Varsovia posee uno de los más cualificados museos de historia natural del Mundo. Las expediciones polaco-mongolas por el desierto de Gobi repararon descubrimientos tales como Tarbosaurus (primo hermano de T.Rex, cuyo significado es el “reptil pavoroso”), Saichania, Pinacosaurus (ambos dinosaurios acorazados provistos de “porra” ósea en el final de la cola), Protoceratops y Velociraptor. Para un aficionado a la paleontología es sorprendente cómo Polonia puede llegar a ser considerada como una de las mayores “potencias” en temática sauriana. Pese al ilustre panteón de bellos fósiles que se hallan en su haber, aquél, sin lugar a dudas, más misterioso sería el de Deinocherius, del cual sólo se encontrarían dos brazos de… ¡2,4 metros de longitud! El hallazgo fue realizado en el año 1965 por científicos polacos que, absortos ante el descubrimiento, decidieron bautizarlo como “mano terrible”. Lo primero que pensó la comunidad científica es que nos hallábamos ante un superdepredador del ecosistema mongol, capaz de plantar cara a cualquiera de las fieras reptilianas que lo poblaron, alimentándose, sólo de tanto en tanto, de restos de carroña.
Cierto es que Mongolia fue, por aquél entonces, un rico ecosistema en cuanto a poblaciones de dinosaurios. El alimento con el que nutrir a los depredadores no escaseaba, si bien, todo sea dicho, Tarbosaurus sería menor que su primo Tyrannosaurus. ¿A qué viene este salto?, la explicación es obvia. El tamaño de los depredadores, en todo ecosistema que se conozca, está correlativamente ligado al de sus potenciales presas. ¡Es difícil mantener a una población de leones dentro de un mundo de conejos!
Alguien alegará que los dinosaurios eran animales de sangre fría, capaces de soportar largos ayunos, de forma equivalente a los cocodrilos o las grandes serpientes. No obstante, y ligado con el origen “saurio” de las aves actuales, los científicos están cada día más convencidos de que nos encontramos ante “reptiles de sangre caliente”. Ello querrá decir que la cantidad de alimento requerida por estos animales será mayor, o lo que es lo mismo, un cocodrilo necesita mucho menos alimento para medrar que un jaguar o un leopardo. Luego, es mucho más probable, a primera vista, que seres de este tamaño buscaran alimento en las copas de los árboles (en el Mesozoico no había aparecido aún la hierba siendo el sotobosque el reino de los equisetos y los helechos) de forma similar a como lo hicieran los saurópodos: tales como Diplodocus o Brachiosaurus. La contingencia es una demostración más de cuán condicionada está nuestra visión de la naturaleza. Lo esbelto y sensacionalista impera sobre lo verídico, viéndose a dragones donde hubiera seres más próximos al pavo.
Descubrimientos, posteriores, como los del Alxasaurus, el Erlikosaurus o el Therizinosaurus, nos muestra toda un serie de grandes saurios, presumiblemente omnívoros (aunque sólo se tenga constancia de su dieta vegetariana), que poblaron los bosques del Cretácico tardío, ramoneando la vegetación de los bosques de su tiempo, manteniéndose en alerta por si fuera el caso de que un eventual tiranosaurio quisiera obtener su cena.
Las garras de cerca de un metro que poseyeran estas criaturas, debieron ser más unos mecanismos de defensa que armas de ataque, quién sabe si no serían excavadoras manuales con las que poder sacar raíces, tubérculos y demás cretácicos ultramarinos que les sirvieran de alimento. Y es que los animales que poblaron la tierra nunca fueron tan diferentes de los actuales, quizás seamos, simplemente, nosotros mismos quines vemos seres mágicos donde solo hay especies adaptadas a un medio, que pese a la física cuántica y las leyes del Caos, dista mucho de ser siempre diferente.
Ilustraciones de: Dinosauromorpha (Cría de Therizinosaurus) y Luis Rey la segunda (Deinocherius).