peso el del cerebro. El don del elefante me acaece lacra humana, la insignificancia del uno, polvo de este globo.

Algún día quizás alcance a mirar a detrás, contemplar mis manos y mis mejillas. Tal vez vea en mis labios recuerdo, átomos segregados por otro cuerpo. Un recuerdo que me lleve a ti, una justificación, un argumento del final y el eterno comienzo.

Zeratul es solitario. Quizás por eso de él ahora me acuerdo. Sus andares por Aiur son siempre en batalla, contra el Destino, ese don que se esconde tras la inabastable puerta. Dime dónde está el Sol, yo te daré la Luna. ¡Guíame astro futuro, no me dejes sólo antes los caprichos del Destino!

Quizás todo se reduzca a un sacrificio. Saber contemplar cómo el segundo muere para dejar nacer a su siguiente. El paso del tiempo es ley y orden, adaptarse a él, necesidad aun con apuros. En Taro Adun. Algo así decían mis héroes. Todo debe ser un recuerdo, tonto, de un entretenimiento anticuado; tal vez una trama mental de algo en lo que, antaño, he continuamente soñado. El crepúsculo se acerca, llego a ver el mango de la entrada siguiente. La puerta se abre, chirría, es vieja, distante. El pasillo aparece, uno cruza, queda cautivo. El paso del tiempo le transporta, a duras penas, sólo alcanzas a ver que te has dañado, contigo se han ensañado, tal vez recreado. Uno maldice mil veces a su captor, su amo y tirano. ¡Yo te maldigo a ti Destino! ¡Quisiera ser Zeratul y caminar sólo, seguro y armado! Listo para la batalla vital: la de tu conciencia y periplo...

Imagen de Zeratul (Starcraft, Blizzard Entertainment), Vídeo de Starcraft I ("El sacrificio de Tassadar")

sábado, 15 de diciembre de 2007

El misterio del clítoris

Hay pequeñas cosas que quedan grabadas en tu mente. No me refiero sólo a tu primera comunión, la muerte de un ser querido o a tu primer amor; existen hechos a los que uno alza al pedestal de la suprema importancia: un regalo especial para Reyes, o el estreno de una película, impactante, que antaño fuera (siendo niño) un universo de sueños, e incluso, motivo de alguna que otra pesadilla... La película que en su momento más me impacto fue Jurassic Park. Para alguien que ama la prehistoria y los seres que la habitaron (aún habiendo acabado ya la carrera de Derecho...) no es de extrañar que al poder contemplar, por primera vez, esta joya (de la ciencia ficción y los efectos especiales) le cambiara quién sabe si la vida. Una de las cosas que, al recordar los detalles del film, más me altera mi curiosidad es aquello de que todos los dinosaurios del parque fueran hembras. Curioso. Realmente, no hubiera dado más importancia al asunto sino fuera por algo que leí hace tiempo en uno de mis libros de zoología.

Parece ser que las condiciones ambientales, del marco en el que se desarrolla la reproducción son determinantes para la determinación del sexo de la descendencia. Podría llegarse a decir que los científicos de Jurassic Park realizaban en la trama de la película algo posible para la ciencia. A estas circunstancias se le deberían sumar causas genéricas, pues no creo ser el único que conoce familias numerosas donde todos los hijos, o la gran mayoría, son de un mismo sexo; sin embargo, en este caso la investigación científica no ha alcanzado resultados con frutos tan empíricamente contrastables.

Sabemos que el cocodrilo puede “controlar” el sexo de su estirpe. De hecho, dependiendo de dónde coloque su nido, mejor dicho, del calor que llegue a sus huevos, los embriones saldrán generalmente de uno u otro sexo. Se piensa que cuanto más calor más machos y cuanto menos más hembras. Bromas a parte, la verdad es que para la supervivencia del material genético del individuo, a “mamá cocodrilo" le interesa tener machos, grandes y fuertes, capaces de enfrentarse, no sólo a los peligros de su hostil medio, sino también a los demás cocodrilos machos en su lucha por su territorio, y hembras. Se cree que con la tortuga pasa lo inverso. La violencia en estos seres brilla por su ausencia, por lo que es más “rentable” en términos evolutivos tener hembras grandes capaces de poder poner una cantidad más elevada de huevos. Tal vez se deba a la idea de facilitar las maniobras del macho en la difícil cópula de las tortugas, quién sabe, pero la verdad es que la determinación del sexo en los reptiles, en todas sus facetas, es sumamente curiosa.

