Los horarios, y todo sea dicho, la desconfianza renfiana, me hacen salir a la intemperie a tempranas horas, quién sabe si para estudiar o bien, quizás, para pasar lista al gallo, la alondra y los cafés con ensaimadas. La verdad es que prefiero los churros con ese expesito y aromático chocolate que endulza los labios de mi ya suficientemente enDulceado (la falta de ortografía va con segundas...) ser. Bien no sé si por el deseo de tan apetecible premio o por las ansias de que fuera domingo y no lunes, bien con legañas y con el saborcito a ColaCao aún resbalando por mis encías, la verdad es que salgo a la calle y en el pasear a la estación me sitúo en un dalhiano cuento.
La verdad, es que ni el, siempre matutino, vecino de la esquina, me parece Willy Wonka, ni los esbeltos bloques vilasareños tabletas de chocolate pero sí que es cierto que a la medida que voy andando con, quizás en exceso, apresurados pasos, me encuentro con que salteo pastelerías aceradas llenas de profitelores, bizcochitos, huesitos, kitkats... ¡qué gran estante de enchocolatada repostería!
No sé si los últimos suspiros de la fase REM o que van pasando las horas de la eterna mañana, me hacen darme cuenta de que ni estoy en la Fabrica de Chocolate, ni con Ronald Dahl, ni tomando paladín a la taza. No, lo que casi piso son regalos anónimos al buen paseante, minas antilimpias suelas cargadas, dicen algunos, de buena suerte. La verdad es que a mi me parece puro estiércol salido, en muchos casos, de consciente horno.
No me refiero a los autores materiales sino a sus humanos inductores. A ésos que siempre te dicen que el suyo no muerde contestando a tu deseo de no llenar de pelos tu ropaje de turno. Esos que no sólo no pagan más impuestos, sino que ensucian y estropean los urbanos azulejos de todos.
"Res" los consideraban los romanos y lo mismo yo en su sentido latino como en la más catalana de sus connotaciones. Los perros son seres animales, como el buitre o la salamandra, como el tiranosaurio y la urraca. No me parece que tengan más derechos que el burro o la cabra, me parece más bien que son sujetos a nuestro evolutivo albedrío, ocupando el sitio, el hábitat que a nosotros nos da la realísima gana. Dicen que los hay millonarios en dinero, yo añadiría que hay insolidarios locos en potencia que prefieren mimar al perro y, de paso, pasar de los hijos o, miserablemente, del abuelo.
Quizás antes que Gilgamesh, me he dado cuenta de mi mortalidad, de que mis manos no son divinas, de que si algo pudiera hacer, si bien aquella película que a mi algo me gustaba en aquellos pretéritos tiempos decía que "todos los perros van al cielo", yo los mandaría con sus amos a una alternativa posada. ¡Que bien calentitos estarían!
lunes, 12 de marzo de 2007
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