lunes, 3 de diciembre de 2007

Por siempre Persia

Nos cuenta el profesor Javier Arce (en su genial obra: La frontera, de Alianza Editorial) que el gran emperador persa, Shappur II, tenía tres tronos alrededor del suyo: uno reservado para el Emperador de China, otro para el Khagan de los pueblos de la estepa, y un tercer y último para el Emperador de los romanos. El heredero de Sasán deseaba someter a todos los reyes del mundo conocido, él era un astro más, compañero en divinidad del Sol y de la Luna, último monarca dentro del escalafón jerárquico, Rey de Reyes, monarca de soberanos. La altiplanicie irania siempre ha sido fuente de formidables imperios: primero fueron los medos (verdugos del hegemónico Imperio Asirio), después el Imperio Persa (y sus intenciones de conquista de Grecia), el Parto, y en éste caso, pero no en último, el Sasánida. Nombre que vendría del abuelo del primer gran señor sasánida (Ardashir I), Sasán, quien viviera en la provincia de Fars, siendo sacerdote del antiguo culto aqueménida de Ahura Mazda, y su profeta, Zaratustra (conocido personaje dentro de la producción del gran filósofo del pasado siglo XX, Friedrich Nietzsche).

Bajo el yugo del divino emperador prosperaron ciudades como Ctesifonte, Seleucia, Susa, Babilonia o Alejandría (no confundir con la egipcia). La tolerancia religiosa imperante en varios períodos del Imperio, como ya sucediera con la Dinastía Aqueménida, hizo que se instalaran en él considerables poblaciones hebreas y de cismáticos de Roma como maniqueos y nestorianos. Una exitosa política de repoblación con pueblos conquistados (en buena parte con romanos víctimas del conflicto entre los dos gigantes) ayudaría a fortalecer al Imperio. Ciertamente, Persia fue el gran enemigo de romanos y bizantinos, de forma similar a como antaño lo fuera de Grecia, Babilonia, Egipto y Alejandro Magno. El potencial militar sasánida se sustentaba en su afamada caballería pesada, arqueros y demás combatientes expertos en la táctica del ataque y posterior huída, haciendo uso de las razzias que tanto inspirarían a los señores islámicos de la posterioridad. Al respecto, decir que la caballería acorazada persa, los célebres catafractos, sería adoptada por Bizancio, configurándose como los más inmediatos predecesores de los caballeros del Medievo europeo.

Una maldición persa parece afirmar que Roma jamás sería capaz de pasar de Ctesifonte. Craso, César, Trajano, Constantino y un largo etcétera hasta llegar a Juliano no fueron capaces de conquistar más allá de estas tierras. Persia fue una bendición para el equilibrio global: siendo la mayor detonante para que Roma y China jamás entraran en inmediato conflicto de militar y de intereses. El caso es que Irán ha sido cuna de múltiples imperios hegemónico. Con la conquista musulmana no se acabaría con tal contingencia, apareciendo bajo las sombras de la legendaria Isfahan la dinastía de los Safávidas (encarnizados rivales de los otomanos), sin olvidar la existencia de los hassassin y su fortaleza de Alamut, cerca de la actual capital iraní de Teherán.

Lejos de la monotonía del radicalismo y de una visión excesivamente etnocentrista y de prejuicios, Irán debe ser vista como un coloso histórico, a la altura de Europa o Egipto, digna de los más rigurosos y especializados estudios. La sequedad del desierto no puede cegarnos ante un país con múltiples riquezas, no sólo por su nazca o hidrocarburos, sino también por su gran potencial en la producción de mercancías (como el pistacho y su “guerra comercial” con Turquía y los EEUU) y papel clave en cuanto a transición entre Occidente y Oriente, los herederos de Roma frente a los del soberano Mongol y el Emperador de la Ciudad Prohibida.

El acervo histórico siempre ha sido, estadísticamente, un claro germen-condicionante. Existen pruebas, más que evidentes, de que donde antaño surgió una poderosa nación es mayormente probable que aparezca un nuevo imperio. El condicionante ambiental-geográfico se manifiesta con todo el poder e intensidad que le son aparejados a su esencia. Irán es digna de tener en cuenta, tal y como, después de todo, siempre lo ha sido. Y es que en geopolítica hay pocos países que despierten tanto interés, Bien lo sabe EEUU y sus múltiples amenazas. Quizás nos encontremos ante una nueva lucha entre los sucesores de Persia y los del Magno, quizás alguién tenga que mirar cómo los imperios iraníes siempre han experimentado un exponencial auge cuando su rival estaba ya sumamente deteriorado.

2 comentarios:

Persio dijo...

Hombre, una reflexión sobre mi solar... :)

Ambición no le falta a Ahmadineyad, desde luego. Esperemos que se le frene a tiempo.

Una vez ley algo así como:
"Los persas sólo enseñaban tres cosas a sus hijos: a montar a caballo, a disparar con arco y a no decir mentiras."
¿Para qué más?

Un abrazo

M.Monís dijo...

Creo que ya leí este post hace un tiempo, Fujur...aunque en esos momentos no nos comentábamos tanto como ahora.

Lo recuerdo, porque lo primero que me llamó la atención en tus escritos fueron tus posiciones poco ortodoxas y casi siempre alejadas de las tediosas interpretaciones convencionales, tan al uso en la enseñanza actual.

Hoy lo he vuelto a leer y me ha vuelto a gustar...las posiciones críticas en algunos asuntos están muy denostadas, pero dan pie a la polémica (y a desarrollo del pensamiento) con lo cual, incluso si están equivocadas, son más eficaces que las acomodaticias o gregarias.

El inconveniente de ellas es que nunca llegas a subsecretario, pero ése parece ser el sentido de la vida...

un abrazo

un abrazo!