Con más moral que el Alcoyano, hoy me disponía a compartir una agradable jornada de balompié en la más honorable de las parroquias. Un derbi así lo merecía, y también la compañía. Parecía que, pese a no estar en sus mejores días, ese, diría Quevedo, hombre a unos dientes pegados podía tener, no el Balón, pero sí un partido dorado. Pero no fue así, una vez más se demostró el porqué de la monotonía, en lo que al color se refiere, de los podiums de atletismo y el porqué sobre algunos jóvenes no sólo se depositan confianzas sino también ilusiones.
Nada más desilusionante, el gran partido que toda España observaba con empeño, menos mal que gratuitamente, pareció padecer un ataque de esquizofrenia y mutarse en un encuentro entre merengues y mantecados. Patadones, pataletas y goles, que sólo hubiera faltado que fueran en propia meta. Ante tal orgía de desorganización y desconcierto el magno espectáculo pareció, hoy más que nunca, ser una guarida de cerdos, eso sí, caros como el mejor patanegra. Pero si de joyas cuatro jotas hablamos que mejor demostración que la de ese individuo que parece no acabar de llegar a Ítaca, quien sabe, sólo por curiosidad, si no será para quedarse.
El morenamente vestido, como siempre, juez imparcial pero sin prefijos, pitó y repartió más tarjetas que Calimero para su Primera Comunión. Sergio Ramos demostró ser de la generación de Son Goku y Márquez haberse saltado varias sesiones de Barrio Sésamo. Las cosas como son, el Barça "més que un Club" parece un vestuario en malas horas, quién sabe si el fatídico escarabajo que acaba con todas las palmeras de mi pueblo ha encontrado, por fin, una nueva casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario