domingo, 25 de marzo de 2007

El cerebro mentiroso

En clase de economía hay una idea que te insertan en el interior y recuerdas para toda la vida. Los individuos son adversos al riesgo. ¡Genial! Resulta que somos caguetas por naturaleza. Ahora se entienden las fortunas ganadas, sin mayor esfuerzo, por las compañías aseguradoras... Pero hay algo más. No seré un caso único si reconozco haber pensado respecto a aquel listillo que se daba el lote con la chica más guapa de clase, que no es que sea más guapo, atractivo o seductor, sino que simplemente era un listo, un geta, o cuanto menos, un embaucador. El cerebro es adverso al riesgo, ¡especialmente al riesgo de la derrota! Mi esquizofrénica búsqueda del porqué de la Religión me lleva a una idea, quizás en exceso intuida y poco demostrada.

Ayer por la tarde estuve viendo uno de esos documentales, que tanto me gustan, del Canal Odisea. Se llamaba “Encuentros con los monstruos” o algo así. Bien. El caso es que salía un águila de proporciones desmesuradas, 3 metros de envergadura, que aterrorizaba a los colonos maoris de la isla de Nueva Zelanda. Se trataba del Harpagornis moorei o águila de Haast. Se trataba de un ave rapaz experta en cazar moas (ratites parecidas a los avestruces pero que podían alcanzar los 3 metros de altura y más de 250 kilos de peso), que era igualmente hábil en el rapto de desprevenidas personas.


En lo que a nosotros nos interesa, aquello que acaeció con el águila de Haast resulta bastante metafórico e ilustrativo de lo que el ser humano acostumbra a hacer con aquello a lo que teme. Tal y como testimonian las pinturas rupestres halladas en Nueva Zelanda, tal gigante de lo cielos recibió el don de la divinidad. Fue alzada a los altares, siendo objeto de ofrendas y plegarias por sus víctimas mortales. La moraleja se acontece obvia, el hombre no puede admitir ser presa y necesita justificar su posición viéndose como objeto de la voluntad de los dioses. El águila se extinguió, pero nosotros, y nuestro cerebro, no, por lo que sobre la faz de la tierra continúa medrando un órgano maravilloso, que como diría el título de esa tonta película, que es un condenado mentiroso compulsivo.

Los neurólogos y psiquiatras los llaman mecanismos de defensa. Se trata de mentiras que nuestro cerebro recrea automáticamente que, pese a distorsionar la realidad, nos ayudan a sobrepasar situaciones de angustia e incertidumbre dando un orden ficticio a la desordenada realidad. ¡Vaya, la mentira no sólo no es pecado si no que es atávica e incontrolable! Pues eso parece, nuestro falta de omnisciencia necesita de estímulos que le hagan progresar entre las nieblas del azar, del rumbo incontrolable de los tiempos. No resulta en exceso muy agradable vivir para acabar siendo presa de los gusanos, la futura estancia en la mansión celestial resulta, desde luego, mucho más ilusionante.



Foto: El águila arpia de la selva del Amazonas, junto con el águila monera de las Filipinas, nos recuerdan al gigantesco asesino neozelandés.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

"En clase de economía hay una idea que te insertan en el interior y recuerdas para toda la vida. Los individuos son adversos al riesgo."

Doncs en la meva de "law and economics", un professor que alguns no volen a la orla, sempre ens ha fet tenir en compte les dos variables: "risk adverse" i "non risk adverse"...tot i que potser, aquests conceptes encara no han arribat a la doctrina de "l'Estat"... ;P

Cuida't!

Marta Salazar dijo...

Hola hola!

Es curioso, yo no sólo aprendí en clases de economía, sino que, además pienso que "Los individuos son propensos al riesgo".

Esto es, exactamente lo contrario de lo que te ensenan a ti...

Si no buscáramos el riesgo, no habría hedge fonds .-)

Es cierto que la población europea se arriesga menos que la americana, es más conservadora, lo explico por el envejecimiento de la población.

Por algo, las águilas son americanas .-)