viernes, 25 de mayo de 2007

Sobre el manatí con barretina y la caribeña playa de Terrassa

El tema del aumento del nivel del mar como consecuencia del cambio climático no deja de ser una de las mayores preocupaciones de los catalanes en la actualidad. La llemosina terra se haya incursa, de lleno, en la apocalíptica vorágine de los tiempos, siendo eventual víctima del incremento del nivel del mar y demás catástrofes anexas al cambiante clima. Sin embargo, el cambio siempre está presente y las oscilaciones entre climas fríos y cálidos siempre han existido. Hace 20 millones de años, aproximadamente, las actuales comarcas del Vallés y del Penedés estaban irrigadas por el mare nostrum, gozando de unas aguas someras y seductoramente cálidas que daban a la región una imagen propia de un actual arrecife de coral caribeño. Obviamente nos referimos a una etapa anterior a las Glaciaciones, ese acontecimiento tan real como necesario, que enfrió la temperatura de nuestro planeta llegando sus últimas reminiscencias hasta la actualidad. Ya se habló en un pasado artículo del cambio experimentado por el ecosistema antártico a lo largo de los tiempos (El misterio de las zarigüeyas), pero el objetivo de este artículo va a ser el de quedarse en tierras más cercanas, o lo que es lo mismo, no salir de las entrañables colinas y sinuosas costas de una tierra que no deja de ser la mía.

La fauna, necesariamente, era muy diferente a la que pueda verse en la actualidad. Más allá de moteros e indisciplinados canes, la región estaba dominada por seres de tamaño algo más que considerable. Ejemplo de ello era el metaxitherium, pariente cercano de los actuales manatíes y dugongos. Se trataba de un ejemplar de la familia de los sirénidos, taxón próximo al de los damanes y elefantes.

En la actualidad habitan pocas especies de esta familia, los manatíes de América y ciertas regiones de África junto con el dugongo indonesio son los últimos eslabones del arcaico taxón. Antaño habitaron en el Mediterráneo, extinguiéndose como consecuencia del enfriamiento global causado por el período de las glaciaciones. Tales seres alcanzan los 5 metros de largo, pesando algo más de la media tonelada. La familia de los sirénidos recibe su nombre de su parecido con el legendario ser mitológico. De apariencia, mayormente infame, es el término vaca marina con el que también se les conoce y que no deja de caracterizar al animal como a un hambriento herbívoro de los mares.

Quizás el mayor ejemplar de la estirpe fuera la vaca marina gigante extinta durante el siglo XVIII por culpa de la caza excesiva. Se trataba de una criatura que superaba los 8 metros y que debió imponer respeto ya sólo con su imagen. Ciertamente, una vez más, lo temible del ser no tarda en trasladarse a lo seductor de su caza. Se trata de una constante humana a través de los tiempos, ya sea el contrincante la vaca marina, el león o el elefante. Sin embargo, los sirénidos son seres de carácter tranquilo, sin más enemigos que las hélices de las embarcaciones y el ataque de algún cocodrilo o tiburón durante sus años jóvenes.

La desaparición del manatí catalán no parece haber sido partícipe de nuestra criminal orgía cinegética. Nada más lejos de la Realidad, desaparecieron, parece ser, antes de que el hombre actual poblara la Península y mucho antes de que fuera capaz de dominar los mares. El caso es constatar lo notable del acontecimiento, cómo grandes bestias poblaron nuestra tierra antes de que pudiéramos conocerlas.

Sin embargo, este artículo me lleva a una reflexión extra. Constatar cómo los grandes representantes de la macrofauna actual poblaron, antaño, en buena medida Europa. Hablamos de los elefantes, rinocerontes, leones, jirafas, hienas, tigres y demás bestias actualmente en peligro de extinción. El manatí no deja de ser una prueba más del fenómeno. Ello me lleva a realizar una pesimista reflexión, ¿acaso nos encontramos, en nuestro tiempo, ante los últimos coletazos de especies (taxones) antaño prósperos sobre la faz de la Tierra?. ¿Indica algo el hecho de que familias como la de los rinocerontes en tiempos remotos constará con múltiples especies de diferentes tamaños (poniendo como ejemplos al gigantesco indricotherium mongol o al hispano rinoceronte lanudo), habiendo pasado a ser un taxón escaso en la actualidad?

Ello pudiera llegar a ser interpretado como una excusa de los crímenes ecológicos perfeccionados por los hombres durante siglos. Nada que ver con mi intención. Precisamente realizo una crítica más al chulesco talante humano de creerse el dueño del medio, una crítica referente a cómo nuestra acción lleva a resultados en buena parte predeterminados por la Naturaleza, en ver cómo el ser humano no es nada más que una especie y, por lo tanto, un súbdito igualmente válido de las leyes naturales, aunque tengamos una avanzada megalomanía como especie.
Segunda ilustración es una obra maestra propiedad de:

martes, 22 de mayo de 2007

Manifiesto por Fantasía

El tren, cuando no es un problema, es una excusa para la reflexión. El pensamiento se despierta, ya sea contemplando los rostros de los compañeros de viaje, los titulares de los periódicos gratuitamente repartidos, o la lectura del preciado libro de turno. En no pocas ocasiones, ya en el propio tren, me vienen a la cabeza reflexiones matutinas. Reflexiones motivadas por cotidianas percepciones que me remiten, quizás por el exceso de energía resultante de un opíparo desayuno, a mundos fantásticos que sólo existen en mi cabeza. Esta vez fue un titular y la lectura de un libro. El titular enunciaba la polémica actual acerca de los eventuales derechos que pudieran tener los simios. El libro, quizás ya lo hayan adivinado, era La Historia Interminable.

El clímax literario se me perfecciona al llegar al capítulo donde Atreyu encuentra a Gmork encadenado en la Ciudad de los Espectros. La conversación entre ambos toma cálices más próximos a una sabia discusión filosófica que a la narración de un corriente libro de aventuras. En la conversación surgen ideas tan geniales como ciertas: Fantasía no tiene fronteras, lo seres de Fantasía engullidos por la Nada pasan a ser en la Realidad mentiras.

El caldo primordial para la reflexión cotidiana se cocina con total facilidad. Los ingredientes resultan maná para mis persistentes preocupaciones. Comprendo cómo Fantasía, no es una enfermedad psicológica, sino una parte de nosotros, un inexcusable aliado de la reflexión y portaestandarte del Pensamiento. De golpe me percato de algo que siempre había permanecido ante mí, lo fantasioso de mi mente no deja de ser un elemento de mí tan noble como las manos, los brazos o el torso. Recapacito sobre lo humano, opino que la Imaginación y el mundo de Fantasía quizás sean la explicación del eslabón perdido, aquella adaptación natural que nos diferencia del resto de seres vivos, en definitiva, aquello que nos hace humanos.

Quizás sea precisamente ello el paso que nos diferencia al hombre del chimpancé, tal vez asemejándose al paso que diera el primer anfibio en la tierra, ese paso que rompe la frontera entre la existencia y la Nada, el paso del mundo consciente al real, del presente a otros tiempos, el paso necesario para poder crear la memoria. Esa capacidad de abstracción nos etiqueta como humanos, demuestra como los simios son animales, algo más complejos desde luego, pero para nada humanos. Los rudimentos que abstraen no parecen poder ser considerados como pensamiento, nuestros poderes no sólo son mayores, sino mejor cualificados.

La lectura de la áurea obra de Ende pudiera parecer, muy apriorísticamente, una introducción a la Religión junto con una correlativa crítica a la Ciencia, nada más falso. Ende no deja de recordarnos que lo fantástico existe en un mundo, totalmente diferenciado, de lo científicamente contrastable. No hablemos de Dios, aunque la falta de religiosidad también se deba a ello, sino a cómo cada día los hombres pierden sus esperanzas y sueños en pro de la instrumentalización, la eficiencia y el dinero. El niño se caracteriza por pensar en lo etéreo, el adulto por ir por el camino de lo verdadero.

La Nada se inmiscuye por todos los contornos de nuestro, propio, mundo de Fantasía. Todos nuestros personajes fantásticos, paisajes, sueños, deseos, esperanzas… son absorbidos por el implacable torbellino de lo Real, pasando lo soñado a ser infame mentira. Lamentablemente, Gmork tiene razón, Fantasía se consume, no sólo en la trama del libro, sino en nuestras vidas. La mentira sustituye a lo soñado, el empirismo al pensamiento, la razón se camufla en el prisma, ocultando con su implacable manto, nuestro ojo interno, nuestra puerta a otros mundos, al de Fujur, Atreyu, Gmork y Morla, al de nuestros sueños y esperanzas, el de nuestros recuerdos, nuestros miedos, nuestras esperanzas. Fantasía no tiene fronteras, ¿cómo reducir su existencia pues, a la trama de un libro?
imágenes: fotograma de la película La Historia Interminable (1984) y unicornio de http://www.saraforlenza.com/Art/48/art_48.htm

domingo, 20 de mayo de 2007

Una historia realmente interminable

“Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas.”

