sábado, 29 de diciembre de 2007

Las catafractas y el inicio de la Edad Media

La caída del Imperio Romano es uno de los sucesos históricos más estudiados, acaso también uno de los más lamentados. Se trata de uno de aquellos hechos frente a los que todo argumento, o investigación, ha sido y seguirá siendo insuficiente. La gente sigue viendo al pasado como un compartimiento mensurable, un cúmulo de siglos divididos en etapas y edades, nada más lejos de la realidad. “Historia non facit saltus” dice el latinismo; aquello que conocemos como “ciencia de la historia” no es nada más que una creación humana, una forma de explicar aquello que sucedió en tiempos pasados, siendo los siglos, edades y etapas meros parámetros en función de los cuales, aquellos que se atreven, intentan explicárnosla.

Es muy común afirmar que uno de los hechos clave en la decadencia y caída del Imperio fue la derrota en Adrianópolis (actual Edirne, Turquía): cruenta batalla (año 378 d.C.) en la que pereciera el emperador Valente, y sus legiones, frente a los contingentes godos. La técnica militar romana, hasta entonces infalible, pudo comprobar el calor del acero germano. Las tropas de infantería, las tan temidas legiones, cayeron ante la poderosa caballería visigoda (narra Amiano Marcelino que los contingentes bárbaros aparecían “como de la nada”, virtud del polvo generado con el furor de los caballos). Roma no aquejó su “arcaísmo” militar sólo en Adrianópolis. Hacía ya tiempo que sus guerras con Persia adquirían resultados, cuanto menos, imprevisibles. El desgaste romano era notable frente a los arqueros a caballo, antes partos, ahora sasánidas. De forma similar a como actuaran las hordas hunas de Atila, partos y sasánidas (al igual que armeníos, sármatas y los turcos, posteriormente), eran expertos arqueros a caballo, siendo la labor de sus jinetes (expertos en el atacar y desaparecer del flanco con igual velocidad) complementada por sus terribles tropas acorazadas, las terribles catafractas. Roma, genio militar donde los halla, las adquirió para sus tropas. Contingentes de catafractos se formaron en las academias del Imperio, siendo, eso sí, una tropa auxiliar hasta bien entrado el siglo IV. Y es que Adrianópolis parece que algo tuvo que ver en el giro radical que experimentó la constitución de los ejércitos romanos.

Si un general alcanzó la inmortalidad comandando estas tropas, ese fue Belisario. El gran general de Justiniano (“el último de los romanos” diría Robert Graves en su genial obra: “El Conde Belisario”) fue capaz de reconquistar la provincia de Cartago a los vándalos, Italia a los ostrogodos, así como parte de la Península Ibérica e Islas Baleares a los visigodos. La poca viabilidad del proyecto justinianeo no conoció su esencia en cuanto que Belisario supo inhibirla con su ingenio militar. Así pues, el Imperio Romano de Oriente (Bizantino en lo sucesivo) se caracterizaría por sus poderosos contingentes de caballería (a semejanza de la archienemiga persa), unidad militar que les daría la hegemonía de su Mundo hasta la irrupción de las rápidas tropas turcomanas. Pese a lo dicho, otra derrota en una batalla marcaría el fin de la caballería pesada.

El 26 de agosto del año 1071, las tropas del emperador bizantino (Romano IV Diógenes) fueron derrotadas por los turcos selyúcidas en la batalla de Manzibert. Las tropas pesadas bizantinas se ahogaron con el calor y el daño que les produjeran las endiabladas flechas turcas. Romano IV, pese a su magnificencia y feroz lucha (según dicen los cronistas del momento) cayó preso por los turcos de Alp Arslan. Al respecto, afirmó Miguel Ataliates (quien fuera testigo de la batalla) que: “Atacado por el sultán, el emperador instruyó a sus hombres para que no se rindieran ni mostraran una actitud cobarde. Pelearon así, con bravura, durante largo tiempo. A pesar de estar rodeado, él no se rindió fácilmente; tratándose de un soldado experimentado, luchó valientemente contra sus asaltantes, matando a muchos de ellos, hasta que, cortado en una mano por una espada enemiga, fue obligado a desmontar y seguir peleando a pié”, dice la gran figura sapiencial del momento (inexcusable causa del posterior Humanismo y Renacimiento) Psellos que: “después, cuando los que le hacían frente se dieron cuenta de quién era, se vio rodeado por un círculo de enemigos, cayó del caballo al ser herido y fue capturado”.

Las catafractas mutaron en Europa, como antes lo habían hecho en Bizancio desde su adopción desde Persia, en los caballeros del Medievo. Las armaduras, corazas y demás armas de la rica, acaso también mitológica, caballería europea tendría mucho que ver con lo explicado. Coincidiendo, prácticamente, con la caída de Constantinopla (1453 d.C.), los caballeros del medievo dejarían paso a las armas de pólvora y ejércitos regulares (inicio de la Edad Moderna). El “Tirant lo Blanch” primero, “Don Quijote de la Mancha” después, confirmarían la desaparición de la institución caballeresca, tal y como Adrianópolis finiquitó la etapa de explendor de las legiones.

Antes ya sucedió algo semejante con los carros de combate y la generalización del uso del hierro, con hititas y asirios, de forma parecida a cómo la pólvora o la bomba atómica han mostrado divisiones en la Historia, nos plazcan o no, muchas veces más significativas que descubrimientos científicos o geográficos. Y es que a lo largo de la historia aquello que luego sirve para la Casa se experimenta primero con las armas...


Primera imagen sujeta a GNU Free Documentation License

4 comentarios:

isobel dijo...

Es increíble la cantidad de materiales y productos que ha traído la guerra, sin ir mas lejos este en el que nos comunicamos. Pensaba que si se dedicara las mismas ganas y dinero en otros temas mejor nos iría la vida

Anónimo dijo...

Por muy en contra que esté de la guerra, si no fuera por ella no seríamos lo que somos.

Por cierto, ¿alguien sabe cómo funciona lo del openid?

panterablanca dijo...

¿Si no fuera por la guerra no seríamos lo que somos? Pues no sé si eso es bueno o malo. Algunas veces preferíria que no fuéramos lo que somos, o mejor dicho, como somos.
Besos felinos.

Anónimo dijo...

creo que lo que ustedes dicen es correcto pero la guerra no es nada mas que violencia, el entenderla como solamente eso es no tener capacidad de analisis.
Y hablando de violencia ¿no son los europeos los mas violentos?