El ser humano, quién sabe si por estar remotamente emparentado con los reptiles, tampoco es extraño al suceso. Durante la fase más primordial del embarazo, los embriones se hallan sexualmente indiferenciados. En lugar de genitales, disponen de un tejido eréctil de dudoso futuro: en algunos ejemplares se transforma en pene (“Plan de Adán”), mientras que en otros se queda en clítoris (“Plan de Eva”). ¡Dato curioso! ¡Clítoris y pene gozan de un mismo origen! Ciertamente, estamos hartos de oír que el clítoris es el punto G de la sexualidad femenina, lo dicho quizás nos lo explique.

Algo muy interesante ocurre con las hienas. Las hembras disponen de un sistema urinario de gran tamaño, sumamente semejante al pene de los machos. De hecho, las hienas se excitan sin necesidad de actividad "sexual-reproductora", siendo una prueba viviente del origen común de ambos órganos. El caso es que, se mire por donde se mire, es difícil saber si fue antes el macho o la hembra, el huevo o la gallina. Toda nuestra diferenciación sexual depende de factores que no han sido, aún, suficiente estudiados. Por más que se analice el supuesto las controversias afloran con mayor voracidad y descontrol. Si es verdad (como por razones anatómicas, a día de hoy, es notorio) que para la reproducción se requiere de un hombre y de una mujer, a nadie se le ocurre que sea posible que surgieran dos individuos de la nada aleatoriamente. Quizás los cocodrilos nos puedan decir algo al respecto...

Segunda imagen sujeta a GNU Free Documentation License, Taken by benjamint444

jueves, 13 de diciembre de 2007

Los Monegros: parte de nuestro común espejo

Dicen que la allá por la época del desarrollismo franquista, el gobierno del Régimen solicitó consejo a un grupo de expertos estadoudinenses sobre la viabilidad de crear un plan de explotación agraria, a gran escala, de la comarca aragonesa de los Monegros. La visión imaginaria de los maizales, que en la actualidad crecen cual maná, parece que les disuadió de dar una respuesta afirmativa, no fuera a ser que la demanda europea de maíz americano se resintiera. Los años pasaron, con el progreso económico-tecnológico de España regiones como los Monegros, Ciudad Real o Murcia pasarían a ser vergeles con altos coeficientes de productividad, ganando el terreno a varias de las zonas más áridas de la cuenca del Mediterráneo.

No deja de haber sentimentalismo propio en el asunto. Recuerdo aquellos momentos en los que puedo contemplar el verdor del maíz, camino a mi pueblo de Anguita (Guadalajara), puro paliativo celestial para un viaje que acostumbra a hacerse un tanto largo. Los riegos y aspersores parecen empeñarse en borrar las letras del desierto, el nombre queda inundado con vegetales, dinero y progreso en una región que ha sido reprimida como pocas. Los Monegros no dejan de ser una metáfora del progreso español, y muy especialmente, muestra del auge de Aragón como lugar estratégico (véase también la potencial metrópolis de Zaragoza, o la construcción del parque logístico PlaZa, uno de los más grandes de Europa). Dentro de mis pasos por la zona, recuerdo cierto comentario de mi tío al pasar cerca de Bujaraloz: “Ahí van a hacer un Casino, dicen”. Quién me iba a asegurar que tal oración iba a ser cierta en cuanto a su enunciado. Ayer, día 12 de diciembre de 2007, se hizo oficial el proyecto de construcción de una “ciudad” del ocio y el juego, Gran Scala, en las cercanías de Castejón de los Monegros (localidad de apenas 700 habitantes). El proyecto no deja de ser una “levantadura de falda”, una forma de hacer relucir las necesidades, algunos dirán las vergüenzas, de este país de España.