Estas son algunas de las mejores palabras que he podido leer hasta el momento del clásico de Michael Ende: La Historia Interminable. No pudiera comprender el verdadero poder de la obra de no haber iniciado, aún siendo quizás algo tarde, su placentera lectura. Todo el cúmulo de circunstancias que ha precedido a la lectura del clásico no han hecho más que mitificar aún más un mitificado deseo. Los sueños, y acaso alguna pesadilla, antaño producidos por las adaptaciones cinematográficas de la historia fueron otrora monopolísticamente soberanos en mi mente. Fujur, Gmork, Atreyu o Morla no dejaron, en ningún momento, de ser personajes conocidos. Sus características sirviéronme de metafóricos juegos mentales. La amplitud de historias que se me derivarían de la película inundaría mi ocupación, en no pocas ocasiones, siendo reflejo de futuras expectativas y de algún que otro fantasioso sueño.

Cierto es que, como diría Gmork en la película, los hombres han empezado ha perder sus esperanzas. En un mundo de desigualdades y vorágines consumistas nuestras mentes, nominalmente maduras, detestan lo fantasioso estigmatizándolo con la consideración de infantil. Los sueños no dejan de ser, lejos de joyas originales de la imaginación, fantasiosas expectativas tan inciertas como equivocadas. No cabe resquicio alguno para el pensamiento libre sobrando espacio para el condicionamiento. La búsqueda del dinero nos aleja de lo sublime, no hace falta ser Petronio, pero la sátira de nuestro mundo acontece fácil y empíricamente reconocible.

La Historia Interminable no deja de dar juego al adjetivo. La idea de sus personajes que hiciera en mi Infancia evoluciona hasta el casi olvido de los momentos, apriorísticamente, maduros. Un arrebato de desobediencia al tiempo me ha llevado a coger el libro, antaño vedado por su extensión, tan querido como idealizado. Su lectura de repente me hace cautivo. Los vientos que soplan por mis espaldas parecen anunciar el acontecimiento. Javier por fin lee su libro, su esencia encuentra su mitad perdida en la infancia. De golpe, me percato de cómo la Madurez sea, posiblemente, ser consciente del paso de la Infancia recorriendo sus pasos a fin de encontrar huecos, vacíos a los que la acción de llenar nunca viene tarde, siendo maduro aquél que al hacerlo no se siente infantil, pero sí niño, acaso nene. Aquél que sabe comprender las emociones tal y como Ende las describe.

La desgracia de las adaptaciones cinematográficas se manifiesta desde las primeras páginas. Las recreaciones mentales de la interminable historia caen ante la infalible lapidación realizada por el libro. La fantasía encuentra meta, ve cómo los personajes, acaso en un principio mayormente infantiles, no coinciden totalmente. Ya desde el principio, comepiedras tiene nombre y al hombrecillo del caracol y el conductor de murciélagos se le une un hombrecillo denominado fuego fatuo. No sé si el ingenio del autor lo previó intencionadamente pero el lucero del nuevo personaje me ilumina mostrándome las diferencias entre mis visiones pasada y actual del asunto.

Fuego fatuo lleva una bandera blanca unida a su cuerpo al igual que los otros tres contertulios, símbolo de neutralidad y de Paz en un mundo en conflicto. De golpe irrumpe en la magna obra original un concepto como es el de guerra. Concepto ausente en la adaptación cinematográfica, donde todo estaba mayormente idealizado, no sólo por el director del filme sino también por las directivas de la Infancia. Más que a las imitaciones de teletubbies de la película los personajes acontecen más bién una alegoría. Veo más que a los Lunnies a Petronio y a Apuleyo con su Asno de Oro detrás. Ramon Llull, Fontaine o Perrault parecen ser imitados, el fuego fatuo se convierte en antorcha metafórica del cambio. La percepción del mensaje del libro me llega en el mejor de los momentos. El contraste entre la visión del filme frente al libro sólo encuentra equivalente en la analogía ficticia de la Madurez frente a la Infancia. Una placentera sensación se inmiscuye dentro de mis venas mostrándome los Misterios vedados de lo etéreo. La imaginación se quita el disfraz de lo inapropiado y vuelve a regir públicamente desde su trono encelebrado.

Es la virtud del descubrimiento hecho en buena época, la sabiduría de la enmienda y lo aleccionador del fallo. El vacío causado por la falta de lectura del libro madura en sano fruto. La sabiduría transmitida por la obra llega en un momento cumbre, en un instante donde acaso pueda ser mayormente comprendida. La explicación del fenómeno en una contradicción en los propios términos que caracterizan a la Fantasía pero cuento menos alcanzo a comprender mi objetivo de comprender lo seductor de la Historia. Esa seducción tan efectiva como oculta que durante tanto tiempo me ha impregnado. Más vale tarde que nunca, más vale recolectar la fruta tardíamente, cuando se viste de sabor y está bien madura.
Artículo publicado en la revista web: escribearte, número de agosto de 2007

sábado, 19 de mayo de 2007

Aquileia y los comerciantes judíos

Los antiguos decían ver en el árbol un signo de divinidad. Lo eterno de su existencia así como la magia de la renovación estacional del individuo, asemejaban ser una manifestación del poder del Divino, de sus dictados de equilibrio y de renovación. El árbol de la vida siempre ha sido una recurrente metáfora, ya sea como muestra de catártica renovación o como metáfora de asimilación de provecho. El maestro vegetal me aparece como metafórica alegoría de la civilización, de cómo las raíces de ese ente llamado Civilización se nutre del abono de culturas pasadas. Ese es el caso de la civilización, mal llamada, europea.

Uno de los sucesos más memorables de la Caída del Imperio Romano es la toma de Aquileia por los hunos. Se dice que ese fue el origen de Venecia, al resguardase las víctimas del azote divino en la laguna del Véneto. Obviamente no deja de ser una leyenda, ambas ciudades no sólo convivieron sino que también compitieron por la hegemonía de la zona y de su comercio. La crisis económico-social que imperó en la zona tuvo, inevitablemente, drásticas consecuencias para la productividad de la industria aquileiana. Siguiendo las fuentes, y sabios trabajos de la Hebrewhistory, constatamos cómo la ciudad era famosa por tener una de las colonias hebreas más populosas. Cual mercader de Venecia se tratara, Aquileia estaba poblada por esa especie de “raza”, gens o clase social denominada Siriani por los romanos, y que los estudiosos asimilan, en buena parte, a los judíos.

Expertos comerciantes, disponían del privilegiado beneficio de haber recibido, in personam, la herencia, en forma de cultural abono, mesopotámica y fenicia de saber elaborar mantos púrpuras con tinte de cochinilla, mantos de seda al más puro estilo chino y bellos cristales, lo cual sería todo un acontecimiento para la época. Pese a lo común de los objetos de vidrio en nuestra vida cotidiana, a lo largo de los tiempos el acceso a la técnica de los maestros cristaleros no sólo estaría vedado, sino que sería un misterio. Se cree que las antiguas civilizaciones mesopotámicas, una vez más, fueron las artífices del invento, siendo el pueblo hebreo guardianes del conocimiento, en tanto que semitas herederos de tales culturas.

Los maestros cristaleros, judíos, de Alejandría y Aquileia serían reconocidos a lo largo y ancho del Imperio. La gracia del disponer de tales tecnologías acentuaría el, ya existente, agravio de la envidia. Los judíos comenzarían a almacenar grandes fortunas con el negocio, y el resto a desearlas.

Antes del ataque de Atila a la ciudad, Aquileia ya fue pasto del antisemitismo por parte de los cristianos, devoto, más que de una presunta venganza por las maniobras de Caifás, de una profunda envidia por las exquisiteces de los éxitos ajenos. Des de luego que Aquileia no sería el origen de Venecia pero sí del cristal de Murano, muestra de cómo se crearía una nueva clase social en torno a los Siriani o judíos, así como fueron testigos de las primeras muestras de antisemitismo que se darían en Europa. Una vez más, el eficaz disfraz de lo religioso ocultó conflictos sociales y económicos.

El tiempo se encargaría, no siendo ello nada nuevo, de seguir el juego del soberano, haciendo el doble juego de disfrutar de la acción de dicha primordial burguesía dictando luego infames órdenes contra sus miembros. El Mercader de Venecia de Shakespeare sería un ejemplo, como también las arcas llenas de arena que el Cid cambia por oro a los banqueros judíos. Las poblaciones europeas, especialmente las españolas, serían perseguidas hasta la saciedad, debiéndose resguardar el pueblo judío bajo el techo de sus hermanos semitas, los árabes.

Alejandría y Alepo serían dos grandes centros hebreos, de la misma forma que lo fueron las grandes urbes partas y sasánidas por no hablar de la Tesalónica o la Constantinopla de los otomanos. El paradigma de los tiempos acontece un nuevo bufón respecto a nuestra época, el europeo perseguiría al judío que se acogería a la protección del musulmán, mientras que ahora los papeles, a juzgar por las acciones de algunos, parecen cambiar. No sé si será por la gracia del Destino o por la estupidez de nuestras psiques.

