miércoles, 2 de mayo de 2007

Lo sagrado de las matemáticas

Hubo un tiempo en el que campanas y relojes estuvieron prohibidos a lo largo y ancho del Imperio Otomano. Los guerreros se convertían en mártires sin pensar en su eventual porvenir, todo estaba sometido a la voluntad del Divino y la fecha de defunción estaba escrita por adelantado en la soberana Agenda de los Cielos. El tiempo era menospreciable en tanto que circular y repetitivo. La configuración del orbe se concebía como una revelación, estrictamente predeterminada desde su inicio. El conocimiento del hombre no será nada más que la sensación de magnificencia, así como de insignificancia, ante la obra de lo divino. La característica austeridad islámica encontraba respuesta en una vida despreocupada, en lo relativo al riesgo y la duración del trayecto terreno. Para qué oponerse a los designios de Alá si su voluntad se va cumplir sin ningún miramiento. La convicción del mártir encuentra sustento en ello. La eternidad de los tiempos hará dar la vuelta al cíclico tiempo dándonos una ulterior existencia, divina, una vida nueva gozosa de placer y de suntuosidad sagrada.

La lectura de Los Señores del Horizonte de Jason Goodwin acontece como un eficiente ejercicio para conocer el ojo islámico, en lo que al Imperio Otomano se refiere. Recuerdo especialmente cierta cita a Mahoma que decía: “Toda novedad es una innovación, toda innovación es un error y todos los errores conducen al Infierno”. Tal frase acontece como especialmente relevante para intentar comprender los pilares del pensamiento islámico. El “progreso” del islamismo es, principalmente, aproximarse a la divinidad, Una y Creadora, en su conocimiento. Las leyes de la Ciencia pueblan el campo de la Eternidad, en tanto que creación divina. Lo que se percibe no deja de ser un reflejo de la voluntad del Altísimo, manifestándose en ciencias estáticas, eternas, exactas.

Quizás el origen del ingenio islámico frente a las matemáticas encuentre su base en ello. El álgebra, la geometría… no dejan de ser manifestaciones exactas de la Ciencia ante las cuales no hay aproximación posible. Sólo entienden de precisión y rigurosidad, la realidad se impone a lo probable, imperando la lógica inherente a las bases de toda matemática. De ello se desprenden los bellos frutos engendrados en forma de monumentos, caligrafías, músicas y literaturas.

Todo se encara hacía lo Divino en tanto que revelado, prefijado y eterno. Las ciencias exactas, como la matemática, no dejan de constituirse en expresión de la gracia del poderoso, conformando su apreciación en todo lo terreno, una prueba indudable de la existencia del Todopoderoso. Ciertamente, nuestro conocimiento descansa sobre postulaciones que no dejan de basarse en ciencias exactas como la matemática o la lógica, acepto en considerar como divinas a tales pautas universales, que rigen los destinos de todo lo material desde el inicio de los tiempos.

Es evidente, el Tiempo es una magnitud en tanto que no dispone de la exactitud de las matemáticas. El cronómetro nos mide su duración en tanto que magnitud numérica, pero no nos hace prever nada en tanto que el Futuro es inabordable. Precisamente por ello, por poder conocer con antelación cuánto son dos más uno, por lo que las matemáticas seducen al cerebro del pensador, desde el principio de los tiempos.

Es curioso justificar la existencia de lo sagrado en tal presupuesto, más aún conociendo la existencia del Infinito. ¿A qué nos lleva su análisis? Hasta el momento toda apreciación acerca de qué se halla detrás de lo no finito son puras hipótesis. Lo mismo da hablar de ranas o de un hombrecito con barba, el infinito es incognoscible por naturaleza, no así las normas eternas de la lógica y la matemática. El Caos y el Azar parecen invadir el Todo, pero las ciencias exactas no dejan de ser devotas de una semilla eterna. ¿Será la marca de la Divinidad? No lo sé, pero yo sigo pensando que es mejor confiar en que, simplemente, ese sea el origen de las matemáticas.

1 comentario:

Fabber dijo...

Tu blog atrapa, Fújur. Sobre la concepción islámica del "progreso", a pesar que no fue un camino propuesto, los avances que lograron en las matemáticas y otras ciencias les permitieron avances tecnológicos e innovaciones que no tuvieron reparos en usar, a pesar de las palabras del Profeta.

Con un motor místico, la ciencia del Islam avanzaba a cierto ritmo. Solo es cuando Occidente toma conciencia del progreso científico como tal es cuando la civilización cristiana, cambiando varios parámetros, se hace poseedora de una aceleración alucinante y jamás vista en el campo del avance tecnológico. Ya el progreso no era un derivado de otra búsqueda, sino una meta en sí, con el motor del beneficio individual protegido, que son las libertades individuales mas el deseo y posesión de bienes materiales por sobre otra meta vital.