Que nadie llore por el momento. La reflexión siempre ha sido necesaria y quizás este proyecto sirva para que recapacitemos. España no tiene grandes urbes, no está densamente poblada, no es líder en investigación, y mucho menos en educación o cultura. La historia, una vez más, nos muestra cuál fue la grandeza de lugares como Emerita Augusta, Medina Azahara o la mismísima Alhambra. España, Hispania, o como se le quiera considerar, ha sido siempre un producto del ocio, un lugar bañado por el sol, apto para los más variopintos y preciados sueños vacacionales. Somos una suerte de Florida europea, lo miren por donde lo miren. La invasión de Irak puede que haga bajar el precio del petróleo, a España es altamente difícil que le puedan hacer cambiar de emplazamiento. El áureo astro es nuestro mayor bien, siempre y cuando sepamos conjugar tal don con las finitas existencias de agua...

Los “monegrinos” saben algo de eso. Respecto al poco progreso de la región, pocos serán capaces de justificarlo en la necesaria protección del sisón o del alcaraván, mucho menos en el bien, eminentemente económico, de los lugareños. Los defensores de lo verde afincados en Madrid y Cataluña, protestan ante el sueño del ladrillo mientras se regocijan en sus casas, sitas donde antes existieron, cuanto menos en lo referente al caso catalán, riquísimos y frondosos ecosistemas. Nadie debe escabullirse de la cuestión, ni nuestra propia conciencia ciudadana, ni mucho menos, ningún político. El problema se asemeja al del Amazonas (y quizás también al de la selva del Congo y la Antártida), el binomio naturaleza-progreso sigue siendo inestable. ¿Cómo dejar a Bujaraloz, con sus ricas mantecadas, mientras grandes urbes se yerguen en otros lugares, ante la atónita mirada de melancólicos, veteranos y viejos?

Renunciar a proyectos como el que se propone por este, dudosamente loable, consorcio internacional, es totalmente legítimo e incluso moralmente obligatorio; sin embargo, una vez más topamos con las esperanzas de progreso de una región olvidada, y un tanto demacrada, por el paso de los tiempos. ¿Quién no tiene derecho a Forums o candidaturas olímpicas, tiene alguna salida hacia la gloria del progreso del lugar y sus gentes?

Posiblemente la solución esté en cada una de nuestras casas. Debemos ser conscientes de que España necesita un papel geopolítico que ocupar, si queremos seguir viviendo como hasta ahora. ¡Gracias a Dios no nos haremos un hueco en el Futuro a base de bombas o armamento! Menos mal. No obstante, la solución del ocio y de zona de recreo de las clases pudientes del globo es tentadora para la especulación y Maese dinero. Si renunciamos otros lo harán, progresando con los beneficios, ¿nos sacrificamos como sociedad ante el empuje de otros... o destruimos la estepa aragonesa, justificando la deforestación del Amazonas, y de todos los grandes ecosistemas de nuestro planeta? ¡Por fin he podido constatar a qué llaman algunos soluciones trágicas!

Darwin y Cristo: la hora del choque

Define Daniel Dennett a la religión como: “sistemas sociales cuyos participantes manifiestan creencias en agentes sobrenaturales o en agentes cuya aprobación ha de buscarse”. Su libro: “Romper el hechizo” (publicado por Katz) no deja de ser un hito en la historia de la ciencia. Es uno de los escasos ejemplos en los que un científico de primera fila se atreve a considerar al fenómeno religioso desde una perspectiva biológica, llevando a cabo un examen racional-empírico de la cuestión, sin tener en cuenta tabúes o condicionamientos sociales. El prestigio, y alto estatus sapiencial, del sujeto le brindan una posición única con la que hacer frente al proyecto (a ello sin duda ayuda su edad, contingencia que le hace temer poco a las represalias). Una de las ideas que más me ha gustado encontrar durante la lectura del libro, es ver cómo al autor se le vino a la cabeza del pensador algo en lo que yo también había pensado: ¿es la teoría evolutiva (añadiría yo a ella la física cuántica y la teoría del Caos) la religión de nuestro siglo?

Este es uno de los argumentos que esgrimen los defensores de la enseñanza de la religión en las escuelas, al considerar que no se puede considerar a la religión de Cristo (o de quien sea) como algo de menor importancia, optativo, obligando a los estudiantes a aprender las tesis de Mendel, Lamarck o Darwin. Tal vez, desde cierto punto de vista, puedan alcanzar a llevar un cierto atisbo de razón. Más allá del tabú (que en no pocas ocasiones oculta segundas intenciones e intereses) quisiera ver en la religión una necesidad.

El “homo religiosus” es una constante a lo largo de la historia. No se conocen civilizaciones que no hayan creado divinidad con la legitimar su existencia, como tampoco se conocen humanos con tres ojos o tribus con más de dos piernas. Me atrevo a seguir a Dennet. El momento es propicio para la libertad de expresión, y anteriormente a ello, de reflexión.

Dentro de un mundo hostil, donde las fuerzas de la física son, por definición, tan impredecibles como soberanas, el hombre requiere un punto de apoyo sobre el que configurar su capacidad de abstracción (mayor de los rasgos que nos hacen humanos). Al igual que para los teoremas se necesitan axiomas, el hombre requiere una base sobre la que levantar su monumento cognitivo. La relatividad de la materia, la inercia y la entropía de lo caótico, no son recursos adecuados sobre los que elaborar postulados referentes a ciencias puras. Es un tipo de mecanismo de defensa. El ser racional precisa de una doble existencia: empírica y fantástica: la duplicidad de Ende y del mundo de las ideas de Platón, al menos aproximadamente.

El profesor Dennett es muy agudo al constatar cómo es precisamente el hecho religioso lo más característico de los humanos. Siguiendo los postulados de la teoría evolutiva (véase a Dawkins y su “gen egoísta”), todo ser vivo se encamina a cumplir, durante su variable existencia, el triple postulado vital: nutrirse, relacionarse (con el medio) y reproducirse. El hombre es el único animal conocido que puede sacrificar su vida por ideales diferentes a los de salvaguardar sus genes.

Y es que genética, biología, antropología y teología no son nombres plenamente diferenciados. La unidad de conocimiento por la que aboga Wilson se nos vuelve a acontecer como de indubitada importancia. El momento esperado llega a su punto culminante. Debemos analizar la religión desde la biología y a ésta desde la teología. Darwin y Jesucristo necesitan de una reconciliación que los aproxime a nuestra mayor necesidad: encontrar un nuevo faro, para unos nuevos tiempos.

Tal y como dice el autor, nada hay en contra de este análisis. Después de todo, aquéllos que defienden la existencia del diseño inteligente y de un Dios único (o diverso, según la religión), tendrán la ocasión de adoctrinarnos, e incluso, de convencernos. Quizás la mejor conferencia de paz sea la de promulgar un debate interreligioso, analizar todas nuestras creencias (incluyendo al darwinismo) con el sino de buscar una salida que nos ayude a poder meritar sabiendo hacia dónde lo hacemos.
* Imagen primera: retrato de Charles Darwin, fotografía segunda: vista de la magnífica urbe de Sigüenza (Guadalajara, España).

martes, 11 de diciembre de 2007

El oficio de opositor

Que el cerebro tiende a la libertad es algo contrastable, empíricamente, durante una dura tarde de estudio. Obviando lo eminente físico, el estudio requiere de disciplina, cual ejército de neuronas para una concreta batalla (con predeterminación de lugar y fecha). Una concentración soberbia no es siempre es sinónimo de éxito; una mente totalmente libre, sí de fracaso. Hoy se me aparece el estudio como una suerte de adiestramiento: cambiando al cerebro por el león, los apuntes por el circo.

En tanto que paradigma dentro de los exámenes, una oposición es un claro ejemplo de proceso selectivo. Un mecanismo, eventualmente justo, que intenta insertar la meritocracia en un mundo que, nominalmente, no acude siempre a la cuna o a la proporción de genes de la aristocracia. De lo que no hay dudas es de que la oposición es entrenamiento, el recitar se convierte en el salto del potro, el descanso en un elemento tan poco manejable como incalculablemente necesario.