Reflexión yucateca

Hace cinco años que visité Mérida. Sus pálidas calles parecían remontarse a sus orígenes ibéricos, a un equivalente colombino de Guadix o Osuna. Puede que del observar se me encaprichara regalar a la imagen un toquecito de Compay Segundo y escenarios de un anuncio de ron caribeño. Su hermosura era tan grave como la de sus contrastes, de pobres a señores, de mansiones arruinadas a cabañas monumentales. Algunos atisbos de hispanidad recuerdo encontrar en el núcleo urbano, ante esa maciza catedral pétrea, cogida a lo sacro y los años. Pensaría que estoy en tierras pacenses de no ver la variedad de los rostros, el mestizaje yucateco bañado por la leche caucásica del europeo rostro, clímax de humanidad y de razas que se alza en un lugar complejo, monumento a lo variado de nuestra época.

No recuerdo ver ninguna play-station pero sí cómo los pequeños ruiseñores amagaban con ser Hugos Sánchez y Maradonas de los cenotes. Destellos de globalización irradiaban las pupilas de los críos, el ansia de bienestar, las ganas de no tener la comida fría. La eficiencia se les exige con ánimo de procurarles vestido en la hostil vida. No hay lugar para la tradición pero siempre lo habrá para los dólares. El yucateco habla maya, español, alemán y todos los lenguajes que el tiempo les requiera; no es que deseen abrir fronteras, pero sí darles a sus hijos un devenir más próspero.

Recuerdo cómo sus caritas y sus bucólicas chozas me remitían a pensamientos próximos a la reflexión política. A cómo iba a ser yo quién les quitara el teclado del ordenador y la licenciatura en Bellas Artes. Se me acontece que lo más selecto de los intelectos yucatecos desea prosperar en el competitivo mundo del conocimiento. Quizás quieran un master, una beca para pagarlo y un viaje a un resort en el que poder descansar con su cónyuge.

Alto. ¿Dónde estaba mi respeto por los indígenas? De golpe me percaté de que me dirigía a Uxmal, o quizás a Kabah, pero el caso es que iba a experimentar el éxtasis maya, la observación del templo serpentino y de los mascarones del lluvioso Tlatoc. Constaté como esas gentes eran sus descendientes, los guardianes del tesoro maya, de su lengua y del acerbo de sus costumbres. Es curioso. En Chichen Itzá descubrí que existe un campo de pelota, la canasta se hallaba en horizontal y el estadio compuesto por dos encarados frontones. La recreación parece curiosa, pero los regates representados no eran ni a lo Pelé ni a lo Maradona.

El niño tiene al ídolo globalizado, no conoce a Moctezuma ni a Diego de Landa, si acaso habrá oído hablar de Ronaldinho y de las alturas de los rascacielos. Quizás haya soñado con disponer de una suite a doscientos metros del suelo, con diplomas de Harvard enmarcados en plato y oro. Se me ocurre que posiblemente se vea casado con un sucedáneo de Scarlett Johanson, rubia cuidada, dada a las malas artes de lo fashion. No, no puede ser, el yucateco no parece estar por la labor de reivindicar su esencia maya, seguramente desee escribir un blog a invocar a Kukulkán, quizás sueñe con ir a la Universidad antes que a una manifestación antisistema. Seguramente reflexione acerca del egoísmo del privilegiado, de aquél que deterioró su tierra, del que vive en una orgía devota del consumo y del contamino, luego existo. Es impactante, el indígena acontece cordero globalizado, objeto de fantásticos sueños acerca de mundos mejores, mayormente equilibrados, donde el paternal europeo o norteamericano de turno no intente enseñar al yucateco lo que a ellos jamás les enseñaron.

viernes, 18 de mayo de 2007

Starcraft o sobre el regreso de un compañero

Una gran noticia parece avecinarse. A juzgar por las noticias difundidas por los infalibles medios “blogianos”, parece ser que el 19 de mayo, es decir, mañana, está prevista una presentación por todo lo alto en Seúl del nuevo invento de Blizzard (confirmado, Starcraft II ya es oficial!, en taro adun amigos!). La verdad es que es algo que siempre he estado esperando desde hacía tiempo. Dudaba mucho de que Blizzard dejara de utilizar esta “franquicia” y todos los ingresos que el juego genera. Recuerdo cómo, ya hace 9 años, el juego me enamoró de tal forma que más que adicción mi atracción por la computadora bien pudiera haber sido calificada como una enfermedad, una obsesión o un primer amor correspondido.

La originalidad de la trama y de los personajes me trasladaba a un mundo imaginario, mayormente fantástico por el hecho de utilizar la versión inglesa original del juego. Lo incomprendido de la lengua de Shakespeare era suplido por mis sueños de turno, la historia se personalizaba con mis pesares, sueños e inquietudes. Tassadar más que un héroe acontecía como un ser que encarnaba mis deseos, mis ansias de tener un papel relevante en el Mundo, de situarme en la dinámica, hostil y competitiva, de lo cotidiano. Luego estaría Zeratul, el templario tétrico, marginado de los de su raza por sus ideas, por sus pensamientos; su estatus era invocado por mi esencia, me identificaba con la marginación de lo original, con la encerrona en mi mismo, mis preocupaciones y mis sueños. La habitación se convertiría en prisión, el videojuego en anzuelo. Sin embargo lo logrado de la trama me servía de molde con el que fantasear, avivar mis neuronas y opinar sobre la Vida, ¡qué bueno fue no tenerlo en castellano!

Los personajes de la trama parecen cumplir, a raja tabla, los requisitos de todo gran éxito: una relación de amor (Kerrigan y Raynor), un idealista sacrificado (Tassadar), malvados ansiosos de poder (Aldaris y Mesgk). Una cosa tan apriorísticamente infame como la creación de un videojuego se me transmuta, ahora ya con más años, en la materialización presente de una gesta épica. En lugar de argonautas nos encontramos con zergs, mientras que por las llanuras de Char o de Tarsonis no corretea el Cid Campeador sino hidraliscos y marines. Las batallas son igualmente desproporcionadas, por cada fáctico, o probable, contrincante surgen media docena, y por cada muerte individual un genocidio.

De golpe mi pensamiento amaga con mostrarme una nueva enseñanza, constatar cómo mi generación es adicta del videojuego galáctico o tolkeniano asemejándose, quién lo iba a decir, a sus cultos antepasados. Warcraft acontece Curial y Güelfa y Starcraft Tirant Lo Blanc, las nuevas novelas caballerescas están dotadas de los chips de la computadora y no de las letras del escriba maestro. Más que de retroceso quizás debamos hablar de diferencias, de cómo el mundo del ordenador va trasladando al del papel y la grafía, de cómo el cybertrabajo vence a la producción escrita.

Ni mejor ni peor, sencillamente diferente. La ignorancia al cambio trae malas consecuencias, quizás la problemática de los violentos videojuegos venga más de nosotros mismos que de sus creadores individualmente. Qué peligro tendrían los juegos de guerra si éstas no existieran, qué inconvenientes pudieran tener los simuladores de gansters si el crimen no existiera. Yo contesto, el videojuego pasaría a ser fantasía y no fantástica visión del empírico medio. El protagonista sería personaje y el peligro alegoría. No sé, yo tampoco creo haber sufrido graves daños por tal fuente de entretenimiento.

Starcraft acontece como un remedio para aburridos ratos, una panacea contra el Dios aburrimiento que impregna, en no pocas ocasiones, lo mundano haciéndome soñar en otros planetas para abstraerme de los males del nuestro. Lo reconozco, juego a videojuegos, no es que sea ningún mal, ni significa que no lea o no escriba redacciones en estos medios, simplemente que soy miembro de una generación, la del Starcraft y el ebook, del emule y del Messenger, del mp3, el Ipod y el ordenador portátil. No me culpen por ser joven, por gustarme el Stracraft, simplemente es que soy de la generación, no de la Quinta del Biberón, pero sí de la del Videojuego.

jueves, 17 de mayo de 2007

Córdoba: la ciudad agraviada

Durante el pasado artículo hablábamos de “perdón impropio” o “urbano”. Poca duda cabe de que el mismo, más que a la bondad de sus actores, se refería a cómo los conquistadores de otras civilizaciones acertaron en asimilar los restos de su conquista, especialmente alzando su capital donde siempre estuvo la metrópolis de la zona. Decíamos que las gentes cambían pero la idoneidad de los espacios continuaba, poníamos como ejemplo a Ciudad de Méjico y Estambul, obviamente objeto, ambas, de pocos perdones y raros actos de misericordia, pese a perfeccionarse aquello que llamo “perdón urbano”. Fijémonos en Estambul, Santa Sofía se ve multiplicada en las siluetas de la Mezquita Azul o la obra cumbre de Sinán, Suleymaniye. El conquistador turco no borró el acervo anterior sino que, como grato agricultor, supo escoger el abono idóneo para hacer brotar su magnánimo árbol en los escombros de su conquista anterior. La Corona Hispánica amagó con hacerlo con la capital azteca, si bien serían los años quienes perfeccionarían el ejemplo mejicano creando un gran país basado en la simbiosis de razas y de culturas. Estambul sería otro ejemplo, al menos en su etapa de esplendor, sin embargo, España, o mejor dicho, la Corona Hispánica no aprendió la lección para sus propios fueros.

En el lenguaje político actual es común hablar de agravios y de derechos históricos. Hablar de la frustración inherente al nacionalismo y de reivindicaciones económicas disfrazadas en argumentos históricos. No obstante, ante el ridículo de dar la razón a Cánovas del Castillo y de aceptar que es español quien no puede ser otra cosa, seamos críticos, a la vez que realistas, y constatemos cómo el llamado Imperio no fue nada más que una suma de intereses administrados de la peor de las maneras.

Si existe ciudad agraviada en nuestra geografía esa es Córdoba. Capital omeya del esplendoroso Al-Ándalus, llegó a ser una de las ciudades más pobladas del mundo con su medio millón de habitantes. Maimónides y Averroes sólo serían parte del legado que dicha ciudad dejaría al mundo, y en especial a España. Averroes, por poner un ejemplo, fue el “culpable” principal, junto con Avicena, de que el pensamiento islámico se acercara al griego permitiendo que en la escuela de traductores de Toledo fueran traducidos los clásicos greco-romanos, en buena parte perdidos, tal y como llegarían a nuestras bibliotecas. Debemos constatar cómo Maimónides era judío, sí, esa religión tan, “a priori”, genialmente expulsada por los Reyes Católicos. No lo sé, la verdad, pero parece claro que ese fue uno de los motivos del derrumbe del Imperio.

La Conquista de las Américas fue más devota del acervo andalusí heredado que de las pautas asimiladas por una presunta pertenencia a Europa. Hasta los Reyes Católicos, tal parte de nuestra geografía había formado parte de una misma comunidad de destino con todo el norte de África, e incluso, con el Oriente Próximo. Ello no sólo en base a la pertenencia al mundo islámico, sino en la anterior pertenencia, igualmente, al Imperio cartaginés, romano y bizantino. No hagamos demagogia de la Historia, los Reyes Católicos más que crear España la separaron de sus raíces, tanto hebreas como musulmanas, dejando un país unificado en la intolerancia frente a la estabilidad del trípode.

A todo ello Córdoba sería perdida. También lo sería Medina Azahara y toda la región de Andalucía, dejándose como pasto para hidalgos y reyezuelos que acabarían imponiendo, frente al crisol de civilizaciones, la cultura del caciquismo. Andalucía alcanzaría unas cuotas más próximas a lo infame que a lo excelso. El espejismo de una Sevilla esplendorosa tapó la ineficacia del crimen cordobés. El éxito del Estambul de los otomanos no fue imitado por los españoles con Córdoba sino que fue caricaturizado. Se privilegió a ciudades, hasta entonces casi ignoradas, quitando la primacía de urbes antaño metrópolis. El califa abandonó su trono para dejárselo al olvido y al agravio. Quizás los problemas no vengan de antes de nuestra ficticia entrada sino que se generaran con nuestra, fácticamente, falta de éxito. La negación de nuestro pasado sería comportamiento más próximo al integrismo que al nacer de un Imperio, Roma no nos enseño nada, ni el enemigo otomano tampoco. La asimilación del Reino desbordó las fronteras de lo conveniente acabando con el tesoro de nuestro acervo. Creo, humildemente, que el Imperio no empezó el 1492 sino que en esa época el virus de lo propio, del integrismo, y la frustración frente a lo “aparentemente” ajeno infecto a nuestro Destino, acabando con el noble sueño del crisol, y quien sabe si generándose el actual abismo entre civilizaciones.

miércoles, 16 de mayo de 2007

El arte del Perdón: una visión militar

La batalla entre lo moral y lo práctico encuentra manifestaciones desde los más primordiales actos de nuestra vivencia como especie. La compaginación entre lo justo, lo moralmente justificado con lo eficiente, económico, o meramente utilitario se nos acontece en tanto que balanza multiusos apta para fines diversos. El Perdón es un ejemplo, pese a estar conceptuado en torno a ideales de bondad y gracia, no deja de ser un acto vestido, acaso inevitablemente, de tejido utilitario. Parafraseando a De Quincey no es que vayamos a ver el arte del asesinato sino lo artístico, y utilitario, del perdonar a tiempo. Una vez más, naveguemos en las generosas aguas de lo trascendente dejando lo infame, o cuanto menos más cotidiano, para hacer referencia a cómo el Perdón ha pasado a lo largo de la Historia de ser en muchos casos beneficencia a ser en otros, menos pero acaso más paradigmáticos, herramienta de actuaciones belicosas, violentas, y desde luego, cuadros pintados a base de sutiles estrategias.

En la ambivalente cara de lo político el perdonar no sólo es común sino que acontece, en no pocas ocasiones, como necesario. No sólo nos referimos a alianzas o coaliciones de turno en las Cámaras de Representantes, o para formar Consejo de Ministros, sino también a actos más encarnizados, próximos a batallas, conquistas y fundación de Imperios, Países y Estados. Mis gustos, irremediablemente, condicionan mi visión dando al asunto una óptica romana.

Viajemos en el Tiempo, constatemos cómo las Guerras Púnicas no fueron más que guerras entre dos grandes potencias: Roma y Cartago. Quizás Roma ni tan siquiera fuera la más poderosa pero acabó venciendo. Supo perfeccionar las maniobras adecuadas en el momento oportuno. Escipión, a la sazón llamado “El Africano”, maniobró de tal forma que venció a las huestes cartaginesas, por más que la posterior destrucción de Cartago fuera inevitable. Nos hallamos ante un perdón “impropio”, Roma “perdonó” creando una gran Cartago romana, lucero del Mediterráneo junto con Roma, Constantinopla, Antioquia y Alejandría. Ésta última fue desplazada por El Cairo con la conquista musulmana y el régimen de los fatimíes.

Cartago será una urbana potencia, tanto en época romana (puerto y granero de inexcusable importancia) como en época bizantina. Genserico y sus vándalos zarparon a saquear Roma desde allá, al ser un puesto óptimo para planear invasiones y maniobras de grandes expectativas, sin embargo, analizando lo que de verdad nos interesa del tema, Cartago acontece un monumento al Perdón, al cómo un Imperio se sirvió de las cenizas de su archienemigo cartaginés para consolidar su dominio en la región y crear un próspera y maravillosa reina entre las urbes.

Alejandría fue un ejemplo de lo contrario. No creo que sea mera casualidad que El Cairo no conociera períodos de esplendor como el Helenismo de la ciudad porteña. Los hombres cambian mientras que los espacios, al menos a corto plazo, permanecen. Lo bien situado lo es siempre y quien tuvo, retuvo. Roma fue catedrática en ello, lo comprendió, siendo imitada por España, no en el caso de la Córdoba musulmana sí en las Américas, y el Imperio Otomano en sus conversiones de Tenochtitlán en Ciudad de Méjico por los primeros y de Constantinopla en capital del Imperio de los sultanes y los serrallos por los hijos de Osmán. Este perdón impropio, llamémosle urbano, ha sido muestra de sana elección, matrona de imperios. No obstante, no debemos de dejar de encarar el Perdón en vertientes aún más embeleicidadas.

Situémonos en las llanuras que rodean las ciudades de Troyes y Chatres, en la actual Francia. Allá se manifestó el mayor monumento al Perdón interesado en tanto que herramienta militar. El sabio estratega romano Aecio supo, en el momento clave, “perdonar” a las huestes hunas al mando de Atila. Los divulgadores sin sentido y demás historiadores baratos han visto en ello restos de una antigua amistad entre ambos líderes, dado que Aecio fue rehén de hunos y godos durante su infancia (práctica habitual en la diplomacia de la época). Ello no sólo no tiene sentido, Aecio es en torno a una docena de años mayor que el huno, sino que sirve para camuflar endiabladas maniobras militares vestidas de caridad cristiana.

En tanto que Imperio paradigmático, Roma disponía de sus “servicios secretos”, diplomáticos, espías y negociadores de turno, Aecio era un experto maquinador. Sabía que el Emperador de Occidente, y más que nada su madre Gala Placidía, le odiaban por antiguos politiqueos. Aecio perdonó a Atila porque confiaba en ser el único que podía pararlo. El “último de los romanos” era conciente de que los hunos podían ser lanzados contra las tropas germánicas, invasoras de turno.

Todo lo explicado, más allá de la pesadez del relato, intenta ser un tributo a la bella arte del Perdón, a cómo las aparentes bondades de la Gracia y del Don pueden mutar en la perversión en lo malvado y maquinado. En cómo perdonar, más que un sagrado mandamiento, ha sido, y es, en muchos casos, un disfraz en el que esconder maniobras que pretender seducir a esa gran ramera, llamada Poder.

martes, 15 de mayo de 2007

Dilophosaurus y la calumnia paleontológica

Existen conceptos que asustan al más esquivo de nuestros miedos. Quizás por determinismo genético, o por mera adaptación natural, ante ciertas representaciones nuestro cerebro siente recelo, miedo, pánico o acaso disfraces de congénitas fobias. Normalmente lo peligroso y lo desconocido visten de horrendos harapos nuestras peores pesadillas. Cierto campo semántico permanece inmune a la imaginación de cada cual, metiéndose en lo predeterminado de nuestras mentes, cómo si de un biológico antivirus se tratara. Umberto Eco ya habló en su momento de la “belleza de los monstruos” de cómo el hombre representa bajo ciertos parámetros, constantemente, aquello que teme. Obviamente el conocimiento incide en el desconocimiento generando miedos donde antaño no los hubo. El albedrío del trivial conocimiento de turno siempre se decanta hacia la opción más sensacionalista y estrambótica. Quién sabe si no será que nuestro cerebro tiene un persistente afán de buscar impulsos materializados en misterios e ilusiones. Pongamos, quizás redundantemente, el ejemplo de los dinosaurios. Es empíricamente contrastable cómo nuestra representación del ser saurino siempre se decanta más hacia el lado de legendarios dragones que del de los actuales lagartos y varanos. Quizás como tributo a un miedo que me atormentara durante mi infancia pasada, quisiera hablar del Dilophosaurus. Debe ser una manifestación radiante de afrikada naturaleza, sin embargo, fue tal bestia la dueña de buena parte de mis pesadillas, más que el hombre del saco, los gremlims o Ckucky y demás efebos diabólicos. La verdad es que no deja de ser un ejemplo paradigmático donde, injustamente para el momento, el Dilophosaurus fue representado como un envenenado asesino y no como un carroñero. Jurassic Park fue en este caso, al igual que en muchos otros, un engendro de la imaginación, donde el animal pareciera más un clamidosaurio que no un habitante de principios del período Jurásico. No obstante constatemos cómo el spilberiano espécimen reúne los dientes afilados del más pavoroso carnívoro, el veneno y semejanza de la más viperina de las reptantes bestias así como la inteligencia del más rocambolesco de los psicópatas posibles. El Dilophosaurus acontece como mártir de nuestros miedos y demás neuras. Quién sabe si con afán de reírse de nosotros, el azar del devenir de los tiempos nos mostraría que Dilophosaurus fue un terrible cazador y no un infame carroñero: sus mandíbulas demostraron ser más fuertes de lo que a priori acontecían, perfeccionándose, no por primera vez, una, tan paleontológica como injustificada, calumnia científica.

lunes, 14 de mayo de 2007

El fantasma del Basileo

El Bajo Imperio Romano se caracterizó por ser carnaza de graves escaramuzas eclesiásticas entre los patriarcas de las diversas metrópolis del Imperio. Alejandría, Antioquia, Cartago, Constantinopla y Roma se discutían por ostentar el centro del mando en lo sagrado, pues en lo terreno aún mandaba, ni que fuera nominalmente, el Basileo de turno. Roma defendía sus aspiraciones en base a su eterna consideración y al supuesto mandato de San Pedro, mientras que Constantinopla, como gran adversaria, se oponía alegando que era ella, y no Roma, la ciudad púrpura o capital del Imperio. Las rencillas, que no dejaban de ser riñas interregionales, detonantes de graves tensiones que ayudarían al auge del islamismo a lo largo de sus fronteras del sur, no se soldarían en toda la vida restante del Imperio llegando hasta la actualidad.

El día en que el cardenal romano Humberto da Silva depositó la sentencia de excomunión dirigida al Patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, no dejó de perfeccionarse la crónica, valga la paráfrasis, de una muerte anunciada. El Cisma no era más que la meta de una carrera de despropósitos que no sólo crisparían a la sociedad sino que también debilitaron las huestes cristianas ante el futuro enemigo. Sobrepasaría muchísimo la voluntad de este artículo el explicar los motivos concretos que llevaron al Cisma de Oriente, sin embargo, valga constatar cómo la controversia teológica filioque (objeto de estudio, aún hoy en día, por Benedicto XVI) no fue nada más que la gota que derramó el vaso.

Antes Focio, patriarca de Constantinopla (quien hablaba como un santo para maniobrar como un diablo) en torno al año 850, ya había sido excomulgado por negarse a acatar la superioridad del obispo de Roma, o mejor dicho en el terreno de la fáctico, del Imperio Carolingio. Carlomagno y el Emperador Bizantino entablaron hostilidades por cuestiones, tan importantes en la época, como determinar quién era el legítima sucesor del Imperio Romano, si bien, con cierta rigurosidad técnica, los bizantinos siempre alegarían que para abrirse una sucesión, valga la floritura, siempre será necesario un de cuius, es decir, un muerto, fenómeno no acaecido al no caer Constantinopla hasta 1453 en manos de los turcos. Roma existía, cambiada por los tiempos, en los bizantinos, también llamados, no sin ser ciertamente expresivo el vocablo, rumíes.

La caída de Constantinopla no hizo nada más que acentuar la falta de liderazgo existente en la mitad oriental del Imperio. Con la caída de la ciudad púrpura la endeble resistencia bizantina, sita en la Nueva Esparta, más conocida como Mistras, no supo resistir el envite turco pese a dejar testimonio de la nueva circunstancia, la fe ortodoxa sería, en lo sucesivo, salvaguarda por Grecia y sus sueños de una grande, y unida, Hélade. Sabido es que los turcos tomarían Grecia, a la vez que Serbia, Hungría o Rumania, sin embargo, en los montes de Meteroa, grandes ofensas al vértigo cristalizaron en forma de gráciles monasterios, quizás queriendo saludar al viento o recordar, quién sabe si en turco, que en ellos merodeaba el fantasma del Basileo.

Obviamente la Hélade no sólo no surgiría sino que acontecería como un mero sueño nacional, es decir, emgarzado en el cetro de las ideas y de la metafísica. Ni el César resucitaría ni Estambul volvería a ser Constantinopla. El patriarca de la urbe sobreviviría, hasta nuestros días como institución, pero el mando permanecía, no ya tanto en Grecia, sino en la poderosa Rusia. La centralización del poder en bajo el Sumo Pontífice católico no conocería correlativo en la mitad romano-oriental con la caída del Señor de Bizancio. Los monjes de Meteora fueron conscientes de ello resistiéndose, no sólo antaño a los turcos, sino más recientemente incluso al gobierno griego. La hazaña legendaria de conquistar los cielos encontró un sucedáneo moderno en la victoria acaecida ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

No deja de ser bien explícita la sentencia Monasteries v. Greece (case 10/1993/405/483-484)" al afirmar que se vulneraba el artículo relativo a la defensa de tutela judicial efectiva al no considerarse que los monasterios (Holy Monasteries en la Sentencia) no estaban representados por el Sínodo de la Iglesia Griega cuando éste y Grecia firmaron un acuerdo relativo a la cuestión. Tal sutileza del Tribunal, y del ámbito jurídico, más allá de determinar el derecho real o “in rem” de los monjes sobre sus monasterios, (así como la aplicación del artículo 1 del Protocolo número 1 de la Convención de Roma de 1950) dejaría constancia, en las páginas de lo moderno, de cómo la Iglesia Ortodoxa, frente al centralismo Occidental, continúa dispersa y de cómo la unión entre ambas iglesias acontece necesaria desde el momento en que ambas pierden, por momentos, prerrogativas fácticas en un mundo, afortunadamente, cada día más secular y falto de necesarias tutelas. No obstante, mientras escribo este extraño engendro, vestido tanto de artículo como de comentario, los monjes siguen residiendo en Meteora, ganando recursos al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, rezando a lo filioque, y tal cez, custodiando el fantasma del Basileo.

sábado, 12 de mayo de 2007

Parábola del tiranosaurio y necesidad del Derecho Penal

Estudiando a Roxin, Mir Puig y demás grandes de la dogmática penal constatamos cómo la conducta delictiva, en ningún caso, deja de pertenecer, per se, al espectro de conductas posibles por el grueso de los mortales. La verdad es que es un poco desalentador. La Maldad no deja de incardinarse a la Realidad, eso me suena a la dualidad existente en buena parte de las religiones del mundo: Dios frente a Satán, el Ying y el Yang, o al zoroastrismo de aqueménidas y sasánidas, con Ahura Mazda frente a Ahriman.

Los opuestos se mutan en lo real. Quizás nuestras conductas no puedan ausentarse de tal acontecimiento. ¡Lamentablemente, qué se le va a hacer! Ello nos llevaría a reflexionar sobre la utilidad, o no, de las diferentes medidas de nuestros sistemas, ya sean preventivas o punitivas. Lo que parecer claro es que es imposible alcanzar la utópica sociedad de los ángeles donde no imperen las sanciones. Sin embargo, desde mi óptica naturalista, me gustaría reflexionar si la maldad más que una opción, o perturbación, no acontece más bien como una, provechosa en algunos casos, forma de vida.