Fueron los chinos los inventores del asunto. El sistema de exámenes imperial chino se estableció allá por el siglo VI llegando hasta los inicios del pasado siglo, con el advenimiento de Mao y la revolución china. Los estudios se basaban en las enseñanzas de Confucio, la vida pasada tenía una gran importancia, existiendo el pensamiento, más bien budista, de que la vida anterior, autoridad moral del individuo, era determinante para la consecución de la plaza.

El formalismo tenía una importancia predominante. Los examinadores, así como los candidatos, estaban perfectamente incomunicados. Los exámenes sólo podían ser identificados por el “número de celda”, no llevando ninguno el nombre del candidato (¿precursor de los códigos de barras de nuestros exámenes de Selectividad?), llegando a ser los exámenes transcritos antes de llegar a la fase de corrección, con el objetivo de asegurar que no se reconociera la letra. Pese a las acusaciones de corrupción el sistema funcionaba, manteniendo cierta vitalidad en una burocracia, ante todo, eficientemente exitosa.

La competencia cognitiva era plenamente contraria a la selección bizantina reinante dentro de las cortes europeas. El origen aristocrático no era indispensable, si bien, no nos engañemos, sólo podían estudiar gentes con un mínimo de medios: gentes que no estaban obligadas a tener que acudir a las plantaciones de arroz o a la construcción de edificios e infraestructuras. No hace falta decir que el sistema tendría éxito. Occidente lo adoptaría para puestos administrativos, fedatarios públicos y demás cargos selectivos.

Al camino de las letras siempre le acompañaba la posibilidad de iniciar carrera militar. De hecho, más allá del éxito que tal medida pudiera tener en China, el mismo proceso se seguía en Occidente, llegando los avances, una vez más, antes al campo militar que en el civil, por diferencia de varios siglos. Una ojeada comparativa por nuestra historia nos repara el poder contemplar cómo desde las legiones llegaron emperadores al cargo (Septimio Severo), también desde la guardia de palacio (véase Justino, tío y predecesor del gran Justiniano).

Quién sabe si en los próximos tiempos el proceso selectivo se reducirá a examinar el microchip que contenga nuestro historial genético. Analizar nuestras propias predisposiciones y capacidades innatas, no dando juego al aprendizaje social y afán de superación. Quién sabe. Quizás sea el momento de reflexionar sobre el peligro de ciertos avances. Sobre cómo el esfuerzo siempre ha gozado de denominación de origen. ¿Selección natural dentro de nuestra sociedad? ¿Es este el mejor proceso, y más justo, dentro de los selectivos?

En la primera ilustración: Confucio. Sobre la segunda fotografía: Chinese civil service examination halls Examination hall with 7500 cells, Guangdong, 1873.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Lo eterno del jurista

No hace demasiado tiempo tuve una afortunada conversación con un sabio de lo jurídico. Sus consejos, ante todo vitales, sólo alcanzaban a guardar comparación con su conocimiento del Derecho. Para el mayor de sus asombros, él también había pensado en lo mundano que llegan a ser, en múltiples ocasiones, las discusiones respecto a leyes y reglamentos. Me despojé de cualquier condicionante, el respeto que invocaban sus ojos no se merecía otra cosa que sinceridad. Ante todo, le dije cuán incomprensibles me resultaban las discusiones respecto a la naturaleza de la condición o la distinción entre deber y obligación jurídica, la redacción de preámbulos legislativos, o la discusión internacional respecto a la delimitación de fronteras. Para mi asombro, el insigne veterano en jurisprudencia me hizo ver lo real de mi preocupación, cómo, muchas veces, el Derecho se mantiene al margen del progreso de las demás ciencias. ¿Cómo no tener en consideración el progreso respecto al conocimiento de nuestro cerebro, pensamiento y biología? ¿Qué sacamos de obviar lo notorio, de dejar en laguna aquello que, a ojos de nuestra Ciencia, cada vez está más lleno? ¿Se le ocurre a alguien que la paradoja de Gödel pueda tener algo que ver con nuestro Ordenamiento Jurídico?