No me estoy refiriendo a las malas artes de aquellos que detentan del Poder, ni a Maquiavelo, sino cómo, quizás por evolución, existen gentes y especimenes ligados al tren de lo malo para poder medrar en este hostil Mundo. Puritanamente, pudiera llegarse a defender la maldad en la depredación, nadie en su sano juicio se atrevería a justificar la acción de un tigre comedor de hombres como un mero acto de supervivencia. Lo malo de la caza, o de la cría para la alimentación, bien pudiera justificar prácticas vegetarianas, más próximas a lo jocoso que a lo necesario o inteligente. Qué se le va a hacer, nosotros pertenecemos a un Mundo que se basa en la Dualidad dónde a veces llueve y nos mojamos y otras hace Sol y nos secamos, no son palabras vagas sino un tributo a la Realidad.

Sin embargo, lo ruin y malo de lo delictivo no es específicamente humano en cuanto a su perfección. Bien pudiéramos hacer, mentalmente, la ficción de trasladar nuestras pautas morales a un ecosistema salvaje como la sabana africana. Podríamos constatar cómo el león acontece como la especie más admirada, cuando es la menos efectiva en la caza y la más dada al robo, a otras especies, de preciadas piezas. Ciertamente, hienas y licaones (o lobos pintados) son más efectivos en la caza, por lo que el rey felino muchas veces se dedica al robo, con el ahorro de calorías y suministros energéticos que ello conlleva.

Ya se daba en el mesozoico, el Tyrannosaurus Rex parece haber estado especializado en el robo de presas cazadas por otros depredadores más efectivos que él (dromeosáuridos principalmente, es decir, especies afines al Velociraptor). La falta de efectividad del saurio venía compensada por la maldad del acto. No sólo no está prohibido todo ello en una “comunidad” ajurídica sino que se perfecciona, ahora y en el Pasado, en todos los reinos donde ello ha acaecido. No por voluntad sino por necesidad del imperio de la dualidad y de las normas de la naturaleza.

¿Ante ello cual debiera ser nuestra posición? Creo que simplemente debemos de ser conscientes de la existencia de lo dual, de la esencia de nuestras vidas, de ver cómo, y eso dicho por un proyecto de civilista, el Derecho Penal acontece como una de las mayores contribuciones para nuestra especificad humana. Son pautas para ahuyentar a los fantasmas de lo violentamente cotidiano, sin embargo, y muy a mi pesar, la guardia y un mínimo de disciplina acontecen inexcusablemente necesarios desde el momento en que al Mal se le puede espantar pero, jamás, erradicar.

domingo, 6 de mayo de 2007

Esa herejía llamada usura

Lo tópico y sensacionalista tiende siempre a ocultar lo real y cotidiano, la explicación es tan simple como biológica. Sólo lo extraño llama nuestra atención, tendiéndose a reducir nuestra curiosidad a su singular análisis pasando de largo del resto. De lo común nos cansamos, nuestra vida cotidiana nos hace despreciar aquello semejante a lo propio o a envidiar lo que funciona mejor cuando es producto ajeno. Nuestras instituciones tienden a ser dogmas inquebrantables, descubrimientos mundiales que superan lo que antes pudiera haber sido descubierto por culturas alternativas, en definitiva, por otras civilizaciones.

No sería correcto hablar del descubrimiento de la beneficencia, no sólo por creer que es una opción, presente desde siempre, dentro de las conductas de nuestro espectro de posibilidades de actuar, sino por las dudas que se me acontecen de que, cuanto menos en Occidente, tal institución se hubiera conocido en algún momento. Bien sabido es que en tiempos del Imperio Romano los poderosos repartían alimentos en los grandes acontecimientos, o que la conciencia de algunos ricos les obligaba a subvencionar proyectos ajenos. Ciertos actos benéficos serían prestados por la Iglesia, obviamente, pero no siempre altruistamente.

No acabo de entender el carácter netamente benéfico de los Montes de Piedad. Su sino era prestar dinero a cambio del empeño de ciertos objetos de valor como garantía, en definitiva, constituyéndose un derecho de prenda. Bien. Creo no ser excesivamente necio alegando que el altruismo consiste en la absoluta devoción por el bien del ajeno, no siendo adverso a la reducción de tu patrimonio, sino más bien proclive a ello, si es lo inexcusablemente necesario para el bien del otro. No es que me identifique, sinceramente, con tal noción pero al menos no me tildo de benéfico. Posteriormente, la bondad de los Montes de Piedad pasará a ser la bona fides de las Cajas de Ahorro.

Su origen protestante no impidió que se establecieran en terreno continental, siendo las alemanas (de Brunswick y de Hamburgo) las primeras. El cobro de un interés va en contra no sólo del altruismo puramente, sino de la literalidad del, antaño nominalmente soberano, texto bíblico. Curioso pero cierto. ¡La herejía se hallaba en los cataros y no en las cajas de ahorro! Serán más peligrosas las extravagantes misas de algunos que las maliciosas jugarretas del Maestro Dinero. No lo sé, ni lo entiendo, pero seamos al menos congruentes.

El tópico amaga cebarse, de nuevo, con el mundo islámico. La Maldad de las Arenas resulta tener establecida una institución más rigurosa, y congruente, con lo que significa beneficencia. Dar es ayudar al prójimo sin esperar nada a cambio. Algo así, frente a los Montes de Piedad cristianos, se creó con la institución del waqf. Semejante a las fundaciones (pero a saberse, sin intenciones menos propias de la moral que del ámbito de lo tributario), los waqf consisten en dejar un patrimonio afecto a una finalidad pía, ya fuera para financiar construcciones y obras religiosas o para mantener a los pobres. El trato de favor frente al necesitado acontece obra de sumo valor a ojos de Alá, al igual que ante el Dios cristiano. La diferencia está en la usura, en la congruencia entre ideales y actos.

Paradigma del waqf serían obras de soberanos como la del imaret de Jerusalén. Tan altruista acto fue llevado a cabo por Roxelana, querida de Solimán el Magnífico y consistió en dejar un generoso patrimonio para la construcción de un complejo religioso y de un gran imaret, o lo que es lo mismo, una gran cocina en la que preparar el alimento para los pobres. Obviamente, en Occidente la caridad se llevó a cabo por otros derroteros, si mejor ni peores, si acaso equivalentes. La institución del waqf llegaría a desnaturalizarse convirtiéndose, en muchas ocasiones, en el conocido como waqf familiar o equivalente islámico del fideicomiso.

No obstante, siguió sin engendrarse la hipócrita esencia de las Cajas de Ahorro. Será que el Islam no sea tan malvado, ni Occidente tan excelso, o simplemente que estamos ante el Mundo globalizado del mercader avaro y no del hombre, valga la redundancia, humanizado.

sábado, 5 de mayo de 2007

La Celtiberia

Artículo publicado en la revistal El Cantón (revista de la Asociación Cultural de Amigos de Anguita), edición del verano pasado (publicado por la web: http://soria-goig.com/arqueologia/celtiberia.htm):

Es difícil encontrar un término más actual, polémico y con semejante vago contenido que el de nación. Presunta vital esencia de la personalidad de unos, inmisericorde moscardón cansino para el resto, no son pocas la disputas interpersonales e interterritoriales provocadas por la irradiación de un término, ficticio como el que más, que en no pocas ocasiones oculta intereses que le transcienden. Si acaso habláramos estrictamente de naciones, ningún sentido tendría ello si nos situamos fuera de la Edad Industrial, no obstante, si de hecho hacemos referencia al concepto de región-territorio, espacio en el que habitan gentes con unas costumbres afines en función de las características de un medio determinado-peculiar que hacen de todo el conjunto algo endémico, algo propio, no cabe duda alguna de que la Celtiberia es uno de esos territorios, y si acaso, el menos reconocido de todos.

Por Celtiberia podríamos considerar a un considerablemente grande pentágono que podría tener como vértices las poblaciones de Soria, Calatayud, Daroca, Molina (con toda la zona del Alto Tajo) y Sigüenza, polígono al que habría de sumarse dos complementarias porciones que serían: el oeste de Segovia y el sureste de Burgos. Así pues alrededor de estas 5 villas (escogidas por su significativo peso histórico y demográfico) se puede observar como se reúne un territorio caracterizado por el terreno montañoso (Sistema Ibérico), las extremas temperaturas tanto invernales como estivales así como por la presencia de gentes, pastoras y agricultoras en su mayoría, que “abarren” los platos y no los rebañan o que acaso les quedan muchas veces, después de opíparas comidas “pretes” los pantalones que no ajustados. El nombre vendría dado por las beligerantes tribus celtíberas que antaño poblaran estas montañas, gentes audaces, y brutas como las que más, que consiguieron firmar episodios dignos de la mejor prosa como la resistencia de Segontia o la más conocida toma de Numancia.