El Derecho dista mucho de ser un organismo predeterminado, fijo. Su evolución se asemeja a la de los seres terrenos. Una vez nos sorprende con nuevas modalidades contractuales, otra con una mera aclaración respecto a la prescripción de los derechos. El Derecho es un organismo sapiencial común, un acervo de reglas y pautas de conducta, que ante todo, nos han permitido sobrevivir como especie. La comunidad política, y de destino, que se deriva de la entrada en acción del “ius” hace que se organicen instintos, tan atávicos a nuestra psique, como son la violencia, y su polo opuesto, la necesidad de altruismo. En un mundo donde todo lo vivo está sujeto a selección, nuestra “mochila legislativa” no puede mantenerse estancada en glorias del Pasado.

Quizás junto a la fortaleza del mecanismo evolutivo deba destacarse al Azar. La necesidad indubitada de normas no priva a éstas de ser objeto de los movimientos de lo real, abandonando su platónico océano de idealismo. Por más que aboguemos por el “numerus clausus” de derechos reales o el fijismo de la herencia legislativa de los romanos, nos damos cuenta de que el cambio se manifiesta en todos los ordenamientos, acechando en toda materia y paradigma. El Caos evita que el legislador pueda ser omnisciente, la variabilidad de la entropía hace que la necesidades jamás queden fijas, que cambien aleatoriamente, y es que mientras el mundo sea producto de las fuerzas de la física, siempre existirán juristas.

Un ejemplo que me viene a la cabeza es de las fronteras. ¿Quién ha visto alguna vez una línea dibujada por el terreno, un mapa ideal en el que están dibujadas, con pintura eterna, las divisiones y franjas del territorio? El concepto de límite entre estados es tan nebuloso como importante en cuanto a la delimitación de las diferentes soberanías. Pensemos en Kosovo.

El año 1389, en pleno declive de Constantinopla, los serbios (junto a toda una alianza de pueblos cristianos: húngaros, sajones...) se enfrentaron al enemigo otomano. El hecho tuvo algo en común con las Termópilas. Los serbios fueron subyugados al poder de la Sublime Puerta, aún de Edirne, y, de hecho, formarían el mayor destacamento otomano frente a las hordas de Timur “El cojo”, más conocido como Tamerlán. El escenario de una de las mayores gestas del pueblo de Serbia es ahora un territorio a las puertas de la independencia. Pese a todo lo explicado, la población del lugar tiene poco de similar a la de aquél entonces. La población albanesa es mayoría, y el gobierno fáctico de Pristina se siente más próximo a Tirana que a, la antaño esplendorosa, Belgrado. El derecho de “autodeterminación” no es nada más que la razón a una circunstancia, ante todo no histórica, sino fáctica. No puede argumentarse un eventual derecho a la independencia por “memoria histórica” o “circunstancias naturales”. En Pristina, como en Tirana, se alzan monumentos a Skanderbeg (héroe nacional albanés) y no a la “termopilana” gesta de los serbios.

Nuestras normas nos acompañan en la deriva de los tiempos, cambian siguiendo a éstos, no hay mayor legitimidad que la necesidad, ni mayor “imperium” que lo notorio. Más allá de la técnica legislativa o las diferentes medidas, siempre políticas, que se puedan adoptar respecto a nuestro ordenamiento. Más allá de la modernidad, o “moda”, de las técnicas utilizadas, debemos preguntarnos si, al igual que el anfibio necesita un estanque, ¿tenemos en nuestras leyes en vigor un, adecuado, hábitat?

sábado, 8 de diciembre de 2007

El Éxodo de los hielos

Existen lugares mágicos, dentro de nuestra geografía, que han sido poco o nada estudiados. En la provincia de Guadalajara, cerca de Sigüenza (en el término de Anguita) se alza el imponente macizo del Pico Rata, quién sabe si vigilando uno de las mayores patrimonios de la zona: la Cueva de la Hoz de Santa Maria del Espino (Rata). Adentrándose uno por sus galería, con ojo atento y caprichoso, y orejas dichosas al poder saborear el gorgotear del arroyo que irriga la cueva, se pueden llegar a descubrir relieves de seres ya extintos en el actual ecosistema. Caballos, mamuts en la cercana Cueva de los Casares (Riba de Saelices), e incluso, un reno. Descartando la presencia de un San Nicolás cavernícola, a más de uno le podrá causar cierta curiosidad pensar en el porqué iba a representarse un animal característico de la tundra siberiana en latitudes tan meridionales, en un lugar sujeto a los rigores del clima mediterráneo, y acaso también al peligro de la desertización. La solución al enigma no se encuentra en Santa María del Espino, debe buscarse por todo lo largo y ancho de la geografía española, y por extensión, europea. El parque natural de Bialowieza (Polonia) nos da alguna pista. Por sus frondosos bosques pastan mamíferos que alcanzan los tres metro y medio de largo por dos de alto, se trata del bisonte europeo (Bison bonasus), monarca indiscutible dentro de las pinturas de Altamira. Por estas selvas de coníferas campó autraño el célebre uro (Bos primigenius), ancestro de nuestro ganado bovino, extinguiéndose, por su caza, allá por el año 1627. Ambos son animales a los que se les debieran unir otros como el caballo salvaje, el urogallo, el lobo gris, el alce, el oso pardo, el lince boreal, y su pariente, el lince ibérico. La verdad es que el “tigre andaluz” es un caso enigmático de renovación. Frente al retroceso de los hielos de la última glaciación, el felino supo adaptarse, como nadie, al bosque mediterráneo: cazando conejos y demás pobladores del chaparral y los nuevos pinares. Estos animales, junto con el mamut y el rinoceronte lanudo, por decir dos más, fueron testigos del cambio climático más drástico que ha experimentado nuestro planeta en los últimos tiempos. Los hielos que aun se conservan en glaciares como los de Montblanc o, el del propio Kilimanjaro, no son nada más que restos, un tanto arqueológicos, de tiempos más fríos. Épocas en las que el hombre cazaba grandes mamíferos para sobrevivir, siendo a su vez presa del león y del oso de las cavernas. Los hielos siguen marchando, allá donde en el Mesozoico habitaron dinosaurios, vuelve a quedar como nuevo continente (el Antártico), el norte y centro de Euroasia vuelven a disfrutar de la primavera, pese a que el área del Mediterráneo comience a dejar el “don de Europa” para pasar a participar, una vez más, del continente africano... El vacío que dejan los glaciares y hielos lo es también respecto al ecosistema. Los seres que se adaptaron ecológicamente a tales contingencias requieren de nuevas ideas evolutivas y mejores herramientas. Algunos, entre los que destaca el hombre, han sabido renovar, con creces, la empresa, otros, como el uro o el oso marroquí del Atlas, no. La acción del hombre es pura competencia, el gorrión, la gaviota y la paloma han sabido aprender del medio, quizás menos que las ratas, la mosca o los perros. El ecosistema cambia con su fauna, sin embargo, hoy en día el potencial destructor del hombre puede alcanzar a conocer de otros cauces. Los exitosos proyectos de reintroducción del bisonte europeo, del lobo, el oso o el quebrantahuesos han sido un gran descubrimiento. Otros intentos, más fantasiosos y sensacionalistas que ciertos, han intentado redescubrir al uro (a través del cruce de varias especies de ganado bovino) o resucitar al taxón del mamut (japoneses al mando). Gaia es un mercado a lo Wall Street. Los valores y comercio en futuros se pesan en moneda evolutiva, las inversiones y reconversiones en nuevas especies y estrategias. Quién sabe si fuimos nosotros quienes rompimos el “equilibrio económico” o fueron el mamut y el dientes de sables quienes no supieron reconvertir su “empresa”. Quizás nos pueda ilustrar algo este celebrado vídeo (de hace ya unos años), sean ustedes felices y ¡pasen un feliz cambio climático!