Ante todo, el celtiberio estaba hecho para la celtiberia en el sentido de que los ritos – costumbres que de ellos nos han llegado están estrictamente relacionados con las peculiaridades de nuestro ecosistema. Por poner algún expresivo ejemplo, no construían grandes templos, sino que adoraban los sagrados bosques, o las abundantes cuevas de la zona, qué decir que el gran coloso guardián de la región, el Moncayo con sus 2.315 metros, era tratado como una divinidad más dentro del naturalista panteón celtíbero, igualmente asignaban misiones divinas a seres típicamente esteparios como los buitres, a quienes solían brindar sus cuerpos difuntos para que fueran alzados al cielo estrellado donde moraba Lug, dios de la luz.

A diferencia de otros pueblos como romanos, egipcios o babilonios, los celtiberos no conocieron la noción de estado/imperio puesto que se agrupaban en tribus como la de los lusones, nombre que nos recuerda a los vecinos términos de Luzaga (lutia en el mapa) o Luzón[1]. Por otra parte, la famosa canción, tal vez himno de Anguita (aquella que afirma que bebiendo nos conoce hasta el Papa…), ya parece haber sido conocida por estas gentes como testimonia la elaboración de cerveza de trigo (caelia) producida en la región[2].

El término alrededor del que se configuraba la presunta identidad celtibera tradicionalmente ha sido el honor. Se trataba de gentes sin miedo a la muerte, y que de hecho acudían al suicidio como herramienta para evitar bien un futuro crudo por las insalvables dificultades de la avanzada edad, bien como respuesta ha no haber sabido defender a su líder muerto por el enemigo, todo ello en virtud del pacto que contrajeran con las divinidades infernales, la conocida como devotio iberica. No obstante, pese al nexo inquebrantable con el honor existente en este pueblo, más claro parece que a aquello que mejor respondían, al igual que cualquier ejemplar de la especie humana, era al dorado material hacedor de la felicidad, ya que como dijo Woody Allen: “el dinero no da la felicidad pero produce una sensación tan parecida que sólo un auténtico especialista podría reconocer la diferencia”. Tal conclusión se desprende del hecho de que a semejanza de sus vecinos iberos, formaron parte del ejército invasor, ya fuera romano o cartaginés, como tropas auxiliares de incalculable estima por su fiereza y adiestramiento en la denominada, guerra de guerrillas.

Los celtiberos no llegaron a tener conciencia alguna de pertenecer a una unidad mayor que la de la tribu, sin perjuicio de que en episodios puntuales, como el archiconocido de la resistencia de Numancia, algunas de sus tribus llegaran a aliarse. De hecho, la norma general era la guerra entre las diferentes tribus con el sino de incrementar los escasos recursos propios de un tierra dura y apta solo para los más fuertes. La falta de pertenencia a algo mayor fue heredada por sus presumibles descendientes, nosotros, no habiendo menor constancia de movimiento alguno a favor de una presunta región celtibera. De hecho hay quien afirma que lo mejor que ha ocurrido a nuestra región “celtibera” es que ha nadie se le haya ocurrido defender una presunta nacionalidad celtibera, siendo algo, a mi ver, realmente cierto en tanto la improductividad de la discusión de términos más propios de la metafísica como identidad, derechos históricos o nación, no obstante, sí que parece ser evidente que la región celtibera, en buena parte el posterior Ducado de Medinaceli, presenta no solo unos rasgos culturales-folklóricos peculiares sino unos intereses económicos, educacionales así como unas necesidades parecidas, sino idénticas, que se basan en las propias carencias de un sistema que, lejos de beneficiar a la “antigua Castilla”, en virtud de una “castellanización” del Estado, en lo referente a nuestra parte, le privó no solo de esperanzas sino también de sus gentes. Por eso, tal vez pudiera ser conveniente la adopción por nuestros gobernantes de medidas que vinieran a impulsar medidas eficientes a toda la región, no reduciéndose las mismas a meras políticas autonómicas pues es precisamente dicha división territorial, y aun antes la división provincial la que quebrantó reduciendo a la nada una región, ya al parecer, irremediablemente partida, pues poco parece tener que ver Medinaceli con Astorga, Ariza con Fraga o Anguita con Valdepeñas, o incluso, valga decir, con Azuqueca, no teniéndose, claro está, nada en contra de los lugares citados.

[1] Sobre qué tribu fue la que ocupó nuestro pueblo existen controversias e incluso se opina que fueron varias a lo largo de los tiempos.
[2] Acerca de su elaboración se conserva un texto del escritor latino Orosio que explica que se trata de un “…jugo de trigo artificiosamente elaborado, jugo que llaman caelia, porque es necesario calentarlo. Se extrae este jugo por medio del fuego del grano de la espiga humedecida, se deja secar, y, reducida a harina, se mezcla con un jugo suave, con cuyo fermento se le da un sabor áspero y un calor embriagador...”.



Nota: mapa sacado de la web http://www.uwm.edu/Dept/celtic/ekeltoi/volumes/vol6/6_4/images/fig04_600.jpg

Segunda imagen (Viriato): sujeta a Creative Commons Attribution ShareAlike 2.5

viernes, 4 de mayo de 2007

Lo real de lo épico

El sujeto entró por las correderas puertas del metropolitano. Mientras el viperino movimiento del transporte acariciaba ondularmente sus adormecidas neuronas, el individuo cavila sobre la hipocresía de lo común, de lo fácilmente contrastable, en definitiva, de lo mundano. El sucedáneo liliputiense del tocadiscos irrumpe en su tímpano con melodías galácticas, la música de John Williams invade su mente, le narcotiza en políticas fantasías, producto, muy posiblemente, de la frustración acumulada durante una mañana algo tediosa. A diferencia de otroras ocasiones el sujeto no reniega ni maldice lo ajeno a su idéntico. El muchacho no piensa en vacuas ideologías ni en politiqueo barato, su pensamiento vuela, hoy por otros sitios, por otras ideas, por otros universos.

La banda sonora de Starwars le hace pensar en el Imperio. Sí. Qué daría uno por concentrar tanto poder, aún debiendo acarrear con esa opaca máscara semejante a un cenicero. Uno se remonta a un metafórico bautizo, uno se siente Anakin y Dark Vader en uno mismo. De golpe uno atisba a comprender todo aquello de la erótica de lo poderoso, de detentar potestad de mando, de poder mutar la inexcusable impresión subjetiva en Derecho natural, en puro yusnaturalismo, imposible de ser contrariado.

La épica moderna de lo norteamericano encuentra su manifestación en producciones cinematográficas, más propias de haber encontrado fundamento en infames engendros bestsellerianos que en los hermosos senderos de la noble y trabajada ideología. Lo seductor del origen es transmutado en monstruos precipitados vestidos de publicidad, productos de moda y happy meals patrocinados. Sin embargo, el narcótico del cansancio continúa siendo hegemónico en la psique del muchacho. De golpe los acordes de la orquesta filarmónica londinense le remiten a pensar en dobles, símiles, en intentar comprender lo eterno en lo humano. De golpe recuerda su querido libro de Dune (ver artículo del 20 de marzo Arrakis más conocido como... ¿Irak?), y de todo el tiempo que a pasado, desde su niñez, fantaseando en lo increíble de lo herberiano. Lo interminable de la Realidad, encuentra su reflejo en la pretérita historia. La contradicción propia en la ignorancia presente.

El mito anglosajón de Lawrence de Arabia, ¿inspiración de Dune?, se diluye en lo infame de los acontecimientos contrastados. Las consecuencias de intervenciones contemporáneas difícilmente encuentran atractivo alguno en la épica del pasado. La liberación de los sometidos se mimetiza en lo espectacular de lo informatizado. Historias, algo vacías de contenido, se llenan de simbología representando irrupciones de imperios, sueños de detentar la universal púrpura y de ser reyes desde el suelo hasta el último cielo, sintiéndose uno jedi, comandante o el más céntrico ombligo a un trono pegado.

Dune acontece clásico pasado, Starwars en espejo glorioso del presente. El advenimiento del presuntuoso y arrogante en hegemonón, más que en justificación de antiguos argumentos, acontece como una fábula, desenfaunada, de aquello a lo que tiende el más común de los humanos. La percepción del mismo dificulta la de la mayoría ya sea en personas o en estados. Los imperios actuales encuentran sustento en lo inevitable y justificación en lo mundano. El pensamiento libertino y antisistema cae en el pozo de lo contradictorio y de lo difamado. El muchacho de golpe despierta nervioso, algo más que alterado, reconocer haber tenido una pesadilla medio despierto, se siente como un afónico jilguero en mala hora enclaustrado.

Se acuerda de lo real de la idea, de cómo las sinfonías de John Williams son la banda sonora de su propia vida, de sus sueños de ser emperador y detentador de la mejor de las ideologías, de cómo lo ajeno resulta sospechoso a la vez que poco recomendado. Razona sobre cómo vive y sobre cómo deberían vivir los otros y se percata que so no ser emperador sigue formando parte del Imperio. No hay nada bueno en lo rebelde en cuanto cara alternativa de lo violento. Piensa en como son de lupis los hobbesianos individuos de su especie. Sin embargo, algo del optimismo de haber llegado a su estación le llega a sus sentidos. Sí, desde luego, se da cuenta de que vive muy bien y sin demasiadas preocupaciones. Lo reconoce, la abundancia arrincona lo no conseguido y la tranquilidad del privilegio confirma lo imperial de su existencia. Es cierto, el joven hombre proyectado se deprime de pensar que su beneficiada situación se sostiene en el sometimiento, en almacenar pastel en su despensa cómo si se fuera a tratar del último bocado.

Lo hipócrita de lo actual engarza el pensamiento que se halla al mando. Cómo renunciar a la buena vida sin ánimo de parecer tonto, cómo ser generoso con el desconocido si biológicamente el contrario tenderá al odio, cómo poner la otra mejilla, cómo perfeccionarse uno en si mismo sin relativizarse siempre en el tener que competir con el otro. El joven se da cuenta de repente que no lo es tanto y que la madurez amaga con prosperar a pasos agigantados. Cuan difícil es sostener la ansiedad se ser consciente de lo cotidiano, cuan beneficiosa es la ignorancia del que no quiere ver como el Imperio, sin estar en otras galaxias, nos inmiscuye en lo hegemónico, insolidario, y lo peor de todo, en lo aparentemente necesario.

jueves, 3 de mayo de 2007

La maga encinada

Es ciertamente grande el misterio que envuelve lo variable de nuestras percepciones. Las llegadas siempre me acontecen más largas que las partidas. El ansia de aproximarte a tu propio oasis de felicidad está inversamente correlacionada con la fuerza magnética que atrapa la capa de lo etéreo. Sin embargo, pensemos en lo positivo, en esa sensación que invade mis sentidos al irrumpir en el campo bilbilitano. Los serranos montes se visten carrascos, saludando al afortunado viajero, en busca de su sitio amado. Las aguas del Jalón se escurren por las ibéricas quebradas delatando mi travesía, mi odisea, mis ansias de llegar a mi propia tierra prometida.

No obstante, ella se empeña en seducirme con sus artes de sacerdotisa, sus mágicas ramas me irradian feromonas aromatizadas de vieja corteza. El dorado de sus hojas acontece metal, como si de un fardo de libras se tratase, queriendo engañar lo avaro de nuestro pensamiento a base de visuales presentes. El anzuelo es efectivo y sus disfraces me narcotizan en un bello sueño. Su visión me traslada al vergel anguiteño, a sus parajes y a sus fuentes. La diosa arborea insiste en cautivarme, es inmisericorde con mis percepciones, juega con mis sentimientos a base de imágenes, olores y de visuales lamentos.

Verla fuera me hace consciente de la ausencia de Anguita, la maldad del conjuro se transforma en lo profético del sueño, poder arrimarte a la mísera pitonisa acontece ofrenda indispensable para recibir la bendición más sagrada. Lares y manes aparecen de pronto rodeando tu esencia, la suerte esta echada y la elección algo más que hecha. La poderosa carrasca acontece pista en mi viaje. Delatora de la magia que, a la vez que me arroja, irriga mi sangre cuando suena la expectativa anguiteña. Será que es mayo y lo sagrado acontece vegetal. El árbol quiere ser sagrado por excelencia, saludar a los tiempos con firmeza, rigurosidad, y algo más que entereza.

No sé por qué pero el poderoso árbol me vence. Me hace pensar en lo temporal de lo mundano, en lo inevitable de la regeneración y del ciclo de la vida. El árbol vital aparece representado en el ente encinado, la carrasca se hace divinidad a la vez que sierva de lo inevitable. El árbol estaba antes que yo y a mi muerte seguirá ahí estando. Lo mágico de lo natural se sobrepone a mi voluntad y a la de lo humano.

El árbol es el hijo de lo sagrado, metafísica pura en textos aún no enversados, la encina es miembro inexcusable del panteón de lo sagrado. Lo es el melancólico olmo, el irrisorio chopo o la anciana sabina. Nos observan sin ser observadas, son mironas en potencia dotadas del don de la vida. La regeneración se debe a ellas, a la metamorfosis que conjura sus ramas, a la sensación de serenidad que, después de todo, irradian en mi alma.

Pero la carrasca sigue al monte encaramada, me sigue ensirenando sin canto, seduciendo sin levantar la mano. El viejo tronco invoca a mis recuerdos, a mis ancestros, a mi pueblo amado. Hay algo que nos une a lo familiar, a aquello que siempre nos ha deparado seguridad, felicidad y buen trato. El condicionamiento sentimental al que el Mundo nos somete encuentra, entre sus siervos, a los magos enraizados. Son esos seres tan dadores de vida como de felicidad, nostalgia y melancolía.

Lo eternamente regenerado acontece árbol y lo soluble desvegetado. La continuidad de lo natural requiere también el cambio: nuestro movimiento y el de nuestros serenos pasos. El mágico ser me hace sentir feliz, de golpe la careta de lo familiar se alza en su silueta, pasadas Medinaceli y Alcolea acontece su joya querida, su niña bonita custodiada por chaparras. ¡Quiero al árbol, al fruto y a quién demonios los creara! El vegetal invoca mis recuerdos, mis lamentos, mis deseos, mis sueños, y ante todo, mis pensamientos.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Lo sagrado de las matemáticas

Hubo un tiempo en el que campanas y relojes estuvieron prohibidos a lo largo y ancho del Imperio Otomano. Los guerreros se convertían en mártires sin pensar en su eventual porvenir, todo estaba sometido a la voluntad del Divino y la fecha de defunción estaba escrita por adelantado en la soberana Agenda de los Cielos. El tiempo era menospreciable en tanto que circular y repetitivo. La configuración del orbe se concebía como una revelación, estrictamente predeterminada desde su inicio. El conocimiento del hombre no será nada más que la sensación de magnificencia, así como de insignificancia, ante la obra de lo divino. La característica austeridad islámica encontraba respuesta en una vida despreocupada, en lo relativo al riesgo y la duración del trayecto terreno. Para qué oponerse a los designios de Alá si su voluntad se va cumplir sin ningún miramiento. La convicción del mártir encuentra sustento en ello. La eternidad de los tiempos hará dar la vuelta al cíclico tiempo dándonos una ulterior existencia, divina, una vida nueva gozosa de placer y de suntuosidad sagrada.

La lectura de Los Señores del Horizonte de Jason Goodwin acontece como un eficiente ejercicio para conocer el ojo islámico, en lo que al Imperio Otomano se refiere. Recuerdo especialmente cierta cita a Mahoma que decía: “Toda novedad es una innovación, toda innovación es un error y todos los errores conducen al Infierno”. Tal frase acontece como especialmente relevante para intentar comprender los pilares del pensamiento islámico. El “progreso” del islamismo es, principalmente, aproximarse a la divinidad, Una y Creadora, en su conocimiento. Las leyes de la Ciencia pueblan el campo de la Eternidad, en tanto que creación divina. Lo que se percibe no deja de ser un reflejo de la voluntad del Altísimo, manifestándose en ciencias estáticas, eternas, exactas.

Quizás el origen del ingenio islámico frente a las matemáticas encuentre su base en ello. El álgebra, la geometría… no dejan de ser manifestaciones exactas de la Ciencia ante las cuales no hay aproximación posible. Sólo entienden de precisión y rigurosidad, la realidad se impone a lo probable, imperando la lógica inherente a las bases de toda matemática. De ello se desprenden los bellos frutos engendrados en forma de monumentos, caligrafías, músicas y literaturas.

Todo se encara hacía lo Divino en tanto que revelado, prefijado y eterno. Las ciencias exactas, como la matemática, no dejan de constituirse en expresión de la gracia del poderoso, conformando su apreciación en todo lo terreno, una prueba indudable de la existencia del Todopoderoso. Ciertamente, nuestro conocimiento descansa sobre postulaciones que no dejan de basarse en ciencias exactas como la matemática o la lógica, acepto en considerar como divinas a tales pautas universales, que rigen los destinos de todo lo material desde el inicio de los tiempos.

Es evidente, el Tiempo es una magnitud en tanto que no dispone de la exactitud de las matemáticas. El cronómetro nos mide su duración en tanto que magnitud numérica, pero no nos hace prever nada en tanto que el Futuro es inabordable. Precisamente por ello, por poder conocer con antelación cuánto son dos más uno, por lo que las matemáticas seducen al cerebro del pensador, desde el principio de los tiempos.

Es curioso justificar la existencia de lo sagrado en tal presupuesto, más aún conociendo la existencia del Infinito. ¿A qué nos lleva su análisis? Hasta el momento toda apreciación acerca de qué se halla detrás de lo no finito son puras hipótesis. Lo mismo da hablar de ranas o de un hombrecito con barba, el infinito es incognoscible por naturaleza, no así las normas eternas de la lógica y la matemática. El Caos y el Azar parecen invadir el Todo, pero las ciencias exactas no dejan de ser devotas de una semilla eterna. ¿Será la marca de la Divinidad? No lo sé, pero yo sigo pensando que es mejor confiar en que, simplemente, ese sea el origen de las matemáticas.